A nadie le sorprendió que fuera Luminara la primera en encontrar a Barriss y a sus nuevos aliados. Se encontraron en el medio de un pequeño mercadillo. Los dos alwari observaban con interés la escena de la Maestra y la padawan abrazadas efusivamente. Ocupados en su quehacer comercial diario, el resto de la multitud, compradores y vendedores, ignoraba la escena.
—¿Y quiénes son estos dos indígenas tan aguerridos?
Luminara observó a los alwari con interés. Kyakhta sintió los ojos de la Jedi quemándoles los suyos. Sin saber por qué, se puso a mover los pies nervioso.
—Son mis secuestradores, Maestra —al ver la expresión de Luminara, Barriss no pudo contener la risa—. No seáis demasiado dura con ellos. Ambos sufrían deformaciones mentales, yo les curé y a cambio me ayudaron a escapar.
—A escapar temporalmente, tengo que recordarte, Barriss —dijo Bulgan, mirando a su alrededor por encima de las cabezas de vendedores y clientes en busca de una señal de asalto inminente—. Mientras disfrutáis de este feliz momento, apostaría hasta el último de mis créditos a que Soergg ya ha enviado una partida de matones a por nosotros.
—Entonces nos vamos ahora mismo —Luminara sacó el intercomunicador de su cinturón, habló por él brevemente, esperó una respuesta, habló de nuevo y lo puso en su sitio—. Obi-Wan y Anakin están en camino —dijo—. Nos reuniremos en la fuente de la esquina de esta plaza.
Rodeó los hombros de su padawan con el brazo y la llevó en esa dirección.
—Me alegra que hayas tenido la oportunidad de llevar tus conocimientos de curación a la práctica. En el futuro, espero que puedas encontrar sujetos con los que practicar que no sean tus secuestradores. Debería enfadarme contigo por haber bajado la guardia de esa forma, pero no puedo evitar alegrarme de que estés sana y salva.
Sólo tuvieron que esperar un poco en las escaleras de la fuente lorqual hasta que un movimiento de ropajes entre la multitud anunció la llegada de Obi-Wan. Anakin le seguía de cerca. Ambos saludaron a Barriss al estilo Jedi: ceremonioso pero con afecto.
Bulgan seguía los procedimientos en silencio. Sólo cuando hubieron terminado las formalidades se atrevió a preguntar, apartando un pekz de alas verdes con la mano.
—¿Qué vais a hacer ahora?
Luminara se volvió hacia él.
—Hemos afianzado un acuerdo con la Unidad de Comunidades para conseguir la paz con los nómadas, si los alwari consienten en compartir un porcentaje de sus tierras con el pueblo de la ciudad. A cambio, los ciudadanos proporcionarán a los alwari todo tipo de bienes y servicios avanzados, y no intentarán alterar o inmiscuirse en el modo de vida tradicional alwari. Se respetarán los unos a los otros y el Senado se mantendrá todo lo alejado que pueda de los asuntos de Ansion, que a su vez permanecerá en la República, lo que asegurará su independencia política y económica del Gremio de Comerciantes. Entre otros —su voz bajó de tono—, Ansion no se convertirá en un segundo Naboo.
Kyakhta se rascó la nuca con cuidado de no irritar el explosivo que seguía ahí.
—Me suena complicado.
—Y lo es —admitió Obi-Wan—. Más complicado de lo habitual. Así son las cosas hoy en día.
—¿Creéis que los alwari accederán a la propuesta?
Barriss miraba a sus amigos y a la multitud simultáneamente.
Los dos nómadas se miraron.
—Depende del planteamiento —dijo Kyakhta finalmente—. Si podéis conseguir que el más poderoso de los clanes superiores, los borokii, acceda, el resto le seguirá. Siempre ha sido así entre los alwari.
Luminara asintió con gesto pensativo.
—Entonces hemos de conseguir que sus representantes vengan a Cuipernam para hablar con ellos en persona.
Bulgan comenzó a reírse, pero se detuvo al ver que la Jedi hablaba en serio.
—Ningún jefe borokii se acercará a menos de cien huus de Cuipernam, ni de ninguna otra ciudad de la Unidad. No se fían del pueblo de la ciudad, ni de sus representantes. Y ahora hablo como tasbir de Hatagai Sur. Aunque bien es cierto —añadió con tristeza— que ahora mismo soy un descastado.
Luminara se acercó a Obi-Wan y le dijo algo que inmediatamente hizo sonreír y asentir al Jedi. Se volvió a Barriss y sus nuevos amigos.
—Si no tenéis clan —dijo— no tenéis a dónde ir. Y entonces, no hay ninguna responsabilidad con vuestro hogar.
—¡Ajá!, qué cierto es eso —exclamó Kyakhta apenado—. Un descastado carece de raíces, como el arbusto soplador irgkul.
—Entonces —prosiguió la Jedi, guiñándole un ojo a Barriss— sois libres para trabajar para nosotros y llevamos hasta los borokii.
—¡Oh!, supongo que nosotros… —Kyakhta hizo una pausa, parpadeó y volvió a mirar a los Jedi. Al hacerlo, su boca comenzó a abrirse cada vez más enseñando la blancura de sus dientes—. ¿Queréis decir que… que tomaríais a dos descastados como nosotros como guías? ¿Incluso después de lo que le hicimos a la padawan?
—Eso pertenece al pasado —les dijo Luminara—. Además, si Barriss dice que no fue culpa vuestra y que estáis curados, yo acepto su conclusión.
—¡Guías de Jedi! ¡Nosotros!
Bulgan no podía creer el cambio que había tenido su suerte en un solo día: de trabajar para un suelta-babas como el bossban Soergg a escoltar a Caballeros Jedi.
El siempre alerta Anakin se acercó a Obi-Wan.
—Maestro, ¿creéis sensato depositar nuestra confianza y nuestras necesidades en estos dos?
—No percibo peligro en ellos —dijo Obi-Wan.
—Barriss tampoco lo hizo —señaló Anakin sagaz— y la secuestraron.
—Eso fue antes de que les curara. Yo creo que estaremos protegidos por su gratitud. Y nos ofrecen una ventaja que no hubiéramos podido conseguir del pueblo de la ciudad. Siendo alwari, encontrarán el camino correcto y harán las presentaciones necesarias tan bien o mejor que cualquiera que podamos contratar en Cuipernam.
Anakin musitó.
—¿Es que al final todas las relaciones entre seres se reducen a la política, sea del tipo que sea, Maestro?
—Así lo consideran muchos. De ahí mis continuos intentos de enseñarte los principios básicos de la diplomacia. ¿Quién sabe? Quizá algún día puedan serte útiles tanto personal como profesionalmente.
Esa idea bastó para apaciguar al padawan, y para orientarle hacia un pensamiento completamente distinto. Mientras tanto, los Jedi hablaban de los detalles con sus nuevos guías mientras caminaban por la plaza repleta.
—Lo primero —declaró Luminara— es quitaros esos maliciosos dispositivos de la cabeza.
—Yo conozco a un curandero que puede hacerlo en cuestión de minutos, y no tendrá miedo ahora que han sido desactivados —Kyakhta sonrió a Barriss mostrándole el brillo de sus dientes—. Es un buen cirujano pero jamás se habría planteado atendernos… antes. Al hacerlo podría provocar la ira del bossban Soergg.
—Bien —Luminara esquivó a un trío de mielp, que caminaban encorvados bajo el peso de unas bolsas casi tan grandes como ellos—. Después alquilaremos un deslizador y entonces…
—¡No! —le previno Bulgan—. Nada de deslizadores. Cuantos menos ejemplos de tecnología galáctica llevemos, mejor. Todos los alwari son tradicionalistas radicales. Como ya sabéis, este conflicto entre los de la ciudad y los nómadas se basa principalmente en las diferencias entre el costumbrismo y los nuevos estilos de vida. Si queréis ganaros la confianza de los borokii, demostrarles desde el primer momento que no estáis del lado de los ciudadanos, tendréis que acercaros a ellos mostrando respeto por las viejas tradiciones.
Obi-Wan asintió amablemente.
—Muy bien, nada de deslizadores. ¿Entonces cómo viajaremos?
—Para atravesar las grandes praderas, hay muchas monturas adecuadas.
Anakin hizo una mueca.
—¡Animales!
Siempre se había sentido mucho más cómodo trabajando con máquinas. Si le daban el suficiente tiempo y el acceso a herramientas y repuestos, podría construir un vehículo adecuado. Pero los nativos insistían: nada de deslizadores.
—El mejor es el suubatar —el entusiasmo de Kyakhta era evidente—. Si podéis permitíroslo, son el medio de transporte preferido por la clase alta alwari. Llegar a un campamento a lomos de uno es señal de que el jinete es una persona importante. Por no mencionar con buen gusto.
Luminara reflexionó.
—El Consejo Jedi prefiere que viajemos modestamente. Los medios de intercambio con los que contamos son limitados.
—Creo que podremos arreglárnoslas —le dijo Obi-Wan—. Teniendo en cuenta que tenemos órdenes de solucionar el conflicto cuanto antes, no creo que nadie ponga objeciones a que incurramos en ciertos gastos para conseguirlo. Cuanto antes abandonemos Cuipernam en busca de los borokii, más posibilidades de éxito tendremos y estaremos todos más seguros.
—Cabalgar un suubatar es como cabalgar el viento.
Bulgan se tropezó ansioso con un crowlyn que dormitaba, que tras limpiarse la enorme mandíbula miró al alwari y se volvió a dormir.
Anakin se encogió de hombros.
—Yo soy campeón de vainas. Me temo que ningún vehículo orgánico, por muy noble que se le considere, me va a impresionar.
Pero se equivocaba.
* * *
Si hay algo, que la tecnología avanzada ha eliminado en el transporte moderno, es el olor. Pero su presencia era manifiesta en el mercado de transportes, donde podía encontrarse una increíble variedad de criaturas domesticadas como cabalgaduras. Mientras que los dos Jedi se dirigían con los guías a encontrar a los animales adecuados, la pareja de padawan se quedó de guardia.
—Ya me he disculpado con mi Maestra por dejarme secuestrar.
Barriss miraba de un lado para otro constantemente mientras hablaba, viendo a cada vendedor y comprador, a cada comerciante y animal como una amenaza en potencia.
Anakin también se mostraba alerta, teniendo en cuenta que ya se había dejado engañar una vez por la aparente tranquilidad que le rodeaba. Estaba de pie junto a su compañera, deseando que ella fuera otra persona, pero respetando su demostrado valor y talento.
—No tienes por qué sentirte avergonzada. Yo también he hecho muchas estupideces en mi vida.
—Yo no he dicho que fuera una estupidez —se alejó de él.
Anakin dudó por un momento.
—Oye, lo siento. Parece que hemos empezado con mal pie. Todo lo que puedo decir en mi defensa es que tengo muchas cosas en la cabeza.
—Eres un padawan de Jedi. Pues claro que tienes muchas cosas en la cabeza.
Vio acercarse a un conductor seuvhat dirigiéndose rápidamente en dirección a ellos, y puso la mano en su sable láser. Cuando el vehículo giró, retiró la mano del arma.
—Quiero decir que estoy preocupado —Anakin le puso una mano en el hombro, esperando que su gesto no fuera malinterpretado. Pero no tenía de qué preocuparse—. Si no lo hubiera estado, si hubiera hecho bien mi trabajo, hubiera prestado más atención a la tienda en la que entraste. Hubiera podido impedir que te secuestraran.
—Fue culpa mía, no tuya. Pensaba en una sola cosa… Por otra parte —añadió enérgicamente—, si los acontecimientos se hubieran desarrollado de otra forma, no hubiera podido ayudar a esos pobres alwari, y ahora estaríamos buscando a unos guías que nos llevaran hasta ese clan. Como dice el Maestro Yoda, hay muchos caminos en la vida, así que lo mejor es contentarse con el que finalmente escogemos.
—Ah, sí, el Maestro Yoda.
El padawan se sumió en sus pensamientos.
Al mismo tiempo que vigilaba a la multitud en busca de una señal de peligro, Barriss le echaba un vistazo de vez en cuando a su compañero. Era inescrutable este Anakin Skywalker. La Fuerza hervía en su interior. La Fuerza y otras cosas. Ella ya se había dado cuenta de que era mucho más complicado que cualquiera de sus otros compañeros del Templo. Y eso era inusual. Una vez escogido, el camino de un Jedi era directo y sin complicaciones. Pero eso no era lo que se percibía en Anakin Skywalker.
—Has dicho que estabas preocupado —le dijo al fin—. Yo percibo que es una preocupación lo que te hace infeliz.
—¿Ah, sí?
Ella no pudo distinguir si su tono era sarcástico o simplemente amable. A sus espaldas, los Jedi y los guías seguían regateando por las monturas. Anakin deseaba que acabaran de una vez. Estaba cansado de aquel sitio, cansado de la misión. ¿Qué importaba si Ansion y unas docenas de sus planetas aliados se separaban de la República? Teniendo en cuenta el estado actual del gobierno galáctico y del Senado, con su confusión y su corrupción demostradas, ¿a quién podía extrañarle que quisieran separarse? Podría servir como una llamada de alerta para el resto de la República, un llamamiento para aclarar las cosas o enfrentarse a un futuro peor.
Unos pensamientos muy profundos para un padawan. Sonrió. Obi-Wan se equivocaba. A veces pienso en las otras cosas y no sólo en mí mismo.
—Pues sí —continuó Barriss. El joven no le intimidaba en absoluto—. ¿Qué te preocupa tanto, Anakin Skywalker? ¿Por qué siempre estás tan pensativo?
Pensó en decirle la verdad. Luego decidió contarle sólo parte de ella. Con un gesto de la mano, recorrió todo el mercado, las calles adyacentes, la muchedumbre mezclada de ansionianos y forasteros y la ciudad más allá.
—¿Qué hacemos aquí? El Maestro Obi-Wan ha intentado explicármelo, pero creo que no se me dan bien las complicaciones políticas. Son difíciles de entender, incluso irrelevantes. Desde niño he sido una persona muy directa —miró a su compañera—. En el lugar en el que crecí, de la forma en la que lo hice, si disipabas tu energía, o malgastabas tu tiempo, no durabas mucho. ¿Quieres que te diga sinceramente lo que opino de esta misión?
Ella asintió sosteniendo su mirada.
—Es una pérdida de tiempo. Una tarea para diplomáticos charlatanes y no para ningún Jedi.
—Ya entiendo. ¿Y qué harías si estuvieras al mando, Anakin?
No dudó ni un momento.
—Cogería a los líderes de ambas facciones, nómadas y ciudadanos, y les encerraría a todos en una habitación, diciéndoles que si no hacían las paces en una semana la República enviaría a un cuerpo especial para asumir el control directo de los asuntos del planeta.
Ella asentía lentamente, con una enervante expresión de tranquilidad en el rostro.
—¿Y cómo respondería el Gremio de Comerciantes, dados sus amplios intereses en este sector?
—El Gremio de Comerciantes hace lo que es más rentable. La guerra con la República no es rentable —parecía convencido—. Eso es lo que he aprendido.
—¿Y si la Unidad ansioniana de Comunidades y villas, a consecuencia de tus acciones, deciden seguir adelante con el movimiento de secesión y el resto de los planetas aliados les siguen…?
—No implicaría ninguna diferencia para la vida cotidiana de la gente. El comercio continuaría, la rutina de todos esos planetas no cambiaría.
—¿Estás completamente seguro de que arriesgarías miles de vidas para averiguarlo? ¿Y qué pasaría con los alwari, que no están de acuerdo con la forma de hacer las cosas de la Unidad? ¿No crees que el Gremio de Comerciantes y sus aliados acabarían aplastándoles?
—Bueno, no estoy seguro de que…
Tras el cúmulo de razonamientos de la padawan, el muro de seguridad de Anakin comenzaba a quebrarse.
Ella se giró para volver a observar a la multitud.
—Yo creo que es mejor enviar a dos Jedi y sus padawan para intentar arreglar las cosas. Es mucho menos amenazador que un cuerpo especial.
Y también menos costoso, lo que siempre es mejor para el Senado.
Él suspiró.
—Lo que dices es posible. Pero es que Ansion es tan insignificante… Hasta Obi-Wan se pregunta su importancia. Me lo ha dicho varias veces, y también hemos hablado de los fallos que encuentra últimamente en la República.
—Y los conflictos menores —replicó ella—. Seguro que también te ha hablado de los conflictos menores y de la necesidad de suprimirlos antes de que den lugar a conflictos incontenibles.
—Constantemente —suspiró con resignación mientras se unía a ella en la vigilancia de la multitud.
* * *
—Es un precio justo —el ansioniano llevaba la cresta teñida de rayas plateadas y negras que se extendían a lo largo de su columna. Los ojos convexos con matices color lavanda estudiaban a sus clientes con expresión vacía—. ¡Ni en Cuipernam ni en la llanura de Sorrul-Paan encontrareis seis monturas de semejante calidad por este precio, ni por el triple!
—No te pases de insistente o conseguirás revolver el estómago de mis Maestros con tu parloteo.
Kyakhta se giró dando la espalda al vendedor y bajó la voz mientras Bulgan y él dialogaban con sus nuevos jefes.
—Tiene razón, Maestra Luminara. El precio que pide es justo. Quizá un poco elevado, pero los animales están en excelente estado.
—¡Vamos a montar en semejantes suubatar!
Bulgan apenas podía contener su emoción.
—Dadnos un momento —Luminara se alejó dejando a los dos nómadas con las negociaciones, aunque lo único que podían hacer ya era tratar de pulir la oferta final del comerciante—. ¿Qué opinas, Obi-Wan?
Estudió cuidadosamente el mercado, buscando una señal de peligro.
—Creo que deberíamos fiamos de los conocimientos sobre nativos de nuestros guías. Después de lo que tu padawan hizo por ellos, opino que antes se engañarían a sí mismos que aprovecharse de ella —miró hacia atrás y vio a los alwari discutiendo con el vendedor—. Por otra parte, deseo cabalgar una de esas bestias. Uno de estos días, me da la impresión de que no me quedará otra opción que llevar viejos aparatos y deslizadores cochambrosos.
Alzó la cabeza y se quedó mirando al cielo azul.
Luminara observó a los padawan.
—Sigue habiendo tensión entre Barriss y Anakin.
—Sí —suspiró Obi-Wan—. Ya me he dado cuenta. Pero parecen llevarse mejor desde la aventura de tu padawan. Una buena estudiante, Barriss. La Fuerza fluye en gran medida en su interior.
—Es cierto, pero no tanto como en el joven Anakin. Es un río salvaje tu padawan, repleto de energía reprimida que necesita canalización.
—Llegó inexplicablemente tarde al entrenamiento, y fue educado por su madre hasta una edad demasiado avanzada para un aprendiz.
Luminara volvió a mirar en dirección al padawan.
—¿Conoció a su madre? Ése es un lazo que los aprendices de Jedi no suelen llevar consigo. Conlleva todo tipo de complicaciones y dificultades en potencia.
—Lo sé. Esa razón me hubiera bastado para no tomarle bajo mi tutela, pero mi propio Maestro, Qui-Gon Jinn, lo expresó como un deseo en el momento de su muerte y yo se lo juré. Además de los problemas que tuve que solucionar a raíz de su muerte, estaba el de tratar con este joven problemático.
—¿Y qué tal ha ido? —preguntó con interés.
Obi-Wan se mesó la barba ausente.
—Suele ser impetuoso, lo cual es preocupante. En ocasiones se deja llevar por la impaciencia, lo cual es peligroso. Pero ha pasado por muchas situaciones y ha sobrevivido, y es un gran estudiante de la ciencia Jedi. Hay asignaturas en las que destaca, como la lucha con sable láser. Y es piloto de nacimiento. Pero apenas encuentra tiempo para la historia o la diplomacia, y la política le pone enfermo. Aun así, es perseverante. Un rasgo heredado, según creo, de su madre, a quien Qui-Gon consideraba una mujer tranquila pero de voluntad fuerte.
Luminara asintió pensativa.
—Si hay alguien capaz de convertir esa materia bruta en un Caballero Jedi, ése eres tú, Obi-Wan. Muchos tienen el conocimiento, pero pocos la paciencia.
—Tú también podrías hacerlo.
Ella le contempló. Cara a cara, los dos Jedi se observaban fijamente a los ojos. Cada uno veía algo diferente, pero merecedor de valía. Un rasgo distintivo, e incluso excepcional. Cuando apartaron la mirada, lo hicieron simultáneamente.
Obi-Wan se dirigió a hablar con el alwari que regateaba amigablemente. Luminara se quedó mirando al Jedi largo rato pensativa y luego volvió a vigilar a la multitud.
Obi-Wan instó a Kyakhta y a Bulgan a que terminaran las negociaciones por los seis animales. Las magníficas bestias eran el triple de altas que un humano. Tenían seis patas, y unas pezuñas largas que parecían totalmente fuera de lugar en una criatura creada para correr por extensas llanuras de hierba.
Cuando Anakin destacó a Kyakhta esta aparente irregularidad evolutiva, éste se echó a reír.
—¡Ya verás para lo que son, padawan Jedi!
Tirando del doble juego de riendas, hizo girar sin esfuerzo a su recién adquirida cabalgadura.
La silla era ligera, pero acolchada, y se ajusta entre el primer par de patas y el segundo. Entre las segundas patas y las de atrás había espacio para acomodar una segunda montura para llevar provisiones, que ya habían sido negociadas y tasadas, y estaban en proceso de carga a lomos de los complacientes animales.
—Comida, agua y accesorios. Hemos adquirido de todo y ya está pagado, Maestra Barriss —Bulgan tenía sus enormes pies enfundados en botas que colgaban delante de unas cinchas situadas en el cuello del suubatar, en lugar de caer hacia los lados. El suave arco de la silla en el respaldo mecía su doblada espalda—. Ahhh, ¡ajá! —exclamó con placer—. Estar así sentado me trae muchos recuerdos.
Siguiendo las instrucciones de Kyakhta, Luminara se subió a su suubatar, y a pesar de la altura no tuvo ningún problema. Lo primero, porque el animal estaba arrodillado esperando a su jinete, y lo segundo porque su cuerpo era esbelto y ágil. La razón para utilizar la silla de montar era evidente: sin ella, uno se encontraba directamente sentado sobre unas protuberantes vértebras.
—¡Ilup! —gritó Kyakhta.
El suubatar comenzó a levantarse, primero las patas delanteras, luego las segundas y por último las traseras. La razón por la que la silla tenía un alto arco de cuero como respaldo era que, sin él, Luminara se hubiera deslizado hacia atrás al levantarse el animal y hubiera caído al suelo.
Aunque cada bestia tenía su propio dibujo de rayas verde oscuro en el pelo corto y suave, las seis eran del mismo color de bronce pálido. La combinación les permitiría, a pesar de su tamaño y de la visibilidad, camuflarse bien entre las tierras de las praderas. Luminara se quedó bastante sorprendida con respecto a su alimentación, ya que esperaba que fueran herbívoros, pero lo cierto es que eran omnívoros, y podían sobrevivir con una dieta muy variada. Su fina y larga mandíbula era ancha al final, lo que le permitía dar grandes bocados y tragar enormes frutos o presas de una sola vez. Los cuatro colmillos delanteros sobresalían de la mandíbula, lo que les daba un aspecto fiero que contradecía su tranquila naturaleza.
—Por supuesto, éstos están domesticados —le dijo Bulgan, adivinando sus pensamientos—. Los suubatar salvajes pueden atacar y destruir caravanas enteras.
—Eso me da mucha confianza.
Anakin se balanceaba de un lado para otro en su montura, intentando mantener el equilibrio. Kyakhta se dio cuenta del problema y se acercó a su lado.
—No os sentéis demasiado erguido, Maestro Anakin. Apoyaos en el viann, en el respaldo de la silla. Eso es, así. ¿Veis como las piernas se ajustan ahora naturalmente a los estribos delanteros?
—Pero no veo bien en esta posición —se quejó el padawan intentando agarrar el doble juego de riendas.
—Yo creo que estamos a la suficiente altura como para ver cualquier cosa importante —le dijo Obi-Wan. Se apoyaba en el respaldo como si lo llevara haciendo toda la vida—. Tómate esto como otro capítulo inesperado de tu educación.
—Yo preferiría ser educado en un deslizador de último modelo —gruñó Anakin. Pero Kyakhta tenía razón. Cuanto más se recostaba en el respaldo más seguro y estable se sentía. Quizá, no iba a ser tan malo después de todo.
¿Podía fiarse de un animal extraño y alienígena? Los suubatar eran sin duda animales bellos, con sus ojos saltones de pestañas doradas, el agujero de la nariz y las cabezas estilizadas. Tenían las orejas pegadas al cráneo y, al contrario que los ansionianos, no tenían cresta. El pelo rayado era corto y denso, evolucionado para ofrecer el máximo aislamiento con el mínimo de resistencia al viento. La cola era de la longitud de las patas, pero tan esbelta como el resto del cuerpo. Algo de los animales sugería un fin.
Velocidad.
—¿Todo el mundo listo? —Kyakhta sostenía las riendas sin esfuerzo en una mano mientras se volvía a mirar a sus compañeros. Bulgan le indicó que las provisiones ya estaban cargadas—. Entonces, vámonos a buscar a los borokii —se giró hacia adelante, y le dio un suave golpecito en la nuca al animal mientras gritaba—, ¡Ilup!
El suubatar pareció levantarse del suelo, pero lo único que había hecho era responder a la petición de galope. El ritmo de las seis patas era increíblemente suave, se dijo Luminara. Apenas daba sensación de balanceo o de desequilibrio. Recostada en el viann de la silla, con sus fuertes piernas incrustadas en los estribos de cuero, veía pasar la ciudad como si volara. Los peatones tenían que apartarse rápidamente de su camino.
Mucho antes de lo esperado, atravesaban como una exhalación los altos arcos de la Puerta Govialty del casco antiguo y se hallaban en un polvoriento camino con dirección Oeste. Kyakhta se acercó cabalgando hasta ponerse a su altura. La Jedi pensaba que iban a la máxima velocidad, pero el animal del alwari apenas jadeaba.
—¿Estáis cómoda, Maestra Luminara? —le gritó el guía para hacerse oír.
—¡Es una maravilla! —respondió ella—. ¡Es como cabalgar una nube hecha de seda de Dramassia!
Lejos de los muros de la ciudad, se veían expuestos a unos vientos casi constantes que circulaban eternamente por el planeta. El aire fresco le daba en la cara, y la cabeza larga, estrecha y ligeramente triangular del suubatar lo partía en dos como la proa de un barco.
Echó un vistazo atrás y vio a Barriss luchando por mantenerse en la silla, y la expresión de Anakin variaba de una mueca de determinación a un miedo casi infantil. Se hubiera reído, pero no era el momento. Por lo que tocaba a Obi-Wan, estaba sentado en su montura bordada con expresión serena y los ojos cerrados, los brazos cruzados y las riendas descansando en la silla. Pensó con incredulidad que bien podría estar sentado en un asiento de primera en un transporte. Había conocido a muchos Jedi, pero ninguno con tantos recursos ante lo inesperado.
—¡Kyakhta! —llamó al jinete que galopaba junto a ella—. Lo mejor es que dejemos la ciudad atrás cuanto antes, ¿pero no será peligroso forzar a las bestias? ¿No se cansarán a este ritmo?
—¿Forzar?, ¿cansarse? —observó a la mujer desde su montura, hasta que finalmente se dio cuenta—. ¡Oh!, no lo entendéis. Pero es normal, teniendo en cuenta que nunca habíais visto antes un suubatar, y mucho menos lo habíais cabalgado —sacó los pies de los estribos, y se puso de pie sobre el lomo de su cabalgadura mirando hacia atrás, agarrándose al respaldo para no perder el equilibrio—. Nadie nos sigue, pero una cosa es segura: el bossban Soergg no permitirá que esto acabe aquí —volvió a su postura de montar y sonrió de nuevo a Luminara—. ¿Seguro que estáis cómoda?
—Me siento de maravilla. Como ya te he dicho, lo estoy disfrutando.
Él asintió.
—Entonces no hay necesidad de que sigamos paseando —alzó la voz y sacando de nuevo los pies de los estribos se inclinó hacia adelante y gritó—. ¡Ilup!
Al mismo tiempo, espoleó con los talones al animal en ambos flancos a la vez.
—¡Por la Fuerza!
Anakin gritó y buscó algo a lo que agarrarse. Barriss se empezó a reír a carcajadas, y la aceleración hizo que su melena y sus vestiduras se echaran hacia adelante como llamaradas. Obi-Wan se dignó a despertarse.
Hasta ese momento, parecía que los suubatar sólo habían ido al trote. A la orden de Kyakhta, aceleraron con sus seis patas a tal velocidad que las pezuñas de largos dedos parecían no tocar el suelo. Treinta y seis dedos que impulsaban hacia adelante a los suubatar a una velocidad que dejó a Luminara sin respiración.
Lo que no era sorprendente, ya que estaban adelantando al viento.
* * *
Detrás de ellos, allá en la ciudad, una variedad de brutos, rufianes y delincuentes se amontonaba sobre los muros de la ciudad justo en la puerta por la que había salido la caravana Jedi y sus guías. Lejos en la distancia, podía distinguirse una nube de polvo que se disipaba sobre la cima de una colina cubierta de hierba. Para Ogomoor era como gas venenoso.
—Tienen que ser ellos —se giró hacia un gigantesco varvvan que estaba su lado—. Reúne a tu gente. Vamos a por ellos.
—¿A esa velocidad? Ya oíste lo que dijeron los del mercado. Cabalgan suubatar. Y además son purasangres.
A sus espaldas, los otros miembros de la irregular tropa comenzaban a murmurar.
—Cogeremos una aeronave. Ningún suubatar puede ir más rápido que un autocarro.
—No, no es más rápido, pero sí más ágil… —se acercó a Ogomoor—. ¿Alguna vez has intentado acorralar a un alwari montado en un suubatar? Una forma rápida de morir.
—¡Bastasi! —exclamó impaciente Ogomoor—. Vale, como quieras. ¿Y qué otra cosa aparte de un autocarro te convencería de seguir mis órdenes y perseguir a esos seis?
El varvvan se lo pensó, frotándose un ojo mientras contemplaba la lejana nube de polvo disminuir a lo lejos.
—Armas pesadas —dijo finalmente.
—¡No seas estúpido! —le gritó Ogomoor—. ¡Ni el bossban Soergg puede conseguir armas pesadas en Cuipernam! Hay ciertas limitaciones hasta para alguien como… ¡ay!
El varvvan levantó al consejero por el cuello y le mantuvo así.
—No… me… llames… estúpido.
Consciente de que el enfado y la ira habían sacado la parte más tensa de sí mismo, Ogomoor trató de calmar al mercenario.
—Era sólo una frase hecha. No era nada personal. Por favor, bájame, y… eh… ¿te importaría retraer los globos oculares? Se te van a salir.
El varvvan le depositó en el suelo con un siseo. Ogomoor se estiró la ropa y se volvió a mirar al lejano punto por el que desaparecía su presa.
—¿Por qué preocupamos? De todos modos, los visitantes llevan de guías a dos idiotas descastados.
Echándose al hombro el rifle compacto, el varvvan siseó de nuevo y se alejó. Los de su especie eran valientes y temerarios, pero por mucho que Ogomoor dijera, no eran tontos.
—Tú dirás lo que quieras, pero mis socios y yo sólo creemos lo que vemos. Y yo veo a cuatro visitantes y dos escoltas que no cabalgan como idiotas descastados —comenzó a bajar las escaleras para volver a las calles de la ciudad—. Cabalgan como alwari.
Sin palabras para describir su frustración, Ogomoor desvió su atención de los inútiles mercenarios para volver a ponerla en las interminables praderas más allá de Cuipernam. ¿Dónde, se preguntó, podría encontrar asesinos acordes con sus órdenes? ¿Dónde encontrar seres que accedieran a levantarse en armas contra los innombrables Jedi? ¿Dónde podía encontrar el tipo de ayuda que se le negaba constantemente?
Y lo más importante, ¿dónde podía encontrar a alguien que le comunicara a Soergg el hutt que los Jedi y sus padawan habían escapado una vez más fuera de sus propósitos y de su alcance?
Para sorpresa de Ogomoor, Soergg escuchó en silencio el informe del consejero.
—Otra vez tarde. La puntualidad es la marca de la casa del buen asesino.
—No pude hacer nada, bossban. Los que había contratado se negaron a seguir a los Jedi en su huida.
—Sí, sí, ya me lo has dicho —Soergg le hizo callar con un gesto—. Así que dices que llevan suubatar. No me extraña la falta de entusiasmo de esos mercenarios chapuceros —se frotó la enorme barbilla, y la carne le rezumaba como el excedente sulfuroso de una cloaca venenosa—. Primero un asesinato frustrado y luego un secuestro frustrado. Los Jedi ya están en guardia.
—Ya no podemos contar con el factor sorpresa —añadió Ogomoor innecesariamente.
—Es posible —los grandes ojos traspasaron al asistente, fijos en algún punto lejano—. Desde luego, nosotros no.
—No entiendo, amo.
Soergg no respondió. Seguía con la mirada perdida, pensando cosas de hutt.