Capítulo tres

Me despierto aturdido. Me toco la mandíbula y palpo las delicadas puntadas en la piel. La clínica está vacía, salvo por Emma que, a la luz de una vela, rasga ropa vieja para hacer vendas. Llevo durmiendo toda la tarde, la cena, el… Me levanto de golpe, aterrado.

—¿Me lo he perdido?

—Gray, casi me matas del susto —responde ella, dando un respingo y llevándose la mano al pecho.

—¿Me lo he perdido? —repito—. ¿La ceremonia de Blaine? ¿El Rapto? ¿Ya ha terminado?

—No, es ahora, pero necesitas descanso, creo que tenías una pequeña infección, así que te dejamos dormir después del tratamiento. Han empezado sin ti.

—Bueno, pues ya estoy bien —digo, y saco las piernas de la cama.

Cuando intento levantarme se me nubla la vista. Emma se acerca a toda velocidad, me pone mi brazo sobre sus hombros y me rodea la cintura con la mano libre. Tardo un momento, pero me siento más fuerte con ella al lado.

—Tengo que estar allí, Emma —le digo, volviéndome hacia ella; está más cerca de lo que esperaba, y sus pestañas casi me rozan la barbilla—. Por favor, ¿me ayudas a llegar?

Guarda silencio y arquea un poco las cejas, como si le sorprendiera mi evidente deseo de asistir a la ceremonia. Por supuesto que tengo que estar allí, es la última de las últimas veces, el último adiós. Emma espera a que recupere el equilibrio antes de sacarme del edificio.

Fuera está oscuro, es tarde. Quedan pocos minutos para el cumpleaños de Blaine. A la luz de la luna veo el colegio delante. Es bastante grande, aunque no lo parezca porque está dividido en tres aulas. Antes pasaba allí las mañanas, garabateando con tinta en un pergamino y leyendo; lo hacía inclinado sobre un escritorio que cojeaba si se le aplicaba demasiada presión en el lado derecho. Por esa razón, mi caligrafía siempre dejaba algo que desear. Me daban malas notas en escritura por la dejadez, sobre todo al compararla con la de Blaine, pero ¿qué más daba? Escribir con pulcritud no te protegía del Rapto.

Al principio avanzamos despacio, es como si el suelo bailara bajo mis pies. Cuanto más caminamos, más fuerte y seguro me siento, aunque es tan agradable tener a Emma al lado que no reconozco que puedo seguir solo.

En el centro del pueblo, la fogata de la ceremonia arde con fuerza e ilumina la campana del Consejo, que se usa para convocar las reuniones. Blaine está a su lado y recibe a todos los que se ponen en fila para despedirse de él. No parece afectado por la ceremonia, no veo ni miedo ni preocupación en sus ojos, ni tampoco tics nerviosos en su cuerpo. Kale está tumbada en una alfombra a su lado, durmiendo pacíficamente. Es demasiado pequeña para comprender lo que sucede. Para ella no es más que una fiesta divertida, y la emoción la ha dejado exhausta.

Emma se quita mi brazo del cuello.

—¿Estarás bien? —me pregunta; esboza una sonrisa triste y sé que se refiere al hecho de que vaya a perder a Blaine, no a mi herida. Creo que debería decirle algo, pero tengo la boca seca—. Vamos a ponernos en la cola.

Todo el pueblo está presente; como siempre, muchas más mujeres que hombres. Los niños que todavía no comprenden lo que ven corren alrededor del fuego, chillando y jugando alegremente. Los demás intercambian miradas de tristeza, incluidos los miembros del Consejo. Las hermanas Danner se susurran la una a la otra, tan cerca que casi se funden para formar una sola persona, mientras que Clara y Stellamay esperan impacientes en la cola de la recepción. El único miembro tranquilo, la única persona que no parece afectada, es Maude Chilton. Está apoyada en su nudoso bastón y mira al fuego, que le ilumina todas y cada una de las arrugas que surcan el envejecido rostro camino de su cabello gris.

Maude lleva aquí desde el principio, cuarenta y siete años, para ser exactos. Solo lo sé porque he leído los pergaminos que guardamos en la biblioteca. Maude tenía trece años cuando se fundó Barro Negro. No había adultos.

Ahora Maude lidera el Consejo. Sería algo de lo que estar orgullosa si se encontrara en una situación más deseable. En realidad, todos los hijos que Maude ha conocido, todos los sobrinos, nietos y hermanos han sido víctimas del Rapto. La mayoría de las chicas con las que creció han muerto por las enfermedades o la edad. Quizá por eso es capaz de mantener la calma en las ceremonias. A lo mejor ya no siente nada.

Emma y yo nos unimos a la cola. Somos los dos últimos, a excepción de Maude, que siempre va al final. Mientras espero mi turno, observo a los demás despedirse de Blaine. Algunos le cogen las manos y le dan una palmada en los hombros. Otros lloran. Sasha, a pesar de que no la han asignado a Blaine desde hace años, se limpia las lágrimas después de desprenderse de sus brazos. Al final solo quedamos Emma y yo. Dejo que ella vaya primero.

Emma se lanza sobre Blaine con una fuerza sorprendente y le abraza el cuello. Él le devuelve el abrazo. Intercambian unas palabras que no logro distinguir, aunque supongo que eso es bueno; el adiós de Emma no es asunto mío. Cuando se separan, Blaine le aprieta la mano para consolarla.

Antes de volverse para marcharse, ella se pone de puntillas y le da un beso en la mejilla. No puedo evitar los celos en la boca del estómago, me recorren el cuerpo, envidiosos de su beso, irritados ante lo obvio que resulta que Emma lo echará de menos. Es repugnante aferrarse a estos pensamientos tan egoístas teniendo en cuenta que Blaine está a punto de desaparecer para siempre. ¿Por qué no puedo ser una buena persona?

¿Por qué no puedo decir adiós?

Me toca.

Blaine habla primero.

—Hola, Gray —dice; todavía lleva puesta la chaqueta nueva.

—Hola. —Es lo único que logro responder.

—Te has perdido el banquete.

—No pasa nada, habrá otros.

Y es verdad. Con cada Rapto hay una ceremonia y con cada ceremonia hay un banquete para que no pensemos en la gravedad de la situación.

—Tienes buen aspecto —añado, mirando a mi reflejo de ojos azules.

Dudo que yo mantenga la calma como él cuando me toque el año que viene, no tengo su serenidad. Seguramente seré uno de los que se derrumban al acercarse el Rapto y se convierte en una masa temblorosa durante la ceremonia antes de dejarse llevar por el pánico.

—Bueno, no puedo hacer nada para detenerlo —responde Blaine con sinceridad—. Va a suceder de todos modos, así que lo mejor es disfrutar de estos momentos finales con todos.

Momentos finales. Momentos postreros.

—Te echaré de menos, Blaine —digo, incapaz de mirarlo.

—Yo también te echaré de menos, pero te veré pronto. Pase lo que pase después, ya sea la muerte u otra cosa, creo que volveremos a encontrarnos.

Me guiña un ojo. El gesto me pilla desprevenido, algo tan guasón en una noche tan seria, pero me doy cuenta de que lo hace para consolarme. Yo debería ser el que lo consolara a él, teniendo en cuenta a lo que se enfrenta, y aquí está, diciéndome que no pasará nada. Qué bien se le da hacer de hermano mayor.

Me agarro a él con fuerza, juntando las manos contra su espalda, y él me devuelve el abrazo. No es un abrazo interminable y ninguno de los dos llora; sin embargo, cuando por fin lo suelto y me alejo, es como si me hubieran arrancado un trozo de carne del pecho.

Maude se acerca a Blaine y cruzo los dedos para que lo haga muy despacio. No quiero que termine porque, cuando lo haga, habrá llegado la hora. Tiene que ser casi medianoche, y con la medianoche empieza un nuevo día, el cumpleaños de Blaine y también su final. Maude lo abraza con delicadeza y le susurra un adiós al oído. Después se aleja. Esperamos.

Entonces sucede, igual que siempre. El suelo empieza a temblar, primero levemente. Diminutos pedacitos de tierra y escombros rebotan a nuestros pies hasta que, de repente, el temblor se vuelve más violento. Algunos caen de rodillas, incapaces de mantener el equilibrio. El viento aúlla. El mundo gira. Y entonces, la luz. Una luz sale del cielo como una lanza atravesando un pergamino, sin esfuerzo, fluida. Se expande, se prolonga, se vuelve tan brillante que me hace daño en los ojos.

Llegados a este punto, normalmente estoy en el suelo, protegiéndome de la luz e intentando no vomitar. A pesar de las náuseas (el Rapto siempre parece tener ese efecto), me obligo a permanecer de pie. Me concentro en Blaine, no le quito la vista de encima. Aunque la luz es cegadora, él tiene los ojos muy abiertos y no parece asustado. La luz lo rodea, como si su cuerpo la atrajera. Es un espectáculo reluciente, una llama que arde. Entonces, el suelo se sacude por última vez, se produce un estallido de luminosidad y Blaine desaparece.

Los temblores se calman tan rápidamente como empezaron. La gente, aliviada, se pone en pie como puede y se limpia el polvo del cuerpo y los ojos. Gemimos y tosemos, recuperamos nuestros sentidos y, entonces, Maude se dirige a la multitud.

—Guardemos un momento de silencio por Blaine Weathersby —grazna con su voz seca y frágil—, a quien perdimos en el Rapto en la mañana de su decimoctavo cumpleaños.