Capítulo veintitrés

Se me quedan mirando fijamente, curiosos. No tengo ni idea de lo que va a pasar ahora. Lo único que sé con certeza es que esta votación podría suponer mi final. Me he pasado los últimos días de mi vida persiguiendo verdades que nunca se revelan a costa de hacer daño a la gente que quiero.

¿Por qué he sido tan estúpido, tan temerario? Tengo que volver con Emma. Forcejeo para intentar soltarme porque tengo que volver con ella. De repente me cuesta respirar.

—Que os den a todos —les suelto, y escupo al centro de la mesa.

El escupitajo aterriza delante de una mujer alta y delgada, cuyas cejas se inclinan hacia el puente de su nariz.

—¡Sobre todo a ti! —grito, mirando a mi padre.

Parece dolido, pero me ha traicionado, me dio la mano sabiendo que tendría lugar esta votación; además, gritar me produce un placer doloroso, como echar sal en una herida.

—¿Vais a arrebatarme la vida con un voto? —sigo diciendo—. ¿Sabéis lo que he pasado para llegar hasta aquí? ¿Sabéis lo que me quitaréis si no votáis a mi favor?

—Veo que hemos atrapado a un exaltado —comenta sonriendo el anciano medio calvo que preside la mesa.

—Ryder, solo está alterado y confundido —interviene mi padre.

—Tranquilo, Owen —responde Ryder, y se pasa una mano por el cuero cabelludo—. No he dicho que fuera algo malo.

Por el modo en que mi padre retrocede al oír sus palabras y se hunde en el asiento de nuevo, entiendo quién está al mando. No es Harvey, ni tampoco Elijah, sino este hombre, un rostro que no había visto hasta hoy.

—¿Qué está pasando aquí? —pregunto—. Quiero respuestas. Las exijo.

Ryder aparta su silla y se levanta, apoyándose para ello en la mesa que tiene delante. Su carácter amable, pero acompañado de una inconfundible seguridad en sí mismo, me recuerda mucho a Maude. Maude, en la que antes confiaba.

El anciano me mira a los ojos y dice:

—Me llamo Ryder Phoenix, Gray. Tú y yo venimos del mismo lugar, de Barro Negro. Entiendo tu frustración porque yo también pasé por eso, igual que muchos de nosotros. Te doy mi palabra de que, al margen del resultado de la votación, sabrás la verdad.

Respuestas. A pesar de que debería sentirme aliviado, me quedo atascado en su nombre. Ryder. Ryder Phoenix. ¿Por qué me resulta tan familiar? Entonces lo recuerdo: los primeros pergaminos; el chico del primer experimento de Maude; el chico que condujo al descubrimiento del Rapto. Ahora es mucho más que un chico, es un hombre hecho y derecho, pero tiene que ser él.

—Toda la verdad —exijo—. Sobre el Proyecto Laicos y sobre por qué trabajáis para Harvey después de lo que os hizo.

La única mujer de la mesa suelta una risita.

—El chico no está en condiciones de exigir nada, precisamente.

—No importa, Fallyn —responde Ryder—. Toda la verdad, Gray. Prometido.

No le doy las gracias, a pesar de que debería.

—Esta votación determinará el destino de Gray Weathersby, hijo de Owen Weathersby, miembro de la Orden Franconiana capturado por Brianna Nox, que lo trajo aquí hace dos días. Un voto por persona, no para la muerte y sí para la vida. Se decide por mayoría. —Ryder se vuelve hacia mí y añade—: ¿Tienes algo que decir que no se haya dicho todavía?

Miro a mi alrededor. Todos me lanzan miradas furibundas, los ojos de mi padre son los únicos que parecen algo amables. Blaine me diría que reflexionara primero, que pensara mis palabras antes de soltarlas. Respiro hondo y empiezo, intentando hablar con toda la calma posible.

—Se suponía que iban a ejecutarme. Vine en busca de seguridad, pero pensaba venir de todos modos porque vi unos informes en Taem en los que se documentaban ejecuciones ordenadas por Frank. Lo cierto es que salté el Muro para obtener respuestas y solo he encontrado más preguntas. Y todas esas preguntas me han traído hasta aquí. Porque creo que vosotros tenéis respuestas. Sé que las tenéis.

Es una parte de la verdad, y puede que por eso me haya salido tan fácilmente. Vine en busca de seguridad. Sin embargo, también lo hice por Harvey, por las respuestas que él puede darme. Me guardo ese detalle para mí.

Ryder asiente con la cabeza y vuelve a su silla.

—Ahora, votemos.

El hombre que está a su derecha se levanta. Es aproximadamente de la edad de mi padre, quizá mayor. No estoy acostumbrado a ver a hombres de más de dieciocho años, así que me cuesta distinguirlo.

—Raid Dextern —anuncia—. Sí.

Ya está. Sin razonamiento, sin motivo, solo sí, un voto por mi vida, y vuelve a sentarse.

Mi padre es el siguiente en levantarse.

—Owen Weathersby. Lo siento, Fallyn —le dice a la mujer que tiene al lado—. Entiendo tus razones e incluso yo sé que es posible, pero si nos equivocamos y de verdad es mi hijo… Bueno, simplemente no puedo arriesgarme. Voto por que viva.

Fallyn se levanta y apoya las palmas de las manos en la mesa. Tiene una expresión salvaje, no muy distinta a la de Bree cuando me encontró en el bosque.

—Fallyn Case —dice—. Podría ser una Imitación, otro truco de Taem diseñado para parecerse a algo que nos llegara al corazón y que después pudiera asesinarnos mientras dormimos. Y, aunque no fuera así, es demasiado riesgo. Ya lo habéis oído: irracional, vengativo. Voto por que muera.

Es el primer voto que pide mi muerte y, sin embargo, en vez de hacerme sentir miedo o terror, me quedo con lo de la «Imitación». ¿Qué será eso? ¿También es cosa de Harvey?

El siguiente hombre se levanta y, de repente, lo reconozco: es el chico de los registros de Frank. Parece aún más joven en persona que en papel.

—Elijah Brewster —dice—. Coincido con Fallyn, es demasiado arriesgado. No.

Todo depende del último voto. Un mísero voto.

—No creo que la Orden haya diseñado una Imitación tan imprudente —dice sin levantarse—. Las Imitaciones son mucho más reservadas, las hacen muy sencillas para que no llamen la atención. Este chico es emotivo, siente rabia, ira, amargura, fuego… Es real. Es lo que queda de un chico raptado, de una vida arrancada de un mundo para lanzarla a otro del que no sabe nada. Voto por la vida en este caso. Voto sí.

Fallyn deja caer los puños sobre la mesa.

—Si te equivocas, Ryder, lo que ocurra caerá sobre tu conciencia —dice antes de salir, furibunda, de la habitación.

Elijah la sigue, tirando la silla al suelo.

—Perdona a Elijah y a Fallyn —me pide Ryder mientras me desata las cuerdas—. Solo intentan proteger a los nuestros.

Dejo escapar una risa burlona, y Raid susurra algo a mi padre antes de seguir a los otros.

—Bueno, pues ya está —dice Ryder—. Os dejaré solos. Seguro que queréis poneros al día.

—¿Y la verdad? —le grito.

—Ah, ya llegaremos a ella. Primero tienes que lavarte y comer.

—Pero… dijiste…

—Te prometí respuestas, Gray, pero no dije que fueran a ser instantáneas, ni tampoco que te las daría yo. Habla con tu padre, conócelo. Visita a tu hermano en el hospital. Ahora, eso es lo más importante.

Tras aquellas palabras tan bien calculadas para hacerme sentir culpable, Ryder también se va.

Mi padre me lleva a mi habitación. Me pierdo de inmediato, abrumado por los distintos túneles y madrigueras que parten haciendo eses de la zona principal del valle, a la que él llama la Cuenca. A mí todos los pasadizos me parecen iguales; todas las esquinas, idénticas; pero él me promete que me acostumbraré con el tiempo.

Quiero preguntarle por Harvey, por el Proyecto Laicos y por la razón que impulsa a los rebeldes a aliarse con un monstruo. Sin embargo, los detalles no encajan. En Taem se decía que era Harvey el que reclutaba seguidores, a pesar de que no lo he visto desde que llegué, ni siquiera en mi votación, que parecía incluir a los rebeldes más influyentes. A lo mejor los informes de Frank estaban mal y Harvey no está al mando. A lo mejor Harvey ni siquiera está aquí.

Dejo a un lado las preguntas y le cuento a mi padre cómo fue mi viaje. Empiezo con la carta que encontré y por lo de trepar el Muro. Le hablo de Emma y de su celda, y de que ordenaron mi ejecución. Guarda silencio hasta que llegamos a mi cuarto, una habitación diminuta en medio de un túnel que parece idéntico a los demás. Hay un sencillo catre, una cómoda y un cuadro en la pared en el que se ve el sol en un cielo azul, cosa imposible de contemplar de otro modo en una habitación sin ventanas excavada en la roca.

—Tu madre, Sara, ¿cómo está? —pregunta.

Me quedo callado sin saber cómo contárselo. Por mucho que siga siendo poco más que un desconocido, sé que debo decírselo con tacto, que debe ser algo personal. Creo que mi silencio habla por sí solo.

—No —masculla, sin poder creérselo—. ¿Cuándo?

—Teníamos quince años. Neumonía. Carter lo intentó todo, pero no logró salvarla.

Veo que una fina capa de agua le empaña los ojos. Está muy claro que la quería. Eso hace que me pregunte si odiaba las asignaciones tanto como yo, si alguna vez murmuró esa peligrosa palabra a mi madre, a pesar del lastre que suponía.

—Blaine es padre de una niña —comento, desesperado por intentar distraerlo de las lágrimas—. Se llama Kale y es la niña más linda del mundo. Todavía no ha cumplido los tres años.

Se sienta al borde de mi cama y se pasa la mano por el pelo, igual que yo cuando estoy nervioso.

—Apenas pude ser padre, ni siquiera me imagino ser también abuelo —dice.

Es raro verlo tan perdido. Supongo que siempre me imaginé que un padre tiene todas las respuestas. Cuando me hacía daño de niño, corría a buscar a mamá. Cuando necesitaba consejo o consuelo, siempre me los ofrecía. Ver a mi padre desconcertado y dubitativo es algo chocante. Entonces deja a un lado las preocupaciones que lo atormentan y me mira.

—Supongo que sabes lo del experimento de Sara. Por eso trepaste, ¿no?

Asiento con la cabeza.

—Yo tenía diecisiete años cuando dio a luz. Fui a verla ese día, después de cazar (porque habíamos acordado seguir emparejándonos), y los dos estabais allí, acurrucados en su regazo. Ella tiró de mí y me dijo que tú no existías. Blaine, sí, pero tú, Gray, eras un fantasma. Salvo Carter y yo, nadie más debía saber que habías nacido, al menos, no hasta el año siguiente. Fue su manera de desafiar una situación que nunca había aceptado.

»Debes comprender que, aunque quería de verdad a tu madre, creía que estaba perdiendo contacto con la realidad. Odiaba Barro Negro y el Rapto. Siempre me decía que aquel lugar era antinatural, me contaba sus dudas y sospechas, y me obligaba a prometer que no hablaría de ellas con nadie.

Me sorprende lo poco que llegué a conocer a mi madre. A Blaine y a mí nunca nos habló de esos sentimientos en todos los años que estuvo con nosotros. Es como si nos hubiese criado una persona distinta.

—Era la única que se obsesionaba con esas cosas —sigue contando mi padre después de tragar saliva—. Nadie más en el pueblo se cuestionaba el Rapto, ni siquiera yo. Quería pasar mi último año con mis dos hijos, poder sacaros fuera a los dos para respirar aire fresco y disfrutar del sol. No quería que mis únicos momentos contigo, Gray, fuesen dentro de casa, oculto al mundo.

»Sin embargo, Sara ganó. Por encima de todo, yo no soportaba la idea de que fuera infeliz nuestro último año juntos. Estaba muy segura de que el experimento probaría algo, aunque yo creía que estaba loca. —Se restriega los nudillos y levanta la vista para mirarme—. Resulta que no se equivocaba en nada. Barro Negro es antinatural, y el Rapto es mucho más que una parte normal de la vida. Ha sido una gigantesca confabulación desde el principio, y ella nunca llegó a saberlo.

—Sí, Barro Negro es un gran experimento, y vosotros vais y os ponéis a trabajar mano a mano con el hombre que lo empezó. Qué buena forma de honrar su memoria.

Me siento mal en cuanto lo digo. Solo quiero confirmar que Harvey está en el valle de la Grieta, pero mi padre está sufriendo por la muerte de mi madre y yo soy incapaz de portarme como alguien decente ni cinco minutos. Si Blaine estuviera aquí me lanzaría una de sus miradas de hermano mayor.

—Harvey es un hombre muy influyente. Poderoso. Listo —dice mi padre; así que Harvey está aquí—. Necesitamos su ayuda.

—Creo que la única ayuda que necesitáis es la de alguien con las agallas necesarias para torturarlo hasta que hable y así sacar a todos de Barro Negro. Para que puedan ser libres.

Aunque Blaine ya estaría asesinándome con la mirada, no me esperaba esta lealtad por Harvey, y menos de mi padre. No tiene sentido.

—No es tan simple —responde.

—Pues cuéntame por qué trabajáis con él, porque no lo entiendo.

—Solo serviría para dificultarte la adaptación. A lo mejor deberías descansar, ir al hospital a visitar a Blaine, tomártelo con calma. No estoy seguro de que ponerlo todo patas arriba sea buena idea.

—No, es una idea excelente. Quiero escucharlo.

—Me sentiría mejor si primero te instalaras. —Me cruzo de brazos, él mira hacia la puerta y añade—: ¿Alguna posibilidad de que me dejes salir de la habitación sin darte detalles?

—Entre remota y ninguna.

—Debería haber sabido que exigirías respuestas de inmediato —responde, suspirando—. Yo era igual.

Apoyo la espalda en la cómoda y espero. Él se retuerce las manos y mira al suelo. Cuando por fin se decide a hablar, parecen haber pasado horas.

—Harvey no empezó el Proyecto Laicos. Fue Frank.