Se me doblan las piernas.
—Da igual lo que hayas oído en Taem, no es cierto.
—Pero había carteles de «se busca» y una lista de delitos.
—Le tendieron una trampa, Gray. Harvey no estaba reuniendo seguidores. No estaba matando soldados ni vendiendo información, ni tramando la caída de AmEste. Lo que hacía era huir de la Orden porque es inocente.
Me siento en la cómoda porque mis pies ya no soportan mi peso.
—¿Cómo lo sabes?
—Elijah trajo a Harvey hace unos meses, y Harvey nos contó toda la historia. También dijo que quería ayudarnos.
—¿Y si mentía?
—Tiene cincuenta y cinco años —responde mi padre, riéndose un poco
—¿Y?
—Que Barro Negro lleva en pie aproximadamente cincuenta años. Si Harvey fuera el responsable del Proyecto Laicos, tendría que haber sido un niño durante su creación. Es imposible.
La edad de Harvey aparecía en la Operación Hurón, solo que no me había dado cuenta del significado de los números. Me doy de tortas por mi fallo. De haberme dado cuenta, a lo mejor Emma y yo habríamos salido antes de la habitación y evitado a Marco. A lo mejor estaría conmigo ahora, en vez de en una celda.
—Pero ¿por qué echarle la culpa a Harvey?
—Le interesa. Cuantos más delitos haya cometido Harvey, más gente estará pendiente de encontrarlo.
Recuerdo las palabras de Frank en su despacho, el día que llegué a Taem: «Utiliza el miedo como un arma». Frank no hablaba de Harvey, sino de sí mismo. Todo lo que me contó era una versión retorcida de la verdad, la versión con la que sabía que se ganaría mi confianza.
—No lo entiendo. El Rapto, todo el proyecto… ¿Qué sentido tiene?
—Es una historia muy larga.
—Tengo tiempo.
Nos hemos metido demasiado como para parar ahora, y mi padre lo sabe, así que sigue adelante.
—Seguramente cualquier detalle que te contara Frank sobre la guerra era correcto. Este país sufrió mucho tras la lucha, que tuvo lugar mucho antes del proyecto. Aun así, AmOeste sigue siendo una amenaza. La mayoría de sus habitantes viven entre las ruinas, como las comunidades que rodean Taem. Cuentan con unas fuerzas organizadas en la costa occidental, y ahora mismo sus ataques son esporádicos y descoordinados. Sin embargo, si los pones a todos juntos (a la gente que vive en la pobreza y a la gente que ataca de forma activa), son muchos. Muchísimos. Frank sabe que si se mantuvieran unidos lo bastante como para cruzar la frontera y reclamar las tierras y el agua, no lograría detenerlos.
»La única forma de asegurarse de que no suceda es contar con un ejército mayor. Frank quiere más soldados, un suministro inagotable. Además, quiere de los buenos, fuertes mental y físicamente. ¿Qué mejor manera de conseguir individuos resistentes, tozudos y con recursos que hacerlos crecer en las duras condiciones de un sitio como Barro Negro?
—Parece muy poco eficaz —comento—. Lo de tener que esperar dieciocho años para conseguir un solo soldado, me refiero.
—Somos medios para un fin, Gray. No nos quiere a nosotros, solo desea nuestras cualidades. Lo que le importa son las Imitaciones.
Otra vez esa palabra. Sé lo que significa en casa, por ejemplo, cuando alguien se burlaba de otra persona imitando su forma de hablar o comportarse, pero en este contexto creo que significa algo más.
—Las Imitaciones son el objetivo del Proyecto Laicos —dice mi padre—. Cuando se raptaba a un chico, lo llevaban a los laboratorios, donde Frank intentaba duplicarlo. Ha obtenido un éxito relativo, pero no a la altura de sus expectativas. Harvey nos contó que Frank era capaz de hacer una sola Imitación de cada chico. Su objetivo final es, por supuesto, hacer copias ilimitadas: un chico raptado podría duplicarse una, diez o cien veces. Si Frank contara con esa clase de ejército, barrería AmOeste en cuestión de días.
Guardo silencio, pasmado. Hace unos días confiaba totalmente en Frank, me sentía como en casa cuando estaba a su lado. Y ahora… esto. Harvey es inocente y es todo por Frank. Frank, que está criando al soldado perfecto utilizando a Barro Negro como molde. Y el Anillo Exterior y el humo… también son cosa suya. Los trepadores muertos no eran víctimas de una parte del experimento de Harvey que estaba en piloto automático. Todos ellos cayeron por culpa de Frank, que quemaba a cualquiera que amenazara el futuro de su proyecto con un intento de huida. Emma y yo fuimos los primeros que salvaron porque… ¡Por Maude! Le conté que era el gemelo de Blaine cuando salí de su casa. A lo mejor estaba hablando con Frank aquella noche. A lo mejor le comunicó mis palabras y Frank hizo que nos salvaran a los dos porque quería averiguar cómo había engañado al Rapto.
—No puedo… no puedo creerme que me haya tragado todas sus mentiras —tartamudeo—. ¿Cómo le permitieron encerrar a un puñado de niños? ¿Por qué no lo detuvo nadie? ¿Por qué nadie le preguntó nada cuando levantó el Muro?
—El exterior está repleto de zonas en cuarentena —responde mi padre—. AmOeste liberó un virus que mató a miles de personas durante la guerra. Hicieron pasar Barro Negro por una comunidad en cuarentena que todavía sufría la enfermedad, y todo el mundo evitó acercarse.
Se me ponen pálidos los nudillos de tanto apretar el borde de la cómoda. Frank me apoyó el brazo en el hombro, confié en él. Recuerdo la visita a la enfermería para la limpieza, el dispositivo de seguimiento que me implantaron en el cuello. ¿Qué más me pasaría durante mi estancia allí? ¿Habrá ahora un trozo de mí dentro de uno de los frascos de su laboratorio?
—Tenemos algo de documentación, si quieres verlo con tus propios ojos —añade mi padre—. Ryder se hizo con unos informes de investigación parciales cuando huyó, hace algunos años.
—Es una lectura interesantísima —dice una voz desde la puerta abierta. Es Bree, que me trae ropa limpia—. Llena de detalles sorprendentes.
Miro a mi padre con suspicacia, por si me oculta información.
—Te he contado lo esencial —me dice, y me lo creo. Habla con voz firme y me da la sensación de que, si mintiera, sería capaz de percibir el temblor, igual que con Blaine—. Pero estoy seguro de que Bree te llevará a la biblioteca si quieres leerlo.
—Sí, puedo hacerlo en algún momento —responde ella, encogiéndose de hombros sin mucho interés—. Ahora no, que voy a la Cuenca a comer.
—Buena idea —dice mi padre—. Gray necesita comida en condiciones. Tampoco le vendría mal pasar antes por el lavabo —añade al fijarse en el estado de mi uniforme de la Orden.
Bree deja caer la ropa en mi catre y se da media vuelta para marcharse.
—Espéralo, Bree —dice mi padre—. No conoce el sitio y yo tengo que asistir a una reunión.
—Pero me muero de hambre… —repone ella, mirando la puerta.
—Vas a esperarlo, es una orden.
El tono de mi padre tiene algo que hace que Bree se ponga firme.
—Sí, señor.
Owen asiente bruscamente con la cabeza y, después de decirme que me vería por la mañana, se excusa.
Una vez fuera de su vista, Bree resopla con aire teatral y se deja caer en el catre.
—Tienes cinco minutos.
—O ¿qué?
—O procuraré mantenerme lo bastante ocupada como para evitar llevarte a la biblioteca después de comer —responde, sonriendo, con la mirada fija en el techo.
Cojo la ropa limpia y me voy a toda prisa.
El lavabo compartido del final de mi túnel es pequeño y modesto, pero me hace sentir bien notar el agua sobre la piel. Me enjabono rápidamente los brazos y la cabeza con una pastilla de jabón. Descubro con satisfacción que mi pelo, que antes raspaba, empieza ya a suavizarse un poco.
La ropa que me ha dado Bree es sencilla, aunque cómoda: una túnica de algodón y pantalones de lino; calcetines limpios. Casi me siento como en Barro Negro cuando me la pongo. Regreso a mi cuarto y meto el uniforme de la Orden en la cómoda.
—Ahora estás casi tolerable —comenta Bree. Pongo los ojos en blanco, pero ella ya se ha dado media vuelta—. Por aquí. La cena está en la Cuenca.
De vuelta en la Cuenca, más allá del mercado y de los campos de cultivo, cerca de lo que parece ser un rudimentario colegio, hay un enorme edificio al que Bree llama el «comedero». La disposición me recuerda a la del comedor de Taem, todo lleno de mesas grandes y bastos bancos de madera. Hay una cocina abierta al otro lado de la habitación, y nos unimos a la cola de gente que espera su comida. Ya no veo caras que me miran con rabia. Esta ropa tan estándar hace que no destaque entre los demás.
Me sorprende lo sabrosa que está la comida, aunque la dosifican bastante. Sigo teniendo hambre cuando termino mi pequeña ración (una taza de sopa, un trozo de pan y media mazorca de maíz), pero es mejor que nada.
Bree y yo nos sentamos a la mesa con otros rebeldes con los que se pone a hablar al instante. Evita presentarme, así que me limito a escuchar.
—Todavía no los hemos encontrado —le dice Bree a un chico corpulento que está sentado a su lado.
—Pero dijiste que Luke tenía a uno —responde.
—Venga, Hal, ¿es que no escuchas cuando te hablan? —le regaña otra chica de la mesa mientras le tira un trozo de pan a la cara—. Capturaron a uno hace días y Luke lo está interrogando, pero no hay nada nuevo desde entonces.
—Bueno, gracias por tu falta de delicadeza, Polly —responde Hal, que le tira el trozo de pan de vuelta.
El pan le da entre los ojos y le cae en la sopa, con la corteza para abajo. Las salpicaduras provocadas por el impacto le manchan de sopa la parte delantera de la túnica y las trenzas castañas que le enmarcan la cara.
—Si es por detalles —dice Bree tras aclararse la garganta y dejar claro que ella y solo ella conoce todos los hechos—, el hombre que capturamos no suelta ninguno. No nos contará nada sobre la operación ni la posible ubicación de las tropas de Evan. Yo creo que se fueron hace tiempo.
—¿Adónde? —pregunta Hal.
—A Taem. Creo que las posibilidades de capturarlos son escasas, y el hombre del centro de interrogatorios prefiere morir a manos de Luke antes que revelar información.
—Qué fastidio —dice Polly, suspirando. Después pasa el pan por la base del cuenco para rebañar lo que queda del caldo.
—Sí —responde Bree—, pero al menos ahora tenemos a Gray. A lo mejor nos despeja algunas dudas sobre la misión.
—¿Estabas con la Orden? —pregunta Polly, casi a voz en grito, percatándose de mi presencia por primera vez.
—No… no del todo —tartamudeo—. Iban a ejecutarme, así que intentaba llegar aquí. Pero entonces me topé con el campamento de la Orden y mi hermano estaba allí, así que intenté…
—Entonces, ¿tu hermano está con la Orden? —me interrumpe Hal—. Basura. No sé por qué nos apiadamos de vosotros. Solo deberíamos aceptar a los que aparecen en la Grieta con las manos en alto y entran suplicando unirse a nosotros. Los que arriesgan la vida para intentar llegar aquí son los únicos que merecen confianza.
—Es lo que intentaba hacer yo —protesté.
—Claro —replica él, y suelta un bufido burlón—. O eso es lo que dices. Además, ir a buscarnos porque te van a ejecutar solo demuestra que lo más importante para ti es salvarte el pellejo.
—Es el hijo de Owen —dice Bree—. Si se parece en algo a su padre, al final puede que nos alegremos de tenerlo. Y también a su hermano, si es que se despierta algún día.
—A lo mejor —responde Hal—. O puede que sea una Imitación. Es un peligro aceptar a esta gente extraña.
—Perdonad, chicos, pero creo que yo decidiré si es o no una Imitación.
Detrás de Hal y Polly hay un hombre de mediana edad que me está mirando. Lleva un jersey sin mangas muy raro al que le cuesta mantener en su sitio una sosa camisa. Sé quién es. Esos ojos, esos ojos tan oscuros…
—Siento interrumpir vuestra cena, pero necesito que me prestéis a Gray —continúa diciendo—. Al parecer, Fallyn ha convencido a Ryder de que sería buena idea hacerle unas cuantas pruebas, por si acaso.
—Por si acaso ¿qué? —pregunto.
—Por si acaso no eres quien dices ser. Por si acaso eres una Imitación.
Sonríe, y la sonrisa llena las huecas hondonadas de sus mejillas. Incluso se le iluminan un poco los ojos. En persona parece tan vulgar y débil que me pregunto por qué Frank tendrá tanto empeño en capturarlo (y vivo, además) si en realidad no es responsable del Proyecto Laicos.
—Venga, vete ya —gruñe Bree, dándome un codazo en el costado—. Harvey no haría daño ni a una mosca.
Harvey se ríe entre dientes y saca una mano del bolsillo.
—Qué tonto, no me he presentado. Soy Harvey Maldoon. Dirijo los proyectos tecnológicos del valle de la Grieta.
—Gray Weathersby —respondo al darle la mano. Su apretón no es firme y sus dedos son aún más blandos.
—Bueno, eso es lo que vamos a confirmar, que de verdad eres Gray Weathersby —dice, sonriendo de nuevo y moviendo el brazo para indicarme el camino—. ¿Vienes?
Nos alejamos de la mesa y recorremos otro pasillo oscuro mientras Bree y sus amigos se nos quedan mirando con interés.