No nos referimos a lo de 1492. Aquello no tuvo nada de tecnológico, tal como entendemos hoy la tecnología (aunque fue una de las primeras guerras en las que se utilizaron cañones como artillería). Hablamos de cuando en octubre de 1983 los norteamericanos (presididos entonces por Reagan) se hartaron de las declaraciones del gobernante de esa isla homónima caribeña. Era un tal Maurice Bishop, que había llegado al puesto por el tradicional método del golpe de Estado, y cuyo discurso, de corte marxista-leninista, hacía temer (o desear, según la ideología de cada cual) que se implantase un régimen al estilo cubano.
Como ya había una Cuba en el Caribe, y dos eran demasiadas para Estados Unidos, invadieron con fuerzas de tierra mar y aire la islita y en unos días la conquistaron, pusieron un gobierno no comunista y hasta hoy. Lo llamaron «Operation Urgent Fury».
Pero ¿dónde está el desastre? Porque ganaron, ¿no? El desastre queda a la vista en lo que fue más bien una anécdota, pero muy jugosa. Vamos a ello.
MUCHOS Y MAL AVENIDOS
El caso es que los sistemas informáticos de los Rangers, Delta Force, la Marina y demás fuerzas involucradas por el lado norteamericano estaban muy evolucionados, sobre todo para evitar tener que dar esas típicas escenas de un oficial vociferando por la radio órdenes del tipo «¡atacad por el flanco norte de una **** vez!» en unos tiempos en que todas las comunicaciones de radio se podían interferir, las voces simular por medios electrónicos, etcétera.
Ahora todo va cifrado, y así se sabe quién ha dado una orden con plena seguridad y, de paso, se ahorran los gritos y los tacos. El problema está en que para entender una orden primero hay que saber descifrarla y, para eso, el que la ha cifrado tiene que estar de acuerdo con el que la va a descifrar. Sin embargo, como en la «guerra de Gila», los sistemas informáticos de la Marina no se hablaban con los de los Rangers.
Soldados norteamericanos durante la operación «Urgent Fury».
Lo de «guerra de Gila[7]» y sus geniales actuaciones utilizando el teléfono como cómplice no es una alusión gratuita, sino que viene muy al caso, como se verá a continuación. Llegó un momento en el que los Rangers (paracaidistas de la 2.a y 3.a brigadas de la 82.a División Aerotransportada) estaban en los alrededores de Saint George, la capital, machacados por los últimos granadinos (ayudados por cubanos con armamento ruso, según los informes norteamericanos) que, desde una colina, carecían de la amabilidad de permitirles seguir avanzando. En una situación así, el oficial al mando de la tropa hace una llamada para pedir apoyo aéreo, un bombardero suelta una bomba en el nido de ametralladoras enemigo y seguir el avance. Pero no había manera: el oficial llamaba a sus superiores una y otra vez y desde el centro de mando le decían que no conseguían establecer comunicación con el otro centro de mando del que dependía el avión de apoyo. Se dice que el oficial incluso transmitió los números de identificación de los aviones que estaban sobrevolando la zona.
¿Nos lo podemos imaginar?: «Que le digáis al piloto del avión modelo tal, número cual, que suelte una bomba en la colina que tiene justo debajo, en las coordenadas tales…». Como en la «guerra de Gila». Pero cifrado.
NUNCA SALGA DE CASA SIN SU TARJETA DE CRÉDITO
Al final, la solución fue tan chusca como la siguiente: el oficial de la 82.a División Aerotransportada dejó a sus chicos atrincherados frente a la colina, echó a andar y retrocedió unas manzanas dando un paseo hacia el centro de la ciudad hasta encontrar una cabina telefónica, introdujo su tarjeta de crédito, obtuvo línea, y llamó a su cuartel en Fort Bragg, Carolina del Norte, desde donde, por fin, ya hablando con sus superiores, le conectaron vía satélite con el centro de mando de la Marina en el norte de la isla y pudo pedir que el C-130 cuyo número de serie estaba incluso viendo desviase su rumbo para atacar la colina «enemiga» y poder proseguir con la gloriosa invasión de Granada.
LAS DIFICULTADES DE SABER DÓNDE PARAN UNOS ADOLESCENTES
Por supuesto, por llamativa que sea la anécdota, no es más que la punta de un inmenso iceberg: desde el primer victorioso día se sucedieron los malentendidos en esa primera «gran» operación de fuerzas combinadas que emprendían los norteamericanos desde lo de Vietnam: paracaidistas que a la hora de equiparse no tienen paracaídas (de emergencia) para todos o que aterrizaban donde no era, tropas de élite que tenían que utilizar planos turísticos para llegar a los enclaves estratégicos (los planos militares los habían enviado en papel y no llegaron a tiempo, porque no tenían canales seguros para enviarlos por línea digital[8]), una operación de rescate de unos estudiantes norteamericanos (siempre hay unos inocentes ciudadanos norteamericanos cuyo rescate justifica algo) que no estaban donde decía la CIA y que hubo que localizar siguiendo las indicaciones de otros estudiantes acerca de dónde solían reunirse, un temible equipo SEAL que va acercándose a la costa con sigilo, al amparo de la oscuridad de la noche, en una motora a la que se le cala el motor y queda once horas a la deriva… Si eso fue una gran victoria, cómo serán las derrotas.
Al menos aprendieron una cosa: la tecnología puede ser un arma de doble filo. Y lo de Granada se podía considerar un pequeño entrenamiento, porque cuando años después invadieron Irak la exhibición tecnológica que mostraba la CNN era como para apabullar al más despistado: lo de la tecnología definitivamente se lo habían trabajado.
ONDAS ELECTROMAGNÉTICAS EMBARULLADAS
Pero entretanto tuvieron otro tropiezo sonado, aunque no todo el mundo se enteró: cuando tres años después los F-111 norteamericanos bombardearon Libia, uno de ellos se estrelló derribado por las comunicaciones y radares propios.
Las interferencias de tantos radares, comunicaciones, guías de misiles y partes meteorológicos que transmitían esas hipersofisticadas máquinas provocaron un «batido de ondas», nombre más técnico de lo que parece, pues así se denomina al hecho de que si dos frecuencias no muy diferentes, por ejemplo (en la banda de ondas sonoras, para que lo visualicemos mejor) de mil y mil cien hercios, nada más dos pitidos desde el punto de vista de nuestros oídos, suenan a la vez en la habitación y se dan las circunstancias adecuadas de potencia de una y otra, lo que sucede es que podemos llegar a oír otra frecuencia, que nadie ha puesto allí, de cien hercios o, en otras palabras, oímos un zumbido por la diferencia de las dos ondas.
Fue en el desierto, lejos de cámaras y periodistas, así que se tardó bastante en tener el informe, pero era claro: cuando ya regresaban de soltar sus bombas en una fábrica de fertilizantes que producía armamento (e informatizada por una empresa española, por cierto), su radar, junto con el resto de ondas de radio de tantas diferentes frecuencias y potencias, provocó un batido de ondas cuyo resultante estaba en la banda de frecuencias del altímetro, el cual lo interpretó como que iba a mayor altura de lo que realmente estaba, y el avión, automáticamente, bajó unos metros más de la cuenta (y ya volaban todo lo bajo que era posible para evitar los radares libios), siguió bajando y no regresaron a la base.
El resto es secreto. Pero, lo dicho: la tecnología, como arma, tiene doble filo, y este es muy afilado.
El General Dynamics F-111 Aardvark, un avión de ataque táctico e interdictor de medio alcance que se usa para misiones de bombardero estratégico, reconocimiento y guerra electrónica en sus distintas versiones.
EL BARULLO SE ALEJÓ DICIENDO: VOLVERÉ
Por supuesto, el origen de este tipo de problemas, lo mismo que en el caso del Apollo I, fue que los sistemas de la Marina, de la Fuerza Aérea y del Ejército de Tierra se adquirían por separado en los Estados Unidos, cosa que terminaron unificando.
Pero en Europa tenemos la OTAN, que no sólo no tiene unificadas sus adquisiciones (excepto para el cuartel general), sino que depende de las adquisiciones de cerca de treinta países independientes y soberanos, los cuales, a su vez, no sólo carecen (la mayoría) de ingenierías militares unificadas, sino que poseen suficientes diferencias en sus organizaciones internas como para que «un batallón» no signifique lo mismo en todos los ejércitos, más allá de traducciones.
Es por eso por lo que las maniobras conjuntas se suceden con regularidad, y por lo que las maniobras más discretas, esas en las que no se dispara un solo tiro, son las más importantes: no llegan a la prensa, pero en ellas unas fuerzas muy tecnificadas se pasan unos días muy intensos en unas praderas apartadas, comprobando que los conectores de sus aparatos son compatibles unos con otros, que las frecuencias son las que se esperan, que los códigos se descifran cuando es debido y no cuando no se debe, que se pueden comunicar unos con otros; en suma, que es algo que no se puede suponer con tanta facilidad como el valor.