CAPÍTULO 17

Aunque los ancianos borokii se sentían traicionados por sus aliados alienígenas, no tuvieron más remedio que participar en la nueva reunión. Por su parte, a los januul todo aquello les resultaba sumamente sospechoso.

—¡Nos habéis mentido! —rugió el anciano jefe borokii acusándoles, impasible ante la reacción de los januul—. ¡Rompisteis el juramento solemne!

—En absoluto —respondió Obi-Wan—. Nos pedisteis que os ayudáramos con vuestros eternos enemigos, los januul, y eso es exactamente lo que hemos hecho —sonrió—. Nunca dijimos nada de vencerles.

El anciano se quedó dudando, con la boca abierta, e irritado por la respuesta. Finalmente volvió a su sitio en la alfombra. A su derecha, una de las ancianas se crujía los nudillos y se reía… bajito. Los ancianos januul estaban atónitos.

Al final ambos bandos se dieron cuenta de que habían sido víctimas de la estratagema de los Jedi, y decidieron firmar una reconciliación eventual dentro de los términos del tratado. Luminara pensó que hasta pasado un tiempo no serían conscientes de que ambas partes salían ganando, por la paz entre ellos y con la Unidad de Comunidades. Y lo que es más importante, por la permanencia de Ansion de una vez por todas en la República y bajo sus leyes.

Bayaar estaba encantado con el resultado, ya que había pensado que perdería a muchos de sus amigos aquel día, de su clan y de los extranjeros. ¿Quién hubiera pensado que acabaría así?

—Ya me han dicho que los dos Consejos han accedido a todas vuestras peticiones. El acuerdo se sellará esta noche de la forma tradicional, con una fiesta en la que participaremos los borokii y los januul —si hubiera tenido labios, les habría besado a todos—. Aquellos que tengan la suerte de ser invitados presenciarán algo realmente digno de recordar. Y también sé que ambos bandos tienen un regalo para vosotros, pero no me han dicho qué es.

No había gritos de júbilo ni grandes emociones en la casa de los invitados. Sólo sonrisas de satisfacción y el reconocimiento de un trabajo bien hecho. Si no hubieran tenido el entrenamiento adecuado, y si la batalla a tres bandos hubiera durado un poco más, podrían haber quedado heridos, o peor, muertos. Ahora intercambiaban tranquilas felicitaciones, y los aliviados Maestros congratulaban a sus entusiasmados padawan.

Pero nadie estaba más contento que Anakin. Había disfrutado de la oportunidad de pelear con algo más que con las palabras, aunque jamás reconocería esto en voz alta. Y menos al Maestro Obi-Wan. Y ahora regresarían a Cuipernam, para lo que nunca sería demasiado pronto, y de ahí a Coruscant para presentar su informe en persona ante el Consejo Jedi. Y después de eso, si no estallaba otra crisis en la galaxia que requiriera su inmediata presencia, tendrían un periodo de descanso. Si conseguía solucionar el problema del transporte, y el Maestro Obi-Wan accedía, sabía exactamente dónde pasaría su permiso.

La fiesta fue como Bayaar les había prometido, un intenso espectáculo de luz, sonido, comida y bebida. A la mañana siguiente se despidieron de sus nuevos aliados entre los januul y los borokii. Quizá deberían de haberse relajado mientras galopaban hacia la lejana Cuipernam, pero no podían. Al no tener los intercomunicadores, destruidos por el jefe qulun Baiuntu, no podían informar a nadie de su éxito, sobre todo a los delegados de la Unidad. Como decía el viejo aforismo, no tenían tiempo que perder.

Kyakhta y Bulgan iban a la cabeza, hinchados de orgullo por haber participado en un momento tan decisivo de la historia de los alwari. Y como era ya costumbre, Tooqui viajaba con Barriss recorriendo su suubatar de arriba a abajo. El paciente animal toleraba sin quejarse las carreras del gwurran.

—Un gran logro, Maestra.

Barriss cabalgaba junto a Luminara. Con la experiencia, se había hecho a la silla, y ahora montaba con la facilidad de un próspero comerciante.

—Un logro —Luminara sólo estaba dispuesta a concederle eso—. Un trabajo bien hecho. Las cosas «grandes» lo son gracias al paso del tiempo. Todo el mundo piensa que las cosas que consigue son dignas de inmortalizar, pero el tiempo lo acaba poniendo todo en su sitio. Con el paso de los siglos, la mayoría de los «logros» son desterrados, y al cabo de milenios ya nadie se acuerda de ellos —al ver la expresión de su padawan, intentó parecer más animada—. Lo que no quiere decir que lo que hemos hecho no sea importante. Nuestra historia es ayer, y ayer es lo que importa. Además, ninguno somos historiadores. ¿Quién puede decir lo que será crucial o lo que no en el discurrir de la civilización? Desde luego, no un Jedi. Quizá el Consejo o los sabios historiadores. Lo que importa es que hemos hecho lo que teníamos que hacer y que muy pocos seres han muerto por ello.

Barriss aceptó el discurso un momento, y luego sonrió.

—Digan lo que digan sobre lo que hemos hecho en Ansion, yo opino que mantener a raya no a uno, sino a dos ejércitos sin matar a nadie es algo especial. Estuvisteis increíble, Maestra. No tuve mucho tiempo para mirar, pero de vez en cuando vislumbraba algo. Y no he visto nunca a nadie tan calmado y valiente bajo tanta presión.

—¿Calmada? ¿Valiente? —Luminara rió—. Hubo momentos en los que me moría de miedo, padawan. Pero el truco es no mostrarlo. Tienes que acordarte en todo momento de en qué cajón mental guardaste el coraje, para poder ponértelo cuando lo necesites.

—Lo recordaré, Maestra.

Luminara sabía que así seria. Una buena aprendiz Barriss. Algo pesimista a veces, pero una estudiante inmejorable. No como Anakin Skywalker. Un gran potencial, pero de gran inseguridad. Le había estado observando en la batalla. De todos los profanos que conocía, sería el único que escogería para luchar mano a mano. Pero lo que le preocupaba era lo que haría el joven después de la batalla. Era mucho más que un enigma.

Y ésa no era sólo su opinión. Obi-Wan se lo había expresado en más de una ocasión. Pero también había insistido en que el joven tenía dentro de sí un enorme potencial para llegar a ser grande algún día.

Bueno, tal y como le había dicho a Barriss, esas cosas se sabían con el tiempo. Afortunadamente, Skywalker no era su responsabilidad. Probablemente ella no hubiera tenido la paciencia que demostraba el Jedi con él. Un Maestro poco frecuente para un aprendiz inusual, pensó. Espoleó a su suubatar para que apretara el paso.

* * *

El estómago del delegado Fargane no era lo único que gruñía. El delegado estaba cansado. Cansado y enfadado. Echaba de menos su hogar en el lejano Hurkaset y a sus parientes, y el negocio familiar no había ido muy bien desde que él dejó de ofrecer sus sabios consejos. Y todo era por culpa de aquellos estirados representantes del Senado de la República. Aquellos Jedi. Antes de que llegaran a Ansion, Ranjiyn había afirmado que su reputación les precedía. Pues, ajá, por lo que a él correspondía, su reputación se había hecho añicos. Les habían dado el estatus de salvadores potenciales de la paz y ellos se habían perdido en las praderas eternas de Ansion.

Ya era hora de tomar una decisión. Aunque aún no estaba seguro de su voto, una cosa sí sabía: habían retrasado la votación demasiado. Y así se lo transmitió a sus colegas.

—Están por ahí en alguna parte —insistió el delegado Tolut—. Quizá deberíamos esperar un poco más.

El enorme armalat miraba pensativo por la ventana del tercer piso hacia el Norte. También su paciencia comenzaba a agotarse. Durante su único encuentro con los Jedi había quedado profundamente impresionado. Pero las destrezas de salón no eran un sustituto sustancial. ¿Dónde estaban, y lo que era más importante, dónde estaba el tratado que solucionaría los antiguos problemas entre nómadas y ciudadanos?

—Yo os diré dónde están —todos se giraron para mirar al orador. Como observador oficial de la coalición de comerciantes de Cuipernam, Ogomoor no tenía poder para influir en las decisiones del Consejo de la Unidad. Sólo podía dar su opinión. Pero los días pasaban uno tras otro sin noticias de los Jedi, y sus opiniones cada vez adquirían más peso—. Se han ido.

El delegado humano frunció el ceño.

—¿Quieres decir que ya no están en Ansion?

El consejero de Soergg hizo un gesto de indiferencia.

—¿Quién sabe? Lo que yo digo es que con nosotros no están. Hay otros puertos además de Cuipernam, y una buena nave aterriza en cualquier parte. Quizá hayan vuelto a Coruscant, o puede que hayan muerto. De cualquier forma, no han conseguido lo que propusieron: que los alwari aceptaran una nueva vía de entendimiento social en Ansion. ¿Cuánto más vais a tardar? Independientemente del resultado de la votación, esta incertidumbre es pésima para los negocios.

—Ahí tengo que darte toda la razón —refunfuñó Fargane.

Ranjiyn miró despectiva al delegado.

—Estoy de acuerdo en que hay que tomar una decisión. El futuro de Ansion depende de los que estamos aquí.

Tolut intentó intervenir.

—¿No podemos darles un poco más de tiempo a estos bienintencionados visitantes?

—¿Quién dice que tengan buena intención? Ellos sirven a otros poderes. Al Consejo Jedi, al Senado de la República, quizá a otros. Hacen lo que se les ordena. Y no me sorprendería que les hubieran ordenado irse sin decimos nada. Sería una maniobra típica del Senado —alzó la voz con rabia—. ¡No me gusta que se me trate así!

—Bien, esperemos hasta el fin de semana —insistió Ranjiyn—. Si para entonces no hemos oído nada de ellos, votaremos.

—¡Bien! —dijo Volune—. Una decisión por fin. Estoy de acuerdo con Fargane en que ya hemos perdido demasiado el tiempo con este tema, pero esperaré hasta el fin de semana —miró al delegado, ojos ansionianos frente a ojos humanos—. ¿Fargane?

El representante hizo un ruido de disgusto.

—Más tiempo perdido. ¡Ajá!, que así sea. Pero no más tarde —advirtió—. ¿Tolut?

El armalat se giró desde la ventana.

—Los Jedi son buenos, en mi opinión. Pero quién sabe lo que les han dicho que hagan o lo que les ha pasado. Se están excediendo —su descomunal cabeza asintió—. A finales de la semana. De acuerdo.

Así que estaba decidido. Ni más retrasos ni más excusas. Con Jedi o sin ellos, con tratado o sin él, todos tenían que dar la cara ante sus votantes, que les pedían desde hacía tiempo una decisión definitiva sobre la secesión. Y también habían recibido mensajes desde otros planetas, de los malarianos y los keitumitas, preocupados por su futuro como aliados de Ansion.

Ogomoor estaba encantado. El final de la semana estaba mucho más lejos de lo que hubiera deseado Soergg, pero tampoco era el solsticio. Su jefe y aquel para el que trabajaba estarían muy satisfechos.

El consejero estaba muy satisfecho.