El primer desastre nuclear importante debidamente registrado fue el de diciembre de 1952 en Chalk River (Canadá) donde una avería de los elementos involucrados en el apagado del sistema y varios errores humanos desembocaron en un recalentamiento que llevó la producción de energía a un ritmo de más del doble de lo previsto para ese reactor. No llegó a haber fusión del núcleo, pero se produjo hidrógeno dentro de la vasija (veremos algo parecido en el caso de Harrisburg) y, lo peor de todo, la burbuja de hidrógeno explotó, dañó gravemente el núcleo y se escaparon sin control unos treinta kilogramos de material radioactivo (una cantidad parecida a la que inicialmente salió de Chernóbil). El resultado fue que miles de litros de agua irradiada acabaron en una charca provisional como último recurso para evitar que llegasen al río y a media Ottawa.
No hubo muertos ni irradiados, por pura suerte quizá, y en las labores de limpieza posteriores participó un ingeniero nuclear de la Marina estadounidense que se llamaba Jimmy Carter, el cual, un cuarto de siglo después, tuvo que soportar las repercusiones del desastre de Harrisburg desde el Despacho Oval de la Casa Blanca.
LUGARES ESPECIALMENTE PELIGROSOS
Ha habido varias fusiones parciales de núcleos, pero siempre en laboratorios experimentales preparados (más o menos) para esa situación. En Suiza, en un rincón del cantón de Vaud, hay una caverna sellada después de que uno de esos accidentes terminase bruscamente con los experimentos.