Capítulo treinta y dos

Tardamos cuatro días en llegar a la frontera de la ciudad. Me resulta extraño volver a estar a cielo abierto. Desde mi llegada al campamento rebelde solo había visto la pequeña zona que rodea el monte Mártir, así que resulta una liberación caminar, atravesar montañas, colinas y valles. Harvey nos frena un poco, su cuerpo no está acostumbrado a caminatas, aunque no se queja ni una vez.

Yo cazo, monto trampas por la noche para que podamos llenarnos la barriga por la mañana. Harvey mantiene informados a los rebeldes de cada paso que damos. Tiene un pequeño auricular y un micrófono en miniatura al que susurra constantemente. Bree no deja de meterse con él.

—No necesitan saber que hemos descansado tres minutos, ni que Gray se ha ido a mear, ni que yo he hecho un comentario sobre el color del cielo.

—Claro que no, pero es agradable conocer los pequeños detalles cuando nos acechan unos nubarrones tan oscuros —responde Harvey.

La mañana en que la cúpula protectora de Taem aparece ante nosotros, paramos a descansar por última vez. Nos pasamos una cantimplora con agua sin decir nada, mirando al frente, contemplando la ciudad que nos acecha. Nadie menciona que entrar será fácil, que el verdadero problema será salir de allí con la vacuna en la mano.

—Deberíamos sacudir un poco a Harvey antes de entrar —sugiere Bree—. Tiene que parecer convincente. Si de verdad hubiera sido nuestro rehén, tendría algo más que la camiseta sudada y las mejillas sucias.

Miro a Harvey, tan frágil e inofensivo. No me veo capaz de pegarle, ni siquiera de darle una bofetada.

—Si no hay más remedio… —dice, e incluso sonríe.

—Yo no lo hago —respondo, sacudiendo la cabeza.

Bree deja escapar un profundo suspiro, se dirige a Harvey y le da un puñetazo sin avisar. Después se sacude el puño mientras Harvey se tapa la nariz ensangrentada.

—Más —insiste él.

Bree le disloca el hombro y dice:

—No nos sirves de nada si te dejo hecho polvo. Al menos un hombro dislocado es fácil de arreglar cuando sea necesario.

Dicho lo cual, Bree recoge su bolsa y se la echa al hombro.

—Os veré al otro lado, chicos. Buena suerte.

Me planta un beso en la mejilla antes de salir corriendo. Mientras Harvey y mi llegada atraen la atención de todos, ella tiene intención de saltar a un tranvía que vaya hacia la ciudad. Me llevo la mano al punto donde han estado sus labios y la observo correr.

Iniciamos el camino hacia la reluciente cúpula. Harvey camina delante, con el brazo dislocado sujeto contra el pecho mientras yo le apunto a la espalda con el fusil. Al acercarnos, podría jurar que noto los ojos de Frank sobre nosotros. Desde algún punto del interior de la fortaleza, él observa a través de las cámaras la aparición de su posesión más preciada.

La gran barrera se abre y nos metemos en las fauces de la ciudad.

Allí nos espera Marco, junto a un coche con la puerta abierta. Los miembros de la Orden están a su lado y siguen nuestros movimientos con los cañones de sus armas. Me doy cuenta de que el miedo se apodera de Harvey. A mí me pasa lo mismo.

—Vaya, si es uno de los gemelos Weathersby, de vuelta de entre los muertos. Y con el señor Maldoon, ni más ni menos —comenta Marco. Se agacha y me mira a los ojos para comprobar su color antes de enderezarse—. Bien hecho, Blaine. Muy bien hecho.

El guardia nos agarra y nos obliga a entrar en el coche.

El despacho de Frank es tal y como lo recuerdo, un brillante espectáculo de decoración y ornamentos. Marco nos empuja hacia las sillas que hay frente al escritorio, y esperamos. Un momento después, las puertas que tenemos detrás se abren, pero no oímos pasos. Vuelvo la vista atrás: Frank está en la entrada, examinándose las uñas, haciendo crujir sus nudillos metódicamente antes de entrar en la habitación.

Nos observa, primero a Harvey, después a mí y de nuevo a Harvey. Le brillan los ojos. Mientras nos examina, junta los dedos y empieza a formar su habitual ola con ellos, aunque hoy el movimiento no es calmado y meditabundo, sino amenazador. Tiene los dedos pálidos y huesudos, como ramas de árbol muertas.

—Bienvenido a casa, Blaine —dice Frank por fin. Su voz es tan suave y melosa como siempre. Sonríe, una sonrisa amplia y malvada. Me revuelvo en el asiento.

Frank me pone una de sus manos de araña en la barbilla y me empuja la cara a un lado. Con otro dedo me recorre la tenue cicatriz del cuello.

—Vaya, vaya, ¿qué ha pasado aquí?

—No lo sé —miento—. Los rebeldes me torturaron para sacarme información. Me desmayé y desperté con una venda en el cuello.

—Qué suerte que sigas vivo —responde, entrecerrando los ojos—. Temíamos lo peor —añade, y cruza los brazos sobre el pecho sin aludir ni una vez al hecho de que tuviera un dispositivo de seguimiento bajo la piel—. ¿Cómo conseguiste escapar?

Frank me enseña los dientes con otra de sus siniestras sonrisas y a mí me dan ganas de vomitar. ¿Por qué no dedicaría más tiempo a practicar las respuestas a este tipo de preguntas, en vez de analizar tanto las rutas de escape? Trago saliva y rezo por mantener firme la voz.

—Me infiltré. Fingí comprender su postura, compadecerme de ellos. Me mantenían bajo vigilancia constante, pero cuando vi una oportunidad, la aproveché. Salté sobre mis guardias durante un cambio de turno, me llevé a Harvey de rehén y volví a pie —explico, haciendo un movimiento para señalar a Harvey al mencionar su nombre, lo que hace que mi compañero dé un brinco.

—¿Es eso cierto, Harvey? —pregunta Frank—. ¿Pasó así?

—S… sí, señor —tartamudea Harvey, que parece aterrado, y no creo que sea una actuación.

—Aquí tenías algo bueno, Harvey, algo bueno de verdad —susurra Frank—. No sé por qué has tenido que llegar hasta este punto.

La sangre de la nariz de Harvey ya se le ha secado en la camiseta, y perdida su valentía y con el brazo colgando, parece un rehén de verdad.

Frank vuelve a concentrarse en mí.

—Siento mucho lo de tu hermano —me dice, aunque por su tono sé que no lo lamenta en absoluto—. Nos informaron de su muerte en la batalla que tuvo lugar más allá de la Horquilla. Debes de estar destrozado.

No sé bien qué reacción ofrecerle aquí: ¿sorpresa, como si no conociera la noticia, o pena, como si lamentara su pérdida? Antes de tomar una decisión, Frank se agacha para pegar su cara a la mía. Me quedo mirando al frente, rezando por que no vea los bordes de las lentes de contacto azules.

—Bueno, Blaine —dice—, vuelves aquí después de pasar dos meses desaparecido, y como has cerrado la Operación Hurón tú solo esperas que te crea, ¿no?

—¿No me crees?

—No, Blaine, no te creo, ni de lejos —responde, y la voz abandona la suavidad y deja entrever un filo amargo—. Pero puedes hacer que te crea. Mañana ejecutaremos a Harvey en público, y tú, mi querido muchacho, harás los honores.

Sonríe, y es un gesto reluciente y maligno, como una pálida luna que asoma por detrás de una escarpada cadena montañosa.

—Pero… dijiste que había que atraparlo con vida, esa era la misión.

—¿Cómo vas a liberar Barro Negro si lo matas?

—Hemos avanzado bastante en tu ausencia —contesta, sin dejar de sonreír—. Ya no necesitamos sus respuestas —añade, una mentira descarada—. Pero sí necesitamos vivo a Harvey para poder acabar con él nosotros mismos y disfrutarlo. ¿Sabes lo felices que serán los habitantes de Taem cuando presencien el final de este traidor asesino y mentiroso? Por fin se hará justicia, y tú serás el que la imparta, Blaine. Tú ejecutarás a Harvey y me demostrarás tu lealtad.

Todo empieza a darme vueltas en la cabeza: plazos, planes, distracciones… Esto cambia la situación, abre un brecha gigantesca en nuestra estrategia. Ahora tenemos menos de un día, hasta que caiga la noche, para conseguir lo que necesitamos y huir. Solo tengo unas horas para encontrar a Emma. Y, como si Frank me leyera la mente, me lanza:

—Ah —añade, esbozando una sonrisa cruel—, al parecer tu hermano tenía un estrecho vínculo con una chica llamada Emma.

Me quedo mirándolo, concentrándome en las hojas de otoño del otro lado de la ventana. «Por favor, no me digas que Emma está muerta», me repito una y otra vez. Si ha muerto, me desmoronaré.

Frank mueve los dedos formando delicadas olas.

—Ha estado trabajando en nuestros hospitales. Puede que te apetezca hacerle una visita. Es muy guapa, y ya que Gray no está, a lo mejor le basta con un hermano casi idéntico.

Aprieto los puños, y Frank lo ve y sonríe, para después añadir en su voz de siempre, suave y fluida:

—Ahora, si me disculpas, Gray, digo, Blaine, tengo otras obligaciones que atender.

Me quedo sentado donde estoy, preguntándome si de verdad se ha confundido con los nombres o es que lo sabe.

Tengo la desagradable sensación de que puede ver en mi interior.

A Harvey lo encierran, no en la cárcel, sino en una habitación individual en medio de un abarrotado pasillo, vigilado por tres miembros de la Orden. Meten en su cuarto a unos cuantos trabajadores vestidos con batas blancas de laboratorio y cargados con bolsas. Puede que sean médicos. Apuesto lo que sea a que Frank es lo bastante retorcido como para querer a Harvey en buena forma para la ejecución.

Me permiten recorrer libremente las instalaciones de la Central, aunque solo tardo unos minutos en darme cuenta de que tengo a un guardia detrás, siempre a una distancia suficiente como para no percibirlo como una amenaza, pero lo bastante cerca como para controlarme. Me meto con sigilo en un cuarto de baño y cierro la puerta con pestillo. Tras registrarlo minuciosamente y confirmar que está vacío, intento ponerme en contacto con Bree. Tengo un pequeño auricular escondido y un micrófono diminuto que Harvey ha conectado al interior de mi camiseta.

—¿Bree? —pregunto—. Informa de tu situación.

No me llega más que ruido de electricidad estática durante varios segundos, seguida de un crujido y, por fin, la voz de Bree.

—Dentro de la ciudad. Me subí sin problemas al tranvía y solo he tenido que despachar a unos cuantos miembros de la Orden que se pusieron demasiado simpáticos.

—¿Qué pasa con la distracción? ¿Cómo va?

—¿Es que te crees que soy un rayo? Mira, tengo que encontrar la manera de entrar en la Central sin llamar demasiado la atención.

—Llevas tu viejo uniforme, tú entra.

—Gray, ya hemos hablado de eso. Tengo que ser invisible, nadie puede saber que estoy ahí. ¿Por qué tanta prisa? Acordamos que la distracción sería mañana a primera hora.

—En cuanto a eso… Ha habido un cambio de planes.

Le cuento que han programado la ejecución de Harvey y cuál será mi papel en ella.

—No te preocupes —se limita a responder—. Será hoy.

—¿Cómo?

—Todavía no lo sé, pero pondré en marcha la distracción a última hora de la tarde, prometido.

—Ya son las doce.

—Entonces será mejor que dejes de entretenerme. Tú procura estar preparado para la señal.

Tras decir eso, corta la comunicación y me deja sentado en el baño, mirando mi aturdida imagen en el espejo. Intento concentrarme en la distracción que se avecina, pero, por mucho que cierre los ojos, solo veo a Emma. Seguro que Frank lo ha hecho a posta, me ha llenado la cabeza con ella para despistarme, para torturarme. Como sé que no puedo hacer nada hasta recibir la señal de Bree, salgo del baño y busco al guardia que me seguía como una sombra; parece que lo he perdido. Mi muñeca ya no me permite acceder a ningún sitio, así que en cada puerta tengo que esperar a que alguien de la Orden pase y me la abra.

Hay mucha gente en el hospital, aunque no veo a Emma por ninguna parte. A lo mejor tiene la mañana libre o trabaja de noche. Dejo que mis pies me lleven de memoria a su cuarto. Espero lo que me parecen horas hasta que un miembro de la Orden sale de su pasillo y, cuando lo hace, yo me meto. La puerta de Emma está cerrada y veo luz saliendo por debajo de ella.

¿Por qué no estoy emocionado? ¿Por qué no estoy a punto de estallar de alegría? Esto es lo que quería, mi verdadero motivo desde el principio.

Es Emma, Emma, la chica a la que quería y quiero, la chica que pensaba que nunca volvería a ver. ¿Por eso me cuesta tanto? ¿Porque parte de mí nunca creyó que nos reuniríamos de nuevo? Levanto la mano para llamar, pero me detengo. ¿Qué le voy a decir?

Antes de perder el valor, toco con los nudillos en la madera. Oigo pisadas, pies descalzos arrastrándose por la moqueta. Unas manos toquetean el pestillo y se abre la puerta. Sin embargo, el rostro que tengo frente a mí no es el de Emma.

—¡Blaine! ¡Estás vivo! —me saluda Craw, sonriente.

Veo a Emma detrás de él. Tiene el pelo revuelto y las almohadas le han dibujado somnolientas curvas en la piel. Se tapa el pecho con las sábanas.

Le doy un puñetazo a Craw en la cara antes de salir hecho una furia al pasillo.