Muchos creen en la existencia de «la maldad intrínseca de la materia», que tiene una muestra muy clara en la desgraciada muerte de James Dean.
Se dice que la muerte de un hombre puede ser el inicio de su leyenda, pero en este caso comenzó la leyenda de su coche. James Dean se labró su gloria como actor en muy pocas películas, siendo apenas tres las que se pueden encontrar fácilmente hoy en día. Murió en 1955, en un accidente de tráfico conduciendo su Porsche Spyder 550, accidente en el que su mecánico, que le acompañaba en el otro asiento, sobrevivió con un brazo roto mientras que el ocupante del otro coche involucrado (fue un choque frontal) se rompió la nariz.
A partir de entonces Sara Montiel mantuvo que tenía parte de culpa en su muerte, pues habían pasado juntos una noche tórrida que debió dejar a Dean un tanto débil y mareado. Lo que sí es cierto es que su última foto es con Sara y comentó a quien la hacía algo como que todavía le temblaban las piernas por culpa de aquella española.
El también actor Alec Guinness tampoco tenía la conciencia tranquila pero, en su caso, era porque justo una semana antes del accidente le había dicho a James al ver su nuevo coche: «si coges este coche, estarás muerto la próxima semana». Le debió de parecer un modelo peligroso.
El caso es que fue un accidente fatal para James, y ahí despedimos a Dean, y sus cotorreos para seguirle la pista a lo que quedó de su coche, al que su dueño llamaba Little Bastard, el ‘Pequeño Bastardo’.
COMBATIENDO (A LA HUMANIDAD) DESPUÉS DE MORIR
Los restos de la carrocería del Porsche fueron llevados a una nave, donde se colocaron sobre un pedestal, que se cayó poco después cuando lo observaba un mecánico, rompiéndole ambas piernas. Luego fue exhibido por la policía de tráfico en una exposición sobre seguridad vial, pero la primera exhibición se canceló anticipadamente porque el edificio ardió por completo.
Todavía fue transportado de un lado a otro del país, exhibiéndose en diversas exposiciones de seguridad vial, pero se cayó del camión al paso de una población sobre un transeúnte (otro herido, otra muesca en su culata). Se volvió a caer en una autopista y provocó un accidente múltiple. En otro accidente falleció el conductor del camión. En otro transporte, estando aparcado, el freno de mano falló y el camión se estrelló él solito contra una casa.
Se va comprendiendo lo de «la maldad intrínseca de la materia», ¿verdad? Pues no estamos más que en la mitad de la historia. La carrocería fue robada en 1960 y, si ha seguido su campaña por la exterminación de la raza humana, lo ha hecho de forma anónima y discreta, aunque hay rumores de que los robots de Terminator están hechos con piezas de aquel Pequeño Bastardo.
Pero antes de todas esas correrías de la carrocería ya se habían vendido algunas de las piezas que estaban en buen estado a otros maniacos del motor. Concretamente se vendió el motor y la transmisión a William Eschrid, un médico que a su vez revendió la transmisión a su amigo Troy McHenry. En el mismo año 1955, ambos coincidieron en la misma carrera con sus dos coches que llevaban piezas del Pequeño Bastardo. El de Troy McHenry, con el motor de aquel Porsche, se estrelló y el piloto murió al salirse en una curva; pocos minutos después, en otro accidente quedó herido grave William Eschrid, en cuyo coche iba instalada la transmisión del deportivo de James Dean. Sus ruedas se montaron en otro coche que sufrió otro grave accidente cuando explotaron dos de ellas simultáneamente.
Por si había que terminar de demostrar que ese coche tenía «algo» muy especial, algún tiempo después del accidente original el acompañante de James Dean fue condenado a muerte por asesinato mientras que el hombre que conducía el otro coche, como nunca se había montado en el Porsche de James Dean, murió a una edad avanzada treinta años después.
Esto no es un desastre tecnológico, lo reconocemos, pero también es una muestra de que a veces no sabemos por qué ocurren las cosas y, sobre todo, es un caso claro en el que «no hay caso» pues, a no ser que se acepten los ¿principios? de la parapsicología, no se trata de una «causa» de varios accidentes, sino (para un ingeniero es bastante obvio) de un conglomerado de desgraciadas casualidades amplificadas por la publicidad, por el uso intensivo y documentado de aquellas piezas y por el seguimiento a largo plazo que se hizo de un caso salido de la prensa «rosa».