Nunca antes me había inquietado el bosque, pero esta noche los nervios me pueden. No es por la oscuridad ni por los truenos constantes, ni siquiera por el hecho de estar caminando hacia el lugar donde todos antes de mí han encontrado la muerte. Son las respuestas que me llaman desde el otro lado del Muro. Blaine diría que he perdido la cabeza, y puede que así sea. A lo mejor hace falta volverse loco para enfrentarse a la verdad.
Cuando llego al Muro, me parece más siniestro de lo que recordaba. Lo toco con una mano; la piedra está fría y la superficie es lisa, como la de las rocas en el lecho de un río. Levanto la mirada más allá de la lluvia que me gotea de las pestañas y contemplo la alta estructura. Un relámpago ilumina el cielo y, por una fracción de segundo, distingo la forma de un cuervo solitario. Está posado en el Muro, y sus plumas brillan y refulgen con la lluvia.
Algo se mueve detrás de mí a toda prisa por el bosque. Escudriño la oscuridad, pero mi tea solo me permite ver las parpadeantes gotas de lluvia. Dirijo mi atención al árbol, un enorme roble cuyas ramas crecen lo bastante cerca del Muro como para servir de puentes, y empiezo a trepar.
Avanzo despacio por culpa de la tea, pero la necesito. Trepo más alto que nunca antes, más allá del punto al que subí de niño con la esperanza de ver lo que había al otro lado. Alcanzo una rama que se alarga hacia la parte superior de la plataforma de piedra y me arrastro por ella, dejando que las piernas hagan casi todo el trabajo. No tardo en encontrarme encima del Muro, observando el vacío negro que ocupa el espacio del otro lado.
No se ve nada más allá de la estructura, ni siquiera con la tea. Hay una espesa niebla negra, una nada tan densa y pesada que me creería muerto si despertase de repente en ese tenebroso lugar. Permanezco sentado unos instantes, respirando con dificultad. Me late el corazón con fuerza en el pecho e intento calmarlo, pero no puedo.
Por un momento pienso en bajar del árbol y regresar al pueblo. Debo de estar loco por pensar que puedo hacer esto. Nadie sobrevive al Muro, nadie. Sin embargo, hace unos días creía que nadie sobrevivía al Rapto. Las respuestas me esperan al otro lado. Solo tengo que llegar a él.
El cuervo, que está a mi lado, eriza las plumas, molesto por mis jadeos y mi indecisión. Baja la cabeza, me lanza un graznido agudo y después, como para demostrarme lo fácil que es, remonta el vuelo sin problemas sobre el oscuro vacío. Sus plumas negras se funden completamente con el aire. Me quedo otro rato mirando el lugar por el que ha desaparecido.
Al final sigo el ejemplo del cuervo, encajo la tea en la mochila para tener las manos libres y me subo al borde del Muro. El lado contrario es tan liso como el nuestro, no hay ni ranuras ni puntos de apoyo que me ayuden a descender. Me descuelgo, agarrado con las manos, y bajo todo lo posible antes de dejarme caer en el suelo.
Las rodillas se me doblan cuando aterrizo, y el dolor me recorre los tobillos y la espalda. Saco la tea y me enderezo.
Me llega un olor a humo. Sostengo la tea delante de mí con la esperanza de ver algo, lo que sea. Poco a poco, la oscuridad empieza a desvanecerse, a fundirse, y no por la antorcha, sino que cambia, como si al pisar este lado del Muro lo hubiese hecho visible. Todavía es de noche, aunque por fin veo; las llamas de la tea iluminan el mundo que me rodea, a pesar de que al otro lado del Muro este espacio estaba siempre oscuro. De hecho, hay hierba bajo mis pies. Guijarros y maleza. Es otro bosque muy similar al que acabo de abandonar. Camino a lo largo del Muro para examinar el nuevo mundo. Cerca de la estructura no crecen árboles, los han talado todos. Me estremezco al ver los tocones, que se han quedado con una superficie casi tan lisa como la del Muro. No hay hachas que corten con tanta precisión.
Todavía siguen apareciendo cosas que se transforman en el aire cuando una fuerte ráfaga de viento me vuelve a traer una bocanada de humo. A mi derecha oigo un ruido que se acerca. Dejo caer la tea y preparo el arco, apuntando a lo desconocido. Ya está, viene a por mí, esto es lo que mató a los demás.
Una figura surge de entre las sombras y hace que se me caiga el alma a los pies, ya que nada podría ser peor que esto, no se me ocurre nada más aterrador: Emma me ha seguido al otro lado del Muro.