Capítulo catorce

Frank va delante. Recorremos varios pasillos y tiene que abrir con llave varias puertas a nuestro paso, pero lo hace poniendo la muñeca delante de una caja de plata lisa. Los vestíbulos son impresionantes, adornados con radiantes luces y un suelo afelpado en el que se ve el emblema triangular de la Orden Franconiana. Se repite en varios tonos de rojo, y los bordes se alinean para formar un intrincado diseño.

Cuando llegamos a unas altísimas puertas dobles que, sospecho, dan al comedor, se oye un sutil pitido y Frank se lleva una mano a la oreja. Con los dedos pellizca un pequeño dispositivo que lleva enroscado al lóbulo. Después levanta un dedo en mi dirección para pedirme que espere y se pone a dar vueltas por el vestíbulo. Deja escapar algunos «Hum» y «Ah», y asiente bruscamente. Me doy cuenta de que debe de estar hablando con alguien a través de ese objeto diminuto. Habla solo una vez, al final de la conversación.

—Reúne un equipo de inmediato. Si eso es cierto, puede que tengamos una suerte increíble. Los quiero fuera a primera hora de la mañana, como muy tarde. Y, Evan, prepara lo necesario para una reunión. Acudiré en breve.

El dispositivo emite otro pitido, y Frank baja la mano.

—Mis disculpas —dice.

—¿Qué es eso? —pregunto señalándole la oreja.

—Es una forma para que podamos hablar entre nosotros, los miembros de la Orden, cuando estamos separados. Aquí verás todo tipo de nuevas tecnologías. Harvey no os permitió vivir en la era moderna.

No lo sigo del todo, pero asiento, y Frank me pone una mano en el hombro.

—Lo siento mucho, pero debo atender un asunto urgente. Encuentra a tu hermano y come un poco. Me aseguraré de que alguien venga a buscarte dentro de un rato para enseñarte tu habitación.

Asiento. En cuanto Frank me quita la mano del hombro, deseo que vuelva a ponerla. Me hace sentir anclado a este extraño mundo.

—Mis exploradores dicen que han visto a Harvey a las afueras de Taem —me explica Frank mientras retrocede de espaldas por el vestíbulo para seguir mirándome mientras habla—. Quizá logremos interceptarlo en sus viajes si actuamos con rapidez. Pero, chisss, no se lo digas a nadie.

Me guiña un ojo, dobla la esquina y desaparece.

Apoyo una mano en las puertas dobles y empujo para entrar.

El comedor es de un tamaño increíble, y está repleto de mesas y multitud de sillas. Todas iguales, están fabricadas con tal precisión que me gustaría conocer al artesano. Este lugar está lleno de miembros de la Orden. Algunos charlan mientras comen, otros hacen cola para recoger la comida de una larga mesa al fondo de la sala. Casi me recuerda al banquete de nuestras ceremonias del Rapto.

El estómago me ruge al oler la comida caliente, aunque ni siquiera el hambre me distrae. Blaine está aquí. Me pongo al lado de la entrada y examino a la multitud. Es un mar de trajes negros, todos los miembros de la Orden se confunden los unos con los otros. Entonces lo localizo: ya no tiene pelo, se lo han rapado, pero es él. Como todos los demás, lleva el uniforme oscuro de la Orden Franconiana. Se ríe de algo, y yo me siento completo. Atravieso la habitación corriendo; estoy todavía a varias mesas cuando me ve.

—¡Gray! —exclama.

Entonces se levanta de un salto de la mesa y se echa un vaso de agua encima. La gente que lo rodea se agacha cuando tira la bandeja. En un segundo tengo a Blaine abrazándome, y yo estoy a punto de llorar porque creía que nunca volveríamos a vernos.

—¿Qué haces aquí? —pregunta, sacudiéndome.

—Es una larga historia.

—No me lo puedo creer… Bueno, me alegro de verte, pero ¿cómo…? Esto no puede estar pasando.

A pesar de que me duelen las mejillas de tanto sonreír, no puedo evitarlo. Verlo tan perplejo me hace mucha gracia.

—¿Has…? ¿Has trepado? —pregunta en voz baja.

Asiento sin dejar de sonreír. Aunque parezca mentira, se queda aún más pasmado. Tengo un millón de preguntas para él: sobre lo que ha pasado desde que está aquí, sobre la carta que me ocultó… Sin embargo, en este momento, lo único que hago es disfrutar de su reacción.

—Oye, Blaine —lo llama una voz por detrás—, ¿qué modales son esos? ¿Es que no nos vas a presentar a tu hermano pequeño?

Hermano pequeño. Nadie más sabe que somos gemelos. Blaine vuelve a la realidad.

—Septum, tampoco hace falta que te presente.

Estiro el cuello para mirar por detrás de Blaine, y ahí está Septum Tate, justo con el mismo aspecto que tenía hace unos meses, cuando lo raptaron, salvo por el pelo, que está más corto.

—Hola, Gray —me saluda, sonriendo con la boca llena de pan.

Detrás de él, Craw Phoenix me apunta con el tenedor en un gesto amistoso. Me quedo boquiabierto.

—¿Vosotros también estáis aquí? —pregunto. Es lo que me había contado Frank, pero sigue siendo difícil de creer.

—Todos están aquí —responde Craw, y le salen unos hoyuelos en las mejillas al sonreír—. Salvo los que han muerto en servicio.

Detrás de él veo unas cuantas caras más que reconozco, y detrás de esas, otras tantas.

—¿Servicio?

—Frank tiene mucho entre manos —responde Blaine—. Hemos estado ayudando a la Orden con tareas menores mientras él se encarga de las mayores.

—¿Como por ejemplo?

Septum le da un buen mordisco al pan y habla con la boca llena, de modo que no se le entiende demasiado.

—Como la distribución del agua o las misiones de reconocimiento —farfulla.

—¿Y la gente muere por eso?

—No por la distribución del agua —aclara Blaine—. Pero las misiones de reconocimiento empiezan a ponerse peligrosas. Se dice que Harvey está ganando seguidores, rebeldes. Aquí, en AmEste.

Así que lo saben, lo saben todo.

—Sabandija —masculla Craw, y escupe en su plato vacío—. Ese hombre no es bueno.

—Querrás decir alimaña —dice Septum—. Despreciable, astuto y ruin.

—No, quiero decir sabandija. Como las plagas, los gusanos, los roedores.

—Espera, a lo mejor las dos palabras significan lo mismo —aventura Septum, frunciendo el ceño.

—Claro que no significan lo mismo —insiste Craw, que ha puesto los ojos en blanco—. Ser astuto tiene un poco de cumplido. Yo hablo de pura basura. Harvey. Sabandija.

Mientras siguen con la discusión, Blaine me agarra por el brazo y dice:

—Ven, tenemos que hablar.

Me aparta de la mesa y salimos del comedor por una puerta lateral que da a un pequeño patio circular rodeado de los altos muros de la Central de la Unión. El aire de la mañana sigue frío y húmedo, y el lugar está desierto. Por fin empiezo a sentir los efectos de la fatiga, ya que era tarde cuando salí de Barro Negro (casi amanecía) y todavía no he dormido.

—Eso ha sido una estupidez, Gray.

Me sorprende notar que está enfadado.

—¿Una estupidez?

—Trepar el muro —responde, y cruza los brazos sobre el pecho para echarme una mirada de hermano mayor decepcionado—. ¿Sabes la suerte que tienes de que la Orden te encontrara y te salvara? ¿Por qué lo hiciste?

Entonces vuelve a apoderarse de mí toda la rabia y el dolor que sentí al ver la nota de mi madre y descubrir que me habían traicionado.

—Trepé por ti, Blaine —le espeto—. Lo hice porque tú me mentiste y me ocultaste la verdad. A lo mejor si mamá y tú hubieseis confiado en mí lo suficiente como para ser sinceros conmigo, no tendría que haber ido en busca de respuestas.

—¿De qué hablas?

—De que somos gemelos, Blaine. Tú y yo. Nacidos justo el mismo día. —Saco la nota de mi madre del bolsillo de los pantalones y se la tiro—. La próxima vez que no quieras que descubra algo, deberías quemarlo.

Alisa la carta y se le entristece la mirada al reconocerla. Cuando habla de nuevo parece avergonzado.

—Pero ¿lo has descubierto tú solo? En esta hoja no se explica nada.

—Bueno, Ma tenía razón en una cosa: en que iría en busca de respuestas. En los historiales privados de Carter había una nota muy interesante en la que se afirmaba que somos gemelos, nacidos el mismo día del año veintinueve.

—Se suponía que no debías enterarte —responde en voz baja.

—¿Qué decía la segunda hoja, Blaine?

—Lo siento, Gray, creía que no importaría. Ma…, pensé que se había vuelto loca. Me dio esa carta, y yo pensé que deshonraría su memoria si la traicionaba. Pero te juro que creía que te raptarían conmigo. Siempre pensé que nos iríamos los dos.

Recuerdo la imagen: Blaine guiñándome el ojo y diciendo que nos veríamos pronto. Por dentro ardo, estoy enfadado y dolido, aunque no consigo alzar la voz.

—Blaine, ¿qué decía la segunda hoja? —repito muy despacio.

Él se mete la mano en el bolsillo y saca un trozo de pergamino. Se lo quito y lo despliego con manos temblorosas. Recuerdo cómo acababa la página anterior («De hecho, Gray es…») y empiezo a leer.

… tu hermano gemelo. No hay un año de edad entre vosotros, sino tan solo unos minutos. No sabía que estaba embarazada de dos niños, y cuando Gray llegó, unos instantes después, vi la oportunidad de hacer una prueba. Pedí a Carter que guardara en secreto el nacimiento de Gray. Un año más tarde, tras un embarazo falso, Carter regresó para «traer al mundo» a Gray. Dictaminó que era «enfermizo» y prohibió que recibiera visitas. Gray vio la luz del sol por primera vez a los dos años y medio. Para entonces, nadie se cuestionaba nada. Los dos erais prácticamente idénticos, hermanos con un año de diferencia entre vosotros.

Si el Rapto en verdad no es más que parte de la vida, no importará nada de esto. Quería verlo por mí misma para ser capaz de aceptar al fin los misterios de Barro Negro, pero no lo veré, así que el resto recaerá sobre tus hombros. Si Gray y tú desaparecéis juntos, podréis aceptar el Rapto por mí. Sin embargo, si el Rapto es algo más, bueno, por eso Gray no debe enterarse. Si se entera tendrá preguntas, y temo que no sea capaz de guardárselas para sí. Y, si no lo raptan, eso es lo que tendrá que hacer. Será la prueba de que algunos de nuestros chicos tienen una oportunidad.

Carter y yo hemos diseñado un plan si se da el caso, pero cuando más se acerca la muerte, más probable me parece que el Rapto no sea más que una parte injusta de la vida que nunca conseguiré aceptar. Espero que no me odiéis por esto, por convertir vuestras vidas en un experimento. Os quiero muchísimo a los dos. No pasa un día en que no me recordéis a vuestro padre. Los dos sois su vivo retrato, aunque solo Gray ha heredado su tozudez, así que recuerda que, aunque le ocultes este secreto, por doloroso que sea, Gray es tu hermano, tu gemelo, y te perdonará con el tiempo.

No lleva firma, solo un manchurrón de tinta al final del pergamino.

Esta es la información que Frank quiere, la que está aquí mismo, en esta carta. Podría ser lo que necesita, la prueba de que ocultar un cumpleaños basta para escapar del Rapto.

—¿Me la puedo quedar? —pregunto sin levantar la mirada.

—Claro.

Dobló por la mitad el pergamino siguiendo las líneas ya marcadas. Blaine me devuelve la primera página, y yo me meto la carta completa en el bolsillo. Es raro tener por fin la carta de mamá entera. A pesar de que durante mucho tiempo creí que leer el mensaje haría que todo tuviera sentido, sigo perplejo y lleno de preguntas. Sobre todo, no comprendo el Rapto más que antes.

—¿Cuál era el plan de Carter? ¿Qué he fastidiado al marcharme?

—Después de la muerte de mamá, Carter me lo explicó todo. Me dijo que si no nos raptaban juntos, su plan era simplemente esperar. Después de tu Rapto, si ocurría al cumplir los diecinueve, tendría una prueba de que era algo que se basaba en los historiales públicos y no en las fechas reales de nacimiento. Pensaba ir a hablar entonces con Maude para idear el modo de ocultar las fechas de nacimiento de otros chicos a mayor escala para concederles más tiempo y comprobar la teoría. Después, no lo sé.

Suelto un bufido. No creo que contárselo a Maude hubiera servido de mucho, no después de lo que vi la noche que salí de allí. Empiezo a contárselo a Blaine, pero él me interrumpe.

—Creía que Carter también estaba loca. Creía que las dos habían perdido la cabeza y solo guardé silencio porque se lo había prometido a mamá —me dice, primero mirando al suelo y después levantando la cabeza para mirarme a mí—. Dijo que me perdonarías por ocultarte el secreto.

Mi madre tenía razón al asegurar que era mi hermano y que lo perdonaría, aunque no estoy preparado. Todavía no. No puedes descubrir que toda tu vida ha sido una mentira, que eras un experimento, y después seguir como si nada. En mí no hay nada normal. En este sitio en el que estoy ahora no hay nada normal. Estoy completa y absolutamente perdido.

—Gray —dice, y es como si dijera que lo siente, aunque sin pronunciar esas palabras.

—Ya está hecho, Blaine.

Guardamos un incómodo silencio. Intento recordar si nos ha pasado algo semejante antes, pero no se me ocurre nada.

—Entonces, ¿lo sabes todo? —pregunto, desesperado por romper el silencio—. ¿Sobre Barro Negro y Harvey?

—Sí, ¿y tú?

—Sí, me lo ha contado Frank.

—¿Lo has conocido? ¿En persona?

—¿Cómo me lo iba a contar si no?

—Yo lo vi todo en un vídeo —responde, y debe de notárseme la confusión, porque añade—: Tienen unas cosas que se llaman cámaras. Son como un par de ojos que pueden ver las cosas todo el tiempo. Incluso pueden guardar parte de lo que ven y atraparlo para siempre, de modo que puedas verlo después, en cualquier momento. Creo que eso hicieron con Frank: le pidieron que hablara de Barro Negro, guardaron su discurso y me lo enseñaron cuando me raptaron. Septum y Craw vieron lo mismo. Frank está tan ocupado que no tiene tiempo de conocer a todos los chicos después de cada Rapto. Es increíble que tuviera tiempo para conocerte a ti —comenta; después se calla un segundo y añade—: ¿Cómo es?

—Es muy simpático.

—Espero que solucione las cosas pronto —me dice tras meterse las manos en los bolsillos—. Pienso en Kale todos los días, tengo que sacarla de allí.

Al oír el nombre de Kale recuerdo de repente a todas las personas que siguen atrapadas al otro lado del Muro. A Carter, a Sasha y a Maude.

—¿Crees que ahora treparán todos? —pregunto, aterrado—. Si Emma y yo hemos sido los primeros a los que ha rescatado la Orden, eso quiere decir que no habrá cadáveres. Si no hay cadáveres, todos…

—No lo harán.

—Eso no lo sabes.

—El vídeo… mencionaba que si la Orden salvaba a un trepador, usaría a alguien de la cárcel para sustituirlo. Dejarían a un criminal de constitución parecida en el Anillo Exterior para asegurarse de que llegara un cadáver a Barro Negro.

Pienso un segundo en el coche que esperaba en la colina cuando Marco nos encontró a Emma y a mí. Se había alejado, pero no en la misma dirección que nosotros. El conductor tenía otros asuntos que atender.

—Supongo que tiene sentido —digo—. Si Emma y yo somos los primeros que han salvado, y si les cuesta salvar a los trepadores en general, es mejor que Barro Negro se quede donde está hasta que Frank lo solucione.

—O hasta que le ponga las manos encima a Harvey.

—Exacto.

Sonrío y Blaine sonríe, aunque, por algún motivo, algo falla. Si no nos rodea un Muro ni estamos en calles de arcilla, ¿seguimos siendo los mismos hermanos? La idea me deja agotado.

—Estoy muy cansado —le digo—. Creo que necesito una siesta.

—Claro, te iré a buscar después y hablamos un rato.

Cuando me alejo, añade:

—Lo siento, Gray. Lo de los gemelos. De verdad. Podría aceptarlo, pero no lo hago.

—Lo sé —respondo, y sigo caminando.

Mientras retrocedo por el comedor me ahogo en un mar de dudas. La probabilidad de que Frank resuelva el problema o de que capture a Harvey me parece muy remota e improbable. Quiero irme a casa. Jamás se me habría pasado por la cabeza que diría eso, pero solo quiero volver a Barro Negro, donde todo era más sencillo, donde la relación con Blaine no tenía complicaciones, donde tenía un futuro con Emma. No saber nada hacía que todo fuera más fácil.

Me voy por donde he venido, metiéndome entre un grupo de gente que llega para desayunar. Sigo con la cabeza gacha, perdido en mis pensamientos, hasta que alguien me agarra por el brazo.

—¿Gray?

Emma está frente a mí. Lleva el pelo tan cepillado que se ve completamente lacio. Le da un aspecto curiosamente formal. De repente me sobrecogen todas las emociones que siempre me ha hecho sentir: amor, alegría, dolor, deseo… Y todo ello mezclado con alivio.

—Te he echado de menos —dice.

Va vestida de blanco: unos pantalones tan estrechos que parecen incómodos y una blusa que revolotea cuando se mueve, casi tan fluida como el agua. Está distinta. De repente, sus cejas son demasiado finas y su piel demasiado reluciente. También tiene algo raro en la cara, como si hubiesen exagerado todas sus facciones con una pluma de punta fina.

—¿Qué te han hecho? —le pregunto.

Le han pintado los labios de un color oscuro, demasiado uniforme y vivo. Hasta los ojos, esos ojos que creía que nunca podría olvidar, parecen rodeados de sombras oscuras.

—No tengo ni idea —gruñe—. Es como si me hubiesen aplicado tres capas de porquería en la cara, para después quitarme otras tres capas de piel en el resto del cuerpo. Al menos no me han obligado a llevar los tacones. No dejaba de caerme —añade, señalándose los zapatos planos que lleva en los pies, antes de hundirse entre mis brazos.

—Tenemos que salir de aquí, Gray —me susurra al oído—. Hay algo que no encaja. Nos están ocultando cosas. No confío en ellos —mientras habla, el olor de su pelo me quema la barbilla.

—¿No te han contado lo de Harvey? —pregunto, y ella saca la cabeza de mi hombro y arruga la frente; supongo que es un no—. Me reuní con Frank y respondió a algunas preguntas —explico. Entonces me gruñe con fuerza el estómago y me doy cuenta de que llevo horas sin comer. El sueño puede esperar—. Te lo contaré en el desayuno.

—¡Eh, Romeo! —me llama Marco, que aparece por el pasillo, y Emma y yo nos separamos—. Necesito tomarte prestado.

Por primera vez me doy cuenta de lo ridícula que resulta su enorme barba al lado del cráneo afeitado. Entonces mira a Emma.

—Vaya, hola, nena. Qué bien te ha sentado el lavado.

Veo que sus ojos se detienen en el amplio escote de la blusa de Emma y tengo que reprimir el impulso de darle un puñetazo. Marco me agarra por el brazo y me arrastra por el pasillo antes de que pueda despedirme de ella.

—¿Adónde vamos? —pregunto cuando dobla la esquina y bajamos por un tramo de escaleras.

—A la enfermería. Hay que limpiarte. Procedimiento estándar para todos los miembros de la Orden.

—¿Limpiarme?

—Vacunas, pastillas y medicinas. Y tenemos que afeitarte la cabeza. No me digas que no te habías fijado en que todos vamos igual de pulcros. Solo queremos que entres a formar parte de la familia —añade, esbozando una sonrisa maliciosa.

Por instinto, me llevo la mano libre a los salvajes mechones de pelo que me acarician el cuello. No es más que pelo, nada de importancia, pero quiero conservarlo. No quiero ser igual que los miembros de la Orden, que Marco. Quiero que Barro Negro siga formando parte de mí.

—No, gracias —respondo—. Así estoy bien.

—¿Acaso he dicho que sea opcional? —dice, y me da una palmada en la nuca—. No es negociable —añade mientras me restriego la cabeza, sorprendido—. El corte de pelo es para evitar los piojos. Las pastillas y las vacunas son para evitar las enfermedades. Es por tu propio bien y por el bien de todos los habitantes de Taem. Venga, vamos.

Me arrastra de mala manera detrás de él. Marco fue mucho más simpático cuando intentaba convencernos a Emma y a mí de entrar en su coche. Ahora, dentro de la Central de la Unión, es como si hubiese cambiado algo, como si me odiara. Me pregunto si Frank lo habrá regañado por meterme en la celda con el Tarado.

Pasamos junto a una puerta en la que pone «Solo personal autorizado» y nos detenemos ante otra que reza «Enfermería de limpieza». Marco agita la muñeca ante la caja que hay al lado de la puerta y me guía por el pasillo que acaba de aparecer tras ella, clavándome los dedos en el codo. Cuando por fin entramos en una habitación, me empuja hacia una silla metálica muy fría.

Lo último que recuerdo es la cuchilla con la que iban a dejarme calvo y que me metieron dos pastillas rojas en la garganta.