Cabalgaron a toda velocidad unos minutos y seguía siendo imposible distinguir individualmente a los kyren, pero su chirrido colectivo se impuso al resto de los sonidos de la pradera. Un grupo de shanh, animales carnívoros y temerarios, pasó corriendo en dirección opuesta absolutamente horrorizados. Horrorizados de algo que desayunaba cereales, pensó Luminara. Un pequeño herbívoro alado que cabía en la palma de la mano. La visión de la estampida de los shanh fue de todo menos reconfortante. Espoleó a su suubatar como le habían enseñado, no quería quedarse atrás. Había algunos instrumentos de la naturaleza a los que ni siquiera un Maestro de la Fuerza podía enfrentarse. Un kyren, desde luego. Una docena, también. Unos cientos, quizá. ¿Miles? Difícilmente.
Pero cien millones de cualquier cosa era una cantidad demasiado numerosa hasta para un Jedi. Incluso si los adversarios en cuestión no eran más que pequeñas criaturas voladoras.
En el momento en que por fin pudo vislumbrar el lugar al que les llevaba Kyakhta, los gritos colectivos de millones y millones de kyren le perforaban los oídos. Se interponían entre la tierra y el sol formando una especie de eclipse, y la peste que emanaban amenazaba con sobrepasar su profundo sentido del olfato y hacer que se desmayara. Cogió firmemente las riendas y mantuvo los pies en los estribos con resolución. Se tapó la cara con una esquina de su túnica para aislarse un poco del polvo y del olor.
—¡Por allí!
Hizo un esfuerzo por ver en la oscuridad y se dejó guiar por la voz de Kyakhta para ver hacia dónde se dirigían.
Emergiendo entre la neblina y las espigas, había un grupo de pilares y columnas. Su color variaba entre matices claros y sombras oscuras, y parecían lápidas alienígenas plantadas en mitad de la llanura. La analogía no era tranquilizadora. Eran algo piramidales, y el extremo superior era afilado, pero no todas eran perfectamente verticales. Algunas se inclinaban en un marcado ángulo hacia el suelo y otras se habían destruido al derrumbarse.
Más tarde supo que se trataban de los montículos de los jijites, unas pequeñas criaturas que vivían en el subsuelo y se alimentaban de las abundantes raíces de los cereales. Estaban construidas a base de diminutas piedrecitas unidas por un mortero natural creado por obreros jijites especialmente designados para la tarea. Cada pilar servía para ventilar el aire caliente de los túneles subterráneos y enfriar el entorno de los jijites. También ejercían la función de torres de vigilancia desde las que los jijites de vista aguda podían controlar las llanuras de su entorno, y de otros miembros de su especie. No eran insectos, sino una especie de forma de vida colectiva parecida a los reptiles.
Pero ahora no se veía a ninguno de los pequeños vigías cuadrúpedos fijando sus ojillos rojos en la pradera. Habían detectado hacía mucho la llegada de los kyren y se habían ocultado junto a los suyos en las profundidades, a salvo de la bandada arrasadora.
Le costó mucho a Luminara detener al suubatar para que no se pasara los pilares. Kyakhta les gritó para hacerse oír que lo mejor era dividirse en grupos de dos, ya que ni la más grande de las columnas era apenas suficiente como para albergar a una pareja.
No le gustó a Obi-Wan la idea, pero no tenían elección ni tiempo para discutir. Lo cierto es que podrían haberse quedado juntos para darse apoyo y seguridad mutuos, pero eso hubiera implicado dejar a las bestias solas sin jinetes para controlarlas. Desmontaron de inmediato.
—Si un suubatar se asusta —explicó Bulgan acercando la boca al oído de Luminara— es probable que el resto se dé a la estampida con él. Pasa lo mismo con todo el ganado aquí en las praderas. Confían en las reacciones de los otros para protegerse del peligro. Si eres una presa potencial, siempre es mejor echar a correr que quedarte sentado analizando la situación por ti mismo —cogió con fuerza las riendas de su animal—. Si no nos quedamos con ellos lo más probable es que los perdamos —señaló con la cabeza a Obi-Wan—. Sé que contáis con los medios como para llamar a Cuipernam y pedir ayuda, pero ni un deslizador armado podría abrirse paso entre una bandada de kyren. Ésta es nuestra única oportunidad.
Ella asintió.
—Dudo que tengamos tiempo de llamar, de todas formas. De acuerdo, Bulgan. Nos separaremos.
Discutieron la situación rápidamente, sin malgastar las palabras. Luminara quería quedarse con Barriss, y Obi-Wan con Anakin, pero tenía más sentido que cada padawan se quedara con uno de los guías, que tenían más experiencia. Los dos Maestros se quedarían junto a sus animales tras el pilar más grande. Aunque la distancia entre las columnas no era mucha, la sensación de soledad era desproporcionadamente grande.
En cuanto Obi-Wan y ella consiguieron que sus animales se tumbaran junto a la columna pardusca, ellos se pusieron a cubierto, sentándose muy juntos en mitad del pilar triangular. Aseguraron las riendas de los suubatar alrededor de la columna pétrea tal como les enseñó Kyakhta. Estaba todo preparado. Luminara sonrió. Su compañero se dio cuenta.
—Veo que hay algo en esta situación que puede resultar gracioso, y si no es personal, me gustaría divertirme yo también.
Luminara apenas podía hacerse entender con el terrible chirrido que ya casi estaba sobre ellos, pero se inclinó hacia adelante.
—Tras años de estudio constante, aprendiendo todas las artes imaginables, y más años cruzando la galaxia de un lado a otro al servicio de la República, mírame ahora: protegiéndome detrás de una piedra cara a cara con el enorme trasero de una especie de caballo alienígena.
Obi-Wan miró las desmedidas posaderas mientras se pegaba aún más a la protectora roca, y se dio cuenta de que, a pesar de lo desesperado de la situación, estaba sonriendo.
El cielo comenzaba a oscurecerse como en un atardecer nublado. De repente se oyó un golpe seco en la otra pared del pilar. Luego hubo otro y otro más, cada vez más rápido. Entonces los pájaros comenzaron a pasar por encima de sus cabezas, y los golpes se repetían contra el lado opuesto de la columna. Luminara se vio a sí misma dándole las gracias a unas pequeñas criaturas que no había visto jamás, porque su capacidad constructora era la que estaba protegiendo a los viajeros y manteniéndoles con vida.
¿Pero por cuánto tiempo? El sonido de los kyren chocando contra la roca creció hasta que el conglomerado de piedra y saliva comenzó a temblar a sus espaldas. ¿Cómo de grande era la bandada? ¿Cuánto tardarían en pasar? ¿Resistiría su pilar y el de sus compañeros la presión ininterrumpida, ejercida por cientos, tal vez miles de kyren estrellándose contra ellos?
Decenas de millones de sombras negras les sobrevolaban a gran velocidad. Entre el caos de pequeños cuerpos, era imposible distinguir a los individuos. La bandada era una masa ciclónica de alas, ojos y bocas abiertas. Algo le golpeó el tobillo derecho, y por muy Jedi que fuera, se sobresaltó. Obi-Wan se adelantó y recogió a una pequeña criatura estremecida. Sus alas y su cuerpo estaban rotos, y dio un par de ligeros estertores antes de morir en las manos extendidas del Jedi.
Era negro oscuro y tenía cuatro alas membranosas. Dos que excedían el tamaño de las palmas de Obi-Wan, y salían de las costillas, y otras dos la mitad de grandes que emergían del lomo. No era de extrañar que pudieran mantenerse en el aire tanto tiempo, pensó Luminara. Podían prescindir del par de alas inferiores en caso necesario y depender únicamente de las superiores para propulsarse. En cada ala tenían una mota amarilla que quizá les servía como identificación mientras se hallaban en el aire. En lugar de patas tenía un par de pequeñas plataformas gruesas y peludas que parecían los soportes de un trineo. Pasando tanto tiempo en el aire, no tenían necesidad de locomoción pedestre.
El método de alimentación masiva de los kyren se aclaró finalmente al ver cómo era la boca del animalillo: una abertura amplia con dos filas de dientes. La bandada volaba bajo, y los que se hallaban a baja altura pasaban rasando por encima de las espigas sin detenerse, con la fila de abajo actuando como una pequeña guadaña aérea. En cuanto se saciaban, los de abajo cambiaban posiciones con los de arriba, que esperaban su turno hambrientos. En las alturas media y superior de la bandada, los que ya se habían alimentado podían digerir sin tener que detenerse. La nube de kyren estaba siempre en constante movimiento, no sólo hacia adelante, sino dentro de sí misma.
Apareció otro tambaleándose indefenso por el suelo. Aparte de la peste, la verdad es que eran animales bastante bonitos y causaban un poco de lástima. Luminara se inclinó hacia adelante por encima de Obi-Wan para mirar a la derecha.
—¡Barriss! ¿Estás bien? ¿Me oyes?
Su llamada se perdió entre las miles de alas. No podían ver nada a través del sólido y continuo torrente volador. No podían oír nada por encima del chirrido constante. Recordó que Barriss estaba con Bulgan. No era que se preocupara por su aprendiz, ya que ésta había demostrado sobradamente en aquella misión que podía cuidarse sola, y lo cierto es que aquella familiar perturbación en la Fuerza indicaba que todo iba bien. Era sólo que le hubiera tranquilizado poder vislumbrar a la joven.
Estuvieron allí sentados contra el pilar jijite durante lo que pareció ser toda la mañana, pero lo cierto es que apenas llegó a una hora. Los suubatar se estrechaban unos contra otros en busca de protección, con las alargadas cabezas apoyadas en el suelo. Los kyren pasaban sobrevolándoles o a los lados, demasiado concentrados en continuar el vuelo como para girar levemente a la derecha o a la izquierda y aprovechar el cereal de debajo de las cabezas de los suubatar.
La columna pétrea que era la única protección de los viajeros y sus animales seguía tambaleándose ante el impacto de los cuerpos suicidas. Todo el espacio aéreo a su alrededor estaba ocupado, repleto de decenas de miles de los suyos, así que los kyren que se estampaban contra el pilar se veían forzados a hacerlo a golpe de instinto, y no porque tuvieran vocación de suicidas colectivos. No lo hacían a propósito: es que no tenían otro sitio al que dirigirse. El cielo estaba lleno.
Pasó un rato y el ruido de cuerpos golpeando la columna de piedra comenzó a desvanecerse, aunque la bandada continuaba pasando a ritmos y cantidades regulares. Finalmente el ruido terminó. Y luego los kyren ya sólo pasaban a miles. Y después a cientos. El cielo se volvió a llenar de claridad y el negro dio paso al azul. Se veían algunas nubes. Obi-Wan miró a la derecha y pudo distinguir de nuevo las formas de Barriss y Bulgan, protegidos contra la indómita columna jijite.
Cuando pasaron los últimos rezagados, y se les pudo ver en vuelo frenético intentando no perder la bandada, los viajeros dejaron sus posiciones para reunirse con alegría pero con solemnidad. La tensión les había dejado agotados, pero cualquier sensación de cansancio era superada por el alivio que sentían. Nadie había salido herido, aunque a Anakin le mató la curiosidad y se asomó por la columna, por lo que recibió un pequeño golpe en la frente apenas visible, como recuerdo de su encuentro con los kyren.
Fue una lección muy valiosa. Algunas veces el peligro podía provenir de los pequeños y despreciados en lugar de los poderosos.
La meticulosidad alimenticia de la poderosa bandada era algo digno de contemplar. Las únicas espigas que habían quedado aplastadas eran las que habían caído bajo el peso de los suubatar. Los kyren no habían hendido ni una sola sección de la pradera. Todas las espigas se mantenían en pie, pero ya casi ninguna estaba repleta de grano. Parecía como si el cortacésped más grande y perfecto hubiera pasado por la pradera.
Entonces descubrieron por qué se había detenido el ruido de cuerpos contra la roca antes de que terminaran de pasar los pájaros. Detrás de cada roca había una pequeña montaña de cientos de cadáveres de kyren formando una perfecta línea que señalaba hacia el Norte. Después de un tiempo, habían muerto los suficientes como para formar una barrera protectora escalonada entre cada pilar y el resto de la horda alada. Obi-Wan cogió uno por el ala y se dirigió a Bulgan.
—Me parece que estas enormes bandadas pueden ser una fuente excelente de proteína para los nómadas. ¿Son comestibles?
Bulgan, tuerto o no, y por toda respuesta, hizo un gesto de asco. Le tocaba a Kyakhta explicarlo.
—Incluso si cocinas a los kyren, siguen sabiendo a fango hervido —miró a Obi-Wan—. ¿A los Jedi les gustaría probarlos?
Barriss arrugó la cara haciendo un sonido de repulsa.
—Los Jedi suelen preferir aprender las cosas por sí mismos, pero hay casos en los que se pueden fiar de los conocimientos de otro —se volvió hacia su Maestra con gesto de preocupación—. ¿No es así, Maestra Luminara?
—Así es en este caso —respondió la Jedi sin dudarlo—. Además, no tengo hambre —se miró a sí misma, y contempló las consecuencias de haber estado sentada bajo una bandada de kyren durante una hora—. Yo lo que necesito es un baño.
Ante esta sincera manifestación, ni Barriss, ni Anakin, ni los guías tuvieron nada que objetar.
El olor era bastante repugnante, pero mientras cabalgaban se miraban unos a otros, y no era una visión agradable precisamente. Al menos los desechos eran sólo decolorantes y no tóxicos, pensó Luminara. Aun así, el descubrimiento de un pequeño arroyo de agua clara al día siguiente fue demasiado tentador como para dejarlo pasar.
Los Jedi y sus padawan se quedaron en ropa interior y se sumergieron en el agua (Anakin, Barriss y Luminara se tiraron al arroyo con alivio, mientras Obi-Wan entraba lentamente y con algo más de dignidad), mientras los guías se afanaban retirando las provisiones de los pacientes suubatar y limpiándoles. Cuando terminaron se unieron a los humanos en el riachuelo, llevando a los animales consigo. Los suubatar podían caminar hasta la parte más profunda manteniendo el morro fuera, y completamente sumergidos en la corriente.
Los bípedos, por su parte, prefirieron no internarse, y se dedicaron a conversar mientras se lavaban. Luminara se lavó en la cálida corriente, y luego se tumbó al sol en la orilla para dejar que el agua acariciara su cuerpo suavemente. Los Jedi estaban entrenados para soportar cualquier condición extrema, pero tampoco eran inmunes a un poco de indulgencia ocasional. Desde luego no era un baño aromático en una suite de lujo de un hotel de Coruscant, pensó distraída mientras algo pequeño, azul e inofensivo le pasaba por los pies, pero después de haberse pasado días encima de un suubatar al sol, el abrazo cálido de la corriente era algo parecido al paraíso.
Se oyeron risas. Obi-Wan estaba entre los dos alwari. Empleando la Fuerza, su compañera dirigía un chorro de agua a los flancos de un par de suubatar que se habían aproximado a la orilla. Las bestias se mostraban encantadas, subiendo y bajando la cabeza mientras el agua hacía temblar sus musculosos flancos.
Algo más alejados, Anakin y Barriss intentaban duplicar la hazaña de Obi-Wan. Pero en lugar de dirigir los chorros de agua a los suubatar, se los echaban el uno al otro. Luminara se sentó con el agua llegándole hasta la cintura, apoyándose en las manos, y sonrió. Si el Maestro Yoda supiera para lo que servían sus sabias enseñanzas.
Algunas veces eres demasiado seria, pensó.
Se volvió a tumbar en el agua y contempló una nubecilla aislada en el cielo azul celeste. Convencida de que sus compañeros estaban distraídos y que nadie podía verla, se puso a comprobar hasta dónde podía llevar el agua elevándola con el pie derecho.
* * *
La presidenta del Gremio de Comerciantes tenía las suficientes riquezas como para tener a su servicio a legiones de sirvientes, miles de trabajadores y docenas de guardaespaldas. Las múltiples iniciativas comerciales de su pueblo se hallaban presentes en toda la galaxia civilizada, de punta a punta de la República. Era reconocida universalmente, incluso por sus más fervientes competidores, por gozar de una inteligencia y perspicacia inusuales. Por lo general, le bastaban un par de minutos para vencer a un oponente o a un amigo.
El senador Mousul, por ejemplo. Tenía talento, pero era vanidoso; era leal, pero egoísta; había que vigilarle constantemente. No es que Shu Mai pensara que no era de fiar. El senador se jugaba demasiado como para arriesgarse a esas alturas. Shu Mai le había visto tomando la palabra en el Senado, y era un orador irreprochable. Pero fuera del Senado, alejado de su posición de poder político, no era más que otro ansioniano: había que vigilarle.
Lo que realmente importaba era que tenían la misma visión con respecto al futuro de la decrépita República. Y gracias a la posición política del senador y a los recursos financieros del Gremio de Comerciantes, no había nada que pudiera interponerse. Pero aún no era el momento. La República seguía siendo poderosa, y sus instituciones no eran todavía lo suficientemente débiles como para ignorarlas.
En materia de política, Shu Mai tendía a dar la razón al senador, aunque no siempre. Ella respetaba la opinión de su socio de la misma forma que Mousul pensaba que la presidenta del Gremio de Comerciantes escuchaba atentamente sus consejos. Pero de lo que el senador no se daba cuenta a veces era de que, en orden de magnitud, él estaba muy por debajo de ella en aquella relación. Y aunque le encantaba adular los egos de sus colegas, prefería con mucho que fuera ella quien tratara con aquel desconocido cuyos intereses representaba.
El barco en el que se relajaban en aquel momento se deslizaba suavemente por el lago Savvam, un maravilloso elemento acuático que, como todo en Coruscant, era artificial. Era un parque privado para los pudientes rodeado de árboles y flores alteradas genéticamente para que florecieran todo el año y llenaran el aire de mil aromas distintos. Había algunos cruceros cerca, y unos eran más pequeños que el de Shu Mai y otros más grandes. Ella podría haber superado a todos pero no quiso llamar la atención. Estaban solos a bordo. Los sirvientes orgánicos podían escuchar. Los androides no.
—Nuestros seguidores están impacientes —Mousul se tostaba el pecho al sol, cuyos rayos eran cuidadosamente filtrados por un escudo polarizado que rodeaba el barco—. Tam Uliss me preocupa especialmente. No va a ser tan fácil tratar con él como lo era con el desafortunado Nemrileo.
—La impaciencia es una enfermedad fatal a largo plazo —Shu Mai alcanzó un recipiente espiral de refresco y bebió—. Por lo que me has contado, los eventos de Ansion se desarrollan a un ritmo previsible y razonable. El resto debe aprender a contener sus impulsos.
—Pero no es fácil contener a alguien cuando está emocionado por una nueva idea, ¿sabes?
Shu Mai elevó el vaso para mirar el líquido al trasluz. Era de color dorado.
—Ése es tu trabajo, amigo mío. Yo controlo al Gremio y tú mantienes a raya los intereses políticos y comerciales del lugar. Actuaremos cuando sea el momento. Antes no.
Mousul sintió algo de aprensión ante lo que pareció ser una orden, pero por fuera sonrió y asintió. Por ahora, ella estaba al mando. Que soñara con sus visiones de grandiosidad personal. Pero cuando Ansion se escindiera y Mousul fuera nombrado gobernador del sector, las posiciones cambiarían. Entonces sería Shu Mai y su Gremio los que vinieran a pedirle favores. En ese momento, sus ojos se encontraron con los de ella.
—Esos Jedi lo complican todo. Independientemente de lo que piensen Uliss y el resto, no se podrá llevar a cabo una votación legítima hasta que terminemos con ellos. He estado en contacto con nuestro agente en Ansion y me ha asegurado que los visitantes serán neutralizados.
—Espero que así sea —Shu Mai suspiró mientras se recostaba en la tumbona—. Ojalá pudiéramos atraer a los Jedi a nuestra forma de pensar. Sería todo increíblemente más fácil.
—Eso no ocurrirá —Mousul removía con el dedo su bebida para mezclar los narcóticos que contenía—. No se les puede doblegar.
La presidenta del Gremio de Comerciantes se encogió de hombros.
—A lo mejor no son tan inflexibles como tú piensas.
Mousul parpadeó asombrado.
—¿Qué quieres decir?
—El tiempo será el que lo diga todo. Mientras tanto, los acontecimientos de Ansion se desarrollarán a su ritmo y nosotros esperaremos y convenceremos al resto de que haga lo mismo.
Dio un trago a su bebida sin narcóticos.
Mousul gruñó y guardó silencio. Un hombre de negocios de la brusquedad de Tam Uliss no era nada comprensivo. Era cierto que la vida era transitoria y no podían empujar precipitadamente la puerta de las grandes oportunidades para que se abriera. Un movimiento prematuro podría significar perderlo todo. Si Uliss y el resto conseguían mantener la calma, el futuro sería suyo.
Debajo de los dos conspiradores que se tostaban al benigno sol de Coruscant, miles de seres menos afortunados bullían en los enormes edificios de doscientas plantas cuya azotea era el lago Savvam.
* * *
Si no hubiera sido por aquello de que tenían una misión que cumplir, a los viajeros les hubiera encantado permanecer en el tranquilo y bucólico campamento un día y una noche más. Pero como siempre, el tiempo y el deber apremiaban.
La ruta que les habían propuesto los yiwa les llevó a una pequeña cordillera que se extendía sin interrupciones por todo el horizonte en dirección norte. Kyakhta y Bulgan no sabían los nombres de las elevaciones, pero había una o dos dignas de ser llamadas montañas. La inclinación del terreno era poco pronunciada, con apenas un par de cuestas que antes fueron cuencas de ríos, pero que no eran obstáculo para las patas maravillosamente largas de los suubatar. Aun así, para ahorrar tiempo y esfuerzo a los animales, los viajeros decidieron abrir la marcha por uno de los pequeños valles que se abría entre las colinas. Ninguna de las vertientes tenía un ángulo especialmente elevado. Luminara pensó que la erosión debía de haber reducido aquellas montañas hacía mucho tiempo.
Iba al lado de Kyakhta y se dio cuenta de que el guía estaba más alerta de lo normal.
—¿Hay algo que te preocupe, Kyakhta?
—No, Maestra Luminara. Pero a los alwari no nos gusta este tipo de paisaje, preferimos las llanuras lisas, las planicies y los espacios abiertos. Hemos nacido en las amplias praderas y no nos encontramos cómodos en sitios cerrados —señaló la cuesta—. Mi mente me dice que hay pocos sitios en los que esconderse ahí arriba, mis ojos me dicen que no hay peligro que temer, pero mi corazón está lleno de preocupaciones que me inculcaron desde niño, cuando mi cresta era apenas una línea de pelusilla. Las viejas sospechas nunca mueren.
Miró en la misma dirección e intentó animar al guía.
—Si te ayuda, yo tampoco veo ninguna fuente de peligro.
Y eso era porque no podía verse. Sólo sentirse.
El eterno viento de Ansion se dejaba caer entre las colinas ondulantes, reforzado por las estribaciones de cañones y barrancos. Tampoco era un ciclón, pero era lo suficientemente fuerte como para que los viajeros se cubrieran la boca y la nariz con un paño protector.
Bulgan se incorporó de repente en el asiento. Sin duda había visto algo, pensó Obi-Wan.
El Jedi no pudo preguntar qué había sido.
—¡Chawix! —exclamó Bulgan. Agarró las riendas de su suubatar y comenzó a mirar alrededor frenéticamente. Al oír el grito de alerta de su amigo, Kyakhta giró su suubatar rápidamente hacia una cavidad que acababan de pasar.
—¡Cabalgad hacia aquí, deprisa!
Incapaz de ver ningún peligro, Luminara siguió a Kyakhta y apenas tuvo tiempo de ordenar al suubatar que se agachara para desmontar. El guía apareció frente a ella.
—Quedaos aquí, Maestra Luminara —se volvió para mirar atrás y entonces se pudo ver algo que cruzaba rápidamente la abertura de la cueva—. Creo que aquí estaremos seguros, pero si salís os exponéis a que os intercepte una ráfaga de viento.
—¿Y eso qué tiene de malo?
Se retiró de la cara el pañuelo y miró fuera. No se vía nada excepto el estrecho paso por el que habían estado avanzando y la cuesta de la colina al otro lado.
—Podríais interceptar una ráfaga de viento que llevara una chawix.
Obi-Wan se aproximó junto a su compañero para estudiar la aparentemente inofensiva cañada.
—¿Qué clase de animal es una chawix?
—No es un animal —explicó el guía—. Es una planta.
Kyakhta se giró y se agachó. A medida que se aproximaba a la entrada de la abertura y a las primeras piedrecillas de la soleada garganta, se tumbó bocabajo y les indicó que le siguieran.
Tumbados en el suelo pudieron ver cómo se aproximaban, primero unas pocas, y luego unas docenas de una especie de matorrales con ramas enredadas que les pasaban de largo. Ligeros y propulsados por el constante viento de la cañada, a veces golpeaban el suelo, pero se volvían a elevar y avanzaban una considerable distancia antes de volver a caer de nuevo y volver a subir.
—No es bueno que te coja una chawix.
Bulgan se colocó al lado de los Jedi con los dos padawan siguiéndole de cerca.
—Ya veo que puede ser algo incómodo —pensó Barriss en voz alta. Se mostraba interesada, pero no encantada. Arrastrarse por el fango no era uno de sus pasatiempos preferidos—. Pero no veo la razón para asustarse.
—Es probable que lo que les preocupa a nuestros amigos es que una de esas cosas golpee a un suubatar en la cara —Anakin se protegió los ojos del polvo y de la luz mientras observaba los matojos pasar por delante de su refugio rocoso—. Me parece que tienen espinas.
Mientras el grupo contemplaba la escena, un membibi salió de su guarida al otro lado y comenzó a subir la colina hacia otra entrada. El pequeño insectívoro cuadrúpedo carecía de pelo, tenía la piel blanquecina, una larga cola y un morro alargado y protuberante, y apenas levantaba un palmo del suelo.
Una chawix volaba girando impulsada por el viento y aterrizó justo encima del escurridizo membibi. Luminara supuso que en ese momento volvería a elevarse, igual que se elevaba de la superficie rocosa. Pero no lo hizo.
Al notar la proximidad de la carne, extendió una docena o más de espinas del tamaño de un dedo, como un felino sacando las garras. El membibi soltó un grito al sentir la perforación de las púas y cayó de lado, dando patadas. En pocos minutos estaba muerto. La chawix, asegurando su posición con las espinas clavadas en profundidad en la carne del animalillo, comenzó a alimentarse del membibi muerto. Los viajeros pudieron ver desde el otro lado cómo se iban oscureciendo las pálidas púas hundidas al alimentarse de la carne licuada de la víctima.
—Así que la chawix es una planta carnívora que se sirve del viento de Ansion para ir de un lado a otro —Obi-Wan se retiró al fondo de la cavidad pero mantenía toda su atención en el desfiladero—. No creo que un par de anteojos protectores sirvieran de mucho.
—El membibi ha muerto casi instantáneamente —dijo Luminara.
Bulgan gruñó.
—Las espinas contienen un veneno nervioso muy potente. Membibi o persona, a la chawix le da igual. Y al veneno también.
—Primero los kyren y ahora las chawix. Dos ejemplos de formas de vida que se basan en las constantes corrientes de aire para alimentarse —ella sacudió la cabeza—. Ahora entiendo por qué un día tranquilo en las llanuras de Ansion es un día de fiesta para los alwari.
—En las ciudades estaríamos más seguros —admitió Kyakhta—. Pero no seríamos libres. Y tampoco seríamos alwari.
Bulgan estuvo de acuerdo.
—Prefiero ser libre entre los peligros de la pradera que vivir hacinado en un cuchitril en Cuipernam. Y las ciudades también tienen su peligro.
Su amigo silbó a modo de confirmación.
—No hay hutt en las planicies abiertas. Me encantaría ver a Soergg enfrentándose a unas cuantas docenas de chawix voladoras.
Bulgan asintió enérgicamente.
—Ese enorme saco de grasa alimentaría a un bosque entero de chawix. ¡Crecerían hasta convertirse en árboles!
—Ese Soergg el hutt —les preguntó Luminara—, el que os envió a capturar a Barriss… ¿Os llegó a decir para qué la quería?
Los dos alwari se miraron.
—Nuestras mentes funcionaban de otro modo en aquel tiempo, pero no, no creo que mencionara en ningún momento la razón.
Bulgan confirmó la respuesta de su amigo.
—Yo pensaba que quería pedir un rescate. Normalmente para eso se secuestra a alguien, ¿no?
—No siempre —se giró a la derecha—. ¿Obi-Wan?
El otro Jedi parecía aún más pensativo de lo habitual.
—Sabemos que hay elementos a los que les gustaría vernos fracasar en esta misión, y a los que les complacería ver la secesión de Ansion y sus aliados de la República. Primero os atacan a vosotras dos, y luego les ordenan a ellos que secuestren a Barriss.
—No tenía que ser ella necesariamente —Bulgan señaló a la padawan de Luminara—. Nos dijeron que nos lleváramos a cualquiera de vuestros aprendices.
Obi-Wan hizo un gesto de impaciencia.
—Para el caso es lo mismo. Un hutt no se atrevería a desafiar a la Orden a menos que el beneficio fuera considerable. Lo que nos lleva a la interesante pregunta de quién pagó al tal Soergg para que llevara a cabo el secuestro, y probablemente también el primer ataque.
—No tenemos pruebas de que el hutt esté involucrado en eso también —señaló Luminara—. Pero sería bastante lógico.
Él asintió.
—Han intentado detenemos dos veces, por lo que se hace obvio que lo volverán a intentar. Tendremos que estar muy alerta cuando regresemos a Cuipernam.
—Ahora que sacas el tema de la persona que contrató al hutt, Obi-Wan… —Luminara vio a la última chawix pasar de largo por la entrada de la hendidura mientras rebuscaba entre sus recuerdos—. Hay muchas facciones poderosas entre los secesionistas. Algunos son más radicales que otros. Si pudiéramos encontrar al que contrató al hutt, podríamos plantear el caso ante el Senado, y de esta forma pararles los pies.
Obi-Wan suspiró.
—Tienes más confianza en el Senado que yo, Luminara. Primero designarían un consejo para estudiar el caso. Luego el consejo crearía un informe. El informe se presentaría ante el comité. Entonces el comité emitiría un comentario basado en el informe. Y el comentario sería pospuesto hasta que el Senado tuviera tiempo de realizar una votación sobre el informe. Las recomendaciones se basarían en el resultado de la votación, a menos que se decidiera volver a enviar el informe al comité para estudiarlo más a fondo —le dirigió una mirada—. Para entonces, a Ansion y a sus aliados ya les habría dado tiempo de escindirse de la República, formar su propio gobierno, tener una guerra civil, disolverlo, y formar otro. Habría que vivir tanto como el Maestro Yoda para ver el resultado final.
Anakin escuchaba al Jedi dándole la razón en silencio. Presentar algo al Senado no servía para nada. Para eso los Jedi eran los mejores: para hacer las cosas de una vez sin tener que preocuparse de obtener la aprobación del interminable e inútil debate del Senado. Un buen sable láser era mucho mejor que cualquier sarta de palabrería confusa.
Se apartó un poco del grupo y se apoyó contra la pared de la cavidad, mirando distraído a las letales plantas que seguían pasando. Ahora había menos. Pronto podrían volver a ponerse en marcha. Barriss le vio ahí solo y se acercó, abordándole.
—¿No te parecen interesantes unas plantas carnívoras voladoras? La verdad es que no hay nadie que se aburra tan pronto con maravillas de otros planetas, Anakin.
Él la miró.
—No es eso, Barriss. Tengo otras cosas en la cabeza —se incorporó alejándose de la pared—. Supongo que estoy impaciente por acabar de una vez con esta misión —señaló con la cabeza al desfiladero—. Por ejemplo, si tuviéramos un deslizador no tendríamos que preocupamos de cosas como las chawix. De los kyren puede, pero no de las chawix —se llevó una mano a la espalda—. Y no me dolería tanto el trasero.
Ella sonrió.
—¿No te adaptas a la silla?
—Hay pocas cosas en este mundo a las que me adapte. Me gustaría estar en otra parte.
—Curioso mundo esa Otra Parte. He oído hablar mucho de él.
La expresión del joven cambió.
—Te estás burlando de mí.
—No, no lo hago —insistió ella, aunque su tono y su expresión eran confusos—. Es sólo que a veces pareces demasiado centrado en ti mismo como para ser un Jedi. Demasiado concentrado en lo que te conviene y lo que es bueno a Anakin Skywalker, en oposición a lo que es bueno para sus colegas y para la República.
—La República —señaló hacia los Jedi que conversaban con los guías—. Tendrías que ver cómo habla el Maestro Obi-Wan a veces de la República. De lo que le está pasando, de lo que sucede en el gobierno.
—¿Te refieres al tema del movimiento secesionista?
—A eso y a otras cosas. No me malinterpretes. El Maestro Obi-Wan es un auténtico Jedi. Cualquiera puede darse cuenta. Cree en todo lo que los Jedi creen y por lo que luchan. Pero tal y como yo lo veo, eso es una cosa, y creer en el gobierno actual es otra.
—Los gobiernos están siempre cambiando. Son un organismo mutable —mientras hablaba, la padawan observaba fascinada cómo una chawix acababa con el último de los membibi—. Y como organismo viviente, siempre está creciendo y madurando.
—O como organismo viviente, muere y es reemplazado. Creer en la República no es lo mismo que creer en el Senado.
—Ah, esa enorme casa de locos arrogantes llenos de sí mismos.
Anakin la miró sorprendido.
—Yo creía que no estabas de acuerdo conmigo.
—¿Sobre la República y lo que representa? No. Pero el Senado, una vez más, es diferente. Los políticos no son Jedi y los Jedi no son políticos. Nosotros trabajamos para el Consejo, nos guiamos por sus directrices y, a menos que eso cambie, me temo que no voy a compartir tu cinismo con respecto al estado de la República.
—Tu infancia y la mía fueron distintas. Tú no has visto lo que yo he visto —sus miradas se cruzaron—. Tú no tienes la sensación de pérdida que tengo yo.
—No, eso es cierto —admitió ella enseguida—. No la tengo —su tono cambió de argumentativo a curioso—. ¿Cómo es conocer a una madre? ¿Cómo es crecer con ella?
Él comenzó a caminar hacia el grupo y al pasar a su lado dijo.
—Es una sensación de pérdida que no se puede describir. Sólo sé que duele. Es mejor que no la tengas, Barriss. No es nada personal, pero es algo íntimo. Hasta los Jedi tienen derecho a un poco de intimidad. Incluso los padawan —intentó sonreír—. Pero eso pasó hace mucho tiempo. Vayamos a ver si nuestros guías consideran que ya es seguro continuar el viaje.
Barriss tenía más preguntas, pero él tenía razón. Pasaban juntos mucho tiempo, y tanto Jedi como padawan necesitaban un poco de intimidad. Por mucha curiosidad o preocupación que albergara, Anakin no había hecho nada que pusiera en duda su competencia. En lo que respectaba a las enseñanzas Jedi, era el compañero padawan más fiable y atento que había tenido nunca, aunque fuera algo cabezota. Lo que a ella le inquietaba eran los problemas personales del joven, sus abismos interiores que apenas dejaba aflorar en ocasiones a la superficie, de forma que otros lo percibieran.
No quería enfrentarse a él, ni acusarle. Quería ayudar. Pero para poder ser útil, él tenía que abrirse, y si no era a ella, entonces a Obi-Wan. Estaba claro que había mucho más en su cabeza que la voluntad de hacer las cosas bien o llegar a ser un Caballero Jedi.
Quizá con el tiempo llegara a confiar más en ella, pero hasta ese momento, intentaría vigilar sus cambiantes estados de ánimo y estar ahí en caso de que necesitara hablar con alguien que no fuera su Maestro. Mientras tanto, él seguía siendo un enigma. Se acercó al resto del grupo. Lo que estaba claro era que el joven era único. Y esa condición le daba algo en lo que apoyarse. Pero si alguna vez quería llegar a ser nombrado Caballero Jedi, tendría que solucionar sus dudas internas.
Nunca había conocido algo parecido a un Jedi con preocupaciones. Aunque también es cierto que tampoco había conocido a uno criado por su madre.