Capítulo 12. El DVD

Como no me enseñaron la verdad, tuve que buscarla yo mismo, y descubrí la Verdad.

Atribuida a Albert Einstein

El DVD no nació para proporcionar al público un medio de reproducción de películas de alta calidad en casa y no murió (está en ello) por no conseguirlo o dejado atrás por nuevos desarrollos que satisfacían mejor las necesidades de los ciudadanos. El DVD nació para proporcionar a las distribuidoras una forma de vender las películas sin que los compradores pudiesen copiarlas como ya estaban haciendo con los vídeos VHS. En el momento en que los DVD dejaron de ser imposibles de copiar en el ámbito doméstico, la industria cinematográfica rescató del olvido la vieja idea de la televisión de alta definición, durante tanto tiempo postergada, para intentar recuperar la posición de privilegio que le otorgó durante unos pocos años una tecnología que se imaginó blindada ante las copias privadas. Lo mismo se puede decir del cine en tres dimensiones, que resurge justo en el momento en que los cines claman por más clientes, las ventas de Blu-Ray avanzan con mucha lentitud y surgen los primeros programas que permiten convertir las películas en ese soporte en ficheros informáticos fáciles de copiar y compartir.

Pero vamos a por qué el DVD es uno de los grandes desastres (comerciales) de la tecnología.

UNIDOS FRENTE A LOS CLIENTES

Después de las cruentas luchas de los años ochenta entre VHS y Betamax por la supremacía en el mercado de los videocasetes de uso doméstico (el Philips V2000 nunca pasó del nivel de tercero en discordia, pese a sus indudables ventajas técnicas frente a los otros dos), las distintas compañías tomaron la decisión de unir sus esfuerzos. No lo hicieron por vocación de servicio, sino para que en el siguiente avance tecnológico pudiesen mantener el control a ultranza sin depender de que alguien de la competencia, desesperado por sus malos resultados, decidiese vender algún nuevo «avance» que fuese demasiado ventajoso para sus clientes a costa de los intereses del resto de la industria.

La industria del entretenimiento estaba «muy» escaldada después de tener que renunciar quizá para siempre (también está el proceso en marcha) a sus jugosos porcentajes de ganancia por la venta de música. Aquello fue un problema cuando la gente empezó a copiar sus CD con las primeras grabadoras que equipaban los PC; eso ya alarmó a la industria discográfica hasta que se ha acabado convirtiendo en el actual desastre tecnológico del MP3: un algoritmo de compresión de música que ha cambiado toda una industria, propiciando que cualquiera pueda meter en máquinas pequeñas, baratas y robustas lo que la industria discográfica proponía a finales del siglo XX que siguiéramos escuchando en los lectores de CD portátiles, que gastan muchísima más batería, y dependen de discos frágiles y relativamente grandes. Los lectores MP3 son mucho más versátiles, los CD tienen ante ellos perdida la guerra, y el tardío intento de las distribuidoras de música de por fin venderla en el formato en que la quiere la gente quizá ha llegado tarde: en el arranque del siglo XXI los músicos viven de las actuaciones en directo, no de la venta de discos.

En el lado del cine, por entonces Sony ya había tenido que defenderse en un juicio en el que le acusaban de que el sistema Betamax permitía a cualquier particular copiar una película o grabarla de la televisión sin pagar derechos de autor, aunque se defendieron diciendo que, en último extremo, la copia tenía menos calidad que el original y las copias sucesivas darían resultados de muy baja definición. También alguien ya había dicho que sacar el CD al mercado había sido un error, pues dejaba en manos del público el «master» de la obra musical y ahora se podían hacer infinitas copias del original sin siquiera la pérdida de calidad que antes suponía pasarlo a casete.

Había que hacer algo sin repetir pasados errores y a la hora de la verdad se presentaron sobre las mesas de reuniones los desarrollos, por un lado, de Sony y Philips (padres del CD y, en el caso de Sony, camino de ser una de las mayores productoras de cine del planeta), con su MMCD y, por otro lado, Toshiba, Matsushita y Time Warner con su propuesta, que llamaban SD.

Es importante el detalle de que en todas estas iniciativas en primera fila estaban, al lado de las empresas tecnológicas, las grandes productoras de cine: era una llamada del mundo del cine al de la tecnología para conseguir un planteamiento que les permitiese vender las películas a otros clientes aparte de los que hacían cola en las taquillas de los cines, pero siempre resguardando el negocio frente a las copias privadas.

Más adelante, uniendo los esfuerzos de otras compañías, entre ellas el muy llamativo nombre de IBM, terminaron formando el DVD Consortium y, más adelante, el DVD Forum, hoy en día una organización con centenares de miembros. En 1995 anunciaron el futuro: el DVD.

LA DICTADURA DEL MONOPOLIO

Este consorcio tomó bastantes decisiones, alguna de ellas muy significativa. Por ejemplo, al principio pretendieron que no se comercializasen equipos grabadores de DVD. En poco tiempo, por presiones diversas, tuvieron que admitir que se podían desarrollar sistemas de grabación porque, ante la ausencia de una postura común, empezaron a aparecer diversas normativas de grabación (DVD-R, DVD-RAM, DVD-RW, DVD+RW) con una compatibilidad sólo relativa entre unos resultados y otros. No obstante, el DVD Forum consiguió al principio, por lo menos, que la capacidad de los discos grabables fuese inferior a la del DVD comercializado con películas grabadas, para evitar que se pudiese copiar uno en otro. Hay que recordar que en esos años los discos de los ordenadores no tenían capacidad para guardar en ellos un fichero de cuatro gigabytes, por lo que si una película salía del DVD, se suponía que sólo podía ir «a otro» DVD o a una cinta magnética digital, que era una técnica que apenas se había difundido en el mercado doméstico fuera de Japón.

En 1997 aparecieron los primeros lectores y grabadores para PC, con el objetivo de servir de elemento de almacenamiento masivo (por entonces el tamaño de los discos no era mucho mayor que el del DVD y este representaba una buena opción para las copias de seguridad). La industria cinematográfica todavía se las prometía muy felices, porque los discos magnéticos disponibles seguían sin tener capacidad ni precio como para almacenar películas de forma competitiva y no parecía que ese panorama fuese a cambiar en un futuro próximo. En realidad, una película en DVD ocupa cuatro gigabytes no porque necesite todo ese espacio, sino porque su codificación está artificialmente hinchada para que no sea sencillo copiarla a un disco de menos capacidad.

Además, y eso parecía determinante, todas las películas que se comercializaban portaban un par de protecciones especialmente interesantes: las «zonas» y el «Content Scrambling System» (CSS).

PONER PUERTAS AL CAMPO

Con la división por zonas, las productoras de cine conseguían crear fronteras artificiales. Cuando los usuarios ya se alegraban por anticipado de la desaparición de los problemas derivados de las codificaciones del color (con el sistema NTSC para los americanos, el PAL para la mayoría de los europeos y el SECAM para franceses y rusos) los lectores de DVD, que en teoría podían leer cualquier película y la mostrarían en el sistema de color televisivo de cada país, quedaban divididos por zonas y no podía venirse de Francia o Estados Unidos trayéndose una película entre las cosas compradas allí durante el viaje. Las zonas reedificaron las fronteras con el objetivo de poder controlar cuándo se estrenaba una película en cada sitio y que nadie en Europa viese los estrenos de Hollywood hasta que la correspondiente productora decidiese que era el momento comercialmente oportuno.

EL CIFRADO, CLÁSICA TÁCTICA FRENTE AL ENEMIGO

Con la segunda protección, el CSS, es con lo que evitaban que nadie pudiese copiar la película a otro formato. Funciona de la siguiente manera: la película, dentro del DVD, está cifrada, encriptada, bajo clave. Sólo sabiendo la clave el programa del aparato lector de DVD puede sacar del disco la película, descifrarla y mostrar el resultado en pantalla. Así pues, se le dio una clave de descodificación a cada fabricante reconocido de equipos lectores de DVD como una forma de controlar que nadie hiciera un reproductor que, por ejemplo, no hiciera caso de las limitaciones de zonas o cualquier otra protección que se le ocurriese a la industria cinematográfica para salvaguardar sus intereses. Cada fabricante tenía la responsabilidad de guardar en secreto su clave, por cuya obtención había pagado una fuerte suma de dinero, y que representaba su derecho a fabricar equipos relacionados con los DVD.

Cada disco DVD comercializado tiene, además de la película por la que pagamos, las alrededor de cuatrocientas claves de las empresas fabricantes reconocidas previstas por el DVD Forum. El software del CSS, incluido en cada lector de DVD, tiene la clave del fabricante de ese equipo lector y, si es uno de los reconocidos, no tiene ningún problema para descifrar la película y mostrárnosla en pantalla. Con eso, cada fabricante (de electrónica o de programas) relacionado con el DVD sabe «su» clave, fabrica y distribuye «sus» productos y estos leen los DVD. Controlando la distribución de esas claves se podía restringir a qué fabricantes se les otorgaba el derecho a leer los DVD y a la postre controlar de esa manera el cumplimiento de cualquier restricción que la industria, representada por el DVD Forum, quisiese aplicar al mercado.

«CLAVE» ES «LLAVE»

Tenían la sartén por el mango y, como consecuencia, los precios de los DVD eran muy superiores a los de las cintas VHS que contuviesen la misma película, pese a que para fabricar una cinta de vídeo hay que grabar varios cientos de metros de cinta magnética fina y delicada, montada en un casete que incluye una docena de piezas móviles y el DVD, por el contrario, se graba de un golpe de plancha en un disco de plástico barato y más robusto que la cinta.

Por esos mismos años, Digital Equipment Corporation, uno de los mayores fabricantes de ordenadores pero en plena barrena comercial por su poca visión de futuro como ya hemos comentado, había vendido a Intel sus patentes de diseño y fabricación de microcircuitos de silicio y, por primera vez en mucho tiempo, se quebró la Ley de Moore que dice que cada par de años, más o menos, se duplica la velocidad de proceso de los sistemas: en un par de años Intel pasó de velocidades de cincuenta a setenta y cinco megahercios a velocidades superiores a ochocientos megahercios. Esos avances permitían que un procesador de propósito general, que pocos años atrás apenas podía con las operaciones de una hoja de cálculo no muy grande, ahora sin mucho esfuerzo era capaz de descodificar una película a velocidad real y mostrarla en la pantalla con una calidad muy aceptable.

En algún momento de los años 1997-1998, alguien llegó a la conclusión de que, ya que había lectores de DVD para PC, también se podían desarrollar programas visualizadores de las películas para que los PC pudiesen descodificarlas y sus propietarios pudiesen verlas en las pantallas de sus ordenadores, cosa que en aquellos años era una novedad revolucionaria. Pero se decidió que sólo se harían programas descodificadores para el sistema operativo Windows, y nunca para Linux, puesto que Microsoft era una empresa de confianza pero Linux, con su filosofía de programas gratuitos y compartir todo lo que se encuentra, no parecía tan controlable. A las productoras de cine Linux les debía parecer el Anticristo.

ALGUIEN DE FUERA DEL SISTEMA

Esa decisión fue el principio del fin para el DVD. Porque en esa situación, un noruego llamado Jon Lech Johansen, junto con algunos amigos con los que formaban el grupo MoRE (Master on Reverse Engineering), decidieron cubrir el hueco y desarrollar por su cuenta un visualizador de DVD para Linux. Eso es algo que no estaba prohibido (lo mismo que no está prohibido copiar la fórmula de la Coca-Cola®, si se consigue), puesto que se creía que sin la clave no podrían avanzar, además de tener que programar la interpretación de la información de imagen y sonido, tarea a priori compleja. La industria quizá consideró que era un reto fuera del alcance de quienes no contasen con los medios de las grandes empresas, y esas grandes empresas ya tenían firmados sólidos compromisos de no hacerlo sin la aprobación del DVD Forum.

Por supuesto, la mayor dificultad era encontrar una de las cuatrocientas claves válidas, pero los del MoRE no tuvieron que esforzarse demasiado, porque una de las compañías reconocidas, Xing Technologies, no había tomado la precaución de cifrar la propia clave de descifrado, con lo que al analizar el programa que comercializaban la encontraron legible y utilizable. De hecho, como descubrieron que era una clave de sólo veinticinco bits significativos, se tomaron la molestia de buscar, a base de intentos aleatorios, otras claves diferentes y encontraron ciento setenta que también eran válidas. Más adelante Jon Johansen declararía que no entendía cómo se había pagado tanto dinero por una chapuza como el CSS. Quizá los del DVD Forum confiaron más en el secreto que en la potencia de los mejores algoritmos de cifrado y no cuidaron bien su secreto. Siguiendo el comportamiento habitual en el mundo del «software libre», los del MoRE terminaron su visualizador para Linux y lo publicaron en internet, junto con sus fuentes y, en ellas, las claves «secretas» que abrían para siempre las puertas de los DVD. Habían pasado cuatro años desde que se anunció el DVD y apenas dos desde que se empezaron a comercializar las primeras películas en ese formato.

EL GIGANTE ESTÁ HERIDO DE MUERTE

El resto fue como fichas de dominó puestas de pie, en fila, cayendo todas al empujar la primera. De nada sirvió que la Policía noruega entrase en el domicilio de Jon Johansen a detenerle por su supuesta fechoría (por cierto, no habíamos mencionado su edad: tenía por entonces dieciséis años), porque el daño ya estaba hecho y, además, la justicia noruega terminó sacando la conclusión de que no había hecho nada ilegal.

La industria cinematográfica, por supuesto, no alentó la difusión de esas informaciones y todavía disfrutaron de unos años de prosperidad, pero ese barco tenía una vía de agua que no podían achicar y desde entonces infinidad de programas han circulado para convertir una película comercializada en DVD en un fichero con la definición y tamaño que se quiera, susceptible de grabarse en un CD, en otro DVD, compartirse en las redes P2P o, más recientemente, meterse en los discos multimedia que almacenan cada vez más películas. Desde entonces todo han sido nuevas y cada vez más graves vías de agua.

LOS ABOGADOS DANDO LA PUNTILLA A SU CLIENTE

En algún momento de esas batallas legales hubo un juicio en California en el que se acusaba a un exempleado de la industria del cine de haber trabajado en el desarrollo de los programas que descodificaban las películas de los DVD y, para apoyar sus argumentos, los abogados de la acusación presentaron al juez los programas originales de sus clientes para que comprobase su señoría lo parecidos que eran a los programas que circulaban por internet facilitando las copias.

No hubiese sido algo digno de recordar salvo por el detalle de que aquella oficina judicial estaba muy tecnificada (por eso «entendía» de temas tecnológicos) y lo siguiente que hizo el juez fue poner en internet las pruebas de un juicio que era público. Como los abogados no habían marcado como «confidencial» los programas de su cliente, desde entonces las claves siguen circulando por internet.

Se intentó patentar el código y protegerlo de mil maneras, pero se hicieron pancartas con el código impreso e incluso alguien llegó a fabricar camisetas y corbatas para defender que era algo público, conocido y decorativo: tan patentable como la Estatua de la Libertad.

LA MAGNETORRESISTENCIA GIGANTE ENTRA EN LA BATALLA

Y, en el entreacto de este drama, los recientes avances en la capacidad de los discos magnéticos han tenido como consecuencia una inesperada multiplicación de su capacidad, una disminución de su precio por gigabyte, que nos familiaricemos con el término «terabyte» y que al francés Albert Fert y al alemán Meter Grünberg se les concediese el Premio Nobel de Física en 2007 por su descubrimiento de la «magnetorresistencia gigante», que es lo que hizo posibles esos avances en el almacenamiento magnético (y que parece que no serán los últimos que veremos en este campo: se habla de técnicas que todavía multiplicarán por diez o por cien las capacidades de almacenamiento de los días en que escribimos estas líneas). Era el complemento que faltaba para que los ordenadores domésticos pudiesen competir con los videoclubs.

Poco más de diez años después de su nacimiento, el DVD estaba descifrado, copiado y sus contenidos distribuidos de forma masiva fuera de los canales aceptados por la industria, que era la que había distribuido las películas en el formato más apropiado para que se pudiese copiar con gran calidad. Como consecuencia, las ventas de películas bajaron en picado sin que los descensos de precios hayan evitado el desastre. ¿Dónde quedó esa utopía de las productoras de controlarlo todo, incluido el precio?

El siguiente movimiento de la industria (alta definición, cine en 3D, etc.) todavía está en este momento por dar todos sus frutos, pero con gran lentitud puesto que para las familias supone renunciar a los discos multimedia, cambiar televisiones y lectores (a altos precios) para, a continuación, volver a comprar (también a precios disuasorios) las películas que ya adquirieron en DVD cuando las distribuidoras decían que era el formato definitivo. Además, los programas para convertir películas comercializadas en Blu-Ray a ficheros de ordenador no tardaron demasiado en aparecer.

Y todo porque no quisieron crear un visualizador de películas DVD para Linux y un chaval de dieciséis años, fuera del control de la industria, se puso manos a la obra para resolverlo.