Capítulo veinte

Me paso la noche en una cueva oscura encajada en una pequeña colina. Enciendo una fogata y me ocupo de Blaine lo mejor que sé. Como temo no ser capaz de controlar la hemorragia, no saco la flecha, sino que la rompo a poca altura de la herida. Él hace una mueca. Utilizo la poca agua que me queda en la cantimplora para lavar la sangre. Él gruñe. Envuelvo con las vendas de mi mochila el resto del astil, aunque la gasa no tarda en volverse carmesí.

—No me pasará nada —dice una y otra vez, y yo asiento.

Huía para encontrarme con los rebeldes, pero los rebeldes han herido a mi hermano. Me quedo mirándole el pecho, que sube y baja con movimientos irregulares. Casi perdí a Blaine una vez, no pienso perderlo de nuevo.

Por la mañana, Blaine está más débil. Sigo mis huellas para volver al campamento, con él apoyado en el hombro. Del equipo de la misión solo queda un revoltijo de lonas y cenizas que apenas se ve entre la densa niebla. Han pasado por encima del hueco de la fogata, y casi todas las tiendas están tiradas y pisoteadas, ardiendo sin llama. Rescato una y fabrico un cabestrillo gigante para poder tumbar a Blaine encima y tirar de él. Estoy furioso con los rebeldes por lo que le ha pasado a mi hermano, aunque sería una estupidez no seguir mi camino. Necesito a Harvey, y en Taem solo me espera la ejecución. Además, Blaine necesita atención médica. Urgente.

Cuento siete cadáveres en los restos del campamento. Me gustaría enterrarlos, pero no tengo tiempo, así que los coloco sobre una tienda todavía humeante y les prendo fuego. Una bandada de cuervos, enfadados conmigo por robarles el desayuno, acechan desde las alturas cuando nos marchamos. Nos siguen durante gran parte de la mañana, volando en círculos bajos y lanzando graznidos siniestros mientras la niebla se disipa.

Me dirijo al norte y cuento cinco miembros muertos de la Orden a lo largo del día. Han perdido a más de la mitad del equipo de Evan. La poca agua que me queda se la doy a Blaine; tengo que abrirle la boca y obligarlo a tragar el líquido.

Por la noche cazo un conejo para cenar e intento alimentar a mi hermano, pero su estómago no aguanta la carne. Me quedo sin agua a la mañana siguiente y me veo obligado a beber rocío ahuecando hojas en un inútil intento por apagar la sed.

Continúo así un día tras otro. Arrastro a Blaine. Comemos lo que cazo. Intento mantenernos hidratados. Blaine gana y pierde la conciencia durante la mayor parte de un día en el que yo empiezo a perder la fe. La sed está afectándome, a veces veo a un rebelde o a Craw más adelante, parpadeo y desaparecen. Sigo en dirección norte, aunque cubro menos terreno con cada hora que pasa. La noche y el día se mezclan, el norte y el sur se mezclan. Podría estar tirando de Blaine en círculos y no darme cuenta. Me duele la cabeza y me arde tanto la garganta que temo estallar en llamas.

Puede que no encuentre agua nunca. Frank dijo que era escasa, un recurso raro y codiciado. ¿Y si este bosque ya se ha quedado seco? ¿Y si hay presas en sus ríos y han drenado sus lagos, y no encuentro nada más que embalses vacíos?

Al tercer día sin agua doy con una laguna llena de sucio cieno verde. Caigo de rodillas frente a ella. ¿Esto? ¿Después de tanto buscar? Está demasiado en calma, en absoluto potable. Acerco el cuerpo de Blaine al mío y le sostengo la cabeza en el regazo. Tiene los labios agrietados y secos, y lucha por mantener los ojos abiertos. El pecho se le mueve espasmódicamente y su respiración tiene un ritmo errático. He fallado a las personas que quiero. Primero, Emma. Ahora, Blaine.

Entonces oigo algo, un delicado aleteo. El corazón me da un vuelco. Me concentro y presto más atención. Suenan como gotas.

Sigo el ruido y descubro que la laguna verde se llena gracias a unas diminutas perlitas de agua que caen de una pared de roca que está en su parte posterior. En la piedra hay una abertura diminuta, aunque veo luz al otro lado. El sonido también procede del mismo lugar.

—Blaine, levantate, tienes que andar.

Él masculla una incoherencia.

—Hay agua —le explico.

Quiero decirle que solo necesito que haga esto por mí y que después volveré a cargar con él, pero formar las palabras requiere demasiado esfuerzo.

Blaine gruñe cuando lo pongo en pie. Tiene la frente cubierta de sudor y de tierra.

—Por aquí —indico, señalando el hueco de la roca.

Él hace una mueca al movernos y cojea para no apoyar el peso en la pierna herida.

—¿Podrás hacerlo? —le pregunto.

Tose, pero asiente con la cabeza. Lo suelto. Mi hermano cierra los ojos con fuerza, parpadea varias veces y vuelve a asentir. En cuanto le doy la espalda, se cae. El sonido de su cuerpo contra el suelo, un crujido sordo, me da náuseas.

Se ha desmayado y se ha golpeado la cabeza al caer. Me tiro en el suelo, a su lado.

—¿Blaine?

No responde. Le levanto la cabeza y la sangre me deja los dedos pegajosos.

—¡Blaine! Nada.

—¡No puedes hacerme esto! Ahora no. ¡Ya lo hemos encontrado!

Lo sacudo, lo maldigo, chillo su nombre, pero él no reacciona. Pego la oreja a su pecho y, al oír el latido de su corazón, dejo escapar el aliento que contenía inconscientemente. Saco una venda de la mochila y le tapo la herida con manos temblorosas.

Vuelvo la mirada hacia la pared de roca. Seguimos necesitando agua, tendré que hacerlo solo y recoger toda la posible. Tras echar un último vistazo a Blaine, me obligo a meterme por el pasadizo. Es muy estrecho, y la fatiga me ralentiza bastante, pero cuando consigo salir del hueco me pongo a llorar de alegría.

Pendientes rocosas me rodean por todas partes. Desde uno de los picos más altos cae el agua en un magnífico chorro para llenar la laguna de agua dulce que veo a mis pies. El agua de esta laguna gotea muy despacio por el camino que acabo de seguir, pero sale a borbotones por uno de los extremos opuestos de la zona cerrada, probablemente para alimentar un río.

No me detengo a investigar el funcionamiento del curso natural del agua, sino que susurro dando gracias a que la Orden no haya descubierto este recurso y corro hacia la laguna. Me echo agua en la cara y bebo con ansia. Noto los brazos pesados, el esfuerzo de llevarlos hacia la boca es casi insoportable, pero el agua sabe muy bien. El ruido de la cascada es música celestial, el placer del líquido frío en el estómago, increíble. Por primera vez en días tengo esperanza.

Bebo hasta que no puedo más y después saco la cantimplora de la mochila para llenársela a Blaine.

—No te muevas —me ordena una voz.

Me quedo paralizado y levanto las manos por encima de la cabeza.

Respiro lo que supongo será mi último aliento, pero el disparo no llega. Con los brazos todavía en alto, levanto la mirada para buscar al intruso y, a unos veinte pasos de mí, veo a una chica junto a la estrecha abertura por la que acabo de pasar. Es de mi edad, puede que un poquito menor que yo, y lleva un arma en los brazos, una de las largas y finas. Me mira fijamente, concentrada. Va a apretar el gatillo y estaré muerto tan deprisa como aquel ladrón de la plaza de Taem. Sin embargo, la chica hace una pausa y aparta la cara de su arma. Veo que apunta por segunda vez y vacila.

—Tú —me ladra—, ¿cómo te llamas? —Después se acerca a mí con paso resuelto al ver que no digo nada y me pone el cañón del arma contra el pecho—. Te he preguntado tu nombre.

Es bastante más baja que yo, más baja que Emma, incluso, y tiene el reluciente cabello rubio trenzado y recogido en un moño.

—El chico de fuera, ¿es tu hermano?

—De todos modos vas a matarnos —le respondo, y es cierto, ella me considera el enemigo—. Vas a asesinarnos, igual que a los miembros del equipo de la Orden.

—¿Asesinaros? —repite con desdén—. No es un asesinato cuando luchas por tu vida.

Me observa de nuevo con atención, clavándome la mirada.

—Tu nombre —insiste, apretando los dientes.

Me niego a dárselo y empiezo a jugar con ella. Entonces es cuando me doy cuenta de que estoy más deshidratado que nunca, más loco que cuerdo.

—Eres muy buena —reconozco—, muy silenciosa. ¿Cuánto tiempo llevas siguiéndonos? —No responde—. Serías una buena cazadora, sobre todo de donde vengo. No creo que tengamos a ninguna chica tan sigilosa como tú.

—¿De dónde vienes? —repite—. ¿Estás con la Orden o vienes de otra parte?

Empuja el arma contra mi pecho, esta vez algo más fuerte, y yo mantengo las manos sobre la cabeza, pero estoy bastante seguro de que si todavía no me ha disparado, ya no lo hará.

—¿Qué pasa? Me vas a disparar, ¿no? —pregunto, esbozando una sonrisa taimada y juguetona.

La chica entrecierra los ojos, se mueve con una rapidez increíble y me da un rodillazo en la ingle. Me doblo de dolor, y ella me da con la culata del arma en la cabeza. Caigo al agua y lo último que veo antes de rendirme a la oscuridad es su cara de orgullo y su sonrisa burlona.