Capítulo treinta y cinco

Hay pies corriendo alrededor de mi cuerpo. Oigo disparos, aunque a lo lejos; me pitan tanto los oídos que todo parece flotar en el espacio. Me agarro el estómago, el lugar donde he notado el impacto de la bala. Me duele, me arde. Entrecierro los ojos para protegerlos del humo y veo que Harvey ha desaparecido. Las llamas rodean la plataforma y suben por la estaca que lo sujetaba hace un momento. Alguien ha aprovechado la locura para provocar un incendio, una distracción que permita a Frank escapar de la violenta plaza, supongo. O puede que fuera Bree. Pero ¿por qué?

La multitud se ha convertido en un mar de gritos aterrados.

—¡Los rebeldes están aquí! ¡A cubierto!

—¡No, es AmOeste!

—Intentan matar al chico.

—Intentan salvar a Harvey.

Ni una de las acusaciones es cierta, y está claro que no hay rebeldes en la plaza. Nadie más que Bree y yo mismo, aunque es posible que ella intentara eliminarme. ¿Por qué? ¿Era este el plan concebido a puerta cerrada? ¿Que yo muriera para que Harvey pudiera regresar? O quizá sea otra distracción, a lo mejor Bree se aferra desesperadamente a un clavo ardiendo y se lo inventa todo sobre la marcha.

Sigo agarrándome el estómago, pero el calor aumenta muy deprisa. Aunque estoy bastante seguro de que me arde el brazo, estoy demasiado rígido para quitarme la camisa. No hay nadie en la plataforma. Estoy solo, ardiendo. Intento aceptarlo, hacerme a la idea de que moriré aquí, cuando un par de brazos se meten bajo mis hombros y me sacan a rastras del escenario en llamas. No sé a quién pertenecen y no me importa. Dejo que me lleven hasta un callejón vacío, hacia la seguridad. Unas manos me arrancan de la espalda la bolsa de lona con la vacuna y me quitan la camisa. Unos pies fuertes pisan las llamas que se comen la tela. Me quedo tumbado, con la espalda apoyada en una pared de piedra, hasta que recupero el uso de los sentidos. Se me pasa un poco el picor de los ojos y los pulmones me gritan pidiendo aire. Entonces veo a mi salvador.

—¿Tú? —mascullo—. ¿Por qué me ayudas?

—¿Crees que eras el único que sabía lo que estaba pasando? ¿No se te ha ocurrido que podía haber otras personas metidas en esta misión demencial? —pregunta el Tarado, que está frente a mí, encorvado en un ángulo extraño, como si se le hubiera olvidado caminar derecho.

—¿De qué hablas?

—En Taem hay mucha gente que está de parte de los rebeldes. Que no supiéramos lo del virus no quiere decir que no estuviésemos listos para ayudar cuando Ryder hizo las llamadas oportunas.

Parece más fuerte fuera de su celda, con una voz más firme y las extremidades más sueltas. Eso sí, todavía mueve los dedos a un ritmo extraño, dando golpecitos en la pared en la que se apoya, aunque sin su ropa carcelaria hecha jirones casi podría pasar por un miembro civilizado de la sociedad.

—Pero… ¿por qué llamaría Ryder a un prisionero loco?

—Ryder y yo crecimos juntos. Intentamos huir juntos de Frank hace tiempo. Fui un estúpido y me hirieron. Tuve que decirle a Ryder que siguiera sin mí.

—¡Tú!

De repente lo veo muy claro: cuando lo conocí, él ya sabía lo de los grupos de prueba, pero yo creí que hablaba de otra cosa. ¿Cómo no lo vi? No está loco, no es el Tarado, qué va.

—¡Eres Bo Chilton! —exclamo.

—Culpable —responde, esbozando una amplia sonrisa.

—¿Cómo has salido de la celda?

—Bree tenía órdenes de Ryder, así que me hizo una visita mientras sonaba Mozart y me sacó de allí en un segundo.

Debería alegrarme. Este plan ha evitado que tuviera que disparar a Harvey. Este plan me ha salvado del fuego. A pesar de todo, estoy furioso, pálido de rabia.

—Me lo ocultó todo. Esa mentirosa, traidora, cabezota… ¡Y me disparó!

—Venga, deja de lloriquear. Te disparó con una bala de goma, y era necesario. Los otros a los que llamó Ryder están luchando en estos momentos, manteniendo a la Orden ocupada para que podáis huir. Os están cubriendo, ¿no lo ves? Empieza la pelea, la plaza se incendia, y vosotros huis con el jaleo.

Me miro el estómago dolorido, el lugar que llevo todo el rato agarrándome. Hay sangre, aunque no tanta como esperaba. Debajo de mi sudorosa palma se esconde un verdugón desagradable, rojo e inflamado que ya empieza a transformarse en moratón. Doloroso, sí, pero no mortal. En cualquier caso, debería preocuparme más el brazo izquierdo quemado que se llena de ampollas por culpa de la camisa que acabo de quitarme.

—No hay nada más convincente que la sorpresa auténtica, y no habrías actuado de la misma forma de haber sabido el verdadero plan —sigue explicando Bo—. Solo tenemos una oportunidad, y a Ryder le pareció que esta era la mejor opción para sacaros a los tres con vida.

—¡Harvey! —exclamo, mirando hacia la plaza—. ¿Dónde está?

—Le dieron en el fuego cruzado, solo sé eso. Después, alguien lo sacó a rastras del escenario. Me dijeron que os sacara a los dos si podía, pero creo que lo hemos perdido. Y si Bree y tú queréis salir de aquí, tenemos que movernos ya.

Justo entonces, al no oír su nombre en esa lista, soy consciente de que no puedo marcharme sin ella.

—Tenemos que volver a por una persona —le digo a Bo.

—Sí, a por Bree. Se reunirá con nosotros en la Central. Allí nos meteremos en un coche.

—Sí, claro, a por Bree, pero también a por Emma. Debo volver a por Emma.

—Emma —repite, esbozando una sonrisa torcida—. Me habló de ti.

—¿La conoces? —pregunto, desconcertado.

—Fuimos compañeros de celda durante unos días, hasta que descubrieron que se le daba bien el bisturí.

—¿Y te habló de mí?

—No paraba. Tuve que empezar a contarle unas historias muy oscuras para callarla. Historias sobre el Proyecto Laicos, Barro Negro y los Raptos de Frank.

Así que lo sabe. Emma lo sabe todo. Me la imagino ahora en algún lugar de la Central, soportando esa carga. Una carga que no puede compartir con nadie. Su única prueba son las palabras de un loco; si habla, la considerarán tan loca como él. Emma no está en una celda, aunque sigue encerrada en una prisión. Por mucho que no esté listo para perdonarla, la quiero demasiado para abandonarla así.

—Tenemos que recogerla después de reunirnos con Bree.

—Podemos intentarlo —responde Bo, tamborileando como loco en la pared.

En estos momentos, intentarlo me basta.

Me pongo en pie rápidamente y le arranco un trozo intacto a mi camiseta para enrollármelo en el brazo quemado. Me cuelgo a la espalda la bolsa con la vacuna, Bo me pasa su fusil, y los dos salimos del callejón vacío.

La Central de la Unión está de nuevo alborotada, la alarma crispa los nervios de todos y los pone en acción. Los trabajadores que habían evacuado los refugios en el anterior código rojo ahora corren de vuelta a ellos. Los miembros de la Orden se apresuran a organizar a las tropas y se dirigen al centro. A Bo y a mí no nos cuesta nada mezclarnos entre la gente, que está demasiado aterrada para mirar a nadie a la cara.

Nos reunimos con Bree cerca de los comedores. Al verla pienso en un millón de cosas a la vez: me siento aliviado, enfadado y traicionado a la vez. Resulta confuso, y como no sé por cuál de los sentimientos dejarme llevar, me limito a mirarla con rabia. Ella, en cambio, corre hacia mí y se me lanza al cuello para abrazármelo con tanta fuerza que casi me tira de espaldas.

—Estás bien —dice con voz ahogada, como si no lo creyera posible. Abre la boca, como si tuviera algo importante que decir, pero al final se decide por una orden desprovista de emoción—. Vamos, el garaje está por aquí.

Pero no puedo, todavía no.

—Primero hay que hacer otra parada.

—No nos queda tiempo —protesta.

—Para esto, sí.

Sin esperar a su respuesta, empiezo a caminar por el pasillo. Oigo a Bo y a Bree seguirme. En vista del pánico que se ha adueñado de la Central, alguien ha anulado los paneles de acceso para que los trabajadores puedan correr sin cortapisas por los pasillos y salas. Me meto en las escaleras y corro hasta llegar al cuarto de Emma. Su puerta ya está abierta; Emma sale a toda prisa y nos chocamos.

—¡Gray! —exclama—. Iba al hospital. ¿Qué haces aquí?

Lleva un equipo médico en los brazos. La miro a los ojos y me pierdo en su color. Se me olvida lo que quería decir.

—¿Quién es esta? —suelta Bree detrás de mí—. ¿Y por qué sabe quién eres?

—No pasa nada —respondo sin volverme—. La conozco. Es de Barro Negro. La dejé aquí cuando hui y fui en busca de los rebeldes.

—¿Por eso te presentaste voluntario para la misión? —pregunta, poniéndose entre nosotros—. ¿Estás arriesgando nuestros pellejos por una chica de la que ninguno de nosotros ha oído hablar?

—No puedo abandonar a Emma otra vez. He estado esperando una oportunidad para sacarla de Taem, y no podía desaprovecharla cuando se presentó.

—Por favor, quiero ir con vosotros —dice Emma—. Llevadme, no puedo aguantar esto más tiempo.

Bree suelta un bufido y se acerca más a mí, tanto que noto el calor de su aliento al respirar. Me aprieta el pecho con un dedo.

—Puede venir si tan importante es para ti, pero no vamos a perder ni un segundo más discutiendo en este pasillo —concluye.

Miro a Emma por encima de la cabeza de Bree.

—Se viene con nosotros —insisto.

Bree frunce el entrecejo, aunque hace un gesto para que la sigamos y dice:

—Por aquí.

Bo sigue a Bree y, cuando me dispongo a hacer lo mismo, Emma me agarra por el brazo.

—Gracias, Gray, por darme una segunda oportunidad.

Por una fracción de segundo contemplo la posibilidad de besarla, de acercar su rostro al mío. Pero entonces se me pasa por la cabeza que las últimas manos que le han tocado la cara han sido las de Craw, que los labios de Craw fueron también los últimos en pegarse a los suyos. Se me contrae la boca del estómago.

—Una segunda oportunidad no es igual que un perdón, Emma —le digo mientras me sacudo su mano—. No nos frenes.

Corremos detrás de Bree, escaleras abajo. En la planta baja llegamos a lo que deben de ser las salas de vigilancia de Frank. Hay pantallas que dividen la habitación en distintos pasillos, y en cada una de ellas se ve un rincón distinto del complejo: pasillos, dormitorios, campos, el comedor… Es espeluznante contemplar las imágenes que parpadean con aire solemne mientras muestran a los miembros de la Orden correr entre las llamas. En algunas incluso se ven áreas concretas del centro de Taem. Las de la plaza están llenas de humo y enfrentamientos. Al detenernos para recuperar el aliento, distingo una sombra oscura que se mueve detrás de un grupo de pantallas del fondo.

—Aquí hay alguien —susurro.

Nos movemos en silencio siguiendo una de las filas de pantallas, apartándonos de nuestro perseguidor. Oímos pisadas ajenas detrás de nosotros, así que nos metemos por otro pasillo. Pronto estamos tan metidos entre las filas de pantallas que Bree duda sobre el camino que hemos seguido para llegar hasta aquí y el que conduce al garaje. Las pisadas todavía nos siguen, imitando nuestros movimientos.

—Aquí dentro —susurro, señalando una sala que está en uno de los pasillos. Entramos rápidamente y cerramos la puerta con pestillo.

En la sala, la alarma se convierte en un eco amortiguado. Emma se apoya en la pared, aliviada, y se encienden las luces.

La habitación se hace visible gracias a la iluminación azulada del techo. Es una sala alargada, parecida a los pasillos que acabamos de abandonar, aunque su contenido es mucho más importante. No tardamos en darnos cuenta de qué es lo que tenemos delante. Debe de haber cientos de pantallas, pero las imágenes no dejan lugar a dudas: calles sucias, arenas de una isla, cabañas, pastos y plazas, rostros cansados, cuerpos fatigados.

—Es la sala de control —explica Bree, que pasa las manos por una pantalla en la que salen dos niños jugando en una playa.

Me acerco a una pantalla con imágenes que me resultan familiares: las escaleras que dan a la entrada del edificio del Consejo en Barro Negro. Kale está saltando arriba y abajo por los escalones, tirando de su pato de madera. No hay sonido, así que podría ser un recuerdo, una ensoñación, algo que ni siquiera está ocurriendo. Solo han pasado tres meses y ya me parece haber pasado décadas fuera. Han cambiado muchas cosas desde que aquellas calles de barro fueran mi hogar. Kale oye algo, baja de los escalones y sale de la imagen.

Otra pantalla tiene el espeluznante nombre de «Grupo C: Maude». En la imagen veo el interior de su casa: la sencilla mesa de madera, el grifo que bombeaba agua corriente. Sin embargo, lo más inquietante es que esas cosas están al fondo, visibles desde la puerta del dormitorio. Casi toda la imagen la ocupa la cama de Maude, el lugar donde la vi la noche que hui de Barro Negro, el lugar desde el que hablaba con una voz que ahora sé a ciencia cierta que pertenecía a alguien de la Orden. Si estaba hablando con ellos esa noche, ¿quiere decir que estaba metida en esto desde el principio?

Bo se pone a mi lado y toca la esquina de la pantalla de Maude. Lo tomo por uno de sus tics habituales hasta que me doy cuenta de qué hay debajo de sus dedos: cinco fresas alineadas con suma precisión en la mesita de noche, al lado de la cama de Maude. No está tamborileando; está contando.

—Cinco bayas rojas todas en fila —susurro.

—Sembradas con amor para que cobren vida —canta Bo, pero esta vez no se para.

—La primera para la garganta seca.

»La segunda para que llueva.

»Si el sol pega fuerte, ahí va la tercera.

»¿Necesitas una más? Pues cómetela ya.

»Deja la última para cuando falte lluvia.

»Bebe su jugo y bebe deprisa.

»Y cuando la sed me pueda,

»planta otras cinco semillas nuevas.

»Con suerte y fe florecerán,

»y la sed no nos enterrará.

Se pone de nuevo a tamborilear, haciendo bailar los dedos sobre el vídeo de Maude.

—Los dos conocíamos esa canción cuando nos despertamos en Barro Negro —explica—. Maude decía que seguramente nuestra madre nos la cantaba, aunque ninguno de los dos la recordábamos. Ni tampoco que hubiésemos compartido un hogar con ella.

—Maude sabe que hay algo más aquí, ¿no? —pregunto.

—Sí, y es culpa mía —responde, dejándose caer en el suelo; apoya la espalda en la pared y se lleva las rodillas al pecho—. Cuando la Orden me capturó al intentar huir con Ryder, les dije que había encontrado la manera de avisar a Maude de que había vida más allá del Muro. Era una mentira estúpida. Creí que si la Orden se tragaba que Barro Negro conocía el proyecto, todo terminaría. Sin embargo, no fue así. Alguien de la Orden entró en contacto con Maude y descubrió que no sabía nada, pero, tras revelar su existencia, tuvieron que asegurarse de que callara. Frank le dijo que yo estaba bajo su custodia y la amenazó con matarme si le contaba a alguien la verdad.

»Ella exigió verme primero. Recuerdo la sesión de vídeo. Nos vimos durante menos de diez segundos y ella empezó a llorar a los cinco. Después la usaron como un recurso, le hicieron todo tipo de preguntas, y creo que todavía lo hacen. Ella es sus ojos detrás del Muro y lo acepta todo por mi culpa. Haría lo que fuera por mí, soy su mayor debilidad.

Ahora estoy convencido de que Maude es la razón de que me salvaran en el Anillo Exterior. Seguramente temía que hicieran daño a Bo si Frank la consideraba responsable de que yo venciera al Rapto por haber mantenido mi fecha de nacimiento en secreto. Debió de contarle la verdad en cuanto yo se la conté a ella.

—¿Y las bayas? —pregunto.

—Supongo que las deja ahí por si aparezco de nuevo —responde, encogiéndose de hombros—, para demostrarme que no me ha olvidado.

—Deberíamos irnos —dice Emma.

Asiento con la cabeza y me acerco a la puerta, pero algo me pilla desprevenido, algo extraño en una de las pantallas superiores etiquetadas como Grupo A.

—¡Esperad! ¿Habéis visto eso?

—¿El qué? —pregunta Bree, mirando a la pantalla.

Esperamos y detectamos otro movimiento, una sombra que atraviesa la pantalla a toda velocidad.

—Eso, ahí. ¿Lo habéis visto?

Tanto Bree como Emma asienten con la cabeza.

Nos repartimos por la sala de control para localizar las otras pantallas del grupo A y esperamos. Aunque todas las pantallas muestran imágenes de destrucción (edificios achicharrados y pastos pisoteados), empezamos a distinguir indicios de vida entre ellas: unas tenues siluetas que corren de un lado a otro. Si no estuviésemos buscando vida deliberadamente, no nos habríamos percatado de eso, así que es normal que resulten indetectables al lado de las animadas imágenes de los grupos B, C y D.

—Creía que el grupo A había desaparecido —comento.

—Nuestros diarios no están completos, así que no estoy segura —responde Bree, encogiéndose de hombros.

—No, se mataron entre ellos —dice Bo—. Oí el informe. Durante un tiempo, en las semanas posteriores a mi captura, fui el sujeto de prueba favorito de Frank. Odiaba a Ryder por haber escapado, así que descargaba en mí su frustración. Me pasé muchas horas en las mesas de sus trabajadores. Siempre rezaba pidiendo morir, pero no tuve tanta suerte.

»Recuerdo el día que Frank recibió el informe que anunciaba la extinción del grupo A. Me creían inconsciente, pero lo oí todo. Muertos. Extintos. Desaparecidos. Todos y cada uno de ellos.

—Puede que Frank se equivocara —comenta Bree mientras observa de nuevo las pantallas—. A lo mejor sobrevivieron algunos.

—Y a lo mejor nos engañan nuestros ojos —replica Bo—. Haya lo que haya en ese lugar en ruinas, no es una zona fácil de habitar.

—Cierto —respondo—. De todos modos, aunque lucharan entre ellos en cierto momento, solo haría falta un grupo de gente con esperanza que deseara seguir adelante. Barro Negro se creó casi de la nada, igual que Agua Salada y Dextern. Los habitantes del grupo A tenían electricidad y cobijo. Si decidieron que querían vivir, seguro que lo hicieron.

Bree y Bo asienten, aunque Emma se ha distraído con una pantalla en la que se ve a Carter inclinada sobre unos pergaminos médicos en la clínica.

—Vamos —dice Bo—, tenemos que seguir.

Se asoma por la puerta y, tras determinar que no hay peligro, la abrimos. La alarma sigue funcionando mientras corremos entre las filas de pantallas, con nuestras caras iluminadas por la titilante luz roja. Más adelante, el pasillo da paso al garaje.

Entonces oímos una voz detrás de nosotros.

—Quietos.

Bo, Emma y yo nos paramos, pero Bree reacciona por instinto a tal velocidad que no tengo tiempo de detenerla. Se gira sobre sus talones, se lleva el fusil a la altura del pecho, apunta y dispara.

Oigo dos disparos.

Y después, siento como dos cuerpos caen al suelo.