Todos están esperándonos en el Centro Tecnológico. Pinzas y unos cuantos médicos parecen deseosos de ponerse manos a la obra, pero, tal como nos contó Elijah, casi todo el mundo está de buen humor, formando jaleo. Ryder y los demás capitanes están riéndose cuando entramos, y hay media docena de jarras vacías en la mesa, delante de ellos. Pinzas me coge la bolsa de lona y apenas tiene tiempo de apartarse cuando mi padre se acerca para darme un abrazo tan fuerte que temo que me rompa las costillas.
—Es la última vez que dejo a Ryder decidir para qué misión estás preparado —afirma con su aliento a cerveza—. Era demasiado arriesgada.
—Lo he oído —dice Ryder.
—Es la verdad y no voy a mentir. Y no es el alcohol el que habla.
—Ni se me había ocurrido —responde Ryder entre risas—. De todos modos, el chico lo ha hecho bien, deberías estar orgulloso.
—Lo estoy. —Entonces se vuelve hacia mí, me pone una mano en el hombro y, con cara de padre, muy serio, me dice—: Estoy muy orgulloso.
Me dedica una sonrisa rebosante de alivio y alegría, y sé que aunque apenas se hablaba de amor en Barro Negro, sin duda existía. En miradas como esta. En los pequeños momentos. Raid sirve otra ronda de bebidas, y mi padre se gira para unirse a los capitanes.
—Eh, papá —le digo, y él da un bote al oír la expresión de cariño—. Me alegro mucho de volver a verte.
Esboza una sonrisa demasiado amplia, tanto que da la impresión de que va a romperse por las comisuras de los labios. Me pregunto si será el resultado de la bebida o de mis palabras. Entonces asiente con la cabeza y dice:
—Lo mismo digo.
Después se va con los demás, y se une a las risas, los vítores y los gritos. Alzan las jarras y las entrechocan haciendo retumbar el cristal. Frunzo el entrecejo. Reconozco que, efectivamente, hay motivos para la celebración, pero aun así me parece mal. Como si fuésemos crueles por estar contentos tras la muerte de Harvey.
Bree señala a Fallyn (que ha descubierto que es capaz de sonreír) y pregunta:
—¿Es buena idea que beban antes de ponerse la vacuna?
—Probablemente no —responde Emma.
—No, sin duda —añade Pinzas mientras mira la bolsa con el equipo médico de Emma—. Pero hablaré bien de ti en el hospital. No les diré que probablemente eres suficientemente buena para tratar a pacientes ebrios.
Bree está tan ocupada disfrutando del comentario que no se fija en que Pinzas guiña un ojo.
—¿Listo? —me pregunta.
La jeringa que lleva es aterradora, pero asiento de todos modos. Me lleva a un lado, me limpia una zona del brazo y clava la aguja sin avisar.
—Owen se quedó hundido cuando te fuiste —comenta—. Dudo que haya dormido más de cinco minutos hasta que Bree se puso en contacto por radio y anunció que estabais a salvo.
Oigo los brindis de las jarras detrás de nosotros, y Pinzas termina de ponerme la vacuna sin volver a abrir la boca. Cuando acaba, no puedo evitar fijarme en que parece mayor de lo que recuerdo, y más alto.
—Siento lo de Harvey —le digo—. Sé que era como un padre para ti.
—Lo era, ¿verdad? —responde el chico, obligándose a sonreír antes de pasar a Bree.
Por la tarde visito a Blaine. Ha salido del hospital y tiene su propio cuarto, pero, aunque está mucho mejor, todavía no se ha recuperado del todo.
—Solo puedo correr unos minutos seguidos —reconoce—. Si apoyo demasiado peso en la pierna, el dolor es peor que cuando me enganchaste el labio con un anzuelo cuando fuimos a pescar. ¿Te acuerdas de eso?
Me acuerdo, y la imagen me hace sonreír. La primera sonrisa desde mi regreso.
—Me siento muy culpable —confieso. Sé que no debería sonreír.
—¿Por mi labio? Olvídalo, éramos unos críos.
—No, por Harvey. Lo dejamos allí. Bo dijo que no había tiempo, que había que irse, pero no me quito de la cabeza que ni siquiera lo buscamos. Después de todo lo que sacrificó, nos limitamos a correr en dirección contraria.
Blaine se pasa una mano por el pelo, que, igual que el mío, ha vuelto a crecer.
—Mira, cuando te fuiste fue horrible, odiaba la situación. Estaba seguro de que no volverías. Papá también. Y es horrible decirlo, como si no me importara nada Harvey, pero me alegro de que fuera él y no tú. Si alguien me hubiese obligado a elegir, es lo que habría escogido.
—Nadie debería tener que elegir, Blaine —respondo, frunciendo el entrecejo—. No en este tipo de cosas.
—Lo sé, pero aun así.
Él se va a una sesión de fisioterapia y yo, en busca de comida. A pesar de que es un poco pronto para la cena, tengo el estómago alterado. Sin saber bien si son nervios, culpa o hambre de verdad, voy al comedero y saco algo de comida de la cocina. Acabo sentado con Bree, que tiene todo el aspecto de haber visitado el hospital para que le limpiasen la herida. Lleva una camiseta sin sangre, y le cuenta lo de nuestra misión a Polly y a Hal.
—Así que no podemos estar seguros, pero, además de Christie, al parecer los rebeldes han perdido a otras cien personas más o menos después de que nos marcháramos.
—¿Qué?
Bree me mira como si yo fuera idiota y responde:
—Ah, se me olvidaba, fuiste a ver a Blaine durante la reunión de información. —Me quedo mirándola y se da cuenta de que quiero detalles—. Bueno, un grupo de rebeldes cayó en la plaza (no había suficientes para hacer frente a los refuerzos de la Orden), y esa mujer, ¿Christie? Supongo que tenían una grabación de ella ayudándoos en los laboratorios. Uno de nuestros espías nos contó que la ejecutaron a la mañana siguiente. Ejecución pública, como a Harvey.
Se me revuelve el estómago. Christie tenía que ser consciente de las consecuencias si las cámaras de Frank la grababan, pero eso no me consuela. Estoy vivo por ella. Todo el valle de la Grieta tiene la vacuna por ella. La cantidad de personas que han muerto por los rebeldes crece día a día, y no está bien. ¿Por qué ellos? ¿Por qué no yo? ¿O Bree? ¿O Bo? ¿Por qué hemos tenido tanta suerte?
De repente, necesito estar solo.
—¿Gray? —me pregunta Bree cuando me levanto—. ¿Estás bien? —Me voy sin responder.
En la Cuenca, la gente ha levantado un monumento en honor de Harvey y los caídos durante la batalla de Taem. No es más que un círculo dibujado en la tierra, pero los habitantes de la Grieta se meten en el centro para dejar notas, flores y velas. Con los bolsillos vacíos y sin nada que añadir al tributo, me meto en el círculo, cierro los ojos, y doy las gracias a Harvey, Christie y todos los demás rebeldes sin nombre que dieron sus vidas por el bien común. Les aseguro que cumpliré la promesa que hice la otra noche junto al fuego. La lucha no ha terminado y, aunque quizá algunos necesiten unos cuantos días de fiesta para celebrar esta pequeña victoria, a los rebeldes les queda una ardua tarea por delante. Yo marcharé con ellos. Incluso los lideraré si es necesario.
Cuando me vuelvo para salir del círculo, veo a Emma detrás de mí con una velita en la mano. La llama le proyecta sombras en la cara. Aunque soy consciente de que debería decir algo, paso junto a ella sin abrir la boca.
Mi cuarto está tal como lo dejé, sencillo y poco acogedor. Al sentarme en el borde del catre intento recordar cómo era la vida antes de esto. Es como si ya no fuera la misma persona. Quizá no lo sea. Hubo un tiempo en que lo único que quería era a Emma, y ahora hasta eso me desconcierta.
Me quedo mirando el cuadro de la pared y deseando que fuera una ventana. Necesito ver el cielo azul, las nubes y los pájaros volando en parejas. Necesito saber que, en algún lugar de este mundo, existe la justicia.