Quiero estar tan lejos de la Orden como sea posible cuando anochezca, lo que solo me deja unas cuantas horas para cubrir una distancia muy valiosa. Corro hasta que me arden los pulmones y después freno para caminar deprisa. El paisaje es más accidentado y fértil. Los árboles tienen una altura poco común y crecen tan pegados los unos a los otros que me veo obligado a caminar en zigzag entre ellos. Me cuesta creer que esta mañana estuviera recuperándome de un viaje a la enfermería.
Una fuerte brisa me da en la espalda. El cielo apenas se ve a través de la espesura de hojas. Es de un azul tranquilo y pálido, aunque el aire huele a lluvia; se acerca una tormenta. Me gusta volver a sentir estas cosas, conocer y comprender el mundo que me rodea, casi como si estuviese de vuelta en Barro Negro, cazando en el bosque. Casi.
Compruebo el mapa. Más adelante hay un saliente y un accidente geográfico al que llaman la Horquilla, pero lo mejor será acampar ahora. El sol ya se está poniendo y el viento sopla con demasiada fuerza. No quiero quedarme atrapado en un saliente a cielo abierto si hace mal tiempo.
Al fondo de la mochila encuentro una hamaca, que procedo a atar entre dos árboles, y una lona, que sujeto con cuerdas por encima. Como temo que me descubran, me contengo para no hacer una fogata y me subo el cuello del uniforme. Cuando la lluvia empieza, lo hace con discreción. Las gotas bajan delicadamente y aterrizan dando saltitos irregulares, como si la tormenta fuese a pasar de largo, hasta que el cielo se descarga sobre mí de golpe. Corro a esconderme bajo la lona, y la manta de agua es tan densa que el bosque que me rodea se convierte en un borrón en movimiento.
Me pregunto cuánto tardará Blaine en darse cuenta de que no estoy. Me pregunto qué le contará Frank. «Emma y Gray se encontraron en medio del fuego cruzado en el centro de la ciudad». O: «Emma y Gray salieron de la cúpula y los mataron los rebeldes». O tal vez: «Emma y Gray huyeron». Mentiras, mentiras, mentiras. Tengo que regresar a por Emma, aunque también necesito a Harvey, ya que, de lo contrario, Barro Negro nunca será libre. Seguir hacia los rebeldes tiene sentido, a pesar de no contar con un plan concreto ni con una estrategia. Todo se ha vuelto del revés y me da dolor de cabeza.
Cuando empieza a granizar dejo la fruta desecada que me estoy comiendo para cenar, subo a resguardarme en mi hamaca y duermo.
Llueve toda la noche.
A la mañana siguiente como algo más de fruta y considero seriamente la posibilidad de cazar, pero sé que me llevará demasiado tiempo. Solo tengo un cuchillo, y montar una trampa requiere esperar a que algo caiga en ella. Levanto el campamento, compruebo la posición del sol naciente y el mapa, y sigo hacia el norte.
Unas dos horas después camino junto a un precipicio mientras el bosque sigue extendiéndose a mi alrededor, muchos metros por debajo. Desde aquí puedo ver una interminable sucesión de copas que parece no tener fin. Recorro un sendero por la cresta hasta que, de repente, da un giro brusco a la izquierda y hacia abajo que podría pasarse por alto fácilmente. He llegado a la Horquilla.
Avanzo despacio, ya que la tierra está suelta por culpa de la lluvia de anoche y tengo que pisar con precaución. En la base del precipicio, donde la pendiente se encuentra con la llanura del bosque, distingo una huella en la tierra mojada. Es idéntica a la de mis botas.
Se me acelera el corazón; la Orden debe de estar cerca.
Me pego a las sombras durante el resto del día. Camino sobre agujas de pino siempre que puedo y me detengo a menudo. No oigo nada salvo los ruidos del bosque (el viento entre las ramas y los cantos de los pájaros) hasta bien entrada la noche.
Ya ha anochecido y estoy montando la hamaca cuando me llegan las voces. Debería quedarme donde estoy y guardar una distancia segura, sin embargo, no puedo evitar preguntarme quiénes son los que hablan y sobre qué. Recojo mis cosas y, mochila al hombro, me acerco con sigilo a la conversación.
El terreno a este lado de la Horquilla es más pedregoso y abundan las zonas para esconderse. Corro de canto rodado en canto rodado para permanecer fuera de su vista. Más adelante, a través de las ramas, distingo el débil brillo de una fogata. Al acercarme me doy cuenta de que es un campamento, un campamento de la Orden. Habrá unos doce miembros sentados alrededor de la fogata central, que proyecta una cálida luz sobre sus rostros. Algunos se encuentran de espaldas a mí, pero el hombre que parece estar al cargo se ve perfectamente. Va tan rapado que me pregunto si alguna vez habrá crecido pelo en su cabeza.
—Quiero dejar muy, muy claro lo que hemos venido a hacer aquí y cómo vamos a hacerlo —dice—. Es posible que la Operación Hurón sea una de las misiones más importantes a las que se ha enfrentado nuestra división. Es imperativo que no la fastidiemos.
La Operación Hurón: la carpeta que Emma y yo descubrimos en la Central. Debe de ser la misión que Frank ha estado planeando desde que oí comentar que habían visto a Harvey en el bosque.
El hombre hace una pausa teatral y mira a su equipo. Sigo su mirada y reconozco a Septum y a Craw a la luz del fuego. Parecen nerviosos. Seguramente la consideran su primera gran misión.
—El monte Mártir es nuestro destino final —sigue diciendo el hombre—. Sospechamos que ahí o en una de las montañas vecinas no solo se encuentra Maldoon, sino también el cuartel general de todo el movimiento rebelde. No subestiméis a ese hombre. Es implacable y mucho más astuto de lo que parece. Nuestra misión consiste en llevarlo de vuelta a Taem vivo. Es de crucial importancia que lo atrapemos de una pieza.
Me imagino a Harvey, su frágil silueta y sus ojos oscuros. Puedo ver con total claridad su penetrante mirada, como si lo tuviera delante. Debo seguir a este grupo o llegar hasta Harvey primero. Necesito sacarle respuestas antes de que lo haga Frank.
El hombre cruza los brazos sobre el triángulo rojo de su pecho y continúa.
—Mañana por la mañana empezaremos una caminata que nos llevará al pie del monte Mártir y desde allí iniciaremos la captura de Maldoon. Seguid las órdenes, y estoy seguro de que esta operación será un éxito.
A continuación, el que habla señala a unas cuantas personas y les pide que se unan a él en su tienda. Me recoloco la mochila en la espalda, listo para retroceder y acampar a una distancia segura cuando una rama se parte detrás de mí.
Me vuelvo, pero no veo más que sombras oscuras y siluetas de árboles.
Otra rama.
Esta vez distingo la figura: alta, oscura, apuntándome con un arma. Es un modelo pequeño, como el que tenía Frank.
—Quédate donde estás —ordena.
Entonces entra en el resplandor de la fogata y descubro que es Blaine. Suelta el arma en cuanto me reconoce.
—¡Gray! ¿Qué haces aquí? —susurra.
—¿Y qué haces tú aquí?
—Estoy en una misión, la primera importante, una oportunidad para capturar a Harvey, nada menos —responde con orgullo.
No me habría salido mejor ni planeándolo. Puedo contárselo todo a Blaine, decirle lo de Frank. Puedo pedirle que me ayude a capturar a Harvey antes de que lo haga la Orden. Mis posibilidades de éxito eran escasas, pero con Blaine me siento más seguro.
Antes de poder decir palabra, una figura se acerca a nosotros.
—¿Blaine? Ya ha terminado tu guardia, vengo a relevarte… —empieza, hasta que me ve y se detiene—. ¿Qué pasa? ¿De dónde ha salido este?
—No pasa nada, Liam, es mi hermano, Gray.
—¿Cómo ha llegado aquí? —pregunta, mirándome con suspicacia.
—Pues… —dice Blaine, pero se para y me mira, desconcertado—. ¿Cómo has llegado aquí?
Está claro que es la pregunta equivocada, porque Liam saca el arma y nos apunta a los dos.
—Al campamento —ordena, moviendo el arma—. Ahora mismo.
—Liam, es mi hermano, no el enemigo —insiste Blaine mientras levanta las manos.
—Me da igual. Aparece husmeando por el bosque y no está en la lista de la misión. Hacia el campamento, moveos.
Cuando nos acercamos a la fogata, los otros miembros de la Orden se nos quedan mirando.
—¡Evan! —grita Liam.
El líder calvo sale de una tienda, y entonces lo recuerdo: Evan era el hombre con el que hablaba Frank junto a las puertas del comedor, la persona sobre la que recayó la tarea de preparar a un equipo para recuperar a Harvey.
—He encontrado a este chico espiándonos en el bosque —sigue diciendo Liam—. Blaine dice que se llama Gray. Son hermanos.
Blaine intenta hablar, mascullar algo en mi defensa, pero Evan alza una mano y lo silencia. Otra persona entrega a Evan un dispositivo portátil que se parece mucho al que Marco usaba en el Anillo Exterior.
—Tengo aquí a un tal Gray Weathersby —le dice al cacharro—. No sé cómo ha llegado, pero lleva un uniforme de la Orden Franconiana y tiene una mochila de suministros. Lo hemos encontrado a las afueras de nuestro campamento. ¿Órdenes?
La unidad emite ruidos de electricidad estática, por lo que no se entiende bien la respuesta.
—¿Puede repetirlo? —pregunta Evan, sacudiendo el dispositivo, lo que no sirve para aclarar el sonido.
Después de soltar una palabrota intenta establecer contacto de nuevo, pero al final se rinde.
—Estas cosas nunca tienen el alcance necesario. ¡Traedlo aquí!
Liam me empuja hacia delante y no para hasta tenerme tan cerca de Evan que veo la luz de la fogata reflejaba en su terso cuero cabelludo.
—¿Qué haces aquí tú solo? —pregunta.
—Misión individual —respondo a toda prisa.
—Ah, ¿sí? Muy gracioso, no sabía que hubiesen programado algo más para esta semana, teniendo en cuenta la misión que mi equipo está a punto de llevar a cabo. ¿Tienes papeles?
—Sí —respondo. Esto no va a terminar bien.
—Vamos a verlos.
Evan chasquea un dedo y señala mi mochila, que Liam procede a registrar. Ni se molesta en quitármela de la espalda, así que me sacude de un lado al otro mientras rebusca.
—Señor, no hay papeles —concluye—. Y esta mochila… no es una mochila de misión estándar, sino de suministros. Provisiones suficientes para dos días, como mucho.
Evan tira de mi bolsa, echa un vistazo al contenido y me empuja.
—De rodillas.
—Espere, ¿qué hace? —pregunta Blaine con voz trémula.
—Su bolsa pertenece al equipo de suministro que se supone que llegará por la mañana para reabastecernos. Miente.
Evan saca un arma de la cadera y Blaine se estremece.
—Guárdela —le dice—. Si miente, seguro que hay una razón.
—Y sea la que sea, no será lo bastante buena. Liam me obliga a arrodillarme.
Tanto correr para nada. No debería haber hecho caso de las voces, debería haber acampado entre los árboles. Blaine le dice algo a Evan, suplica como loco, pero el hombre ha tomado una decisión. Veo a Craw al otro lado de las llamas, haciendo una mueca.
Después oigo a Evan ponerse detrás de mí y apoyar el arma en la nuca de mi afeitada cabeza. Está fría. Pienso en Emma y en Barro Negro, en las preguntas sin respuesta y en si dolerá hasta que, de repente, me doy cuenta de que todo está en silencio, hay demasiado silencio. Ni siquiera se oye el movimiento de los animales en el bosque. Ni siquiera el viento.
Entonces lo oigo: el suave zumbido de un proyectil surcando el aire, seguido de un golpe sordo. Evan tose y cae sobre mí. Me lo quito de encima, y veo que tiene una flecha clavada en el pecho y que la sangre le dibuja una flor en la camiseta.
—¡Rebeldes! —grita Liam—. ¡Nos atacan!
Las flechas caen en una lluvia constante, atravesando la oscuridad. Algunas están ardiendo y prenden fuego a las tiendas al dar en la lona. Me tapo la cabeza con las manos y me pongo en pie como puedo.
Blaine me agarra por un brazo y tira de mí para alejarme de la locura hasta que una flecha le roza el brazo y lo hace tambalear. Me vuelvo a tiempo de ver que una segunda flecha se le clava en la pierna y cae al instante.
—¡Blaine!
Me agacho para examinarlo en el suelo y esquivo por muy poco una flecha que pasa zumbando sobre mi cabeza. Blaine se sujeta el muslo. Veo que ya hay mucha sangre y no encuentro la herida ni puedo saber lo grave que es.
—¿Es malo? —pregunta, tosiendo.
—Estás bien —respondo, aunque estoy seguro de que no es así—. Vamos, tenemos que movernos.
Me echo su brazo al cuello. Pesa, aunque, en estos momentos, a mis piernas no parece importarles. Me alejo corriendo de la fogata, cargando con Blaine lo mejor que puedo. Detrás de nosotros oigo disparos, nuestros atacantes ahora disparan flechas y balas.
El caos se adueña del campamento. Algunos miembros de la Orden caen, mientras que los atacantes siguen ocultos en las sombras de la noche.
—¡Fuego a discreción! —grita alguien.
Las balas vuelan en ambos sentidos. Es increíble que los de la Orden no acaben disparando a los suyos.
—Retirada —ordena otra voz—. ¡Retirada, ya!
Me agacho detrás del canto rodado más cercano. Craw también usa la roca de refugio.
—¿Qué ha pasado? —grita para hacerse oír por encima del ruido mientras mira a Blaine.
—Una flecha, le han dado —respondo. Me pitan los oídos por culpa de los disparos.
—Se pondrá bien —afirma Craw mientras recarga su arma.
—No lo sé —respondo.
Lo observo preparar el arma. Mete la munición y después se apoya en la roca para disparar balas a la oscuridad. Una serie de flechas nos responde y nos obliga a aplastarnos boca abajo contra el suelo.
Craw me mira, desesperado, y después mira a Blaine.
—No podré contenerlos durante mucho tiempo —reconoce—. Deberíais iros. Ahora.
Las balas vuelan hacia la roca y me doy cuenta de que este podría ser el momento, de que quizá no sobreviva a esta noche ni regrese a Taem para contarle a Emma lo que realmente siento. De repente, es como si ella estuviera muy lejos, a una distancia insalvable.
—Si regresas a Taem, dile a Emma que volveré a por ella y que la quiero. ¿Puedes decírselo?
Si a Craw le sorprenden mis palabras, no lo demuestra. Asiente con un brusco movimiento de barbilla y después vuelve a apoyarse en la roca. Apunta a la oscuridad y habla sin mirarme.
—Vete ya —ordena—. Te cubriré.
Muevo a Blaine para poder meter mejor los brazos bajo sus hombros y, cuando Craw dispara, corro.