Las interminables praderas que cubrían Ansion no eran magníficas, eran simplemente bellas. O al menos eso le parecía a Luminara. Barriss estaba de acuerdo con ella, y Obi-Wan se mostraba impresionado aunque sin grandes alardes. Como siempre, Anakin deseaba estar en otro sitio, pero intentaba no decirlo más de una vez al día.
—Hace un año, lo más probable es que se hubiera quejado de la situación unas dos o tres veces al día —le dijo Obi-Wan aquella tarde a Luminara—. Quizá es una señal de que está madurando.
Bulgan y Kyakhta estaban cerca, ocupándose del campamento, haciendo la comida y preparando té. Tras ellos se hallaban los suubatar, dispuestos a descansar. Con las patas flexionadas bajo sus ágiles y potentes cuerpos, las bellas cabalgaduras se entretenían mordisqueando las hierbas que crecían en abundancia a su alrededor.
Las praderas de Ansion no eran una interminable extensión de hierba. Los ríos vagaban errantes por las llanuras verdes y amarillas, y alguna colina que otra interrumpía de repente la monotonía del paisaje. Había pequeños bosquecillos de extraños árboles interconectados y hongos acuáticos. Las elevaciones eran el esqueleto de fosas volcánicas antiguas. Era un paisaje curioso, una combinación poco frecuente de distintas geologías que Luminara no había visto antes.
—¿Y por qué está siempre tan inquieto?
Apoyada sobre la montura que los guías le habían quitado a los rumiantes, masticaba un nutriente que sabía a nuez y esperaba a que se calentara su té.
La hoguera se reflejaba en los ojos de Obi-Wan.
—¿Anakin? Como siempre en estos casos, hay más de una razón. En primer lugar, se siente obligado a sobresalir. Esto es en gran parte debido a su difícil infancia, tan diferente de los otros padawan. También se debe a que echa de menos muchas cosas.
—Cualquiera que desee convertirse en un Jedi sabe que tendrá que renunciar a muchas cosas.
Él asintió.
—Le da miedo no volver a ver a su madre, a quien ama profundamente.
—Eso fue un terrible error. Los niños sensibles a la Fuerza son alejados de sus familias antes de que puedan desarrollar lazos peligrosamente duraderos —por un momento su voz sonó como un lamento—. Yo a veces, como ahora, me pregunto lo que está haciendo mi madre, mientras estamos aquí hablando de esto. Me pregunto si ella pensará en mí también —miró a lo lejos, al atardecer de la pradera—. ¿Y tú, Obi-Wan? ¿Piensas alguna vez en tus padres?
—Tengo demasiadas cosas en las que pensar. Además, cuando a un Jedi le encargan el cuidado de un aprendiz se convierte en algo parecido a un padre. Y como soy uno, no tengo mucho tiempo de pensar en el mío. Cuando esos sentimientos aparecen, me encuentro pensando en mis Maestros o en Qui-Gon, y no en mis padres biológicos. Pero a veces… a veces me pregunto si no será un error del entrenamiento Jedi apartar a los niños de sus familias.
—La prueba de la verdad está en el éxito del sistema. Eso es indudable.
—Supongo que tienes razón —respondió. Sonrió levemente y añadió—: Ningún Jedi sería un auténtico devoto si no cuestionara el sistema y todo lo demás.
Ella miró hacia la derecha, al otro lado del campamento.
—Tu Anakin puede tener muchos fallos, pero en lo que no falla es en lo de cuestionar las cosas. ¿Crees que volverá a ver a su madre? —le preguntó pensativa.
—¿Quién sabe? Si fuera por él, desde luego que sí. Pero no depende de él, como tampoco dependen de mí los destinos de mis viajes. Nosotros vamos a donde nos envía el Consejo. Mejor pregúntale al Maestro Yoda —volvió a sonreír con picardía—. Pregúntale a él si alguna vez piensa en sus padres.
Luminara se rió.
—¡Los padres del Maestro Yoda! Eso sí que es historia antigua —se puso seria de nuevo—. Lo cierto es que el Maestro Yoda tiene cosas más importantes en las que pensar en estos momentos.
Él sonrió ligeramente.
—Siempre. Sobre todo, este fermento de movimiento secesionista. Alianzas que varían hasta en el mismo Senado. Y por lo que respecta a Anakin, hay otras cosas que le preocupan además de su madre. Puedo percibir la confusión bullendo en su interior. Pero cuando saco el tema, se niega a reconocer que exista tal perturbación. Es curioso lo dispuesto que está a cuestionar la validez de todo excepto de sus propias inseguridades interiores.
—Ah —se agachó para coger el recipiente de té ansioniano. Era negro y dulce, con un toque perceptible de las llanuras. Luminara se dio cuenta de que allí todo sabía a pradera—. ¿Y no crees que esa capacidad tan potente para negarse a sí mismo será un obstáculo a la hora de convertirse en un Jedi?
—No lo sé. De verdad que no lo sé. Pero le prometí al Maestro Qui-Gon que haría todo lo que estuviera en mi mano para que así fuese. Y por esa razón, he estado en desacuerdo en ocasiones ante el Consejo con el mismísimo Maestro Yoda. Sí, tengo mis dudas. Pero una promesa es una promesa. Si Anakin consigue finalmente superar sus demonios internos, será un gran Caballero Jedi, y cumpliré la voluntad del Maestro Qui-Gon.
—¿Y tú? ¿Qué hay de tu opinión personal?
—Yo intento no juzgar —se levantó, sacudiéndose el polvo de las vestiduras—. Anakin es consciente de sus problemas. Yo le enseño, le aconsejo, le escucho. Pero al final, él será el que decida su destino. Y creo que eso lo sabe, pero se niega a aceptarlo. Quiere que yo u otro haga lo correcto, desde el problema de su madre, hasta la situación actual de la galaxia —su sonrisa se abrió ligeramente—. Ya te habrás dado cuenta de lo terco que puede ser cuando quiere algo.
—Yo prefiero llamarlo «resolución» —bajó la taza de té de sus labios. El vapor salía del recipiente y se elevaba frente a su rostro, desdibujando los tatuajes de su barbilla—. ¿Pero cuál es realmente su problema? ¿Su madre? ¿El ritmo de su educación?
—Si lo supiera, intentaría solucionarlo. Creo que las raíces del problema son mucho más profundas. Tan profundas que ni siquiera él es consciente. Algún día aparecerán —se giró y comenzó a alejarse—. Y cuando lo haga, tengo la sensación de que serán tiempos interesantes.
—¿Esa sensación proviene de la Fuerza? —le dijo mientras se iba.
—No —se volvió y la miró por encima del hombro, sonriendo una vez más—. Esa sensación proviene de Obi-Wan Kenobi.
No estuvo sola mucho tiempo. Barriss se acercó y se sentó junto a ella, también con una taza de té entre las manos. La mirada de la padawan siguió al Jedi que se iba.
—¿Maestra, qué discutíais con Obi-Wan?
Luminara se apoyó en el arco del viann, acogedor y confortable. Al otro lado del campamento, un suubatar le aullaba a una de las dos medias lunas que colgaban del cielo como los pendientes robados de una reina abdicada.
—Nada importante, querida.
A Barriss no le satisfizo la respuesta, pero entendió que no debía profundizar en el tema, así que echó la cabeza hacia atrás y escudriñó el firmamento. Las estrellas lejanas brillaban radiantes, sin rastro de nubes o de corrupción. No como la vieja y defectuosa República, pensó con preocupación.
—Hay tantas estrellas, Maestra… tantos planetas cada uno con sus propias especies de seres vivos, culturas, actitudes… algunos son parte de la República, otros independientes, otros permanecen inexplorados o aún por descubrir. Me gustaría visitar cuantos fuera posible —sus ojos se encontraron con los de la mujer—. Es una de las principales razones por las que me gusta ser una Jedi.
Luminara se rió. Su risa no era sutil, como cabría esperar, sino potente, e incluso intimidatoria.
Barriss se puso seria.
—¿Os sentís sola, Maestra Luminara?
La mujer hacía ruidos suaves con los labios tintados al beber el energético té. La encantadora e inquisitiva Barriss no era de las que ocultaba su curiosidad tras un velo de falsa sutileza.
—Todos los Jedi están solos en mayor o menor medida, padawan. Ya lo aprenderás. La diferencia está en esa medida. Hay algunos que se encuentran más cómodos con el modo de vida ascético que otros. Y a pesar de las reglas, sigue habiendo algo de flexibilidad. Sólo tienes que buscarla.
Barriss miró al otro lado de la hoguera.
—¿Es eso lo que Anakin está intentando? ¿Encontrar la flexibilidad?
Luminara se maravilló con la sensibilidad de la padawan. Seguro que sería una sanadora excepcional.
—Es obvio que busca algo. Las respuestas a preguntas que aún no se ha formulado a sí mismo. Está por ver si encuentra las suficientes como para estar satisfecho. He hablado de ello con Obi-Wan, y él tampoco está seguro, pero lo que está claro es que su padawan tiene un potencial enorme.
Barriss se levantó.
—Un potencial sin desarrollar es como si no existiera.
Desde su posición reclinada, Luminara elevó los ojos hacia la noche.
—No juzgues tan rápido, Barriss. Algunos tenemos inseguridades más profundas que otros. Y yo preferiría tener a Anakin Skywalker a mi lado en la lucha antes que a cualquier otro padawan que haya conocido.
—En la lucha quizá, Maestra, pero en otras ocasiones…
Dejó el comentario inacabado, mientras se dirigía a su lugar de descanso.
Luminara observó a la joven mientras se iba, y se preguntó si ella misma se había sentido alguna vez tan vencida, tan insegura. Lo cierto era que había muchas estrellas, pensó haciéndose eco del comentario de su padawan. Cada sistema con sus propios problemas, cada ser vivo con sus propias esperanzas y miedos, sus triunfos y sus fracasos. Incluso en aquel momento podía haber docenas, cientos de seres tumbados al raso contemplando la noche, preguntándose si habría alguien más sintiéndose como ellos, buscando a través de los años luz algo de satisfacción. Con esperanza.
Acabó con determinación lo que le quedaba de té y puso la taza a un lado. El trabajo de un Jedi nunca terminaba, tanto si se trataba de hacer entrar en razón a recalcitrantes consejos planetarios como el de Ansion, luchar por la unidad de la República, o aconsejar a almas necesitadas. Cargas suficientes para una sola persona. Ella estaba a la altura de las exigencias, y también lo estaba Obi-Wan Kenobi. Algún día se podría decir lo mismo de Barriss Offee. Pero con respecto a Anakin, aún estaba por ver.
Potencial, había dicho Barriss. ¿Había alguna palabra más llena de conflictos? En relación a la futura felicidad de Anakin, ¿dónde estaba escrito que ser un buen Jedi diera la felicidad? Satisfacción, sí. Aceptación, por descontado. ¿Pero «felicidad»? ¿Era ella feliz?
Había que centrarse en el deber, se dijo firmemente. Y lo primero que tenía que hacer no era satisfacer la curiosidad de su aprendiz, ni tratar de entender al complicado padawan Anakin Skywalker, ni tampoco apoyar los objetivos e ideales de la República. No, lo primero ahora era intentar dormir bien en ausencia de una buena cama. Se tumbó sobre un costado, se cubrió hasta el cuello con la manta termosensible, cerró los ojos y se dejó llevar por un sueño profundo y reparador, en el que, hasta un Jedi, podía permitirse por un momento dejar a un lado las responsabilidades.
* * *
El consejero estaba impresionado, pero no era optimista. El plan del bossban Soergg era muy inteligente, pero el éxito no estaba garantizado. Aun así, tenía ciertos puntos dignos de admiración, y así lo expresó, aunque se guardó para sí las críticas. El plan basaba su éxito en ciertas suposiciones sobre los nómadas. Y si había algo que Ogomoor sabía seguro de los nómadas, es que no se podía saber nada de ellos.
Pero de todas formas, tampoco implicaba arriesgar su vida, un aspecto que aplaudía de corazón, aunque en silencio. Se puso manos a la obra de inmediato. Había muchas posibilidades de fracasar, ya que dependían completamente del asesoramiento de forasteros. Pero como Soergg parecía fiarse de su criterio, Ogomoor no tuvo más remedio que seguir adelante. Y por supuesto, si funcionaba, el bossban obtendría todo lo que quería, sin arriesgar nada a cambio. Eso era lo bueno. Y lo que era todavía mejor era que, cuando la verdad saliera a la luz, el abismo que mediaba entre los ciudadanos y los nómadas crecería aún más, y en ese momento nadie podría detener a Ansion en su secesión de la República, con todas las consecuencias que el bossban estaba tan ansioso por ver.
Personalmente, Ogomoor no veía la importancia de una salida o de la otra. Para él era lo mismo estar dentro o fuera de la República. A él lo único que le importaba era el tamaño y la integridad de su nómina.
Con un poco de suerte, si todo salía bien, obtendrían los resultados esperados en una o dos semanas.
* * *
Las aguas eran profundas, claras y la cuenca ancha, pero a Luminara no le parecían peligrosas. Sentado sobre su montura a su lado, Kyakhta dejó que la cabeza del animal descendiera la considerable distancia que había hasta el suelo para mordisquear unos bocados de la moteada hierba zeka, así como un par de roedores coleac. Los huesos de estos últimos resonaron al ser masticados, como en respuesta a las palabras del guía.
—El río Torosogt —anunció orgulloso—. Vamos bien de tiempo. Cuando lo crucemos, estaremos realmente en tierras alwari. No habrá más ciudades de ahora en adelante. Nada de Unidades arrogantes y prejuiciosas.
—¿Cuánto tardaremos en llegar hasta los borokii? —le preguntó ella.
Las pupilas negras la observaron desde las órbitas perfiladas y protuberantes.
—Es imposible saberlo. Tienen un territorio tradicional de asentamiento, pero como cualquier clan, siempre están en movimiento.
—Qué pena que no hayamos podido encontrarles con un androide de búsqueda y situar un seguidor aéreo sobre ellos —dijo Anakin desde atrás.
Los dientes brillantes de Kyakhta sonrieron al padawan.
—Los alwari retienen muchas de las viejas tradiciones, pero también están preparados para utilizar nuevos elementos que no contradigan la costumbre. Como siempre han tenido armas, les encanta utilizar las más avanzadas, y las emplearían para derribar cualquier dispositivo enviado para monitorizarles.
—Ah —Anakin aceptó la explicación sin rechistar. ¿Cuándo aprenderé a ver más allá de lo obvio?, se preguntó, lo cual podía ser un rasgo admirable para un corredor de vainas, pero tampoco le iba a convertir en un Jedi.
La partida siguió adelante, mientras la bestia de Kyakhta escupía huesecillos al caminar.
—Ya veis el problema al que se enfrentan los emisarios de la Unidad. ¿Cómo hacer tratados y comerciar con los alwari si los clanes no se quedan en el mismo sitio lo suficiente como para hablar con ellos? Pero son esos mismos derechos tradicionales de los nómadas los que protege la República. No es de extrañar que las ciudades estén considerando unirse a esta propuesta de secesión. Si consiguen que Ansion se escinda de la República, entonces podrán tratar con los alwari como les venga en gana.
—Y aun así los alwari piensan que quizá estemos aquí para apoyar las reclamaciones de la Unidad —respondió Luminara.
Kyakhta le dedicó una mirada de una inteligencia que hubiera sido inusitada antes de la curación de Barriss.
—¿Acaso vuestra misión aquí no es que Ansion permanezca en la República?
—Por supuesto —respondió ella sin dudarlo.
—Entonces los alwari tienen todo el derecho a cuestionar los medios que utilicéis para conseguirlo. Son conscientes de que ellos y sus intereses no son vuestra prioridad.
—Lo mismo piensan los delegados de la Unidad —suspiró ella con cansancio—. ¿Lo ves, Kyakhta? Ambas partes tienen en común la sospecha de nuestras motivaciones. Lo que no es una base sólida para la comprensión mutua, pero es un comienzo.
La cuesta abajo por las últimas praderas hasta la orilla del río no era lo suficientemente pronunciada como para detener a un bebé a gatas, y mucho menos a un suubatar. El grupo se detuvo en la orilla mientras Kyakhta y Bulgan estudiaban la corriente para buscar el mejor sitio para cruzar. Entonces, Bulgan se adelantó y Kyakhta se giró para acercarse a sus compañeros.
—El Torosogt es profundo, pero Bulgan cree haber encontrado un banco de arena superficial por el que cruzar andando la mayor parte. A partir de ahí, nadaremos.
Luminara se echó hacia adelante en su montura.
—Bueno, supongo que un baño no le hará mal a nadie.
—No, no —Kyakhta sonrió y se apresuró a corregir el malentendido—. Nosotros no nadaremos. Los suubatar nos llevarán —ignorando la considerable distancia que había hasta el suelo, se agachó para señalar las patas medianas de su cabalgadura—. ¿Veis? El pelo del suubatar es corto, pero le llega hasta los pies y hasta le cubre los dedos. Con seis patas y esos largos dedos, los suubatar son muy buenos nadadores.
Luminara tuvo que admitir que no se le había ocurrido imaginarse a las bestias nadando. Pero lo que había dicho Kyakhta era cierto, seis patas sin duda serían una fuente óptima de propulsión.
Tuvo tiempo de recrear la imagen mientras Bulgan avanzaba. En mitad del río se paró, se giró y saludó. Tenía el agua por las rodillas a pesar de la altura del suubatar. Luminara se preguntó cómo de profundo sería el río en ambas orillas del «superficial» banco de arena. Le dijo a su cabalgadura un «¡Ilup!» perfectamente pronunciado, y avanzó junto a Kyakhta.
El agua subió gradualmente hasta los estribos. Su montura era algo más elevada que la de Bulgan, así que no se mojó. Barriss y Anakin no tenían tanta suerte. Podía oír quejándose en voz baja tras ella. Y respecto a Obi-Wan, cuando el agua le llegó a los pies, simplemente cruzó las piernas sobre la silla. Cualquiera que le viese pensaría que llevaba cabalgando suubatar toda la vida.
Bulgan esperaba a que el grupo le alcanzara antes de continuar. Hubo una ligera sensación de caída, un saltito hacia arriba y se dio cuenta de que los suubatar ya no estaban caminando. Sus movimientos natatorios eran aún más suaves que el notable galope. Mientras avanzaban, las bestias mantenían la cabeza alargada y estrecha justo en la superficie. Tampoco es que no les costara ningún esfuerzo. Los jadeos de su único agujero de la nariz eran claramente audibles.
El agua contra sus piernas era fría y cortante. Miró hacia abajo y vio un banco de retronadadores de varias patas en la corriente que dejaba la montura. Los pequeños seres acuáticos del tamaño de un dedo tenían sus numerosas aletas plegadas para conservar la energía.
Ya estaba fijándose en la orilla opuesta cuando la cabalgadura de Bulgan se desvió violentamente a la derecha. Los dos alwari soltaron sendas maldiciones y empuñaron sus armas. La mano de Luminara se dirigió automáticamente a su sable láser, pero por mucho que miraba, no pudo ver nada parecido a un enemigo.
Entonces, su bestia se hundió rápidamente a un lado. Si no hubiera tenido los pies firmemente asentados en los estribos, se habría caído de la montura directamente al agua. Aun estando concentrada, seguía pendiente de todo lo que pasaba a su alrededor, especialmente los gritos de Kyakhta, que decían algo concreto pero inexplicable: «¡Gairk!». ¿Pero qué era un gairk?, se preguntó.
En ese momento, una cara contrahecha verde oliva emergió demasiado cerca de su pie izquierdo, y su curiosidad se vio satisfecha al fin.
Lleno de bultos y protuberancias, la boca del gairk no se parecía a nada que hubiera visto antes. No tenía nada de simétrico. Los labios bulbosos y carnosos parecían pasearse por toda la cara de piel pedregosa. Desde detrás de los labios surgía un par de ojos saltones y enormes verdes grisáceos. Alzó el sable láser y lo descargó sobre la monstruosidad inflada de las profundidades, pero ésta ya se había sumergido bajo la superficie antes de poder golpearla. Otra de las horribles criaturas emergió a poca distancia.
Se encontró hundiéndose no en el agua sino en un alboroto creciente. El rumor de los sables láser era interrumpido por los gemidos de los suubatar que pataleaban, los gritos de sus compañeros y el crujido intermitente de las recién adquiridas pistolas láser de sus guías. Debería de haber estado más asustada, o al menos sentir una aprensión más profunda.
Y lo más peculiar de todo es que los gairk carecían de dientes.
¿Pero si no eran carnívoros, entonces por qué atacaban a la caravana? ¿Acaso tenían otro mecanismo menos evidente para cazar y devorar a su presa? Lo cierto es que pudo ver, cuando su bestia alzó las garras de las pezuñas delanteras para atacar a un gairk que se cruzó en su camino, que con la boca tan grande que tenían podían tragar a un humano de una sola vez. Pero no podía distinguir un aparato mandibular, ni espolones afilados, ni espinas potencialmente venenosas. Pero Kyakhta y Bulgan seguían actuando como si fueran todo colmillos y garras.
Entonces oyó un grito. Se giró en la silla sin preocuparse por su propia seguridad, y miró al suubatar de Barriss. Seguía estando tras ella, en la misma posición que tenían al emprender el cruce del río. Sólo había una diferencia.
La silla del animal estaba vacía.
Barriss emergió a poca distancia, fácilmente visible en los remolinos de la corriente porque agitaba su sable láser activado. Kyakhta maldijo violentamente. A Luminara le sorprendió que la padawan se estuviera hundiendo con más rapidez que la que ejercía la corriente. Se lo dijo a Bulgan.
—¡Son los gairk! —le dijo el alwari desesperado—. La están hundiendo.
La expresión de Luminara cambió.
—¿Hundiéndola? ¿Con qué? No tienen extremidades.
A modo de respuesta, el guía abrió la boca para formar una enorme O. Un escalofrío recorrió a Luminara al comprender, y no era precisamente por el agua helada.
* * *
En el momento en que vio que Barriss era derribada de la montura y se arrastraba corriente abajo, Anakin se lanzó tras ella. No lo pensó. La acción era completamente refleja. Sabía que si las circunstancias hubieran sido inversas, ella sería la que estaría nadando para salvarle. Cuando vio que ella se alejaba de él inexorablemente, redobló sus fuerzas. Era buen nadador, había entrenado mucho cuando se encontraba confinado en los meses de invierno. En breves instantes, se acercó lo suficiente como para hablar con ella.
—¿Estás bien? —le dijo—. ¿Cómo estás, Barriss?
—Bueno —replicó ella—, empapada.
—¿Puedes nadar conmigo a la orilla?
Elevó una mano y señaló hacia el otro extremo del río, donde los otros ya comenzaban a salir a la orilla.
—Creo que no —le dijo—. Qué situación más horrible —ante su gesto de incomprensión, ella señaló hacia abajo con la mano libre—. Horrible.
Él cogió aire y se sumergió. El agua era clara y cristalina y no obstruía en absoluto su visión. Vio las piernas de la padawan pateando con fuerza, pero no avanzaba. Debajo tenía un gairk con la boca abierta de par en par y las branquias hinchadas. Succionaba agua en una corriente constante y la expulsaba por las branquias para atraerla corriente abajo. Volvió a la superficie y le hizo un gesto para tranquilizarla.
—Aguanta. Yo me ocuparé.
Tomó aire de nuevo y se hundió en el agua, nadando derecho hacia abajo, hacia la criatura, pasando junto a las piernas de la joven.
La cosa no intentó esquivarle. Tampoco tenía que hacerlo porque él se encontró de repente interceptado por la corriente. Miró hacia atrás y vio que le rodeaban no una, sino tres criaturas. Las mandíbulas irregulares no se parecían en nada, pero cuando los tres unían las cabezas las bocas encajaban como las piezas de un rompecabezas. Ahora le estaban intentando succionar entre los tres. Se les unió otro más. Se sintió irremediablemente arrastrado hacia el enorme orificio oscuro. Le sorprendió como a Luminara que no tuvieran dientes. Pero no los necesitaban. Al unir las mandíbulas creaban una succión más poderosa, y así inhalaban a su presa.
La técnica era sencilla. Sacaban a los viajeros de encima de los consumados nadadores que son los suubatar, los arrastraban corriente abajo para que no pudieran pedir ayuda y se los comían a sus anchas. Pero ni Barriss ni él eran indefensos rumiantes. La necesidad de aire se hacía apremiante. Por mucho que lo intentaba, era incapaz de liberarse de la potencia de la cuádruple succión. ¿Qué era lo que siempre decía Obi-Wan? Si no puedes desafiar a la tormenta, déjate llevar por ella.
Se dio la vuelta y comenzó a nadar directamente hacia sus atacantes. Las grandes bocas se abrían con expectación. La falta de oxígeno comenzaba a nublarle la vista cuando se acercó lo bastante como para asestar un golpe con su sable láser. Los cuatro gairk agrupados se separaron cuando el arma hendió sus carnes, y la presión del arrastre cesó súbitamente. Con lo poco que le quedaba de oxígeno en los pulmones subió a la superficie, y al emerger tomó una gran bocanada del aire fresco. Vio a Barriss no muy lejos que nadaba en su dirección, en lugar de ir hacia la orilla.
—¿Estás bien? —le preguntó. Parecía extrañamente calmada.
—Venía —dijo entre jadeos, secándose el agua de la cara— a rescatarte.
—Lo aprecio de veras —respondió ella cortésmente mientras continuaba atravesando el agua—, pero no era necesario.
Consciente de que los dos Jedi y los guías les observaban desde la orilla, reprimió el primer comentario que le vino a la cabeza.
—Pues no lo parecía. Te estaban arrastrando hacia abajo.
—Ya lo sé. Pero sólo era cuestión de girarme para poder atacar al gairk —le clavó una mirada repelente mientras desactivaba y ponía el seguro de su sable láser—. Te podías haber quedado en tu suubatar. ¿Me oíste pidiendo ayuda? ¿Te pedí yo que vinieras a por mí?
La respuesta del joven fue cortante.
—Vale. Ahora que está todo claro, te prometo que no tendrás que preocuparte más de que vuelva a pasar algo parecido.
Comenzó a nadar hacia la orilla.
Ella le mantuvo el ritmo sin esfuerzo.
—No me malinterpretes, Anakin. Ha sido un gesto muy galante por tu parte, y aprecio el hecho de que te arriesgaras por mí —se rió en voz baja, y su risa era mucho menos contenida que la de su Maestra—. Por no mencionar el hecho de que te empaparas por mí.
Ella nadaba con suavidad a su lado, y él dijo:
—Pues sí, eso hice, ¿no? Eres buena nadadora.
Ella rió de nuevo.
—La Fuerza está conmigo. Te echo una carrera hasta la orilla.
Antes de que pudiera responder, ella se había adelantado como una anguila. Él casi la coge, pero las manos y los pies de la joven llegaron a la orilla arenosa un instante antes que los suyos.
—Bueno, qué alegría veros a los dos —Luminara estaba de pie con las manos apoyadas en las caderas—. ¿Qué ha pasado, Barriss?
Barriss apartó la mirada.
—Ha sido culpa mía. Me incliné demasiado hacia un lado para ver lo que pasaba delante, perdí el equilibrio y me caí. Entonces algo comenzó a tirar de mi espalda y de mi ropa hacia abajo, y me vi arrastrada por la corriente. Pude ver que se trataba de algún tipo de criatura acuática, pero al caer de la silla, se me enredó la túnica. Estaba empapada, así que me costó mucho sacar el sable láser.
—Muy bien, padawan —le dijo Obi-Wan—. ¿Cuál es tu excusa, Anakin?
Movió un pie con un gesto nervioso imperceptible que su madre hubiera reconocido de inmediato, y murmuró:
—Yo me lancé a ayudar a Barriss, pero cuando llegué hasta ella me di cuenta de que no necesitaba mi ayuda. Pero eso no lo sabía antes —alzó los ojos y se encontró con los de su Maestro—. Todo lo que me quedaba para seguir era la prueba que me daban mis sentidos. Ellos eran los que me decían que se había caído al agua y que necesitaba ayuda. Lo siento si he hecho algo mal o si me he saltado otra más de las inviolables reglas Jedi.
Obi-Wan guardó silencio unos instantes con la expresión neutra, hasta que por fin sonrió.
—No sólo no has violado ninguna regla, padawan, sino que has hecho exactamente lo que tenías que hacer. No tenías forma de saber cómo estaba ella, y en tales circunstancias, la opción más sabia era suponer que necesitaba ayuda. Es mejor que te regañe un amigo vivo a que te perdone un amigo muerto.
Anakin no supo cómo reaccionar. Los cumplidos de Obi-Wan eran tan escasos como el cristal de nieve en Tatooine. Cuando se dio cuenta de que era sincero, y de que tanto Barriss como Luminara le sonreían ampliamente, se relajó por fin. Aunque tampoco tenía muchas opciones. Eso es lo que significa estar calado hasta los huesos, con la ropa pegada al cuerpo como algas pegadas a los miembros empapados, que debilita la dignidad de uno de forma desesperante.
—Yo sólo quería ayudar —murmuró, sin darse cuenta de que llevaba diciendo esa frase desde que era pequeño.
—Pues ayúdate a ti mismo —le dijo Obi-Wan—, y quítate esas ropas mojadas y ponte una muda seca —se giró para mirar la línea de césped que se mecía a la orilla del río—. El viento aquí no es mucho más cálido que al otro lado y no me gustaría que te pusieras enfermo.
—Intentaré no hacerlo, Maestro.
—Bien —Obi-Wan observó el cielo limpio de nubes—. No tenemos tiempo que perder en enfermedades, por muy educativa que pudiera ser la experiencia.
Anakin y Barriss se quitaron la ropa y se secaron al sol mientras sus Maestros desempaquetaban sus pequeños equipos personales. Los dos guías atendían a los pacientes suubatar y estudiaban a los visitantes con interés académico.
—¡Ajá! —dijo Bulgan en voz baja—, pero tú míralos. No tienen crestas, sólo un poco de pelillo en la cabeza.
—Y tampoco tienen dientes de verdad —añadió Kyakhta—, sólo esas cositas blancas, pequeñas y cortas.
Bulgan acarició la cabeza de un suubatar y éste ronroneó agradecido y le empujó la mano pidiendo más.
—Mira qué dedos. Son demasiado cortos para hacer cualquier cosa. Y esos dedos de los pies, tan inútiles.
—¡Y tantos! —dijo Kyakhta—. Cinco en cada extremidad, casi tantos como un suubatar. Cuando los miras, parece que están evolutivamente más cerca de estos animales que de un ser pensante —movió la cabeza de un lado a otro lentamente—. La verdad es que es un poco triste.
Bulgan aspiró por el agujero de la nariz.
—Lo cierto es que puede ser beneficioso. Seguro que a la clase alta de los borokii les dan pena. Y esa opinión siempre es ventajosa a la hora de iniciar negociaciones.
Su compañero no estaba tan seguro.
—Sí, o eso, o les ven como abominaciones en contra del orden natural de las cosas y deciden matarlos.
—Será mejor que no intenten nada parecido —Bulgan parpadeó indignado con el ojo bueno—. Estamos en deuda con estos visitantes, o por lo menos con la que llaman Barriss, por la curación de nuestras mentes.
—Por no mencionar el hecho de que —se frotó el lugar en el que su brazo artificial se unía con el normal— si mueren prematuramente no cobraremos este viaje.
Siguió mirando a los viajeros mientras pensaba que Bulgan y él podrían dedicar un rato a buscar conchas de vaoloi en la orilla. Unas vaoloi al vapor serían el acompañamiento perfecto para la cena.
Bulgan gruñó y se ajustó el parche.
—Prefiero sacrificar todo mi sueldo antes que la vida de un amigo.
Kyakhta entrecerró los pesados párpados.
—Bulgan, amigo mío, es probable que Barriss no completara la curación Jedi que te hizo. Quizá sería mejor buscar otro tratamiento.
—Da igual —le dio un golpecito cariñoso en la afilada barbilla al suubatar que estaba acariciando, y cogió las riendas para llevarlo a una zona de mejor pasto—. De todas formas nadie va a morir en este viaje. Vamos con Caballeros Jedi.
—Eso es indiscutible.
Pero aun mostrándose de acuerdo, Kyakhta recordó una vez más lo fácilmente que había caído Barriss en la corriente arrastrada por el agresivo gairk, y se preguntó hasta qué punto eran resistentes los alienígenas a quienes guiaba.
* * *
—Como sabéis, se han marchado.
Ogomoor se relajó en la silla. Estaba en un buen apartamento, decorado y amueblado sin reparar en gastos. Un apartamento adecuado para una estancia permanente de un dignatario visitante. Su inquilino en ese momento se servía una copa alta de algo frío y de color lavanda. Ogomoor sintió un escalofrío. ¿Pero qué perverso deseo había detrás del gusto de los humanos por los líquidos fríos?
El miembro de la delegación de la Unidad le señaló la botella.
—¿Quieres un vaso? Es una cosecha óptima, con la fermentación justa.
Ogomoor le sonrió al estilo humano declinando la invitación. Podía sentir el frío de la botella a distancia.
El humano se encogió de hombros y dejó la botella, cogió la copa y bebió. Ogomoor sintió de nuevo escalofríos empáticos en su interior.
—Ya sé que se han ido. Lo sabemos todos. Se han ido a firmar un acuerdo con los alwari. ¿Crees que tienen posibilidades?
—Creo que tienen tantas posibilidades como de estar muertos. Llevan varios días fuera y no han mandado ni un solo mensaje.
Se movió incómodo en la silla humana que no estaba hecha para su cola.
—Es natural en los Jedi no decir nada cuando no tienen nada importante que decir. Y, hablando de todo un poco —añadió sentándose en un sillón frente a Ogomoor—, ¿qué haces aquí?
—Represento los intereses de la toma de una decisión que podría ser crucial para el futuro de Ansion. Para mi futuro, para el vuestro y para el de todos los ciudadanos.
El delegado dio un sorbo a su copa.
—Sigue.
Ogomoor se echó hacia adelante, sintiendo un gran alivio cuando su cola se desincrustó de su cuerpo y cobró su forma natural.
—El Consejo de la Unidad estaba a punto de votar sobre la secesión de la República cuando llegaron esos Jedi forasteros.
—Lo sé —el hombre no parecía complacido. A Ogomoor le pareció que eso era buena señal—. Eso significa el Senado para vosotros. Siempre envían un Jedi o dos cuando sus obtusas directrices se ven ignoradas. Les viene bien. Hasta parece que se lo esperan.
—Estos Jedi no tienen nada que ver con Ansion —insistió Ogomoor—. La enorme cantidad de pueblos de este planeta, tanto indígenas como colonos, ha actuado siempre de forma independiente y siguiendo sus propios intereses.
El delegado alzó la copa.
—Por la República, de la que seguimos formando parte. Lo siento, Ogomoor, pero nuestra independencia aún está lejos.
—No si optamos por la secesión. Otros se nos unirán.
—Sí —dijo el humano suspirando—, ya he leído la letra pequeña de los tratados. Nos dan más importancia de la que tendríamos de otra forma. Ésa es la razón por la que están aquí los Jedi.
—¿Cuál era vuestra intención de voto? —Ogomoor hizo todo lo que pudo por no parecer interesado, pero no consiguió engañar a su interlocutor.
—¿Te gustaría saberlo, verdad? A ti y a tu jefe el hutt, y a sus socios comerciales en la galaxia.
—El bossban Soergg tiene muchos amigos, es cierto —clavó sus ojos ansionianos en los del humano—. Pero no todos son por negocios.
La expresión del delegado, que había sido razonablemente amable hasta el momento, comenzó a endurecerse.
—¿Me estás amenazando, Ogomoor? ¿Tú y esa babosa con sobrepeso a quien llamas jefe?
—De ningún modo —replicó inmediatamente el consejero—. Por el contrario, estoy aquí para presentaros mis respetos y los del bossban… y sus socios. Como habitantes de Ansion, todos estamos preocupados por el futuro del planeta —sonrió de nuevo—. El mero hecho de que hayan venido un par de Jedi no quiere decir que tengamos que quedamos sentados esperando.
El humano entrecerró los ojos.
—¿Adónde quieres llegar?
Ogomoor hizo un gesto de indiferencia.
—No veo la razón por la que la Unidad debería quedarse sentada esperando el regreso de los Jedi. Pongamos por ejemplo que no vuelven de las llanuras. Han ido a intentar influir en los alwari. Pero supongamos que son los alwari los que acaban influyendo en ellos.
El hombre demostró con su expresión que no había considerado esa posibilidad.
—Si los Jedi no vuelven… o vuelven cambiados… ¿Estás diciendo que es posible que tras dialogar con los alwari podrían inclinarse en favor del punto de vista de los nómadas?
La mirada de Ogomoor se perdió.
—Yo no he dicho eso en absoluto. Sólo digo que, en ausencia de los Jedi, no hay nada que impida al Consejo de la Unidad seguir adelante en lugar de quedarse parado. ¿Acaso los ansionianos nos vamos a comportar como niños indefensos y vamos a esperar a ver qué hacen unos forasteros, sean o no Jedi?
El hombre asintió lentamente, mientras se acababa la copa con un largo y profundo trago.
—¿Tú qué harías en mi lugar?
Ogomoor inspiró por el agujero de la nariz.
—Volver a convocar una sesión del Consejo. Realizar la votación. Si los Jedi tienen algo que objetar con respecto a los resultados, que planteen una queja formal al Senado. Ansion ya tiene su propio gobierno, libre de influencias externas. Llevar a cabo la votación no puede hacer ningún mal a nadie.
—Pero podría ser rechazado por el Senado.
Ogomoor asintió comprensivo.
—Los votos son difíciles de anular una vez que han sido aceptados. Si los Jedi estuvieran aquí habría una razón para no convocar la votación. Pero el caso es que no están —señaló con la mano a la ventana, y a las llanuras que se extendían a lo lejos—. Se han ido. Por su propio pie.
El delegado guardó silencio largo rato. Cuando volvió a mirar a su invitado, había un tono de duda en su voz.
—Lo que pides no va a ser sencillo. Los armalat se opondrán especialmente, y ya sabes cómo se ponen.
—El tiempo cura hasta la terquedad. Cuanto más tiempo estén los Jedi lejos de Cuipernam, mayor será la desconfianza en sus habilidades por parte del resto de los miembros del Consejo. El bossban y sus amigos confían en vuestros conocidos poderes de persuasión.
—No sé, sigue sin convencerme —murmuró el humano, visiblemente confuso.
—Vuestros esfuerzos serán recompensados —Ogomoor se levantó, aliviado por abandonar al fin la incómoda silla—. Pensad en ello. El bossban está convencido de que grandes cambios se avecinan para la República. Cambios que están más allá de lo que cualquiera de nosotros pueda imaginar —al pasar cerca de su anfitrión, se agachó y bajó la voz—. Me han asegurado que, cuando estos cambios ocurran, será mucho mejor estar de un lado que del otro.
El hombre no vio salir a su invitado. No tuvo tiempo, por todo lo que tenía que pensar.