En los últimos años, mientras interrogábamos a colegas y amigos sobre todo tipo de desastres tecnológicos del siglo XX, pocos han despertado la unanimidad de criterios de la talidomida: un medicamento que se distribuye por casi todo el mundo como la panacea para algunas enfermedades y que, de repente, salta a los periódicos como el causante de decenas de miles de graves malformaciones en recién nacidos. Es un desastre sin paliativos.
La sorpresa de muchos es mayúscula cuando descubren que hoy en día, medio siglo después de aquellos tristes años, es un medicamento que sigue en uso en multitud de circunstancias y que enfermedades como la lepra tienen en la talidomida una de sus mejores armas para combatirla, aunque con otros nombres más disimulados.
ERAN OTROS TIEMPOS
La talidomida fue un medicamento que la empresa química Grünenthal patentó en 1954 a la espera de ver exactamente sus propiedades. Esta empresa empezó fabricando antibióticos para otras compañías, pero viendo lo próspero que era el negocio también se dedicó al desarrollo de nuevas moléculas y esta fue, desde luego, la más famosa.
El supervisor de las propiedades médicas fue Heinrich Mückter, ex médico del Ejército alemán durante la época nacional-socialista, lo cual no quiere decir nada en sí mismo (todo ejército tiene miles de médicos y casi ninguno de los médicos militares alemanes estuvo al tanto de lo que se estaba haciendo con los judíos), pero era una nota morbosa que algún periodista explotó sin escrúpulos.
Los diversos experimentos que se realizaron con la droga demostraron una toxicidad bajísima, y las ratas, conejos, gatos y perros a los que se les inoculó no mostraron síntomas de ningún tipo de intoxicación. Todavía no se conocían sus propiedades médicas, pero lo que sí parecía era que el producto era casi atóxico.
Era una época en la que los tranquilizantes habituales eran los barbitúricos, que se habían hecho tristemente famosos por la facilidad de intoxicación en unos casos y por la fea costumbre de algunas personas depresivas que los tomaban de suicidarse por ingestión masiva de esas pastillitas que se guardaban al lado de la cama.
También hay que tener en cuenta que los controles de calidad, toxicidad y similares eran casi inexistentes en la Alemania de mediados del siglo XX, que apenas conseguía ponerse en marcha tras los desastres de dos guerras (perdidas) en treinta años. De hecho, la mayoría de los controles que ahora están en vigor se impusieron a raíz de la catástrofe de la talidomida.
Mientras tanto, un medicamento sin efectos secundarios era el sueño de cualquier empresa de medicamentos. Y la empresa Chemie Grünenthal tenía un producto que lo cumplía. Ya sólo se trataba de darle aplicación. Y la tentación llevó a la prueba con humanos. Ya hemos dicho que era otra época, quizá cercana en el recuerdo, pero muy lejana desde el punto de vista tecnológico: de entonces a hoy han pasado muchas más cosas en la medicina, la farmacia y el resto de tecnologías que en las vidas de la gente.
Aunque la talidomida no mostró propiedades tranquilizantes en animales (quizá no expresaban bien sus sensaciones), un ligero parecido químico fue lo que llevó al uso en humanos, para lo que la distribuyeron gratis entre los médicos alemanes, que la describieron como sedante. Meses después apareció con el nombre comercial de Contergan.
MARAVILLA PARA EMBARAZADAS
En agosto de 1958 enviaron una carta a miles de médicos alemanes con la recomendación de su uso para las náuseas del embarazo, y miles de mujeres pasaron su gestación sin esas molestias. En muy poco tiempo la talidomida pasó a venderse en cuarenta países. Curiosamente no lo hizo en Estados Unidos, pese a que hubo presiones en ese sentido sobre la Food and Drug Administration (FDA), la agencia del medicamento norteamericana.
Unos meses después de lanzar el Contergan, Chemie Grünenthal recibió una serie de informes sobre efectos secundarios en pacientes que consumían talidomida de modo crónico, como temblores, hipotensión, pérdida de memoria y reacciones alérgicas, así como pérdida de tacto en manos, pantorrillas y pies. Y poco después comenzaron a nacer bebés con focomelia, una enfermedad en la que desaparecen una o varias extremidades de manera que las manos o los pies quedan unidos al tronco por un pequeño hueso irregular, lo cual era una rareza que pocos médicos habían visto en su ejercicio. También nacían con ausencias completas de extremidades y deformidades en orejas, genitales y órganos internos.
La asociación con el consumo de talidomida fue hecha de la peor manera, con una epidemia de malformaciones: nacieron unos doce mil bebés con deformidad, de los que menos de la mitad llegaron a la adolescencia.
PESADILLA PARA EMBARAZADAS
El juicio fue seguido por todo el mundo, e incluso en España se hablaba de ello y se llegó a decir que la causa era que había evitado abortos naturales. El resultado de los juicios y demandas contra Grünenthal fue el imaginable, pero a nivel popular fue aún peor: la talidomida era sinónimo de horror químico y poco faltaba para que en las películas gore de la época no saliesen los golem, muertos vivientes, vampiros y demás ralea comiendo pastillas de talidomida como si fuesen palomitas. Seguramente no se hizo así por no subir el nivel de miedo de las películas de terror.
Ya hemos dicho que en los Estados Unidos no se vendió, y fue porque la persona encargada de su aprobación (Frances Kelsey) vio que no había casi información sobre la droga, y, pese a las presiones, retrasó el dictamen y con ello libró casi del problema a su país. Kennedy le otorgó la Medalla al Servicio Federal Civil Distinguido. Pese a todo, dado que la empresa Richardson-Merrell había repartido gratuitamente dos millones y medio de pastillas hubo casos, aunque pocos, y en esos mismos días no era ese el único problema farmacológico: el dietilestilbestrol, utilizado como antidepresivo, resultó ser cancerígeno. Fue el primer fármaco en ser registrado como antidepresivo (en 1971), pero el cáncer lo producía a las hijas de quienes lo tomaban, y sólo cuando llegaban a la edad adulta, por lo que tardó mucho en detectarse.
MILAGRILLO PARA LOS LEPROSOS
Actualmente la talidomida tiene un renacer de utilidad, pero ya con un control más serio, aunque lo triste es que esa utilidad se había detectado en 1960 y se mantuvo oculta por miedo al «qué dirán». En esa época en un hospital de Jerusalén (no tan lejos de donde la Biblia describe a Jesús el Nazareno en esas mismas labores) dieron talidomida a un leproso que llevaba días sin dormir y se logró que durmiera. Nuevas dosis hicieron que el dolor y la inflamación desapareciesen y posteriores estudios demostraron que «curaba la lepra». Fue aprobada por la FDA para dicho tratamiento en 1998, pero desde entonces se obliga a los pacientes a firmar un protocolo de riesgos asumidos, a hacerse pruebas de embarazo a las mujeres que la reciben, y a los hombres a usar preservativo en las relaciones (por cierto: estamos hablando de leprosos).
Una particularidad de la talidomida es que puede afectar al feto a través de la madre o del padre, ya que se libera en el esperma y su efecto se puede transmitir en la concepción.
BATIBURRILLO DE SOLUCIONES
Posteriormente se han visto en la talidomida propiedades antitumorales, usándose en el mieloma, y más tarde en la enfermedad de Behçet, el lupus eritematoso, la artritis reumatoide y otras enfermedades. Lo de sus propiedades calmantes es ahora un efecto colateral de esos que en el prospecto hacen obligatorio un párrafo del estilo de «no conduzca ni maneje herramientas pesadas durante el tratamiento».
Un inciso técnico: la talidomida activa es una molécula que puede tener dos maneras de fabricarse, digamos que una de ellas «girada» hacia la izquierda (conocida como L, de «levógira») y la otra a la derecha (D de «dextrógira»); una de ellas es la que provocaba los problemas mientras que de la otra no se conocen efectos perniciosos. En el ámbito industrial los productos se suelen fabricar por síntesis químicas que generan habitualmente las dos formas, D y L. La separación de ambas formas es dificultosa (léase muy cara) y suelen intervenir sistemas enzimáticos selectivos.
Al final, de un desastre se han podido sacar efectos útiles, aunque limitados, una vez que se han hecho las cosas bien y se ha estudiado el asunto en profundidad.
LA DICTADURA DE LOS GRANDES
Pero los efectos secundarios de aquel desastre todavía los arrastramos, quizá para siempre. Nos referimos a que a renglón seguido del escándalo de la talidomida se endurecieron en todo el mundo las normas que cualquier laboratorio ha de superar para que un medicamento nuevo llegue a las farmacias, y el período de pruebas, análisis y comprobaciones se extiende ahora durante muchos años y a un coste que la mayoría de las veces supera el propio gasto de la investigación que dio lugar a su descubrimiento.
No estamos diciendo que eso esté mal hecho, pero es una legislación que deja la farmaindustria en manos de unos pocos laboratorios gigantescos porque son los únicos capaces de afrontar los procesos laboriosos y costosísimos de homologar un nuevo medicamento. En otras palabras, tras la talidomida, si un nuevo Alexander Fleming descubriese hoy una nueva penicilina o cualquier otra panacea, no tendría ninguna posibilidad de convertirla en un medicamento digno de comercializarse y se vería obligado a vendérsela a un gran laboratorio para que alguien, en algún momento del brumoso futuro, pudiese beneficiarse en su salud de ese descubrimiento al coste que el gran laboratorio determinase.
Eso está teniendo serias consecuencias en el tercer mundo y, muy especialmente, en la lucha contra el SIDA. Otra consecuencia es que medicamentos como la Aspirina no tendrían hoy en día muchas oportunidades de comercializarse, y menos sin receta, dada la enorme lista de contraindicaciones que tienen. La lista de medicamentos con efectos negativos, sin llegar a catastróficos, sería interminable, con capítulos chuscos como el de la sulpirida, comercializada bajo varias marcas para evitar los vértigos, entre otros problemas, cuyo efecto secundario favorito era el de suprimir la regla en las mujeres y producir un aumento de los pechos. Eso dio lugar a muchas bodas apresuradas y a graves discusiones meses después, al dejar el tratamiento o al no engordar de forma sostenida. La isotretinoína, también comercializada con diversas marcas para el control del acné juvenil, tiene efectos parecidos, y así hasta el infinito.
En todo caso, lo más peligroso de cualquier medicamento es a veces el prospecto incluido en la caja que, en papel muy fino pero doblado hasta la náusea y con un lenguaje técnico-burocrático nos describe una larga lista de desgracias que nos podrían ocurrir si hacemos caso al médico y nos lo tomamos. A ese papelito le falta una advertencia muy clara en su cabecera: «Hipocondríacos abstenerse».
EL MEDICAMENTO: UN ARISTOCRÁTICO PRODUCTO QUÍMICO DE ÉLITE
Se está produciendo otro desastre farmacológico aún mayor que hunde sus raíces en el siglo XX y más allá: los «productos-milagro», los supuestos fármacos fabricados en países descontrolados e incluso toda una pléyade de productos parafarmacéuticos y de herbolario que encuentran un nicho comercial y social ante el enorme distanciamiento existente hoy, debido a los férreos controles, entre lo que puede ser un producto beneficioso para la salud y otro elevado a categoría de medicamento.