Las ideas de cada persona le pueden ocasionar problemas en su trabajo y, cuando hablamos de avances tecnológicos, pueden llegar a ser problemas de interés público, como fue el caso de Hale y Ritchey; pero hay más y de cierto empaque.
Los creadores de la primera bomba atómica tuvieron serios problemas de conciencia entre su pacifismo personal y su (¿racional?) convicción de que esa bomba era necesaria para conseguir «antes» la paz.
Otros científicos han tenido serias dudas respecto a lo que deberían hacer con sus descubrimientos, que se oponían, a veces frontalmente, a sus creencias religiosas. Un ejemplo señero es el del propio Charles Darwin, que habiendo vuelto de su viaje en el Beagle en 1836, demoró la divulgación de sus revolucionarias conclusiones hasta 1859, veintitrés años después, y todavía lo hizo casi a regañadientes, espoleado por la noticia de que Alfred Wallace iba a publicar una variante de las mismas ideas. Quizá preveía el tremendo conflicto que ocasionaría en la Iglesia, en cuyo seno había realizado estudios para ser clérigo.
Pero estos notables ejemplos tienen el halo de dignidad que les proporciona la esfera de las convicciones personales.
CUESTIÓN DE ALFABETIZACIÓN
Al siguiente ejemplo le falta esa dignidad, pues vamos a hablar del Mars Climate Orbiter y de los problemas que puede ocasionar pensar en millas, libras, pulgadas y grados Fahrenheit mientras se trabaja en kilómetros, kilogramos, centímetros y grados centígrados[39].
Pero, además, el Mars Climate Orbiter no supuso el único accidente que ocurrió en Marte en esos días, pues debía formar equipo con el resto de sondas y naves enviadas a Marte, en particular con la Mars Polar Lander, que debía posarse en la superficie marciana unos días antes de la llegada del Mars Climate Orbiter y que, en cambio, dejó de emitir a la hora en que debía llegar a la superficie. La suposición más común es que se estrelló con violencia por alguna razón, quizá porque llegó a alguna zona escarpada en la que no era posible posarse de ninguna manera. Se han enfocado al posible «lugar de los hechos» las cámaras de los siguientes orbitadores, pero a la hora de escribir estas líneas todavía no habían localizado el punto en el que se estrelló (quizá está cubierto de hielo) y, por lo tanto, no hay más información acerca del final del Mars Polar Lander.
De lo que le pasó al Mars Climate Orbiter sí sabemos bastante: debía llegar a la atmósfera marciana a más de ciento cuarenta kilómetros de altura para una maniobra de frenado aerodinámico, camino de entrar en órbita sin gastar mucho combustible de retrocohetes (solución elegante, barata y muy lucida; si sale bien), pero entró a sólo cincuenta y siete kilómetros de la superficie, se encontró una atmósfera mucho más densa de lo que tenía previsto y la sonda se destrozó en el choque de forma inevitable.
Fue el momento de recordar que los técnicos de control de la misión llevaban todo el año que duraba el viaje mencionando que esa sonda necesitaba más correcciones de trayectoria que ninguna otra, y que habían propuesto una reunión para tratar el asunto, reunión que sus superiores no llegaron a convocar. Luego dijeron que no la habían convocado porque no les habían hecho una solicitud formal. ¿Está la NASA dirigida por técnicos o por burócratas? Mucho nos tememos que la respuesta es obvia.
Cuando por fin se reunieron para averiguar por qué se había estrellado un proyecto de tantos millones de dólares, enseguida saltó la chispa: los técnicos creían que las órdenes las entendía la sonda en medidas sajonas (libras, pulgadas, etc.) y la sonda, en cambio, estaba preparada para trabajar en el sistema métrico decimal. En otras palabras, cuando los técnicos enviaban la orden de encender un cohete de posición durante diez segundos con un empuje de veinticinco libras, el obediente Mars Climate Orbiter encendía el correspondiente cohete durante diez segundos con un empuje de veinticinco kilos. Por supuesto, eso era más del doble de la fuerza requerida y se desviaba en ese sentido más de lo planeado. Unos días después se detectaba la desviación (cuando está tan lejos se tarda en medir, en comprobar y en estar seguro de dónde está la sonda y de cuánta corrección necesita), se aplicaba una corrección en sentido contrario al anterior, pero también en una cantidad errónea. La nave iba haciendo eses, lo cual, en el espacio, es sólo gracioso, pero en las maniobras de frenado atmosférico, cuando hay que acertar en un blanco muy estrecho, se estrelló.
EN TODAS PARTES CUECEN HABAS
Por el lado soviético también hubo uno de esos fallos que dejan a todo el mundo callado, la sala de reuniones en silencio y a uno o dos de los presentes muy colorados y sudando copiosamente.
También fue en una de esas correcciones de trayectoria, en la sonda Fobos 1. En esas maniobras, la nave puede perder la alineación de la antena de comunicaciones y hay que planificar con mucho cuidado el realineamiento de la antena porque ha de hacerse «en un momento en que la nave está incomunicada» y, si no sale bien a la primera, no hay forma de transmitir instrucciones a la nave para intentarlo de otra forma. De hecho se suele hacer al revés: se coloca la antena en la posición adecuada para «después» de la maniobra y a continuación se efectúa la maniobra. Lo malo es cuando la maniobra no da el resultado previsto, y es lo que le pasó a la Fobos 1 el 2 de septiembre de 1988, cuando después de un par de meses de vuelo se le dio una orden equivocada de maniobra, con un «–» donde debería haber ido un «+» y se desactivaron los motores que deberían haber reorientado la nave con la antena apuntando de nuevo hacia la Tierra; de paso, los paneles solares también perdieron la orientación hacia el Sol «y la nave se apagó». Y no escuchó ninguna otra orden.
Una antena mal orientada puede recibir algo a condición de que le sea radiado con mucha más potencia: los sordos oyen cuando se les grita o cuando se sube el volumen de la televisión, para desgracia de sus vecinos. Pero si la nave está apagada, da igual lo que le grites o si utilizas antenas de cientos de metros de diámetro: se acabó la Fobos 1.
Lo más triste es que estaba preparada una nueva versión de los programas de control de la sonda, con una función específicamente prevista para detectar un error como ese e impedirlo, pero para cambiar el programa, que estaba grabado en una memoria fija, una ROM «soldada» a la placa para ahorrar peso, pues no se dispuso un conector al que se pudiera enchufar fácilmente un circuito integrado (algo habitual en los ordenadores pero raro en las naves espaciales, donde hay que ahorrar peso), había que cambiar toda la computadora y para eso había que volver a bajar la sonda del cohete en el que ya estaba colocada. Pero no daba tiempo antes del lanzamiento porque el momento en el que se puede lanzar algo hacia Marte son unas escasas horas propicias que sólo se dan cada dos años.
En otras palabras: otra vez las prisas. Y para colmo el Fobos 2 acumuló averías electrónicas que le impidieron también culminar sus misiones.
De hecho, la lista de sondas estrelladas en Marte o perdidas de maneras bastante imaginativas, tanto de norteamericanos como de soviéticos (y ahora rusos), es interminable y en casi todos los casos no se tiene ni idea de por qué sucedió.
La única heredera de la Fobos, la Mars 96, ni siquiera salió de la órbita de la Tierra porque el cohete lanzador la estrelló en los límites de Siberia y, desde las primeras Viking que se habían posado en Marte en 1976 hasta la siguiente misión a su superficie con éxito, la Mars Pathfinder en 1997, pasaron más de veinte años de fracasos «sistemáticos».
Por un tiempo la única opción sensata parecía que era la de señalizar Marte como un punto negro del tráfico y sembrar los alrededores con señales de limitación de velocidad.
Y SIGUE SIENDO ZONA PELIGROSA
Ya entrado el siglo XXI, todavía la sonda rusa Fobos-Grunt sufrió un fallo del cohete lanzador y no consiguió en noviembre de 2010 escapar de la órbita terrestre; de hecho se quedó en una órbita baja y se estrelló frente a las costas de Chile unos meses después. Era, con sus cerca de quince toneladas, lo más grande que se había lanzado jamás hacia Marte, un ambicioso intento de posarse en su satélite Fobos y volver a la Tierra con unos kilogramos de minerales exóticos. Una pena.
Una pena y un sonrojo, pues los rusos sólo habían lanzado otra misión a marte, la Mars 96, que también había sido un sonoro fracaso. De hecho, uno de los retrasos de la misión Fobos-Grunt vino del hecho de que hubo que empezar por «restaurar» las estaciones de seguimiento que se construyeron para la Mars 96, que llevaban más de una década abandonadas.
Y para colmo, era un proyecto que abría esperanzas de cooperación internacional, en particular con los herméticos chinos, pues con la Fobos-Grunt viajaban dos sondas finlandesas y una china. Este último punto quizá tenga algo que ver con el fracaso de la misión, porque el exceso de peso ocasionado por la parte china de la nave es lo que hizo que, en lugar de los más que probados lanzadores Soyuz, se utilizase un Zenit, más potente pero no tan requeteprobado. El fallo, según el veredicto final, parece que provino de un reinicio imprevisto y simultáneo de los dos ordenadores de a bordo, que dejó la sonda en hibernación y sin iniciativa para encender los cohetes que la terminarían de sacar de la órbita terrestre.
Para ese reinicio se deben haber manejado suposiciones de lo más variopintas, porque la que al final han considerado «más probable» es la de que unas partículas pesadas vagando por el espacio chocaron con los sistemas electrónicos, les hicieron un lío y no salieron del pasmo. Podríamos creer que lo del diablillo cósmico con un destornillador era justo la siguiente suposición.
VENUS TAMPOCO ES UN PAISAJE BUCÓLICO
La exploración de Venus fue igual o peor, pero al menos allí había una causa fácil de entender: una atmósfera pesadísima, con presiones equiparables a las de los fondos de algunos mares de la Tierra, corrientes de aire supersónicas que llevan, entre otras lindezas, ácido sulfúrico, aire de una temperatura ardiente hasta el punto de fundir algunos metales en la superficie. Las naves se freían, se espachurraban, se asaban, se corroían o se cocían antes de transmitir sólo una fracción de los datos previstos, y la primera nave (y última, de momento) que transmitió catorce fotos desde la superficie fue la Venera 13, nada menos que la 13, que sólo llegó a funcionar un par de horas en la superficie del planeta más parecido a la Tierra y, aun así, todo fueron elogios para los soviéticos por esa hazaña allá por marzo de 1981.
Los norteamericanos también lo intentaron, y tuvieron un gran éxito con la sonda Magallanes, que entre 1989 y 1994 estuvo en órbita sobre Venus y nos envió, entre otros resultados, un completísimo mapa de la superficie, además de infinidad de informaciones sobre la atmósfera y sobre el campo gravitatorio de Venus.
PROBLEMAS GRAMATICALES
Pero antes de ese éxito tuvieron un fracaso en el camino hacia el planeta tormentoso y ardiente. Quizá se pueda ver como uno de tantos pero es un fracaso que nos parece digno de dedicarle unos párrafos, porque es un sonoro fallo tecnológico parecido a los que sufre cualquier usuario de un ordenador; con la diferencia de que en el espacio no siempre se puede volver a empezar desde el principio.
Si nosotros vemos estas dos líneas:
DO 5 I=1,3
DO 5 I=1 . 3
Y más si sabemos que tenemos que buscar un error, seguro que nos hemos dado cuenta de que en una línea hay una «,» mientras que en la otra hay un «.».
La primera línea era la «buena», era parte del código de programación que debería haber ido en el ordenador de la sonda camino de Venus; la segunda es la que se envió erróneamente. Lo que pasa no es que quienes tenían que revisar el programa estuviesen ciegos, sino que esa línea, al llegar a un listado de FORTRAN, que es el lenguaje de programación en el que está escrita la orden a la computadora, desaparecen los blancos (en FORTRAN los blancos no pintan nada) y queda más parecido a:
DO 5 I=1,3
DO 5 I=1.3
Y eso no sólo es más difícil de ver, sino que significa algo en extremo diferente.
La primera línea quiere decir, en lenguaje de los mortales: «desde aquí a la línea etiquetada como “cinco”, ejecutas las siguientes instrucciones haciendo que, en ellas, la variable llamada “I” valga “uno” la primera vez, luego vuelves a ejecutarlo todo valiendo “dos” y, por último, todo otra vez valiendo “tres”; tras esa tercera pasada continúas con el resto del programa». Es lo que en programación de ordenadores se llama «bucle», un bucle de tipo «DO», y se hace para, por ejemplo, revisar consecutivamente los sensores «1», «2» y «3» y hacer lo mismo en cada uno.
La segunda línea, la errónea, hace algo muy distinto porque, al no encontrar la coma, el ordenador no interpreta que eso es el principio de un bucle de tipo «DO», sino que (recordemos que los blancos, en FORTRAN, no pintan nada) lo interpreta como:
DO5I=1.3
Y eso quiere decir: «a la variable que llamamos a partir de ahora “DO5I” le das el valor “uno coma tres”».
El comportamiento del programa es muy diferente: en el primer caso, ejecuta las siguientes instrucciones tres veces, con diferentes valores de «I», en el segundo, en cambio, lo ejecuta sólo una vez, con «I» valiendo cualquier cosa, probablemente «cero».
A simple vista no se ve el fallo pero, normalmente, el programa debería haber «cantado», debería haber funcionado mal de forma ostensible. Sin embargo no lo hizo, porque en las primeras cinco misiones norteamericanas a Venus lo que sea que hacía esa parte del programa no resultó necesaria o, quizá, sólo hubo que ejecutarla una vez; por ejemplo: si lo de hacerlo tres veces era para reintentar tres veces encender el motor de posición y se encendía a la primera, estamos salvados, nadie notaba el fallo del programa. Pero en la sexta misión a Venus sí que resultó necesario el buen funcionamiento de esa parte del programa y la sonda pasó de largo sin llegar al planeta.
Cualquiera que, como los autores de estas páginas, haya trabajado en algún momento programando en cualquier lenguaje, sonreirá con comprensión, evocará los (muchos) momentos en los que uno de nuestros programas ha hecho algo gracioso o, al menos, sorprendente y luego silbará imaginando lo poco que le hubiese gustado estar en la piel del programador al que un día le apareció por la puerta un pez gordo que, con un viejo listado arrugado en la mano, venía trotando desde la reunión del comité encargado de la investigación del accidente a gritarle a alguien para no quedarse él solo con la bronca.