Introducción. Un problema cotidiano

Ya hemos hablado de volar como los pájaros (más o menos), más tarde hablaremos de los viajes interplanetarios, pero ahora sería el momento de poner los pies en el suelo y hablar de coches. Sin embargo, vamos a hablar muy poco de los coches.

—¿Cómo? ¡Pero si están llenos de averías!

Cierto, la mayor parte de las averías que nos afectan suceden en los coches, pero no es un caso claro de desastre tecnológico. Y no lo es por varias razones. Sobre todo por cuestión de números: si falla un transbordador espacial, están fallando a la vez «todos» los transportes espaciales en activo y, aparte de las consecuencias personales, eso es un problema muy general. En los casos de los aviones que hemos comentado, eran fallos que afectaban de forma generalizada a la mayoría de los ejemplares de un determinado modelo. Y, por último, tanto en lo hablado sobre aviones como lo que digamos de las naves espaciales eran fallos «inesperados» para sus diseñadores.

En los coches, por suerte, ni se dan casos de averías globales que afecten de forma significativa al transporte por carretera, ni se da casi nunca el caso de que sea un fallo «inesperado» para sus diseñadores. Porque la industria automovilística mundial es una maquinaria tan masiva y depurada, incluso desde sus primeros años, que no sólo siguen circulando innumerables Ford-T, sino que una gran marca puede controlar hasta el segundo decimal el comportamiento de un modelo de producción masiva y características como su fiabilidad y duración no son casuales, sino resultado de un diseño muy detallado, de la misma manera que se diseña su velocidad, su capacidad de frenada, su estabilidad o la comodidad de las plazas traseras.

Por supuesto, a veces hay sorpresas, pero son pocas.