Capítulo 39. Mir

Los soviéticos aprovecharon el bajón moral de los norteamericanos tras el primer accidente de la lanzadera para marcarse un nuevo tanto a su favor y escribir la que quizá sea su mejor página en el espacio: la Mir.

Las plazas de «Primeros en la Luna» estaban ya todas ocupadas y los soviéticos encontraron un nicho publicitario bastante decente a la hora de dar de comer a la maquinaria de la propaganda: la ciencia. Y, a la voz de «no estamos interesados en ir a un sitio al que se le puede sacar poco provecho: hay mucho más que hacer en la órbita de la Tierra», lanzaron un programa bastante sólido y sensato que desembocaba en el montaje y explotación de una estación espacial a la que llamaron «Paz» o, por decirlo en ruso, «Mir».

UNA DE AFICIONADOS QUE VAN DE EXCURSIÓN

Los intentos norteamericanos de devolver el golpe fueron patéticos: lanzaron el Skylab, un apresurado aprovechamiento de la carcasa de parte de uno de los últimos cohetes Saturn V, a la que se llena de instrumentación, se le ponen paneles solares para que tenga energía a largo plazo y, una vez arriba, se le busca utilidad.

El Skylab fue lanzado en 1973, con serios problemas porque perdió varias piezas en el proceso de despegue y se quedó sin el escudo que lo protegía de los meteoritos y del sol (y, por tanto, se recalentaba). Perdió también uno de sus dos paneles solares, con lo que ofrecía un aspecto asimétrico y extraño en las fotos. Y, lo más trascendente, le faltaba energía eléctrica, pues los problemas con el panel antimeteoritos también impidieron el correcto despliegue del panel disponible para obtenerla.

Sólo tres tripulaciones ocuparon el Skylab, y la primera de ellas, unos días después de su lanzamiento en mayo, sólo hizo labores de reparación de los daños del lanzamiento, poniendo una capota sobre la parte dañada y dejándola atada a las antenas y sensores próximos.

El Skylab, con un panel solar de menos y una capota de lona

Hubo quien recordó la premisa bajo la que se diseñó el Citroën 2CV, un cochecillo glorioso que respondía a la descripción de «Cuatro ruedas bajo un paraguas». Aquel «Dos caballos» también tenía una capota de lona y unos intermitentes (al principio, pero con el tiempo se cambiaron por otros más normales) que se levantaban como un bracito por los lados. Ese coche fue un gran diseño, para su época y su precio, pero en el Skylab no podían ser virtudes las características de un coche barato destinado a zonas rurales de la posguerra centroeuropea.

En cuanto a las otras dos tripulaciones, que estuvieron ese mismo año, por mucho que declarasen éxitos y parabienes de las respectivas misiones, la realidad es que la parte sustancial (y confidencial) de sus informes hablaba de limitaciones, carencias, averías y muy escasas posibilidades de hacer ciencia en el Skylab. Cuando la segunda de las tripulaciones «de trabajo» bajó a la Tierra el 8 de febrero de 1974, ya se tenía decidido dejar morir la estación.

Se esperaba que el transbordador espacial entraría en servicio a tiempo de bajar el Skylab desde la órbita, pero el primer desastre achacable al transbordador (ya hemos visto alguno en páginas anteriores y veremos más después) fue el retraso de su puesta en servicio, que afectó al Skylab al estar en órbita baja y sin mantenimiento (léase: impulsos frecuentes que elevasen la órbita) y terminó cayendo en julio de 1979.

El Skylab, con un panel solar de menos y una «capota de lona», cayó sobre Australia, y su muy significativo epitafio es la multa que el Gobierno australiano impuso a la NASA por «arrojar basura en una zona pública».

¡Basura! Amén.

ARMAS EN EL ESPACIO

Los soviéticos lo planificaron a lo grande y con tanta buena ingeniería aplicada al diseño (además de sin prisas) que una nave prevista para funcionar cinco años terminó haciéndolo durante trece y, en sus últimos tiempos, alojaba con regularidad incluso astronautas norteamericanos, que subían para hacer allí sus experimentos e investigaciones y que pagaban por ello a sus otrora rivales.

Los soviéticos, en unos años en los que ante la falta de vuelos norteamericanos «el espacio era suyo» en exclusiva (el Apollo era ya sólo historia y el transbordador todavía iba de un retraso a otro), empezaron con las Salyut, unas naves no mucho más ambiciosas que el Skylab, pero que no tuvieron tantos problemas pese a que alguna se perdió durante el lanzamiento y el accidente de Dobrovolsky, Volkov y Patsayev sucedió cuando volvían de un vuelo regular a la Salyut 1 en el que habían batido el récord de permanencia en el espacio, aunque descubriendo uno de los problemas de más difícil solución allí: la convivencia, pues Volkov fue un astronauta problemático desde el principio, no obedeció las órdenes en más de una ocasión y sus enfrentamientos con Dobrovolsky, su superior jerárquico en esa misión, le habrían provocado serias consecuencias disciplinarias a la vuelta. Sin embargo, no volvieron con vida.

Algunas naves que a Occidente se le dijo que eran como Salyut eran en realidad del modelo Almaz y el cambio de nombre quería decir que las Almaz eran estaciones militares, y las únicas en la historia que han llevado armas al espacio. Se desestimaron, pero no porque fuera ridículo subir un cañón sin retroceso a la órbita por si se acercaban los capitalistas a asaltarles e invadir la nave por abordaje (ese era el planteamiento, por lo visto), sino porque se llegó a la conclusión de que era más eficaz llevar a cabo las labores de fotografía y espionaje por medio de satélites automáticos. Luego se firmó un rimbombante protocolo internacional en el que todos se comprometían a no llevar armas al espacio.

LA MIR COMIENZA SU LARGA SINGLADURA

La última Salyut, la Salyut 7, todavía estaba operativa cuando la Mir se lanzó, y la primera tripulación de la Mir hizo una excursión a la Salyut 7 para hacer reparaciones y recoger equipos para aprovecharlos en la Mir: de momento es el único caso de una nave (la Soyuz 15) que hace transbordo entre otras dos naves en órbita. Un curioso avance de aquella Salyut 7 es que fue la primera que incorporó ventanillas para que entrase radiación ultravioleta que matase los gérmenes que terminaban proliferando en su ambiente cerrado y, de paso, que la tripulación simplemente «viera» el exterior.

Con las enseñanzas de las Salyut bien asimiladas, la Mir fue puesta en órbita a partir de febrero de 1986. Lo de «a partir de» hay que entenderlo en el sentido de que en esa fecha se puso en órbita el «primero» de sus módulos, y a él se fueron acoplando diversos elementos que le proporcionaban más espacio interior, más instrumentación, más paneles solares, más comodidad, etc. El resultado final fue una nave de aspecto caótico, pero que era, para quien sabía ver más allá de las imágenes, una joya de la ingeniería que orbitaba a más de trescientos kilómetros de altura (lejos de la atmósfera superior, era una órbita muy estable, pero también requería «empujoncitos» de vez en cuando) y que era visible a simple vista cada par de horas, sobre todo al anochecer y antes de amanecer.

Durante trece años era el premio gordo de los astrónomos aficionados conseguir enfocar un telescopio hacia el cielo en una noche de verano y que se colase la Mir en el campo de visión. Si se tenían los reflejos y habilidad para seguirla unos minutos era un espectáculo inolvidable ver su despliegue de paneles, cilindros y antenas: era un hermoso monumento a la investigación y a la ingeniería.

La Mir. Se puede apreciar en la parte «superior» la nave Soyuz de guardia. El Spektr es el módulo de más a la izquierda.

Pero no estuvo libre de problemas. De hecho, como la mayoría de los problemas se acumularon en unos meses muy concretos a partir de 1997, decir Mir llegó a ser sinónimo de fuente de averías y de la madre de todas las chapuzas, pero hay que aceptar que las averías llegaron mucho después de su fecha de caducidad y que, cuando se arreglaron, quedó de nuevo casi por completo operativa.

Cuando en marzo de 2001 estrellaron sus ciento veinticuatro toneladas en el Pacífico, se perdía una nave que funcionaba y cuyo único problema serio era que los presupuestos necesarios para mantenerla en órbita se destinaron a acelerar la puesta en servicio de su sucesora, la ISS.

Pero vamos con sus problemas, alguno de los cuales estuvo a punto de convertirse en tragedia.

Ya hemos dicho que todo fue bien, salvo problemas menores, durante sus primeros once años de existencia, hasta 1997, cuando había más que duplicado el tiempo de funcionamiento previsto en el diseño, en que la situación era de facto la de una estación rusa (ya no soviética) pagada en parte por los norteamericanos, los cuales a cambio tenían allí alojamiento para un astronauta de la NASA que disponía de ciertas facilidades para utilizar los laboratorios en algunos experimentos: un «realquilado con derecho a cocina».

El astronauta norteamericano residente solía responder, si hacemos caso a los comentarios que los rusos hacían después, al arquetipo de «huésped de pago», a veces incluso algo exigente en cuanto a las comodidades a bordo, poco dispuesto a ayudar en las tareas domésticas (la Mir no tenía un servicio externo de limpieza por horas, por ejemplo, y los rusos solían ser los que trabajaban para tener todo en orden) y, sobre todo, con la proverbialmente escasa facilidad para los idiomas de los que hablan inglés desde pequeños.

FUEGO A BORDO

El 23 de febrero de 1997 la tripulación la formaban los rusos Alexandr Lazutkin y Vasili Tsibliyev, con el norteamericano Michael Linenger. Pocos días después de comenzar su período de residencia en la Mir, y al cambiar uno de los cartuchos de perclorato de litio (que liberan oxígeno), este se puso a arder y la voz «fuego» (siempre temible, pero mucho más en un lugar cerrado y muchísimo más en el espacio) hizo que fueran a buscar los extintores que no habían sido necesarios hasta entonces en más de diez años; los primeros que encontraron estaban aún en la pared fijados todavía desde el lanzamiento, y de una manera que no hubo forma de desprenderlos. Fueron a por otros y los cogieron, pero la humareda iba llenando la estación y el fuego se negaba a apagarse. Echaron una toalla y se inflamó enviando trozos que volaban y ardían por todo el módulo.

Como parte del diseño de la Mir, siempre estaba atracada en alguna de sus esclusas al menos una cápsula de evacuación, una sólida y fiable Soyuz prevista como escape de emergencia. En ese momento había dos disponibles[38]. Se da por tanto la orden de ir a las Soyuz, pero la que está lista para salir se encuentra detrás de la zona del incendio. Los sudores empiezan a ser «fríos». Las comunicaciones con tierra, siempre limitadas en las naves soviéticas, ahora además fallan. El metal se recalienta y temen una descompresión brusca, ya que hay gotas de material plástico fundido flotando en la ingravidez.

Al usar los extintores comprueban que en el espacio se expande el contenido de modo esférico, y no son dirigibles con facilidad, pues su propio retroceso mueve al astronauta hacia atrás de formas difíciles de predecir, y manejarlos con una sola mano los hace mucho más imprecisos. Refrigeran con ellos las paredes para evitar lo peor y tras catorce minutos, cuando el fuego se apaga, hay humo y cenizas por toda la estación aunque no se aprecian averías críticas.

Se ha perdido un punto de alojamiento de los cartuchos de perclorato y hay cables quemados alrededor, pero el resto está bien. Tienen que usar máscaras de oxígeno durante dos horas y media hasta que los filtros aclaran el aire, pero las molestias respiratorias siguen bastante tiempo y los astronautas sufren pequeñas quemaduras.

El mayor problema proviene del hecho de que, como acababan de llegar en un vuelo regular, el siguiente vuelo de aprovisionamiento estaba previsto para muchas semanas después, y es muy complicado acelerar la preparación de esos vuelos. No se prevé posible recibir ayuda, herramientas y repuestos antes de abril.

El 2 de marzo falla un equipo Elektron (que regenera oxígeno). Y el día 5 falla el otro. Hay que esperar un mes para los recambios y sobrevivir con lo que hay. Se pusieron ventiladores para distribuir el oxígeno, y entretanto se vio que el fallo del cartucho que había provocado el accidente era por un trozo de guante que se había quedado dentro durante el proceso de fabricación y empaquetado del mismo en tierra: la degradación de la URSS había hecho que todo el sistema de calidad se resintiera.

El 4 de abril fallan los equipos de absorción de CO2. Después falla la calefacción y la refrigeración, y la humedad empieza a condensarse en la estación de modo visible. Para acabar la lista de problemas se estropea el retrete el 13 de abril y hay que guardar las excreciones en bolsas.

Los repuestos llegan en un vuelo automático en una nave Progress, otra de las joyas del programa espacial soviético, capaces de despegar y acoplarse a la Mir (o a donde se les diga) sin intervención humana. Es una modificación de la Soyuz en la que la ausencia de astronautas se aprovecha para poner depósitos de combustibles, agua, etcétera.

UN RESPIRO

El 17 de mayo llega una buena cantidad de carga en la Atlantis y con ella Michael Foale, americano, pero que no es como los otros. Sabe ruso por encima del nivel básico y, con gran extrañeza de todos, está dispuesto a trabajar en el mantenimiento de la nave, no sólo en lo suyo, aunque sea «huésped de pago».

A esas alturas ya habían arreglado la mayor parte de las averías con los repuestos recibidos, pero todavía la humedad se condensa en gotas cada vez mayores y se embolsan cuando es posible para aliviar los desperdicios volantes. Hay que buscar el refrigerante que con el tiempo se ha ido escapando también y es tóxico aunque no se vea, por lo que desmontan cada panel y tras ellos encuentran el agua, refrigerante y cualquier vapor perdido, lo que obliga a un trabajo de limpieza enormemente laborioso.

Los que tengan un acuario en casa tienen un problema parecido al que estaban sufriendo en la Mir: era un entorno cerrado en el que la contaminación producida por el incendio no se había ido a ninguna parte e iba estropeando todos los sistemas relacionados con el aire de a bordo. Lo mismo pasa en el acuario, en el que cada gramo de lo que sea que se mete en el sistem, allí se queda hasta que se cambia el agua del acuario. Por cierto, sucede lo mismo, aunque a gran escala, con la Tierra en su conjunto: la contaminación atmosférica no se va a ninguna parte y ya han empezado a notarse sus efectos.

COLISIÓN EN EL ESPACIO

El 25 de junio llegaba una Progress de abastecimiento pero que, por diversas razones (ahorro, ganas de experimentar, etc.), debe ser dirigida manualmente pues no llevaba montado un radar ucraniano imprescindible para la maniobra automática.

Para la última fase de la aproximación, los tres habitantes de la Mir están en la ventanilla desde la que se controla el proceso: Vasili Tsibliyev al mando, controlando el encendido de los cohetes de maniobra de la Progress, y los otros dos mirando con interés. Es de imaginar que no había muchas distracciones a bordo.

En las últimas fases de la aproximación parece ser que la Progress no estaba visible desde la ventanilla de la Mir, quizá detrás de algún panel solar. El caso es que para cuando la ven está mucho más cerca de lo que se esperaban y, mientras creían que estaba demasiado lejos, le habían imprimido bastante velocidad. A partir de ahí empiezan las emociones fuertes.

Hay muchas versiones de lo que sucedió en los siguientes segundos, y están todas mediatizadas por patrioterismos, distintas maneras de entender el periodismo e intentos de salvar la carrera profesional de cada uno en las declaraciones a sus jefes y a los periódicos de sus respectivos países.

Pero parece fuera de toda duda que en el momento más inoportuno, el norteamericano Michael Foale pasó por detrás de Vasili en el siempre estrecho espacio disponible, y con la torpeza añadida de moverse en la ingravidez y pensando en otra cosa: parece que le rozó en el codo. Si esa rozadura fue la que desencadenó el desastre o, como figura en otras versiones, Foale se movió cuando vio que la maniobra estaba saliendo mal y estaban en peligro, ya es historia.

El caso es que lo único que Tsibliyev consiguió in extremis fue desviar un poco la Progress, con lo que colisiona con el módulo Spektr y provoca un escape de aire. La reacción inmediata es cerrar la escotilla del Spektr para que no se pierda todo el aire de la estación espacial. Por supuesto, también está la opción de desalojar la Mir en la Soyuz de emergencia, y también hay trajes espaciales, pero lo primero es casi dar por perdida la nave y lo segundo ya comentamos que es un proceso complejo y para nada compatible con la urgencia de no asfixiarse (y sin olvidarse de la Progress, que todavía podía dar más disgustos a la deriva por los alrededores).

Pero al tratar de cerrar la escotilla se encontraron con un grave inconveniente: la Spektr era uno de los últimos añadidos a la Mir y, aparte de más espacio e instrumentos para la observación de la atmósfera por sus espectros de absorción (Spektr significa ‘espectro’ en ruso), le aportaba una parte importante de la energía eléctrica disponible gracias a sus grandes paneles solares; lo malo es que ese aporte energético lo hacía con unos cables que pasaban a través del hueco de la escotilla.

No es momento para andarse con contemplaciones y los astronautas cortan los cables y cierran la escotilla casi a oscuras, porque con ello se ha perdido electricidad. En el bajón de energía, la estación espacial pierde la orientación y los demás paneles solares también dejan de funcionar.

Hay que parar el movimiento errático, para lo que realizan intentos ayudados por los propulsores de la cápsula Soyuz, y tras varias tentativas fallidas logran orientarla, que las baterías se recarguen y la Mir se reactive. Vuelve la paz (Mir) a la estación.

Pero durante la emergencia Vasili Tsibliyev sufrió problemas de corazón y fue sustituido en el mando por Michael Foale. También se ha dicho que en esas tensas horas el enfrentamiento entre unos y otros alcanzó cotas nunca antes vistas en el espacio, pero eso sólo lo saben ellos y, con el tiempo, las declaraciones oficiales reconocieron que por encima de todo se seguían manteniendo un aprecio personal del que sólo nace entre los que han compartido momentos de peligro que han superado unidos.

El 7 de julio otra Progress, esta vez sí automática, llega a la estación con más repuestos y suministros.

TODAVÍA PODÍAN FALLAR MÁS COSAS… Y SEGUIR EN MARCHA

Al final todo parecía hundirse cuando el ordenador de a bordo se negó a trabajar adecuadamente, pero ni por esas abandonaban la estación. El problema era que entonces los ordenadores no eran omnipresentes como hoy, y que además era un ordenador ruso, del que ya no se fabricaban unidades. Finalmente encontraron en un museo un hermano gemelo del mismo y lo subieron en la siguiente operación de mantenimiento.

Se pasaron nuevos cables, se trabajó en el exterior de la estación para tratar (sin éxito) de reparar los daños en la cubierta, y se recuperó la mayor parte de la operatividad exterior, excepto el módulo Spektr, cuyo interior, cumplidos ya la mayor parte de los objetivos de su instrumentación, era casi nada más que la «habitación» donde dormía el astronauta norteamericano, que perdió sus objetos personales en el accidente.

El 14 de agosto hubo cambio de tripulación y en el regreso de los tripulantes sustituidos los retrocohetes fallaron, por lo que no fue un aterrizaje suave, aunque lo pudieron contar.

Pero todo esto ocurrió más de cinco años después del fin de la vida útil de la Mir, y es que nadie en su momento pensó que pudiera aguantar tanto (y menos teniendo en cuenta los problemas que soportó).

LOS VIEJOS ROCKEROS NUNCA MUEREN

Después de esa mala racha todavía siguió operando varios años y viendo pasar tripulaciones (y turistas) por sus escotillas.

Una de las anécdotas curiosas de la Mir es que alguno de los tripulantes había subido con una nacionalidad y bajó con otra pues durante su estancia desapareció la Unión Soviética. Pero dice mucho de la profesionalidad y solidez de las personas e instituciones involucradas en esos momentos en el programa espacial soviético-ruso-kazajo (los últimos mantenimientos se lanzaban desde Kazajistán, una de las repúblicas ex soviéticas en Asia Central, donde está Baikonur, el principal cosmódromo civil), que en esos convulsos momentos en que la historia se retorcía de forma a veces caótica alrededor de sus vidas y sus familias no descuidaron en ningún instante el mantenimiento de la Mir.

Finalmente, cuando el 23 de marzo de 2001 se precipitó en el Pacífico, se perdió una nave que hasta el último momento había estado colaborando con los ingenieros, los cuales, en las últimas órbitas, se dedicaban a orientar sus paneles solares de cara o de canto frente al avance para aumentar o disminuir la fricción con la alta atmósfera y afinar al máximo el punto de caída, una zona en la que con tiempo de antelación se había restringido la navegación.

Esta vez circularon infinitas tonterías (ya existía internet) acerca de que iba a caer en mitad de París (un famoso peluquero hizo las maletas y se fue, eso sí, con mucha publicidad) y predicciones de que su descenso/advenimiento iba a provocar el fin del mundo.

Al menos nadie les puso una multa a los rusos por tirar «basura».