La vida continúa en el valle de la Grieta. A pesar de tanta oscuridad y muerte, los bebés siguen naciendo y la gente se casa. Cuando no tienes que preocuparte de Raptos ni de perder la capacidad de reproducción de tu sociedad, es cierto que las personas se emparejan como los pájaros.
Emma acaba trabajando de enfermera, y yo la evito. Solo me encuentro a solas con ella una vez, cuando paso por el hospital para que me curen la quemadura del brazo. Ella me aplica un bálsamo en la herida y la venda. Se me había olvidado la delicadeza de sus manos, que su tacto hace que me duela el corazón. Estoy ya pensando en besarla, en cogerle la barbilla y pedirle empezar de nuevo, cuando ella me da la espalda para ir a por más bálsamo y el impulso desaparece. Las quemaduras del brazo se me curan y se convierten en piel ondulada e irregular con el tiempo, pero la tensión entre nosotros sigue igual.
Bree se lava el tinte del pelo, va al hospital varias veces para que le curen la herida de bala y, en cuestión de días, es como si nunca hubiese pisado Taem. Volvemos a nuestras bromas de siempre. Cuando entrenamos, nos azuzamos mutuamente. Cuando charlamos, ella se burla de mí y yo me meto con ella sin parar. Evitamos repetir nuestro espectáculo de la fogata, al menos en público. Sin embargo, en las noches tranquilas, cuando ella llama a mi puerta y se pone frente a mí con su rubia melena enmarcando esa cara tan perfecta, jamás la rechazo.
Esas noches dormimos poco. Nos convertimos en una confusión de manos, labios y piel, aunque ella siempre me detiene cuando las cosas se calientan demasiado. No quiere tener un bebé, ni yo tampoco, pero en el fondo es como si yo supiera que acostarme con ella anularía toda posibilidad de arreglar las cosas con Emma. Siento un extraño alivio cada vez que Bree me pone una mano en el pecho y susurra: «Ahora no; esta noche, no». Si no fuese por sus palabras, sé que no lograría parar.
Un día, acurrucados en el cementerio, le pregunto cómo es capaz de enfrentarse a tanta muerte, cómo fue capaz de volverse y disparar tan deprisa al guardia del pasillo de vigilancia de la Central.
—Gray, ¿alguna vez has matado a alguien? —pregunta mirándome con esos ojos azules suyos.
Le doy vueltas a los recuerdos y, sorprendentemente, a pesar de todo lo que ha pasado, la verdad es que no lo he hecho. Ni siquiera fui capaz de matar a un miembro de la Orden que me suplicaba que lo hiciera.
—Solo he ido de caza.
—Bueno, esto es distinto, muy distinto. Cuando maté por primera vez, en una misión aquí, con los rebeldes, lloré. Imagínatelo, yo, llorando. Después, al cabo de un tiempo, a medida que la cifra aumenta, se hace más fácil. No digo que me guste ni que quiera hacerlo, pero llega un momento en que, si tu vida está en juego y ves que la ruta de huida se cierra ante tus ojos, no piensas ni en la ética, ni en el bien o el mal. Piensas en la vida y la muerte, en la supervivencia. En Taem hice lo que creía que nos mantendría con vida, y eso incluía apretar el gatillo. La batalla continuará y llegará un día en que te enfrentarás a la misma decisión, y créeme cuando te digo que elegirás vivir antes que perdonarle la vida a otro.
—Es que a mí me parece inhumano matarnos entre nosotros. Y tú actúas como si hacerlo fuera necesario. Parece que te enorgulleces de ello.
—No me enorgullezco de matar, aunque sí de formar parte de la rebelión. Me enorgullece luchar por nuestra gente, y eso no va a cambiar.
—¿Piensas ser siempre tan categórica? —bromeo, sonriendo ante tanta certeza.
—Nadie dijo que amar fuera fácil, Gray —responde ella sin captar el chiste.
—¿Eso es lo que tenemos tú y yo?
—Supongo que depende de lo que sientas tú. Yo ya lo he dejado claro. Tú eres el que tiene que decidirse.
Me deja aquí, en el cementerio que se encuentra al otro lado del monte Mártir; en cuanto se aleja, mis pensamientos regresan a Emma.
El invierno se acerca y, un día borrascoso en el que los primeros copos de nieve empiezan a caer en la Cuenca, Ryder convoca una reunión de seguimiento improvisada.
Cuando llego, los capitanes están sentados en torno a la mesa, mientras que Bree, Xavier e incluso Pinzas están de pie, de espaldas a la pared. Bo también está, y me guiña un ojo cuando entro.
Los dos hemos hablado a menudo desde nuestro regreso al valle de la Grieta para analizar lo que vimos en la sala de control y cómo esas pantallas podrían dar alguna ventaja a los rebeldes. El guiño de Bo solo puede querer decir que por fin ha hablado con Ryder sobre nuestras ideas.
—Tenemos que debatir el siguiente paso —dice Ryder al dar inicio a la reunión—. Creo que ha pasado el tiempo de esconderse y defendernos. Ha llegado la hora de luchar por todo lo que nos unió en un principio. Ha llegado el momento de pasar a la ofensiva, a la estrategia. El momento de atacar.
—Pero aunque todos los habitantes del valle lucharan, no somos bastantes —dice Elijah.
—Por eso la sugerencia de Bo es tan válida —responde Ryder.
—¿Qué sugerencia? —pregunta Fallyn mirando a Bo.
—Vamos a ir al grupo A —anuncia él, sonriente.
Yo le sonrío, pero todos los demás lo miran con sorpresa.
—No queda nada del grupo A —afirma Raid, y unos cuantos asienten con la cabeza.
—Algo queda —intervengo—. Bueno, es posible. Hace falta comprobarlo.
—¿Vamos a recorrer medio país a pie? —dice Fallyn—. ¿Vamos a abandonar la seguridad del valle de la Grieta para embarcarnos en una búsqueda inútil por la corazonada de que quizá haya sobrevivido alguien en el grupo A?
—No irá todo el mundo —responde Ryder—. Solo el equipo que seleccionemos.
—De acuerdo, así que ese equipo irá hasta el grupo A, suponiendo que sepamos dónde está, cosa que no sabemos, para traernos ¿qué? ¿A unos salvajes? ¿De qué nos va a servir eso?
—En primer lugar, sé muy bien dónde está —responde Bo dándose golpecitos nerviosos en la sien con el índice—. Bueno, no muy bien, pero oí las suficientes conversaciones en Taem para tener una idea más que aproximada. Además, si queda alguien en el grupo A, dudo que sean salvajes.
—¿Y qué te hace pensar eso? —pregunta Fallyn, pero empiezo a hablar antes que él.
—Porque los hemos visto. En la sala de control, en la Central. Hay docenas de pantallas observando al grupo A. Si observas con atención, se ven moviéndose entre las sombras, ocultos. Creo que saben que los vigilan y creo que se esconden a propósito. Permanecen fuera del alcance de las cámaras, fingiendo que su sociedad se ha desmoronado, con la esperanza de conseguir algo. No sé bien el qué. ¿Puede que escapar? Si logramos entrar y sacarlos, contaremos con gente dispuesta a unirse a la lucha contra Frank.
—A mí me suena a otro Rapto —comenta Bree.
—Sí, pero se trata de un Rapto muy distinto, un Rapto que desean y esperan.
—Exacto —responde Ryder, sonriendo, y nos pone delante una lista de miembros para el equipo.
El suelo está espolvoreado de nieve cuando preparamos las mochilas para ir al Territorio Occidental. Hoy empezamos un viaje de muchas semanas; con suerte, regresaremos con soldados suficientes para vencer a Frank de una vez por todas.
Despedirme de Blaine es muy doloroso. Quiere ir con nosotros, incluso lo suplica, pero Ryder se niega. A pesar de que Blaine está más fuerte, sigue sin bastar. Es por su energía, me preocupa que no vuelva a ser el mismo de siempre. Pone su mejor cara de hermano mayor y me dice que tenga cuidado, y yo le prometo que regresaré de una pieza, aunque sé que es mucho prometer.
Salgo afuera y espero al grupo en el cementerio. A pesar de que no tienen cadáver, hay una nueva lápida delante de las demás en la que han grabado el nombre de Harvey. Me detengo a su lado y contemplo los vapores de mi aliento flotar en el aire de finales de noviembre. Un cuervo negro se une a mí y se pone a picotear la piedra.
—Venga, vete —le ordeno al pájaro mientras lo espanto con la mano. El cuervo deja escapar un feroz graznido, y sus plumas negras brillan sobre el paisaje blanco. Se acercan unas pisadas que lo molestan y, por fin, huye volando.
—¿Estás listo? —pregunta Emma, que lleva un grueso abrigo y está cargada con el equipo, ya que será nuestra médica durante el viaje. Asiento con la cabeza—. Espero que podamos arreglar las cosas en la misión, Gray —añade sin más, apartando la mirada para clavarla en las palmas de sus manos—. No me gusta que estemos así, tan distantes.
—A mí tampoco —confieso. Debería decirle un millón de cosas más, pero no encuentro las palabras.
—Es un viaje largo, a lo mejor podemos hablar un poco.
—Sí, deberíamos.
Ella sonríe, y es la primera sonrisa que consigo descifrarle de verdad. Veo nostalgia en la forma en que tuerce la sonrisa a un lado, llena de promesas. Me hace sentir esperanza, la emoción más clara que he sentido desde hace semanas.
Oigo voces y me fijo en el resto del equipo que aparece detrás de ella. Mi padre va primero (será el jefe de la expedición), seguido de Xavier, Bo e incluso Pinzas, que será nuestra baza tecnológica. Me sorprende lo preparado que parece Bo. Después de varias semanas de entrenamiento, ha abandonado su postura encorvada para adoptar otra más recta y ágil. Eso enfureció a Blaine, pero claro, Bo nunca ha estado en coma. Se nos unen unos cuantos rostros más, otros miembros del equipo. El resto de los capitanes se queda atrás, ya que habrá misiones de exploración y demás mientras estemos fuera.
Entonces, por fin, sale Bree del valle de la Grieta, mochila a la espalda, fusil en los brazos y el entrecejo fruncido, tan cabezota como siempre. Aunque se ha puesto un grueso gorro que le tapa las orejas, la melena rubia se le derrama por debajo.
—¿Listo para llevar a cabo tu primer Rapto? —pregunta en broma.
—Ya sabes que sí.
Nos recolocamos las mochilas sobre los hombros para distribuir bien el peso y seguimos al resto del equipo.
Oigo al cuervo antes de verlo.
Aparece en el cielo, una silueta oscura sobre el cielo pálido. Nos sigue durante un rato, supervisando nuestra esperanzada caravana y las huellas de nuestras botas, que dejan suaves marcas sobre la fina capa de nieve en dirección al oeste.