Capítulo 50. Los transgénicos

Este es otro capítulo de los polémicos. Y lo es porque hay mucho dinero de por medio y, en consecuencia, hay enormes presiones de una y otra parte para que la verdad que prevalezca sea la que a cada uno le interesa. Además, cualquier afirmación que aquí vertamos, al igual que si dijésemos justo lo contrario, podrá encontrarse apoyada por alguien en alguna parte y vehementemente atacada por otro u otros en cualquier otra parte del planeta informativo. Vamos a seguir nuestro propio criterio y que cada cual saque sus conclusiones (pero desde «ahora mismo» advertimos que esas conclusiones intentarán ser influidas por mucha y poderosa gente).

LAS SEMILLAS QUE PUEDEN LLEVARNOS A LA GRAN HAMBRUNA

Por empezar a disparar en alguna dirección: las semillas de trigo que se siembran en el pueblo de los ancestros de uno de los autores (en Cuenca, en el centro de España) producen hoy cosechas de cuatro a veinte veces más abundantes que las que se utilizaban hace medio siglo. ¿Eso está bien? La verdad es que resulta muy difícil negarlo, y hacerlo en la taberna de un pueblo dedicado a la agricultura sería buscarse fama de poco sociable.

Pero hace medio siglo el agricultor guardaba aproximadamente un tercio de la cosecha para alimentar a las mulas que le ayudaban en la labor y, sobre todo, guardaba un 10% o 15% como simiente para la siguiente cosecha. Ahora no puede guardar nada. Por un lado porque los tractores no se alimentan de paja y grano (si ahora tratase de convertirlo en biocombustible, tendría que guardar casi toda la cosecha para ello) y, sobre todo, porque los granos de trigo que producen esas supersimientes son estériles: las multinacionales de la bioquímica se han cuidado muy mucho de que las simientes se las tengan que comprar a ellos año tras año.

¿Recordamos aquella época en la que las naranjas tenían en cada gajo un molesto huesecillo que era la simiente? ¿A que no hemos llorado su desaparición?

El agricultor ha recibido grandes beneficios materiales de la bioindustria, pero a cambio de una dependencia absoluta de ella. Si por cualquier motivo dejasen de estar accesibles las fábricas de simientes, descubriríamos que no queda trigo natural (ni muchas otras semillas básicas) suficiente como para sembrar más allá de unas parcelas anecdóticas y tendríamos varios años de hambrunas planetarias antes de poder reconducir la situación. Y la situación a la que llegaríamos tampoco sería satisfactoria, porque con semillas naturales no podríamos alimentarnos todos los humanos hoy existentes, habría que elegir quién comía y quién no.

Las naranjas (al igual que las mandarinas y muchos otros productos del campo) ya no sirven como simiente.

Y si pensamos que las vacas y los cerdos no están en la misma situación, para cambiar de opinión debería bastarnos pensar en qué comen esos animales toda su vida y quién produce esos piensos y con qué trigos, sojas, etcétera. En nuestra opinión, sólo haber llegado a esta situación de fragilidad y dependencia ya es un auténtico desastre: ¿somos conscientes de que todo lo que comemos depende, de forma directa o indirecta, de lo que se desarrolla en unas pocas fábricas de alta tecnología que la mayoría ni siquiera sabe dónde están?

LOS TEMIBLES TRANSGÉNICOS (LOS QUE SÍ SABE LA GENTE QUE LO SON)

Luego está lo de esos otros transgénicos que, a la vez, incluyen protecciones contra enfermedades o insectos y que levantan la ira más o menos fundamentada de alguna organización sólo porque no es tan «natural» como sería de desear, aunque suelen ser (no siempre) argumentos muy débiles. Por ejemplo, los diversos maíces transgénicos que consisten en semillas que resisten sequías o generan toxinas que espantan a los insectos suelen ser repudiados por su poca «naturalidad» pero los que así opinan suelen ignorar, a veces conscientemente, que el maíz es un caso claro de manipulación genética: el maíz que comíamos hace cien años ya era una semilla estéril manipulada genéticamente desde hacía decenas de miles de años para aumentar el tamaño y la cosecha, aunque se había manipulado por la «vía lenta» de seleccionar plantas, reproducirlas por mecanismos diferentes de la semilla y desechar las que daban peores cosechas. Como eso lo hicieron los agricultores centroamericanos mucho antes de que Colón desembarcase allí, esa manipulación se considera lícita a todos los niveles, pero si ahora se acelera el proceso por medios tecnológicos, eso ya es «transgénico» y es intrínsecamente pecaminoso, y cualquier insinuación de que perjudican la salud resulta aceptada sin discusión porque si a alguien en esa fiesta se le pasa por la cabeza pedir más datos que apoyen la afirmación de que es algo perjudicial, se puede encontrar convertido en un proscrito y bebiendo solo en un rincón porque nadie quiere acercarse a él.

LOS BONITOS, TIERNOS Y DECORATIVOS TRANSGÉNICOS

Pero a la vez están cada vez más de moda perros y gatos y peces de colores obtenidos por modificación genética cada vez más agresiva para producir mascotas y animales decorativos que no tendrían ninguna posibilidad de supervivencia en la naturaleza aunque, como son seres que se ven y se palpan, no es fácil que produzcan la misma alarma social que cuando nos dicen que una lata de guisantes lleva una modificación en su genoma cuya diferencia con la lata de al lado ni vemos ni apreciamos.