No se reunieron en el entorno usual del Consejo de la ciudad, sino en los jardines del domicilio de Kandah, que como delegada de la Unidad, iba a participar en la moción de secesión. Rodeado por los cuatro costados de las dos plantas del edificio, el patio estaba repleto de vida, con flores y fuentes. Al igual que la casa, todo era fruto de los beneficios obtenidos por la familia de Kandah tras años dedicados al comercio. Esos beneficios hubieran sido mucho mayores, pensó ella mientras contemplaba a sus colegas representantes paseando por los senderos, si no hubieran estado sujetos a los impuestos arbitrarios y excesivos de la República.
Pero si todo iba bien, los obstáculos para obtener aún más riqueza pronto serían eliminados.
El patio estaba diseñado para servir de retiro frente al ruido y la actividad de la ciudad. Hoy ofrecía una privacidad distinta con la reunión de representantes y sus asistentes. Estos últimos se fueron marchando, hasta que sólo quedaron los altos cargos, que apuraban sus bebidas y sus preguntas hasta que por fin pudieron reunirse junto a una fuente traslúcida que emanaba agua perfumada.
—Aún es pronto —dijo Garil Volune, uno de los delegados humanos—. No han estado fuera tanto tiempo.
—Seamos realistas, Volune —dijo uno de los ansionianos—. Ya tendrían que haber vuelto —señaló a la calle principal, que discurría más allá del patio y de la mansión—. Deberían de haber vuelto hace días.
—Los Jedi no nos abandonarían —insistió otro delegado—. No es su estilo. Incluso si fallan a la hora de convencer a los alwari, volverían para comunicárnoslo.
El delegado Fargane, el más alto y cultivado de los cuatro representantes ansionianos, sacudió la cabeza con enfado.
—Tienen intercomunicadores. Ya tendrían que haberse puesto en contacto con nosotros. Y si han fracasado o no, a mí me da igual. Yo sólo pido un poco de consideración por parte de aquellos que solicitan mi voto —un siseo de irritación emanó de su agujero de la nariz—. Puedo admitir estar equivocado, pero jamás toleraré que se me ignore.
Por encima de todos ellos, Tolut ofreció una opinión alternativa.
—Puede que tengan algún problema con los intercomunicadores.
Volune le miró sin poder creérselo. Al pequeño delegado humano no le imponía en absoluto el enorme armalat.
—¿Todos ellos? ¿Los cuatro?
Tolut hizo un gesto de irritación. A él tampoco le complacía la continua falta de comunicaciones por parte de los visitantes Jedi.
—No sabemos si todos llevaban intercomunicadores. A lo mejor sólo tenían dos. Dos sí pueden estropearse.
—Los intercomunicadores no se estropean así como así —Kandah respiró hondo—. Si estos Jedi son tan competentes como se dice, se supone que llevarían repuestos. Y seguimos sin saber de ellos.
—Lo más seguro es que hayan fallado en su misión, estén demasiado avergonzados para admitirlo ante vosotros y hayan abandonado Ansion para informar de su fracaso a sus superiores.
Todo el mundo se volvió para mirar en dirección al orador. Tun Dameerd, otro delegado, le respondió:
—Al contrario que nosotros, tú no eres miembro del Parlamento de Ansion, Ogomoor, y estás aquí únicamente en calidad de invitado. No tienes derecho a opinar sobre las negociaciones en curso.
—¿Qué negociaciones? —Ogomoor ignoró la advertencia, y dejando a un lado su copa, extendió la mano—. Estos Jedi vinieron aquí y os pidieron que retrasarais la moción de secesión para poder regatear con los alwari y que todos los habitantes del planeta sigan viviendo bajo la opresión asfixiante de la República. Y vosotros accedisteis encantados a darles esa oportunidad —describió un amplio círculo para dirigirse a todos y cada uno de los delegados—. ¿Y cuál ha sido el resultado? Más retraso, más confusión, más de lo que siempre ha recibido Ansion de la República. Si eso no es prueba suficiente de que es hora de cambiar, no sé lo que es —volvió a coger el vaso con indiferencia—. Pero por supuesto tenéis razón al decir que yo soy un mero observador. Aunque sepa que hay muchos esperando ansiosos el resultado del voto final. Un resultado positivo.
—¿El bossban, por ejemplo? —Volune le miró sarcástico.
Ogomoor ni se inmutó.
—Naturalmente, Soergg desea que llegue el día en que él y los suyos puedan hacer negocios en esta parte de la galaxia de forma abierta, sin inclinarse bajo la carga de las reglas y normativas caducas de la República.
—No sabía que los hutt se pudieran inclinar —ironizó Dameerd.
Los delegados rieron discretamente, pero no todos, según comprobó Ogomoor. El bossban y él contaban con aliados entre los presentes.
—Ríete si quieres —dijo Kandah fríamente—, pero los negocios de mi familia y de los que apoyaron mi elección a este cargo han sufrido lo indecible bajo la indiferencia y pasividad de la República. ¡Yo digo que ya es hora de que hagamos algo! Ya hemos esperado demasiado. ¡Convoquemos a votación!
Fargane alzó la copa.
—Kandah tiene razón. Yo me contento con la esperanza de vivir lo suficiente para verlo.
Volune se mordió el labio y sacudió la cabeza.
—Estoy de acuerdo en que la República está algo perdida. También sé que ignoran desde hace demasiado tiempo nuestras peticiones de alivio de los impuestos y leyes opresivos. Pero también es cierto que el Senado ha respondido a nuestras quejas —miró a sus colegas—. ¿Acaso no pensáis todos que si los Jedi consiguen firmar el tratado de paz entre la Unidad de Comunidades y los nómadas, Ansion estará mejor bajo el gobierno de la República que fuera de él?
La discusión que siguió a la pregunta fue acalorada y breve. Una vez más, Kandah tomó la palabra.
—Por supuesto que estamos de acuerdo —ignoró el gesto de sorpresa en el rostro de Ogomoor—. Si no lo estuviéramos, habríamos procedido a la votación el mismo día que llegaron los Jedi. Pero no hay posibilidades de paz con los alwari. No hay acuerdo. Y cada día que pasa, nuestra confianza en el apoyo de los malarianos y los keitumitas disminuye. Es vital que nos decidamos ya sobre este tema.
Se hizo el silencio, hasta que Volune ofreció una alternativa.
—De cualquier modo, hoy no vamos a votar. No hemos puesto en marcha los procedimientos necesarios. Yo estoy dispuesto, no sin reservas, como representante de mis votantes, a fijar una fecha para la moción de secesión —miró al ansioniano que tenía a la derecha—. ¿Satisfaría eso al venerable Fargane?
El anciano hizo una pausa y luego asintió.
—Sí.
Volune se volvió hacia el resto.
—Entonces establezcamos un día y una hora, de forma irrevocable. Si los Jedi vuelven antes, les escucharemos. En caso contrario, seguiremos adelante con la votación, y serán ellos los únicos responsables de su negligente falta de respuesta.
La propuesta era demasiado razonable como para que ni el propio Tolut tuviera algo que objetar. Por su parte, Ogomoor sabía que el bossban Soergg y sus seguidores estarían complacidos. La fecha elegida era un poco lejana, pero tampoco era un futuro remoto. Tolut podría plantear problemas, pero su voto podía ignorarse. Tras la reunión de aquel día, Ogomoor podría informar de que Kandah, Fargane, y al menos otro delegado, votarían en favor de la secesión. El voto del resto no era seguro. Quizá se produjera algún traslado de ciertas cantidades considerables de créditos a cuentas bancarias ilocalizables antes de la votación, para garantizar la retirada de Ansion de la República.
Y, mientras tanto, el bossban y él no tendrían que preocuparse de nada más. Porque tras numerosos intentos, por fin el qulun Baiuntu parecía estar haciendo bien su trabajo.
* * *
La mañana se abrió lentamente ante los rápidos viajeros mientras Kyakhta se reunía con ellos. El guía se había adelantado un poco y ahora volvía al galope, visiblemente nervioso, con los saltones ojos brillándole.
—¡Encontrados! —anunció triunfal mientras giraba al suubatar. Extendió su brazo protésico para señalar—. Están justo detrás de aquel monte.
—Por fin —murmuró Luminara—. ¿Estás seguro de que son los borokii?
Los alwari gesticularon afirmativamente.
—No cabe duda, Maestra Luminara. Han emplazado el campamento ceremonial, con los penachos al viento. Es el clan superior de los borokii, el más influyente de todos los clanes alwari.
Lo cierto es que fue una visión mucho más impresionante de lo que ninguno esperaba. Con la experiencia que tenían de los yiwa y los qulun, los viajeros creían poder hacerse una idea de lo que les esperaba. Pero ninguno de aquellos encuentros previos les había preparado para lo que alegró su vista, cuando los suubatar alcanzaron la cima de la colina.
Ante ellos se extendían no docenas de estructuras portátiles erigidas, sino cientos. Había varias instalaciones generadoras de energía que probablemente requerirían de decenas de animales de tiro para su transporte, pensó Luminara. Miles de borokii de todas las edades se afanaban en el enorme y elaborado campamento. Y más allá, varios miles de animales pacían tranquilos en zonas controladas por jinetes de sadain. El tintineo de sus pasivos mugidos, una especie de ronroneos, se elevaba por encima de los sonidos del campamento. Aquí residía el poder supremo de los alwari, tal y como les habían dicho. Donde quiera que fueran los borokii, el resto de los alwari les seguía.
—Son surepp —explicó Bulgan en respuesta a las preguntas sobre el ganado—. Los machos son los azules con la melena oscura y los cuernos en espiral. Y las hembras son las verdes, un poco más grandes pero sin melena.
Luminara se incorporó en su silla y dejó que su vista se recreara en el impresionante panorama.
—Nunca había visto un animal con tres ojos alineados verticalmente, en lugar de la colocación horizontal normal.
—El ojo de arriba vigila a los depredadores aéreos, el segundo controla a los otros surepp y el inferior busca comida por el suelo y advierte de los obstáculos —Bulgan se giró en su silla, con el lado de la cara, que tenía el ojo bueno, ligeramente inclinado hacia adelante como siempre—. Los surepp no se pierden nada.
—Ya veo. Supongo que eso está muy bien permaneciendo inmóvil, pero deben tener un perímetro de visión muy deficiente.
El guía asintió.
—Así es, pero lo cierto es que tampoco les hace falta. Cuando estás completamente rodeado de surepp, no necesitas ver lo que tienes al lado. Pero sí lo que tienes arriba y abajo.
—¿Y qué pasa con los que se ven alejados al extremo exterior de la manada?
—Pueden girar la cabeza para ver a los lados, y utilizar su sentido del olfato. Tienen visión lateral, aunque no tan buena como la de un dorgum o un awiquod. Como son tan numerosos, los surepp son presas más difíciles para los depredadores que los dorgum o los awiquod, que son más proclives a apartarse de la manada —espoleó suavemente a su montura, y el suubatar comenzó a caminar—. Ésa es la razón por la que los prefieren los clanes poderosos, como los borokii.
—¿Qué proporcionan los surepp? —preguntó Barriss.
—De todo. Leche, carne, pieles, lana. Antes se empleaban los cuernos y los dientes para hacer utensilios. Hoy en día, esas herramientas se importan, y el material animal se utiliza para crear artesanía —sonrió—. Ya veréis algunas muestras cuando estemos en el campamento.
Kyakhta, que iba a la cabeza, levantó su prótesis señalando hacia adelante.
—Vienen jinetes.
No era sorprendente que fuera un grupo de seis, ya que los viajeros habían constatado que ese número era de gran importancia para los ansionianos. Iban más ricamente ataviados que los yiwa o los qulun, y sus ligeras armaduras brillaban al sol. Dos de los guardias enarbolaban sendas varas importadas de compuesto de carbonita sobre las cuales chasqueaban los estandartes borokii en la brisa de la mañana. Además de los usuales puñales largos, dos de ellos llevaban pistolas láser malarianas. Estaba claro que por lo menos parte de lo que habían oído sobre los borokii era cierto. Tenían riquezas y sabían cómo emplearlas.
La curiosidad superó a su reservado carácter, y el líder de los jinetes avanzó con su adornado sadain hasta llegar a los suubatar. Teniendo en cuenta la considerable diferencia de altura de ambas monturas, tuvo que levantar la vista para mirar a los visitantes. Hay que decir que no parecía en absoluto intimidado. Incluso parecía amigable, pensó Luminara, al menos de momento. Lo cierto es que eran los únicos que podían permitirse la magnanimidad.
—Saludos, extranjeros y amigos —el borokii se tapó los ojos con una mano mientras se llevaba la otra al pecho—. Soy Bayaar de los situng borokii. Bienvenidos a nuestro campamento. ¿Qué deseáis del clan?
Mientras Obi-Wan explicaba sus propósitos, Luminara continuó estudiando a los guardias. Buscó signos de hostilidad, pero lo único que encontró fue confianza y una gran maestría. Al contrario que los yiwa, por ejemplo, este pueblo no albergaba sospechas ni tenía miedo de los extraños. Su ausencia de temor estaba respaldada por miles de guerreros. Eso tampoco significaba que las amenazas potenciales les dejaran indiferentes. El líder escuchaba cortésmente a Obi-Wan, mientras los guardias mantenían la pose marcial en sus sillas. Pero sus ojos no dejaban de moverse.
Bayaar no tuvo que volver al campamento para darle una respuesta a Obi-Wan.
—Este asunto no es algo que entre en mis cometidos. Yo soy un vigilante, un centinela, y los centinelas no toman semejantes decisiones.
Obi-Wan le dedicó una de sus sonrisas comprensivas y asintió.
—Yo también soy una especie de centinela, así que entiendo lo que queréis decir.
—Comunicaremos la noticia de vuestra llegada al Consejo de Ancianos, así como las razones que os traen aquí. Mientras tanto, seguidme, por favor, y disfrutad de la hospitalidad borokii.
Una vez dicho esto, hizo girar a su montura y descendió la suave cuesta hacia el bullicioso campamento. El resto de la guardia se dividió para flanquear a la caravana de visitantes. Pero era una escolta de honor, no de precaución, advirtió Luminara. Tampoco hubieran tenido mucho que hacer, teniendo en cuenta la disparidad de las monturas de ambos grupos.
Las diferencias entre el campamento borokii y lo que los viajeros se habían encontrado hasta el momento eran llamativas e inmediatamente visibles. Aunque era completamente móvil, la comunidad estaba dispuesta como un asentamiento permanente, con calles temporales, y áreas designadas como residenciales, comerciales o industriales. Estas últimas reunían en una enorme cantidad de cadáveres de surepp para su exportación. Algo tenía que sustentar todas aquellas estructuras importadas y la alta tecnología que se encontraba en todas partes, pensó Luminara.
Atrajeron muchas miradas, pero ni un comentario desagradable. Una vez más se hizo patente la falta de hostilidad, en contraste con el recibimiento que les habían dado los yiwa. Dado el poder y la reputación de los borokii, sumados al tamaño de la comunidad, tampoco era de extrañar. Estaba claro que eran un pueblo que se sentía seguro, y merecían la denominación de clan superior.
Aun así, intercambió una mirada cómplice con Obi-Wan cuando Bayaar se detuvo ante lo que identificó como la casa de los invitados. La última en la que habían estado no les había resultado muy cómoda.
Consciente de sus preocupaciones, Kyakhta se apresuró a tranquilizar a los Jedi.
—Éstos no son los desconfiados yiwa o los hipócritas qulun. Los borokii son demasiado fuertes como para temer a los extraños, y tienen la suficiente seguridad como para darles la bienvenida. Y tienen una gran reputación como anfitriones —señaló la construcción—. Aquí estaremos seguros.
En respuesta, Luminara hizo arrodillarse a su montura. Se bajó, y uno de los guardias de Bayaar tomó las riendas de la bestia y la dirigió calle abajo. Otros guardias se encargaron del resto de los animales.
—¿Qué pasará con nuestras cosas? —preguntó Anakin en voz alta.
—Nadie tocará vuestras pertenencias —Bayaar no pareció ofenderse por la pregunta. Después de todo, no sólo eran extranjeros, sino alienígenas. Era de suponer que no estuvieran familiarizados con las costumbres borokii. Intentó adivinar cuál de los dos Jedi era el líder de la expedición, pero, como no pudo, optó por dirigirse a los dos a la vez.
Ahora que sabía el propósito que traía a los viajeros hasta el clan, trató de mantener un tono neutral en su voz, aunque tampoco sentía una animosidad especial por las intenciones de los extranjeros.
—Comunicaré vuestra petición al Consejo de Ancianos. Mientras tanto, poneos cómodos. Se os servirá comida y bebida.
—¿Creéis que el Consejo nos dará audiencia?
Luminara estaba bastante impresionada con la dignidad de la que hacía gala el guerrero-centinela, que había demostrado hasta el momento tanto orgullo como curiosidad. Tampoco era como para considerarle un aliado, pero por lo menos parecía cortés.
—No puedo decíroslo. Sólo soy un centinela.
Se puso las manos en los ojos y en el pecho, y se marchó, dejando a los visitantes a la espera de una respuesta formal. Luminara deseó que no se demorara mucho en volver. Todos los consejos de cualquier tipo tenían una enervante tendencia a tardar en llegar a un consenso. Con un poco de suerte los borokii, acostumbrados a estar en continuo movimiento, serían más diligentes.
Todo lo que experimentaron en las siguientes horas fue una demostración del poder del clan. La comida era más sabrosa, la bebida era mejor, y la decoración de la casa era mucho más ostentosa que todo lo que habían visto en Ansion hasta el momento. Lo cierto es que se estaban tranquilizando. Tras los precarios encuentros con los yiwa y los qulun, era un alivio poder relajarse en un entorno agradable, sabiendo que no había amenazas de ataque. Tanto Kyakhta como Bulgan estaban totalmente convencidos de ello, aunque Tooqui seguía mostrándose reservado. Pero los guías no tenían ni idea de la respuesta que iban a obtener del Consejo de Ancianos borokii.
Bayaar volvió por la tarde. La rapidez de su regreso era motivo de ánimo, pero no sus palabras. Eran demasiado ambiguas.
—El Consejo os recibirá —les informó el centinela.
La expresión de Barriss se convirtió en una amplia sonrisa.
—Perfecto, entonces.
Mientras hablaba, Bayaar se giró para mirarla.
—No estoy muy seguro de lo que queréis decir con eso, pero creo que os adelantáis a los acontecimientos. Cuando digo que el Consejo os recibirá, es porque lo hará para daros la bienvenida. No hacerlo sería una falta grave. Pero eso es todo.
Obi-Wan se esforzó por interpretar lo que decía el guardia.
—¿Decís que nos recibirán pero que no escucharán nuestras propuestas?
Bayaar asintió.
—Para que eso ocurra, deberéis ofrecer al Consejo un presente adecuado de su elección.
—Está bien —dijo Obi-Wan relajándose—. ¿Y qué satisfaría al Consejo? Tenemos acceso a un fondo que podríamos emplear para comerciar. Si es necesario algo más sustancioso…
Dejó la pregunta abierta.
—Lo cierto es que el Consejo desea que le ofrezcáis algo más insignificante —Bayaar miró a los miembros del grupo. A lo largo de su, su vida apenas había visto unos cuantos comerciantes humanos, y le fascinaban sus pequeños ojillos aplastados y las variaciones capilares de cada uno—. Quieren que uno de vosotros les lleve un puñado de lana de la melena de un surepp blanco adulto.
—¿Eso es todo? —dijo Anakin.
Obi-Wan miró a su padawan para reprenderle, pero sin mucha severidad. A él también le sorprendía la aparente facilidad de la petición.
Lo que le hizo sospechar de inmediato.
—¿Dónde podremos comprar esta lana?
—No podéis comprarla —a Bayaar le disgustaba esta labor de diplomático mensajero. Prefería estar en la pradera encabezando una patrulla de vigías y empuñando el arma—. Uno de vosotros debe cogerla con la mano, a la manera tradicional, y sin utilizar ningún dispositivo alienígena u otras formas de ayuda como un suubatar, de la melena de un surepp blanco.
Tooqui hizo una mueca.
—No me gusta la idea. Demasiados muchos, muchos surepp con pies grandes, grandes, muchos.
Barriss se inclinó hacia su compañero y le susurró al oído.
—A mí tampoco me gusta esto, Anakin. ¿Un puñadito de lana? Me parece demasiado fácil. Los surepp son ganado doméstico, y, por tanto, no debe de ser demasiado difícil trabajar con ellos. ¿Qué dificultad puede haber en coger a uno y quitarle un puñado de lana de la melena?
Anakin movió la cabeza con un gesto de incertidumbre.
—Ya. Quizá sólo sea eso. Porque sea una costumbre no tiene por qué ser difícil o peligroso.
Ella señaló a los Jedi, que conversaban entre ellos.
—Me da la impresión de que pronto lo sabremos.
Obi-Wan se apartó de Luminara y se dirigió de nuevo a su anfitrión.
—Haremos lo que el Consejo nos pide. —Dudó un momento—. Supongo que podremos coger la lana de uno de los surepp domésticos y que no tendremos que ir a por uno salvaje para conseguirla.
—Correcto. Está permitido cogerla de una de las bestias del ganado.
—Entonces no perdamos más tiempo. Todavía hay suficiente luz. ¿Seriáis tan amable de acompañarnos?
Bayaar suspiró. Estaba claro que estos extranjeros no tenían ni idea de lo que les estaban pidiendo. ¡Ajá!, pero pronto lo sabrían.
—Venid conmigo.
El recorrido por el asentamiento nómada fue interesante, y Bayaar no dejó de explicarles detalles ni de describirles lo que veían. Enseguida llegaron a las afueras de la ajetreada comunidad, y vieron las verjas electrificadas recién desenrolladas que rodeaban a los miles y miles de surepp de los borokii. Era una visión impresionante, que mugía mientras se mecía entre las altas hierbas. El mantenerse pegados unos a otros les garantizaba la seguridad, aunque no les dejara mucho espacio para moverse. Coger a un macho, y quitarle un puñado de lana de la melena, requeriría un esfuerzo por parte del trasquilador, aunque tampoco parecía que fuera a ser necesario darse una gran carrera por las praderas abiertas. Pero había un problema. Bayaar les había dicho que el Consejo demandaba un puñado de lana blanca.
Y la lana de todas aquellas docenas, cientos, de surepp que se extendían ante sus ojos era verde o azul. No se veía ni un animal blanco. Ni siquiera uno verde claro. Luminara le indicó la aparente discrepancia a su anfitrión.
Bayaar pareció avergonzado.
—Yo no hago las leyes. Sólo sirvo de vehículo para las normativas del Consejo.
—¿Y cómo vamos a quitarle lana blanca a un animal que no existe? —dijo Obi-Wan señalando al ganado.
—Sí existe —respondió Bayaar—, el surepp albino es real, y hay algunos entre los que pertenecen a los borokii.
Luminara entrecerró los ojos, mirando al frustrante guardia.
—Hay miles de animales. ¿A qué te refieres con «algunos»?
Bayaar desvió la mirada incómodo.
—Dos.
Barriss dejó escapar un suspiro, y movió la cabeza.
—Sabía que sonaba demasiado fácil.
—Pero no entiendo cómo vamos a hacerlo sin transporte alguno —Anakin estaba visiblemente enfadado. El Consejo borokii les había encomendado una tarea casi imposible. Se dirigió a Bayaar y le preguntó agresivo—. ¿Qué hacen los borokii con sus animales por la noche? —señaló las vallas electrificadas que separaban a las bestias del campamento—. Los otros alwari que hemos conocido rodean a sus animales y los protegen en establos temporales para poder vigilarlos y cuidarlos mejor de los depredadores nocturnos.
Tanto Obi-Wan como Luminara le miraron con aprobación, y él intentó no parecer demasiado orgulloso.
—Los borokii también —reconoció Bayaar—. Pero a mayor escala que otros alwari —señaló la barrera que zumbaba suavemente—. Esto mantiene a los surepp juntos cuando cae la noche, y, mientras tanto, jinetes como yo mantenemos a los shanh y a otras bestias lejos del ganado. Los surepp no pueden saltar la valla, pero un shanh furioso sí que podría.
—Has dicho «juntos» —la mente de Luminara trabajaba rápido—. ¿Cómo de juntos?
—Muy juntos —extendió las manos y juntó las palmas hasta casi rozarse—. Así de juntos. Cuando están pegados unos contra otros, los surepp se sienten seguros. Duermen de pie.
Barriss contempló al ganado.
—No tienen más remedio con tan poco espacio.
Luminara asintió reflexiva.
—Si el rebaño se concentra en un sitio, será mucho más fácil encontrar a los blancos de noche que de día, que estarán desperdigados por el terreno, como ahora —clavó la mirada en los ojos del gentil centinela—. ¿Cuál sería la reacción de los surepp al sentir movimiento junto a ellos?
Él sonrió.
—Ya entiendo lo que queréis saber. Es algo peligroso. Se puede caminar entre un rebaño de surepp dormidos sin agitarles, pero hay que tener mucho cuidado. Son criaturas nerviosas, es fácil perturbarlas. Si se sienten amenazadas, o incluso intranquilas, su ánimo puede cambiar rápidamente. El que intentara caminar entre ellos podría llevarse una embestida de un macho irritado o podría ser aplastado entre un montón de surepp en movimiento.
Obi-Wan echó una mirada rápida a sus compañeros y tomó la palabra.
—¿Hay algo más que puedas decimos para poder localizar al extraño ejemplar blanco? ¿Tienden a congregarse en algún sitio, algún lugar del rebaño?
—Lo cierto es que sí —admitió Bayaar—. Como son tan llamativos, tienden a buscar el sitio más seguro. Que es justamente el centro del rebaño.
Barriss contempló la vasta extensión de terreno cubierta de surepp hasta donde alcanzaba la vista e intentó imaginarse abriéndose paso entre el compacto grupo, intentando a la vez no ponerles nerviosos ni alarmarles. En contraste con el optimismo inicial de Obi-Wan, tuvo que darle la razón a Anakin. No había más que ver aquella enorme masificación de animales para darse cuenta de lo imposible de una tarea que al principio parecía sencilla. Con un deslizador o un suubatar, u otro medio de transporte que les diera una perspectiva superior de las cabezas de ganado, quizá podrían hacer algo. Pero las instrucciones del Consejo de Ancianos eran bastante directas, por lo que había dicho Bayaar. Nada de tecnología alienígena para llevar a cabo la misión, y nada de monturas entre los animales. Ni suubatar ni un pequeño sadain.
No importaba. Tampoco tenían un deslizador. Controlando la Fuerza lo suficiente, quizá uno de ellos podría elevarse un momento por encima de los animales, pero la energía no permitiría una levitación duradera. Tendrían que pensar en otra cosa. Intentó imaginarse cruzando la verja electrificada y abriéndose paso hasta el centro del rebaño, pasando entre miles de surepp apretujados que en cualquier momento podrían volverse contra la intrusa. Un solo resoplido de alarma podría bastar para desbaratarlo todo. Y una vez adentrada en el rebaño, no habría posibilidad de salvarse de la estampida. Quedaría aplastada bajo miles de cascos y los millones de toneladas de los surepp.
Ella no era la única que se sentía impotente ante el problema.
—Volveremos al atardecer, justo antes de la puesta del sol —le dijo Obi-Wan a su anfitrión—. Al menos —murmuró— hagamos lo que hagamos y sea quien sea el que lo intente, tendremos más posibilidades de localizar al animal albino cuando los hayan reunido para pasar la noche.
—Y dado que no se nos permite utilizar tecnología avanzada, necesitaremos un cuchillo borokii —dijo Luminara distraídamente, como pensando en otra cosa—. Para cortar la lana.
De vuelta a su lugar de reposo, discutieron a fondo las posibles formas de acometer la condición del Consejo, que desde luego no era una tarea que pudiera hacerse directa y sencillamente. Hubo muchas propuestas, pero todas fueron descartadas rápidamente. Llegó el final de la tarde y les encontró con la misma incertidumbre que tenían al comenzar a debatir la cuestión.
Bayaar les guió de nuevo hasta las lindes del establo provisional. Para disgusto suyo, le habían encomendado la misión de ocuparse de los visitantes. No era un diplomático, así que no le gustaba su cometido, pero intentó hacerlo lo mejor que pudo.
Una gran parte de su disgusto procedía de la tarea que el Consejo había encomendado a los visitantes, porque se había dado cuenta de que se encontraba bien con ellos. No le gustaría que salieran heridos, o peor, muertos. Y no sabía cómo iban a cumplir el requisito del Consejo sin que algo de eso pasara. Quizá se dieran cuenta a tiempo de lo imposible de la misión, tuvieran un encuentro breve e insustancial con los ancianos y siguieran su camino.
No podía interpretar sus expresiones alienígenas, pero las caras de sus guías no daban a entender que los extranjeros tuvieran alguna especie de magia que les fuera a ayudar a conseguir lo que querían.
Los visitantes se acercaron a la verja para estudiar en profundidad a los surepp. Ya los habían reunido para pasar la noche y los poderosos animales comenzaban a relajarse. Pero que estuvieran relajados tampoco quería decir que no miraran lo que les rodeaba. Un mugido de uno de ellos sería suficiente para alertarlos a todos del peligro.
Algunos miembros del clan se habían enterado de la petición del Consejo, reuniéndose para ver el espectáculo, más esperanzados de ver un descalabro que otra cosa. Aunque era un acto rastrero para un soldado del rango de Bayaar, otros guerreros de su clan no dudaron en apostar sobre las posibilidades de la extranjera. Y el problema era que los que apostaban en contra tenían que hacer muy buenas ofertas para ser aceptadas.
El guardia frunció el ceño. ¿Qué hacía la hembra más alta? Se estaba quitando las capas exteriores de ropa, lo cual le parecía la manera más extraña de adentrarse en un rebaño apelotonado. Si él tuviera que acometer aquella misión suicida, querría llevar cuantas más capas de ropa mejor, para protegerse de los cuernos, los cascos y el suelo.
Cuando la hembra terminó, sólo llevaba su atuendo alienígena básico. A la luz del sol poniente, ella le pareció de lo más peculiar. Y lo cierto es que estaban bien pensados para una constitución bípeda tan extraña. La preocupación por los invitados era casi superada por la curiosidad de lo que harían a continuación.
Obi-Wan miraba a los ojos de su compañera mientras discutía con ella en voz baja.
—Sería mejor que no lo hicieras, Luminara.
—Estoy de acuerdo, Maestra —añadió Barriss preocupada.
Luminara asintió y miró al último miembro del grupo.
—¿Y tú, Anakin? No has dicho nada desde que os planteé mi idea.
El padawan no dudó al ver que se le preguntaba su opinión.
—Yo no lo haría por nada del mundo. Es una locura.
Luminara sonrió.
—Pero tú sabes que no estoy loca, ¿a que sí, Anakin?
Él asintió.
—Cuando era pequeño, yo hice un montón de cosas que podrían llamarse locuras. A todo el mundo le pareció una locura que participara en las carreras profesionales de vainas. Pero lo hice y estoy vivo —se erguió un poco—. La Fuerza estaba conmigo.
—La suerte estaba contigo —murmuró Barriss tan bajito que nadie la oyó.
—¿Así que piensas que debería de seguir adelante con esto? —le preguntó Luminara.
Anakin dudó.
—No soy yo quien tiene que decirlo. Si Obi-Wan está de acuerdo… —su voz se apagó sin terminar la frase.
Ella desvió su atención hacia el otro Jedi.
—Obi-Wan ya me ha dicho que no está de acuerdo. ¿Tiene él acaso una solución?
El Jedi dudó un instante y se encogió de hombros.
—Yo opino como Barriss… pero no, no tengo otra solución.
—Necesitamos esa lana si queremos que los borokii nos escuchen.
—Lo sé, ya lo sé —Obi-Wan estaba visiblemente disgustado—. ¿Estás segura de que puedes hacer esto, Luminara?
—Pues claro que no —mientras decía esto, se aseguró de que el puñal borokii que le había prestado Bayaar estaba firmemente ajustado a su cinturón—. Pero igual que a ti, no se me ocurre otra cosa. Ésta es la mejor alternativa —sonrió tranquilizadora—. No podemos convencer al Consejo de Ancianos de que razone con el resto de los alwari de nuestra propuesta si no llegamos ni siquiera a hablar con ellos.
—Puede que tu muerte les convenza de nuestra sinceridad, y de las importantes repercusiones para la República que tiene nuestra presencia aquí, pero sigue sin ser una garantía de que nos escuchen.
—Entonces encontrarás otra forma de asegurarles que tenemos buenas intenciones —le dijo. Puso una mano en el hombro del Jedi—. Pase lo que pase, Obi-Wan, que la Fuerza esté contigo siempre, Obi-Wan Kenobi.
Él se acercó y le dio un fuerte abrazo.
—Espero que no sólo la Fuerza esté conmigo, Luminara Unduli, sino que tú también estés a mi lado durante mucho tiempo —señaló a los padawan—. No te irías dejándome, no con uno, sino con dos padawan a mi cargo, ¿no?
Ella sonrió.
—Creo que te las arreglarías bien, Obi-Wan.
—Maestra… —dijo Barriss.
La Jedi se giró y le puso una mano tranquilizadora en el hombro a su padawan.
—No hay nada seguro a priori, cariño —su mano se separó del fuerte hombro—. Yo sé lo que hago. De lo que no estoy segura es de lo que harán los surepp.
Dio un par de pasos hacia atrás, aspiró hondo y miró a Bayaar.
Él no tenía por qué disuadir a la extranjera. Ya había hecho todo lo que había podido para advertirle del peligro al que había decidido enfrentarse. Alzó una mano y señaló a la derecha. El operador de esa sección de la valla asintió y desactivó la verja. Se oyó un siseo suave.
—Hemos apagado la barrera en esta sección —les dijo a los visitantes—. Si de verdad queréis seguir adelante, tenéis que hacerlo ahora.
—Lo sé —respondió Luminara.
Cruzó la valla, tomó aliento y saltó al lomo del surepp que tenía más cerca.