Las grandes obras públicas son un reto técnico muy peculiar: construir un gran edificio, una carretera, un puente, etc. conlleva unos cuantos contrastes. Una carretera se planifica para tener un ancho que se mide en centímetros y en una larga carretera contratada con unas dimensiones determinadas, hacerla un centímetro más estrecha puede significar millones de euros de beneficio para alguien. En cambio, frente a esas precisiones centimétricas al final se trabaja con millones de toneladas de movimientos de tierra. La carretera la diseñan ingenieros de caminos con herramientas sofisticadas para calcular pendientes y ángulos de giro al milímetro; y después se construyen con enormes camiones y obreros para los que «un palmo» más arriba o más abajo no significa nada importante.
No vamos a hablar de una grieta en una carretera, pero es evidente que una desviación a veces ínfima en la ejecución de estas grandes obras puede tener efectos muy espectaculares y aleccionadores.