Cuando recupero la conciencia, ya no estoy en la enfermería, sino en la cama de una habitación privada, y todavía llevo puesta la ropa llena de lodo con la que salí de Barro Negro. Fuera es de noche. No sé cuánto tiempo habrá pasado, si horas o días. Ruedo para ponerme de lado y noto que la cabeza raspa la almohada como si se me pegara a la tela. Levanto una mano y me encuentro con una superficie estropajosa y basta. No está bien, jamás había llevado el pelo tan corto, al menos desde que tengo uso de razón.
Me siento y bajo las piernas de la cama. Me duelen todos los músculos del cuerpo. Mis brazos son como pesos muertos y noto un dolor palpitante en la base del cuello. Alguien me ha dejado pan y fruta en una mesa junto a la almohada, así que me lo zampo antes de salir dando traspiés a un cuartito lateral que hay al lado de la cama. Allí encuentro un retrete exterior… en el interior.
No hay bañera, pero cuando giro una serie de pomos detrás de un panel de cristal, el agua sale de una tubería montada en la pared. Me recuerda a las milagrosas instalaciones que descubrí con Emma en el edificio abandonado al salir de Barro Negro. Me quito la ropa sucia y me meto dentro. Es mucho más sencillo que bañarse en casa. Me quedo bajo el chorro de agua caliente y me restriego la suciedad de la piel mientras contemplo cómo cae la espuma por el desagüe. Cuando por fin empieza a remitir el dolor del cuello, el agua se corta de repente. Muevo el pomo. Nada. De repente se ilumina un pequeño panel en la pared en el que aparece el mensaje: «Ha agotado sus dos minutos de ducha al día». Cojo una toalla y me seco para quitarme el exceso de jabón. La próxima vez tendré que ser más rápido.
Encuentro un montón de ropa limpia en la repisa del baño: un uniforme de la Orden. La tela es gruesa, muy resistente. Me pregunto cómo la habrán cosido. Los pantalones no están nada mal, mientras que la parte de arriba me queda rara. El cuello es demasiado estrecho, me ahoga un poco, y las mangas y el torso son estrechos, de modo que la tela se me pega a la piel. Es absurdo lo tieso que me siento, como si restringieran mis movimientos y el cuello solo me permitiera mirar adelante.
Me miro en un espejo sobre el lavabo y examino por primera vez mi nuevo corte de pelo. Ahora me veo la frente demasiado grande, y el largo flequillo ya no me tapa el gris de los ojos, así que me veo apagado. Todavía me duele el cuello y el uniforme no ayuda. Me quito la parte de arriba y la tiro al suelo. Después vuelvo a meterme en la cama y me quedo dormido fácilmente, apretado contra las sábanas como si su masaje pudiera librarme del dolor.
Cuando me despierto por segunda vez está saliendo el sol. Me siento en la cama, todavía con las extremidades entumecidas y cansadas, y me calzo las botas antes de ir a por la otra mitad del uniforme, que sigue tirada en el suelo del baño.
Tengo que buscar a Emma para contarle todo lo que me explicó Frank sobre Harvey y su proyecto. Tal vez podríamos desayunar juntos, hablar mientras lo hacemos e intentar aislarnos de la Central de la Unión. Si nos empeñamos, a lo mejor es como estar en Barro Negro, donde las cosas eran sencillas. A lo mejor.
Al acercarme a la puerta oigo voces al otro lado: Marco y Frank.
—Entonces, ¿sigue dormido? —pregunta Frank, y yo noto una oleada de gratitud al pensar que se preocupa por mí.
—Lleva unas veinticuatro horas, aunque entra dentro de lo normal —responde Marco—. Debería despertarse pronto.
—Quiero que me avisen en cuanto lo haga. Mientras tanto, necesito respuestas. Estoy demasiado ocupado con Harvey para encargarme también de esto, y lo que me faltaba era que todo nuestro trabajo se fuera al garete por un Rapto fallido —dice Frank en un tono furioso, furibundo.
—Lo entiendo, señor.
—Bien —responde Frank, y oigo sus pisadas alejándose por el pasillo hasta que se detienen un momento y añade—: ¿Vienes?
—Llevo bastante sin dormir. Primero, el chico; después, esa reunión que convocó ayer. Se me había ocurrido tomarme un descanso.
—No te lo mereces —responde Frank con la misma voz suave y melosa de siempre, aunque eso hace que la autoridad que destilan sus palabras sea mucho más poderosa—. Vamos a recibir un informe del equipo de Evan antes de que se vaya al bosque. Te quiero allí.
—Sí, señor —responde Marco, suspirando.
Me quedo pendiente de las pisadas que se alejan antes de abrir un poco la puerta. El pasillo está vacío. Intento comprender el significado de la conversación.
Ayer, Frank me contó que yo era un milagro, un misterio, la posible clave para salvar a nuestro pueblo. Sin embargo, mientras hablaba con Marco ahora mismo, no parecía tan contento con la idea. Para ser sincero, daba la impresión de que la idea lo aterraba.
Me doy cuenta de que me tiemblan las manos. Frank está disgustado porque todavía no ha sido capaz ni de liberar a la gente de Barro Negro ni de entender cómo he escapado del Rapto. Debe de ser eso, nada más. Estoy siendo irracional y suspicaz porque aquí todo es nuevo y sigo intentando adaptarme.
Me lo repito una y otra vez cuando salgo de mi cuarto para ir en busca de Emma.
La puerta del final del pasillo está cerrada con llave. No muy convencido, agito la muñeca delante de la caja plateada, como vi hacer a Frank cuando me llevó al comedor y, sorprendido, compruebo que la puerta se abre.
Entro mirándome la mano y veo un tenue moratón en el interior de la muñeca. Supongo que me habrán concedido acceso a estas puertas durante la limpieza. No estoy seguro de cómo lo han hecho, pero es lo único que tiene sentido.
Doy vueltas por los pasillos hasta llegar a unas escaleras. Subo al nivel superior usando de nuevo la muñeca para entrar y me dirijo de memoria al comedor. Me sirvo comida y encuentro a Emma comiendo copos de avena y bebiendo una taza de té. Tras la reacción inicial ante mi corte de pelo (no dejaba de pasarme la mano por la cabeza y meterse conmigo), se lo cuento todo. Le hablo de Harvey y del Proyecto Laicos, de Frank y de sus objetivos, de la curiosa conversación que acabo de oír. Ella aprieta los puños igual que yo cuando le cuento lo del experimento de Harvey.
—Estoy paranoico, ¿no? —pregunto cuando le hablo del tono de Frank en la puerta de mi cuarto, que más bien parecía disgustado por el fallo del Rapto en mi decimoctavo cumpleaños.
—No lo sé —dice Emma—. Si intenta resolver el Rapto y liberar Barro Negro, debería estar contento por eso, no preocupado.
—Es justo lo que pensé yo —respondo.
Meto la mano en el bolsillo y toco la carta de mi madre. La respuesta que Frank busca está escrita en este pergamino, pero, de repente, creo que informar sobre ella sería una idea muy mala.
—Creen que estamos muertos, ¿no? —pregunta Emma en tono abatido, mirando su bandeja.
—¿Quiénes?
—Mi madre, Maude, todos. Blaine te dijo que ponían sustitutos. Si está en lo cierto, los cadáveres regresaron, como siempre, y pensarán que hemos muerto.
Me imagino a Carter hundida, llorando sobre una de las camas de la clínica. Había tenido una niña, se suponía que no la perdería. No respondo a la pregunta de Emma, pero los dos sabemos cuál es la respuesta.
—Vamos a dar un paseo —le digo—, nos sentará bien. Y a lo mejor descubrimos algo más sobre este sitio.
—¿Qué buscas exactamente?
—Por qué Harvey empezó el Proyecto Laicos. Qué mata a los trepadores en el Anillo Exterior. Por qué los chicos raptados aparecen aquí, en la Central.
—¿Y crees que encontrarás las respuestas dando un paseo? —pregunta, esbozando una sonrisa irónica.
—Quién sabe. A veces, las paredes hablan. Piensa en lo mucho que descubrimos con el cartel de Harvey el día que llegamos a Taem.
El comedor empieza a vaciarse y los miembros de la Orden regresan a sus deberes.
—¿Vas a estar obsesionado con la verdad toda la vida? —me pregunta Emma con las cejas enarcadas.
—Hasta que lo vea con mis propios ojos, supongo —respondo, encogiéndome de hombros—. Cuando trepaste el Muro detrás de mí, tú también dijiste que estabas deseando obtener respuestas.
—Es verdad, pero mira dónde estamos ahora. Quiero que sea como antes de irnos. Si pudiera volver atrás, dejaría de buscar y disfrutaría de estar contigo, Gray. No te raptaron, así que a lo mejor podríamos habernos quedado los dos juntos en Barro Negro, como los pájaros.
—Me habrían raptado al cumplir los diecinueve años —la corrijo—. Y no somos pájaros.
—Lo sé, aunque ojalá lo fuéramos. Podríamos huir volando ahora mismo.
Se queda mirando la bandeja de nuevo y, por un segundo, temo que se eche a llorar. Le cojo la mano.
—No podemos hacer eso, al menos todavía. Vamos a resolver algunas dudas, a dar con la verdad, y entonces te prometo que nos iremos volando a donde tú quieras.
Primero aparece su típica media sonrisa, esa que nunca descifro del todo. Después se inclina sobre la mesa y me besa, un beso rápido y tentador que me deja con ganas de más. Cuando salimos del comedor tengo el corazón acelerado, y no es por las respuestas que esperan a que las descubra.
Es por Emma. Siempre ha sido por Emma.