Perder a Blaine es parecido a cuando perdimos a mamá, solo que esta vez estoy solo para siempre. Me paso los primeros días olvidándome de que su ausencia es permanente. De repente me doy cuenta de que tengo ganas de que llegue la hora de cenar para verlo entrar por la puerta. Lo noto moverse por la casa detrás de mí, pero cuando me vuelvo la habitación está triste y fría.
Al cabo de dos semanas, cuando empieza a parecer real y sé que no va a regresar, me derrumbo por primera y única vez. Me paso toda una noche en la cama, ahogando sollozos en la almohada. No permito que nadie sepa lo aterrado que estoy. Me siento vacío, como si hubiese perdido una mitad, y no me queda familia; mamá tenía un hermano, que a su vez tenía un hijo, y los dos se fueron hace tiempo. Tengo a Kale, supongo, aunque no puedo ser el padre que necesita. No se me da tan bien como a Blaine. Creo que lo más escalofriante es que solo me queda un año. Un año para cumplir los dieciocho y nadie con el que compartirlo.
En Barro Negro soy un espectáculo, la gente me pone cara de compasión, me mira con los ojos gachos y sonrisas forzadas, como si dijeran: «Oh, Gray, no pasa nada». Encuentro la paz en el bosque. Entre las ramas y las piñas soy libre; no hay ojos que me sigan ni pensamientos inundándome el cerebro. Allí soy yo mismo.
El lado bueno es que, al menos, me despedí de Blaine. Hace unos años leí un pergamino en la biblioteca en el que se documentaba el fenómeno del Rapto. La gente de Barro Negro no siempre supo lo que era. De hecho, cuando ocurrió el primer Rapto, nadie se dio cuenta hasta la mañana siguiente. Fue el hermano mayor de Maude, Bo Chilton, que desapareció misteriosamente. Tras una exhaustiva búsqueda por el pueblo y el bosque, lo declararon muerto, a pesar de que nunca encontraron su cadáver. Era muy extraño que Bo desapareciera así, no era nada propio de él, el mayor de los niños originales y su principal líder. Tranquilo, listo y responsable.
El día que los originales abrieron los ojos y se encontraron con su pueblo en ruinas, cundió el pánico. Sospechaban que la culpa había sido de una fuerte tormenta que los había dejado a todos inconscientes, aunque no recordaban nada de ella. Tampoco recordaban nada anterior al desastre y, salvo a sus hermanos, no se conocían entre sí. En un abrir y cerrar de ojos, los vecinos se habían convertido en desconocidos.
Antes de que el caos se adueñara del grupo, fue Bo el que reunió herramientas y comenzó a reconstruir la comunidad. Consiguió que los demás recuperaran el sentido común y asignó a cada persona una tarea específica. En cuestión de meses, el pueblo estaba camino de recuperarse. Los cultivos volvieron a la vida; se fortificaron las vallas que protegían las zonas del ganado, y recuperaron y devolvieron a su sitio a los animales, que se habían perdido por el bosque. Bo fundó el Consejo, compuesto por cinco miembros elegidos por la comunidad, y como nadie recordaba el nombre de su hogar, lo bautizaron uniendo dos palabras que describían con demasiada precisión la composición de la tierra del pueblo: calles cubiertas de barro y una capa de polvo negro como el hollín, tan persistente que solo podía evitarse huyendo al bosque.
Cuando descubrieron el Muro, Bo se ofreció voluntario para acercarse a investigar, pero no pudo ver lo que había al otro lado. La visión desde lo alto de un gran roble en la zona norte del bosque no le permitía distinguir nada más allá del Muro, salvo una oscuridad impenetrable, así que lo consideró poco seguro. Intentó convencer a los demás para que no treparan el Muro, pero algunos lo intentaron. Sus cadáveres regresaban convertidos en bultos carbonizados, lo que confirmó la hipótesis de Bo.
Gracias a Bo, los niños originales, salvajes y muertos de miedo, se transformaron en un equipo unido capaz de reconstruir su comunidad. Sin embargo, seguían sin entender su desaparición. Unos cuantos meses después, otro chico desapareció, y otro al cabo de una semana. Al final, Maude se dio cuenta de que las desapariciones afectaban a los chicos de cierta edad. Siempre era el mayor y, al final, se dio cuenta de que se trataba del chico que cumplía los dieciocho años.
Hicieron el primer experimento con Ryder Phoenix. Se sentó en el centro del pueblo la noche antes de su decimoctavo cumpleaños, y todos se sentaron a su alrededor a esperar. Fue la primera noche que todos lo presenciaron, que notaron el temblor del suelo y vieron que el cielo se encendía. Fue la primera noche que contaron con pruebas.
Maude convenció al grupo para repetir el experimento, y comprobaron que sucedía lo mismo en los siguientes cumpleaños. Los chicos desaparecían, se los llevaban del pueblo en cuestión de segundos y siempre en el inicio de su decimoctavo cumpleaños. A todos los robaban, desaparecían, los perdían en un Rapto que se repetía siempre en un momento concreto.
Una vez que lo comprendieron, algunos chicos se dejaron llevar por el pánico. Unos cuantos intentaron escapar antes de cumplir los dieciocho. Trepaban al árbol de la zona norte del bosque, el que crecía lo bastante cerca del Muro como para ayudarlos a cruzar, aunque siempre reaparecían… muertos. Casi todos los chicos llegaron a aceptar que el Rapto era inevitable. Maude sustituyó a su hermano como miembro del Consejo y dispuso la primera ceremonia. Aunque no podían escapar del Rapto, sí que podían prepararse para él. Al menos, la ceremonia les permitía despedirse, algo que Maude nunca tuvo la oportunidad de hacer con su hermano. La ceremonia permitía a la gente aceptar la situación.
Sin embargo, yo todavía no he logrado aceptar el Rapto de Blaine, ni estoy seguro de ser capaz de hacerlo nunca. Sé que así es la vida, que parte de la vida es enfrentarse a las consecuencias del Rapto, pero la pérdida de Blaine lo ha convertido en algo personal. Se ha ido y no regresará. Está mal y no sé ni cómo explicarlo. Sobre todo, es simplemente injusto.
Alguien llama a la puerta y me saca de mis pensamientos. La luz brilla fuera, bien entrada la mañana. Ya debería estar cazando, pero he soñado con Raptos y mi reloj interno lleva apagado desde la desaparición de Blaine. Salgo de la cama, me pongo unos pantalones y abro la puerta.
—Buenos días, vago deprimido —me saluda Chalice, más alegre que de costumbre; parece intacta de nuevo, ha desaparecido todo rastro del daño que le causé.
—¿Qué quieres? —pregunto, enfadado; podría seguir en la cama.
—Maude quiere verte.
—¿Eso es todo?
—Sí.
—Genial —respondo, y le cierro la puerta en las narices tan fuerte que un cuadro se cae de la pared.
Supongo que no debería ser tan maleducado con ella. El caso es que nunca me ha gustado Chalice, y yo, a diferencia de Blaine, me niego a excusarla.
Me agacho para recoger el marco caído, que encuadra un dibujo a carboncillo que hizo Blaine de niño; es el edificio del Consejo. Se ha roto al caer y, mientras recojo los fragmentos, me doy cuenta de que hay algo detrás del dibujo infantil de Blaine. Es un pergamino basto, aunque no tan desgastado como el dibujo. Lo aparto de los restos del cuadro y lo despliego con cuidado.
Es una carta escrita con una letra que reconocería en cualquier parte.
«A mi hijo mayor», empieza; es la letra de mamá, cuidadosa y pulcra. Respiro hondo y sigo leyendo.
Es de suma importancia que leas esto, que lo sepas y que después ocultes la carta de inmediato. Gray no debe saberlo. Le he dado muchas vueltas a cómo contártelo (a cómo contároslo a los dos), pero he llegado a aceptar que tú eres el único que cargará con este secreto tras mi muerte. Te escribo estas líneas en mis últimas horas; desearía poder explicártelo en persona, pero soy prisionera de mi cama.
Vivimos en un mundo misterioso, con sus Raptos y su Muro, tan antinatural que nunca he sido capaz de aceptarlo del todo. Y creo que cuando llegue tu decimoctavo cumpleaños comprenderás por qué he compartido este secreto contigo. La verdad o la búsqueda de la verdad no morirá conmigo. Sobre todo, no debes contárselo a tu hermano. Sé que te resultará difícil, pero si Gray se entera, querrá respuestas. Lo arriesgará todo y, de ese modo, impedirá que tú descubras la verdad. Cosa que debes hacer. Tienes que descubrir la verdad porque la muerte me llevará con ella antes de que pueda hacerlo por mí misma.
Así que comparto esto contigo ahora, hijo mío. Tu hermano y tú no sois lo que os he hecho creer. De hecho, Gray es…
Le doy la vuelta a la carta, pero no hay nada más. Rebusco entre los fragmentos del suelo, pero la hoja que acompañara en su día a la primera ya no está escondida dentro del marco. Releo la carta una vez, dos veces, varias veces más.
«De hecho, Gray es…». Yo soy, de hecho, ¿qué? Corro al dormitorio y abro el arcón en el que todavía están las cosas de Blaine. Revuelvo la ropa y lo demás hasta que doy con un pequeño diario encuadernado con un resistente cordel. Lo hojeo tomando nota de las fechas y me detengo cuando encuentro la de la muerte de mi madre. La nota de Blaine no es larga.
Carter se quedó sin magia y mamá ha muerto hoy. Me ha dejado una carta muy curiosa. Al principio me hizo enfadar y me dejó confundido, pero, sobre todo, me doy cuenta de la increíble suerte que tengo de que mi hermano siga conmigo. Gray, a quien valoro más con cada día que pasa.
Lanzo el diario contra el arcón y regreso a la cocina, apretando la carta de mamá en el puño. ¿Cómo se atreven a guardar un secreto que está claro que me afecta? Y ahora ¿qué? Los dos se han ido y me he quedado solo a oscuras, sin respuestas. Sigue siendo un misterio cuál era la verdad que mi madre esperaba ver revelada en el Rapto de Blaine. Sobre todo para mí.
Leo de nuevo la carta una vez, y después otra, y cuando la sensación de sentirme traicionado y el rencor me tienen ya a punto de reventar, salgo hecho una furia de la casa. Necesito alejarme de la carta, lo más lejos posible, hasta que recuerdo el mensaje de Chalice, el que propició el descubrimiento, así que no voy demasiado lejos.
Me paro delante de la casa de Maude y respiro hondo. Dejo que la rabia se convierta en enfado y después quede reducida a una mera irritación antes de llamar a la puerta. Ella la abre de inmediato y me invita a entrar.
La casa de Maude es de las mejores del pueblo. Tiene suelos de madera en vez de tierra, y su lavamanos lleva una manivela incorporada con la que bombear agua. Un hervidor silba en el fuego cuando entro, y huelo el aroma del pan recién hecho.
—¿Té? —pregunta mientras me siento a la mesa de la cocina.
Lo rechazo, probablemente con menos educación de la que debiera, y espero a que ella se sirva una taza de agua caliente y prepare su infusión de hierbas. Al final se une a mí y se pone a beber con precaución la bebida ardiendo.
—¿Querías verme? —pregunto.
—Sí, sí, tengo un nombre para ti.
Sé lo que significa y no quiero oírlo. Es lo último en lo que deseo pensar en estos momentos.
—Creía que habías dicho que no tenía que preocuparme por eso durante un tiempo.
—Ya han pasado casi tres semanas, Gray —responde; el vapor de su té sube por el aire, forma delicados remolinos delante de su nariz y se mezcla con su pelo canoso antes de seguir su camino hacia el techo.
—¿De verdad?
—Hum —dice a modo de respuesta.
—Bueno, ¿quién es esta vez?
Se avecina otro mes de formalidades incómodas. Yo tendré que salir con una chica de modo que Maude crea que duermo con ella y a la vez intentar rechazar a esa misma chica cuando de verdad llegue el momento. A veces, la última parte es más difícil de lo que espero, incluso teniendo presente que me arriesgo a ser padre.
—Si prefieres ver a alguien en concreto, Gray, no pasa nada —me dice—, pero tenemos que hacer planes cuando vemos que no se materializa nada de forma natural.
Si las asignaciones no fuesen tan forzadas y formales, quizá ocurriría. Sin embargo, para mí es como cuando era pequeño. Mamá nos dijo a Blaine y a mí que no jugásemos con fuego, y casi precisamente por eso lo hicimos. Por otro lado, si nos hubiese obligado a jugar con fuego, seguramente habríamos preferido jugar con rocas. E igual pasa con esto. No me interesa el fuego si me obligan a elegirlo; no me gusta que me digan lo que tengo que hacer.
—Últimamente, el bosque es el único lugar en el que me siento yo mismo —reconozco—. No se va a materializar nada de forma natural.
—Muy bien —responde, colocando la taza en la mesa de madera, entre nosotros—. Te hemos asignado a Emma Link por un mes. Conoces a Emma, ¿verdad? ¿La hija de Carter? ¿La que trabaja en la clínica?
—Sí, la conozco —contesto mientras se me forma un nudo en el pecho.
—Bien, pues eso es todo, Gray. Ya puedes irte.
Me voy sin darle las gracias. Por primera vez desde que he roto el marco dejo de pensar en el secreto de Ma. Debería gustarme este emparejamiento, pero no es así. Emma no es otra chica más, no quiero estar con ella porque me lo ordenen; quiero estar con ella con mis propias condiciones y solo si ella siente lo mismo. Si no, nada.
Quizá ni siquiera importe, lo más seguro es que Emma me rechace. Se rumorea que no ha aceptado ninguna de sus asignaciones, que las rechaza todas. El amigo de Blaine, Septum Tate, que desapareció en el Rapto hace unos meses, aseguraba que Emma le había dado un rodillazo en la entrepierna cuando él se negó a creer que de verdad le había respondido que no, gracias. Nadie lo creyó, sobre todo porque Emma es muy dulce y amable.
Levanto la mirada y descubro que mis pasos me han llevado a la clínica. Supongo que ahora es tan buen momento para enfrentarme a ella como cualquier otro. Empujo las puertas y entro.
Carter está atendiendo a alguien en la entrada de la sala. Distingo sus siluetas a través de una de las finas cortinas. Emma está sentada al escritorio del fondo, garabateando algo en un trozo de pergamino. Lleva un vestido blanco largo y el pelo recogido de cualquier manera. Unos cuantos mechones rebeldes le caen sobre los ojos mientras escribe. Me paso una mano por el flequillo, inquieto, y después voy hacia su escritorio y me dejo caer en la silla que hay frente a ella sin esperar a que me invite a hacerlo.
—Hola.
—Hola —responde sin apenas mirarme—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—No —contesto, todavía intentando pensar en qué decir; puede que ir a verla no fuese tan buena idea, puede que lo mejor sea evitar a Emma todo el mes.
—Entonces ¿qué haces aquí? —pregunta; deja la pluma en la mesa y se cruza de brazos. Se pone muy guapa cuando se enfada.
—Me han asignado a ti —respondo sin más, ya lo he dicho.
—Ah, ¿eso es todo? Bien, no estoy interesada —dice, y recoge la pluma para ponerse a escribir de nuevo.
—Sí, lo sé, pero pretendía que la situación quedase clara para que así podamos pasar un buen mes juntos.
—Me parece que no me has oído, Gray —responde con cara de desconcierto—. No estoy interesada. No vamos a pasar ningún tiempo juntos.
—Ese es el tema, Emma, no quiero ser padre. Ni ahora ni en un millón de años. No quiero acabar como Blaine, dejando detrás a un crío. Y tú no estás interesada, me lo has dejado claro. Sin embargo, el Consejo sigue queriendo emparejarme contigo, y si pasamos juntos unas semanas creerán que estamos haciendo lo que ellos quieren y nos dejarán en paz. Vamos, que creo que incluso podría convencerlos para que me siguieran asignando a ti varios meses, y así no tendrías que volver a preocuparte por los emparejamientos.
Guarda silencio un momento y me examina con sus oscuros ojos. No estoy seguro de qué busca o de qué piensa. Se le da demasiado bien no revelar nada.
—Vale —responde al fin—, trato hecho. ¿Qué quieres hacer?
—¿Cómo? ¿Ahora?
—Sí, ahora mismo —insiste, sonriendo un poco; la sonrisa me provoca un pinchazo en el pecho, la misma palpitación que noto cada vez que me mira.
—Podemos hacer cualquier cosa, ¿qué quieres hacer?
—Vamos a la laguna —responde mientras guarda sus cosas.
—¿Qué laguna?
—La laguna, la única que hay. La que está cerca de ese campo de campanillas moradas.
—Eso es más bien un lago —la corrijo.
—Bueno, en mi cabeza es una laguna. Venga, vámonos de aquí.
En un segundo me coge de la mano y tira de mí hacia la puerta de la clínica. Supongo que hoy no iré de caza.