En la extinta Unión Soviética era costumbre achacar los fallos de cualquier mecanismo que resultase defectuoso a que «era producción de lunes», pues ya desde la Segunda Guerra Mundial se había detectado que las bombas fabricadas los lunes tenían un porcentaje de fallos significativamente mayor que las producidas cualquier otro día de la semana.
La causa de ello no era tecnológica, a no ser que consideremos tecnología (social) el abuso del vodka durante los descansos del fin de semana. La causa del desastre que nos ocupa en este capítulo hunde sus raíces pues en la misma complejidad sociológica del descanso semanal, pero no sucedió por trabajar con resaca un lunes sino por las prisas para irse un viernes.
SE EMPIEZA CON «EN LO POSIBLE»
Lo de Bhopal sucedió allí porque las normas de seguridad europeas, entre otras, ya por entonces ponían todo tipo de trabas a la instalación de industrias peligrosas en sus territorios: eran normas provocadas por el desastre de Seveso y, después de lo de la India, esas normas se siguieron endureciendo en lo posible. Pero siempre, en la industria química, hay que terminar como en la frase anterior: diciendo «en lo posible». Porque las presiones sociales para seguir contando con los beneficios de los avances químicos son enormes y no sólo en cuanto a pesticidas o medicamentos; siempre bien viene tener a mano una buena silicona a la hora de hacer arreglos en casa. Pues si a ese cóctel de presiones contradictorias le añadimos una cierta dejadez y las prisas de un viernes por la tarde, lo que resulta es Seveso.
En esa localidad italiana, a pocos kilómetros de Milán, había una fábrica limpia y pulcra, que casi ni molestaba con su presencia. Producía, entre otros, un compuesto poco conocido que se usaba como defoliante para eliminar malas hierbas (y a veces también las buenas). El sábado 10 de julio de 1976 a las 12:37 se produjo un escape. Se estima que escaparon al exterior unos dos kilos de dioxina 2, 3, 7, 8-TCDD (tetraclorodibenzo-p-dioxina), y el mundo entero conoció el nombre del «agente naranja» que se usaba en las selvas de Indochina para destrozar las cosechas de Vietnam del Norte.
Sobre cómo se produjo el escape, sólo cabe decir que de la forma más estúpida.
Y SE ACABA CON «COMO ERA DE ESPERAR»
En esa planta, como en tantas y tantas, se trabaja por lotes; es decir, se carga un depósito especialmente preparado para ello con un compuesto químico, por ejemplo dos toneladas de triclorobenceno (TCB), se añade una tonelada (aproximadamente, no estamos aquí para dar la fórmula de uno de los venenos más potentes que existen) de hidróxido de sodio, otras tres de etilenglicol y otra media tonelada de xileno. Eso se remueve durante un tiempo y, cuando ya ha terminado de reaccionar todo, se añade el siguiente compuesto, etcétera.
Pero esa reacción tardaba un tiempo en completarse y para ello había que tener en marcha los mecanismos para remover y refrigerar; sin embargo, se estaba haciendo a la hora de irse a casa y era viernes. Así que se paró el removido de los tanques, imprescindible para que la reacción siguiese, se cortó la refrigeración, que ya no era necesaria puesto que se había dado al botón de «parar» el proceso (o al menos de la parte visible y audible del proceso) y se cerró la fábrica hasta la semana siguiente. Eso no es especialmente grave en la mayoría de los casos; de hecho muchas reacciones químicas necesitan ayuda externa para producirse y lo normal es que se tenga que calentar la mezcla, removerla con energía, etcétera.
ALGUNAS REACCIONES, IGUAL QUE LOS BARCOS, NO TIENEN «FRENO»
Pero esta reacción química en particular no había que calentarla sino enfriarla: es «exógena», que es la manera docta de decir que desprende calor.
El depósito estaba muy caliente durante el proceso y, si es cierto lo que se dijo en la investigación del accidente, no habían terminado de reaccionar todas las sustancias que se habían introducido, por lo que, aunque fuese el final de la jornada para los operarios y pese a que se había detenido el mecanismo que removía la mezcla en el depósito, los elementos químicos siguieron trabajando por la noche y se siguieron mezclando de formas que los alquimistas hubiesen aplaudido, mientras los inquisidores de los años oscuros hubiesen condenado a la hoguera a todo aquel que hubiesen encontrado por los alrededores y cualquiera que hubiese asomado la nariz a la marmita habría muerto en el acto.
Porque en la soledad de una noche de fin de semana en un centro de trabajo cerrado se estaban formando compuestos químicos diversos, algunos como etapas intermedias de la reacción general, en particular cantidades importantes de triclorofenoato de sodio, que estaba reaccionando a continuación con hidróxido sódico, lo cual produce esa peligrosa dioxina de la que estábamos hablando.
Aspecto de la entrada a aquella fábrica.
El caso es que a 180 oC, que era la temperatura máxima prevista en el proceso, no se forma casi nada de TCDD, pero si la temperatura alcanza 250 oC, la reacción química se dispara (en química es normal que al aumentar la temperatura se aceleren los procesos: por eso cocinamos con fuego). Las cantidades generadas son del orden de nada si se llega a 150 oC, menos de una parte por millón si la temperatura sube a 180 oC y miles de veces más si se alcanzan los 250 oC.
Esa noche se dejó el depósito desatendido, sin refrigeración y con una reacción en marcha que produce calor. En la mañana del sábado saltó la válvula de seguridad por exceso de presión interior y, otro grave fallo, el escape iba a parar directamente a la sufrida atmósfera.
PREVENIR DEMASIADO TARDE NO ES PREVENIR
Hoy en día las normativas industriales europeas son mucho más rigurosas y, aparte de que no se permite cerrar la fábrica y dejar una reacción así desatendida, la válvula de seguridad no puede dar a la atmósfera, sino que debe dar a otro depósito de alivio en el que se pueda retener el escape hasta que se sepa qué hacer con él.
Las normas europeas de seguridad industrial se endurecieron mucho tras aquel acontecimiento y se han ido perfeccionando desde entonces. Las que son de aplicación en 2011 reciben el significativo nombre de Directiva Seveso III. Lo único que tienen de malo esas depuradas normativas es que sólo son de obligatorio cumplimiento en el territorio de la Unión Europea, por lo que cualquier empresa puede saltarse esa directiva sin más que contribuir a la prosperidad de cualquier país que sea tercermundista o que, al menos, tenga una normativa menos estricta y permita edificar allí sus fábricas. Es difícil que los europeos podamos tener la conciencia tranquila mientras comerciemos con quienes fabrican (lo que compramos) saltándose las reglas que hemos decidido imponernos a nosotros mismos por humanismo, seguridad o, simplemente por justicia. Este es uno de esos casos.
LA MEJOR OPCIÓN: CORRER
Hubo cientos de personas desplazadas de su residencia y cientos de kilómetros cuadrados contaminados. Aun siendo ilegal el aborto en el país se permitió abortar a cuatrocientas mujeres con la previsible y frontal oposición del papa; la sociedad italiana quedó sobrecogida.
Centenares de personas sufrieron problemas graves en la piel, que les dejaron cicatrices. Unos treinta mil animales murieron, pero no a causa de las dioxinas, sino por hambre: la población huyó abandonándolos en corrales y cercados sin posibilidad de comer ni beber nada. Hoffmann-La Roche, la empresa suiza dueña de la fábrica, todavía está pagando indemnizaciones.
Llegaron a quitar la capa superficial de la zona más contaminada, (primero treinta centímetros, aunque posteriormente quitaron más de un metro), la metieron en bidones y la aislaron. Se habla de dos mil toneladas de material pero otra parte del problema seguía estando en el mismo sitio: ¿qué hacer con la planta? Y, si eso era capaz de hacerlo una cantidad pequeña de producto, nadie quería asumir la situación de que se siguieran fabricando esas sustancias en su zona. Al final se cerró y se convirtió el terreno en un parque público.
También se habló de que esa dioxina se estaba fabricando allí como armamento químico; si así era o dejaba de ser, es algo enterrado en los secretos que tiene todo «lo militar».
LA LARGA SAGA DE LOS BIDONES CON RESIDUOS
Lo de los bidones con muchas toneladas de los residuos más peligrosos fue otra historia, con intriga, corrupción, política internacional y mucho más: seguro que esa esquina del desastre daba por sí sola para una película interesante. Entonces se dijo que Hoffmann-La Roche se los llevaba a Suiza, pero un tiempo después, justo cuando alguien preguntó por esos bidones en 1982, resulta que no los encontraban por ninguna parte. Al cabo de unos meses aparecieron en un granero en Francia. En 1984 se procedió a su incineración en Suiza: con el calor se descompone la dioxina y se convierte en elementos simples e inocuos.
En 1992 se encontraron en un vertedero de Schönberg, en la antigua Alemania del Este (la reunificación alemana era muy reciente), ciento cincuenta toneladas en bidones como los de los residuos de Seveso, puestos allí por Mannesmann, y «erróneamente» documentados como «cloruro de sodio», o sal. Se sospechó (y se sospecha) que la supuesta incineración de Suiza sólo involucró los suficientes bidones como para salir en los periódicos y la televisión. La región báltica de Mecklemburgo-Pomerania, donde se encuentra Schönberg (no confundir con Schömberg, al este de Múnich), inició una investigación, solicitando la participación de las autoridades italianas y francesas, pero no se ha podido rastrear el destino del resto de los bidones.
LA TOXICIDAD DEL PLOMO EN FORMA DE BALA
El responsable sanitario de la región de Lombardía, el profesor Chetti, fue tiroteado y sufrió heridas en las piernas y el director de producción de la fábrica, Paolo Paoletti, fue también tiroteado unos años después. El señor Paoletti falleció a consecuencia de las heridas y es la única persona que murió relacionada con aquel accidente (descontando los abortos).
Los años han pasado, Seveso es una población con escasos ingresos por turismo en el camino entre Milán y el lago de Como, los afectados han seguido viviendo y envejeciendo (y falleciendo por causas naturales) y allí ya no hay ninguna fábrica de productos químicos, pero los agricultores de la zona siguen utilizando herbicidas sin hacerse la pregunta clave: ¿dónde se fabrican ahora ese tipo de productos?