Capítulo cinco

Nos dirigimos al sur atravesando el pueblo, pasamos por delante del colegio, de la herrería y de las numerosas casas, incluida la mía, que forman el límite de la aldea. La tierra va cubriéndose de alta hierba en algunas zonas hasta que por fin entramos en el bosque. Normalmente no cazo por el sur, ya que es más pantanoso, más húmedo, y las presas más grandes se concentran en las zonas secas. El suelo está cada vez más blando a medida que avanzamos, pero ha llovido poco estos días y por eso no nos hundimos en la tierra pastosa. Cuando llegamos a los bastos matorrales que ocultan el lago, Emma me agarra por el brazo y tira de mí para detenerme.

—Por aquí —me dice, moviéndose hacia la derecha.

—Está justo delante, al otro lado de los arbustos.

—Lo sé, pero las vistas son mejores si subes la colina.

—¿Las vistas? No hay vistas.

—Ten confianza, Gray, ten confianza.

Entonces, sin esperar a ver lo que hago, se mete entre los árboles y arbustos de la derecha, sin un sendero que la guíe. Se sube el vestido hasta las rodillas, y yo me quedo mirándole las piernas mientras ella pasa por encima de troncos caídos y rocas. Avanzamos despacio por una pendiente que no deja de subir. A lo mejor sí que hay vistas, al fin y al cabo.

Cuando salimos de los árboles, casi pierdo el habla. Estamos en una colina que domina el agua. Desde este ángulo, el lago parece pequeño y estrecho, y la parte más delgada se alarga hasta perderse de vista detrás de otra cima. Nos rodean campanillas de tallos altos y gruesos que me llegan hasta las caderas. De ellos cuelgan delicados pétalos morados que se agrupan y bailan con la brisa. La zona meridional del Muro apenas se ve a lo lejos.

Emma me conduce por ese prado, hacia una roca solitaria de la ladera. Las flores moradas casi le llegan a los hombros, pero trepa para librarse de ellas.

—Antes venía mucho con mi tío —me explica mientas nos acomodamos en la piedra—. Casi todos los días. Al menos hasta que…, ya sabes. Yo tenía nueve años cuando lo perdimos. Hacía años que no volvía por aquí.

—Es precioso. Y, para serte sincero, parece mucho más pequeño desde este ángulo. Casi entiendo por qué dijiste que era una laguna.

—¿Ves?

—Sí, bueno, no deja de ser un lago. Solo intento ser amable.

—Ah, claro —responde, suspirando—. Debe de costarte mucho.

—A pesar de lo que pienses, no soy mala persona, ¿sabes?

—¿No fue malo lo que le hiciste a Chalice?

—Eso es distinto.

—No deja de ser malo.

—Vale, de acuerdo, no soy una mala persona por naturaleza.

—Te lo concederé por ahora —responde mientras arranca un puñado de hierba y la suelta para que vuele con la brisa—. Bueno, ¿por qué lo has hecho? —pregunta, mirándome. A la luz del sol parece de verdad que llora, la marca de nacimiento bajo el ojo refleja la luz como si fuera una lágrima—. ¿Por qué has sido sincero sobre el emparejamiento?

No sé muy bien cómo responder a su pregunta. Hay explicaciones de muchos tipos: no quiero ser padre; odio la formalidad de la asignaciones; la quiero a ella, pero no si es por obligación…

—Porque… estabas siendo sincero, ¿no? —añade al ver que no respondo—. No irás a intentar atacarme después, ¿verdad? Soy más fuerte de lo que parezco. Todos creen que soy una criaturita amable y cariñosa porque curo con mis manos, pero también puedo ser enérgica en caso necesario.

—Eso he oído —comento, entre risitas—. Y sí, estaba siendo sincero.

Me echa de nuevo esa mirada, la misma que en la clínica. Sigo sin saber interpretarla.

—Odio las asignaciones —dice.

—Y yo.

—¿Con cuántas has cumplido?

—Mejor no te lo cuento. —Podría contarlas con los dedos de las dos manos y, a pesar de que hace mucho tiempo que no duermo con nadie, el número sigue siendo mayor de lo que me gustaría reconocer ante ella—. ¿Y tú?

—Solo una —responde; de modo que los rumores se equivocan: Emma aceptó una asignación—. ¿Te acuerdas de Craw Phoenix? —pregunta.

Asiento con la cabeza. Los perdimos en el Rapto hace aproximadamente un año y medio.

—Me gustaba —sigue diciendo—. Y quiero decir que me gustaba de verdad. Y fue muy amable ese mes, así que, por algún motivo, creía que duraría y que tendríamos algo. No sé el qué. Fui una estúpida. Quería seguir asignada a él, pero supongo que el sentimiento no era mutuo. Dos semanas después estaba saliendo con Sasha Quarters y después desapareció del todo.

—Todos desaparecemos del todo al final —comento—. En parte también lo odio por eso. No veo de qué sirve programar esas cosas y moverme de un lado a otro. Solo tendré dieciocho años de vida. Preferiría encontrar algo bueno, algo cómodo, y conservarlo.

—¿Te refieres a estar con una sola persona? —pregunta ella, esbozando una media sonrisa—. Vamos, ¿más allá de lo que dura una asignación?

—Olvídate de las asignaciones, imagínate que no existen, que no hay reglas, que no hay Barro Negro. Y después, sí, piensa: una persona. Para siempre. ¿Te parece raro?

Guarda silencio por un momento. Sé que es una pregunta extraña, completamente hipotética y descabellada, y por un segundo temo que vaya a reírse de mí.

—Algunos halcones se emparejan de por vida, ¿lo sabías? —dice.

Se muerde un labio y mira hacia el agua. Es como una ola de plata helada en la tierra, como si el valle sangrara líquido azul y lo derramara en sus profundidades.

—¿En serio?

—Sí, los de cola roja. Mi tío y yo los veíamos aquí todos los años. Siempre regresaban, siempre las mismas parejas. Si los pájaros eligen un compañero para toda la vida, ¿por qué no podemos nosotros?

Me siento tonto un instante. Me he pasado muchas horas en el bosque cada día y nunca me había fijado en ese detalle de los halcones. Aunque tampoco es que fuera buscándolo.

—Puede que algunos animales se emparejen de por vida y otros no —digo—. A lo mejor no estamos hechos para ser como los pájaros.

—A lo mejor sí.

Está tan guapa ahí sentada, retorciendo briznas de hierba entre los dedos… Me pregunto si seremos los únicos que desean algo así, que preferirían no hacer caso de los emparejamientos y procedimientos, y decidirse por lo que los hiciera sentir mejor. En fin, otra vez estoy pensando con lo que siento en el pecho en vez de con la cabeza. Si fuésemos como los pájaros, nos extinguiríamos en cuestión de décadas cuando desaparecieran todos los hombres. Aun así, desearía que fuera posible, desearía ser un pájaro, que Emma también lo fuera, y volar lejos de aquí sin mirar atrás.

—Está claro que no te pareces en nada a él —dice Emma; la frase me saca de mi ensimismamiento y me doy cuenta de que me está mirando fijamente, de nuevo con esa cara de curiosidad que no sé descifrar—. A Blaine —aclara.

—Lo sé, lo sé, él es amable y responsable, y yo soy imprudente. Él se piensa bien las cosas y yo reacciono.

—Sí, ya, pero no creo que eso tenga que ser malo. Puede que sea mejor reaccionar, no pensarlo todo demasiado. Si fuésemos salvajes y libres, como los pájaros, tú sobrevivirías. Blaine seguramente no, estaría demasiado ocupado intentando agradar a todo el mundo y conseguir que todo fuese justo.

—Eso me hace parecer muy egoísta.

—No, no es eso —insiste, retorciéndose los dedos con nerviosismo—. Lo que intento decir es que creo que hacer lo que sientes no siempre es fácil, pero que al menos eres fiel a ti mismo.

—No pasa nada, Emma, no hace falta que intentes hacerme parecer mejor de lo que soy. No tienes que justificar por qué no es malo pasar tiempo conmigo.

—No estoy… —empieza, frustrada—. Ay, Gray, lo que intento decir es que te admiro por lo que has dicho de las asignaciones, que estoy de acuerdo contigo, que no es una locura querer ser como los pájaros y, sobre todo, que siento haberte juzgado mal todos estos años. No eres como Blaine, pero quizá eso no sea malo. Quizá sea muy bueno, y ahora me doy cuenta por primera vez.

Me atraviesa con esos ojos suyos, oscuros orbes, grandes como nueces. Algo se agita en mi pecho. De repente, hace mucho calor.

—¿Quieres ir a nadar? —le pregunto, saltando de la roca.

Por mucho que me guste estar a su lado, necesito distancia. Es por esas palabras, ¿qué quieren decir? Hace un rato me despreciaba, creía que era malvado por pegar a Chalice, ¿y ahora me admira? ¿Todo porque me dejo llevar por lo que siento dentro del pecho?

—¿A nadar? —pregunta—. ¿Ahora mismo? Ni siquiera hace calor.

—Tú misma —respondo, me aparto de ella y salgo corriendo cuesta abajo por la ladera repleta de flores.

Cuando llego al borde del lago me vuelvo y veo que Emma me mira, perpleja. Seguramente todavía está intentando averiguar por qué sus amables palabras me han hecho salir corriendo.

—¿Vienes? —le chillo, después de volverme hacia lo alto de la colina. Ella se encoge de hombros y salta de la roca.

Me quito las botas, me quedo en calzoncillos y me meto en el agua antes de que Emma recorra la mitad del camino al lago. El frío me golpea con fuerza, helándome los pulmones. Sin embargo, es refrescante y me devuelve el aliento. Me sacudo de encima las palabras de Emma mientras nado hacia el centro del lago. Floto de espaldas y me quedo mirando la impresionante masa de nubes que se forma sobre mí, hasta que algo me salpica. Me giro y veo a Emma en la orilla, lanzándome guijarros. Se ha metido hasta las pantorrillas y lleva el dobladillo del vestido blanco recogido en los brazos.

—¿Vienes o no?

—Está demasiado fría —responde, sacudiendo la cabeza.

—Gallina.

—Venga ya.

—Es que eres una gallina —repito, y nado hasta acercarme lo suficiente a la orilla para salpicarla con una patada precisa.

El agua le moja la parte delantera del vestido, y ella pone cara de horror. Seguramente le parece hielo.

—¡Ahora te vas a enterar! —me grita.

—¿Cómo? Yo ya estoy dentro —respondo, y nado de vuelta al centro del lago.

Está que echa humo. Se sube el vestido por encima de los hombros y lo tira al suelo antes de salir corriendo y meterse de cabeza en el agua. Ella nada mejor que yo, así que me alcanza rápidamente. Tras impulsarse con fuerza con las piernas, me coloca las manos en los hombros y me hunde en el agua. Estoy demasiado ocupado admirando cómo se le pega la camiseta interior al cuerpo y no me he preparado para la zambullida. Salgo tosiendo y escupiendo.

—¿Quién es el gallina ahora? —pregunta.

El cabello le cae en mechones mojados, algunos de los cuales se le pegan al cuello. Parece oscuro en el agua, casi tan negro como el mío. Me lanzo sobre ella, pero es demasiado rápida y se aleja a toda velocidad, se mete bajo el agua y sale detrás de mí para, a continuación, avergonzarme haciéndome otra ahogadilla. Seguimos así un rato, yo siempre intentando atraparla y ella evitando mis ataques fácilmente. Cuando por fin me rindo, ella me ha hundido cuatro veces y evitado siete.

—Vale, tú ganas —reconozco cuando salimos del lago—. Aunque te destrozaría en una competición de tiro con arco —añado mientras me pongo los pantalones y uso la camisa para secarme el pelo.

—Tú cazas todos los días, Gray, no sería muy justo —responde; me ha dado la espalda para volver a ponerse el vestido. Se sacude el pelo y se lo trenza a la espalda.

—No tiene que ser justo para ser cierto.

—Vale, enséñame —replica.

—¿En serio?

—Sí, enséñame cómo se dispara y después competiremos —dice, volviéndose para mirarme. Hay zonas mojadas en su vestido, en los puntos en que este entra en contacto con las partes más redondeadas de su cuerpo.

—De acuerdo, ¿empezamos mañana?

—Mañana.

Recorremos el camino de vuelta en silencio. Intento averiguar qué significa todo esto, que Emma sea tan amable y tan juguetona. No nos llevábamos tan bien desde que yo tenía seis años.

—Hoy me lo he pasado muy bien —le digo cuando nos acercamos a las afueras del pueblo.

—Sí, como volver a ser pequeños.

Atajamos por un callejón y nos dirigimos a la clínica. Más adelante veo a Maude y a Clara sentadas ante la puerta de la casa de las hermanas Danner.

—Emma, dame la mano.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Tú dámela.

Alargo la mano y cojo la suya antes de que pueda discutírmelo. Tiene una piel suave y delicada, no como mis callosas manos de cazador. Con los dedos entrelazados, le doy un apretoncito a los suyos mientras seguimos caminando. El corazón se me acelera un poco. Cuando nos acercamos a Maude, veo que sus ojos se detienen en nuestras manos unidas, y le lanzo una mirada taimada al pasar junto a ella.