Comparado con la seriedad intrínseca del capítulo anterior, esto no pasa del nivel de anécdota, pero viene bien para despertar una sonrisa. En los albores de los ordenadores personales, había múltiples modelos, todos diferentes e incompatibles entre sí. Podemos recordar que en aquellos años se vendían sistemas operativos para ordenadores personales con nombres como MS-DOS, CP/M, TURBO-DOS, MULTIPLE OS, MP/M, SYSTEM-V, XENIX, RIO, DS/DOS, OS/2, etc. Eso hoy parece absurdo, pero estamos hablando de cosas del siglo pasado; de aquello sólo quedaron dos vencedores: el PC y el Mac, con sus propios sistemas operativos, y con Google intentando recientemente meterse en el lío con su Android. Pero en los primeros años ochenta había una docena de sistemas diferentes, con arquitecturas más o menos brillantes. Eso duró hasta que IBM dio un puñetazo en la mesa y puso en posición de «firmes» a la mayoría de los clientes.
En aquella época hay que recordar que IBM sola vendía quizá el doble que todos los demás fabricantes de ordenadores juntos (midiendo el negocio en dólares, no en número de máquinas, porque las suyas eran especialmente caras). Es una cifra difícil de contrastar, pero es seguro que esa era la percepción de los mercados. Por lo tanto, cuando IBM decía que en el futuro las cosas iban a ser de una determinada manera, nadie dudaba de que la mayor parte del mercado iba a seguir esa tendencia con mucha más disciplina que cuando Coco Chanel decretaba que las faldas subirían o bajarían unos centímetros en el siguiente otoño.
Y en 1980 IBM decretó que el ordenador personal del futuro era el suyo, del que publicó todas sus especificaciones y que iba a empezar a vender antes de dos años.
Lo siguiente que sucedió es que los clientes esperaron a IBM para comprar sus ordenadores personales en lugar de embarcarse con otros fabricantes en inversiones de dudoso futuro y, por otro lado, los de la competencia empezaron a intentar fabricar ordenadores que funcionasen igual que los de IBM, pero más baratos: era la moda de los «compatibles» y los «clónicos».
LAS PRIMERAS COPIAS PIRATA
IBM se defendió de los «compatibles» y de los «clónicos» de muchas maneras, una de ellas fabricando programas que sólo funcionaban sobre los PC legítimamente fabricados bajo su marca. Eso lo consiguió haciendo que sus programas comprobaran que el microcódigo del ordenador fuese el de IBM y, si no era el caso, no hacían más que poner pegas para funcionar. Pero resulta que IBM no había patentado ni los disquetes, ni las memorias ni los procesadores, fabricados por otras empresas, y existían incluso desde antes de que IBM lo pusiera todo junto en el primero de sus PC, pero sí que había patentado el microcódigo, ese programa que desde la placa principal del PC gobierna cómo un ordenador arranca y lanza el sistema operativo: en cierto modo es lo que dirige el ordenador en un principio y define su funcionamiento general. Muchos lo llaman anteponiendo el tipo de circuito electrónico en el que se almacena, que suele ser memoria de sólo lectura: la ROM-BIOS (Read Only Memory-Basic Input Output System).
No era demasiado difícil hacer «otro» microcódigo que funcionase más o menos igual, e incluso mejor, pero como el de IBM estaba protegido por todas las leyes que se acordaron de echarle encima, lo que no podían hacer era copiarlo, y si les ponías ese «otro» microcódigo a tu PC, los programas clave no te funcionaban (sobre todo el intérprete de BASIC, el elemento que permitía ejecutar los programas que otros estaban programando para el PC de IBM).
Hasta que alguien se dio cuenta de que la comprobación que hacían esos programas era tan frágil como leer el nombre de esa versión del microcódigo, en cuya primera línea ponía «THIS IS THE IBM PC», y comprobar que allí dijese «IBM PC». Así de simple: leían el microcódigo y si ponía «IBM PC» en las posiciones correctas seguían funcionando; si no, pues nada que hacer.
La siguiente generación de ordenadores «compatibles» llevaba un microcódigo, desarrollado por la empresa Minta y vendido en masa a todos los que quisieron comprárselo, que empezaba declarando solemnemente que ese «no» era un ordenador de IBM o, en sus propias palabras: «THIS IS NOT IBM PC». Y, como ponía «IBM PC» en el lugar correcto de la primera línea de la ROM-BIOS, los programas funcionaban. Y como lo que decía era cierto, no les pudieron demandar, porque habían patentado y protegido muchas cosas, pero no habían patentado esas posiciones de la primera línea de su memoria.
Todo aquello fue una anécdota nada más, pero fue el principio del fin de aquella IBM que regañaba a los clientes si no le compraban suficientes equipos, que todavía dirigía con mano de hierro la informática de toda la segunda mitad del siglo y que gozaba de una situación de privilegio igual, si no superior, a la que después disfrutó Microsoft y hoy en día Google. A partir de aquello, los fabricantes de ordenadores personales baratos se hicieron con la mayor parte de ese mercado y a continuación una gran parte del proceso de datos de las empresas se empezó a hacer en esos ordenadores personales en lugar de en los ordenadores centrales. Estos últimos eran muy rápidos, pero cada vez que les pedías algo a los del Departamento de informática te contestaban que «no» o para hacerte caso te daban unos plazos de meses. Así que cada vez más, una parte del presupuesto de informática no iba a los grandes ordenadores que habían hecho inatacable a IBM, sino a suministradores de ordenadores personales baratos importados de alguno de los «Dragones de Oriente» (Taiwán, Singapur, Malasia, Corea, etc.), e IBM empezó a perder poder por culpa del éxito imparable de un invento suyo.
Hasta llegar al día de hoy, en el que IBM sigue siendo de los grandes, pero ni una sombra de lo que fue. Y no fabrica ordenadores personales.