CAPÍTULO 5

Para ser una humanoide joven, pesa mucho más de lo que esperaba.

Kyakhta resopló cuando él y su compañero soltaron el saco en la cama. Al notar movimiento dentro, Bulgan soltó el sello que cerraba el saco. Barriss se sentó y el saco se le quedó a la altura de los hombros, y luego se le cayó a los pies cuando se levantó. Tenía los tobillos atados y las manos amarradas a la espalda. Miró hacia abajo y luego a sus secuestradores, y se encontró con la sonrisa de Kyakhta.

—¿Buscas esto, aprendiz?

Extrajo el cinturón reglamentario de la padawan de una bolsa que llevaba colgando en la cintura. Contenía todos sus efectos personales, incluido el intercomunicador y el sable láser. Bulgan se adelantó y toqueteó este último.

—Un sable láser Jedi. Siempre quise probar uno.

Kyakhta cogió el cinturón y lo volvió a meter en la bolsa como si fuera una serpiente dormida.

—No lo toques, idiota. ¿No recuerdas lo que nos dijo el hutt sobre manipular los dispositivos éstos? Un sable láser Jedi se ajusta según el campo magnético de su propietario. Si activas éste saldrás volando en pedazos. Tú y tu estupidez.

¡Oh!, es verdad. Bulgan se olvidó —se giró para mirar a la prisionera—. Tampoco es gran cosa, ¿no? Podría partirla en dos fácilmente.

—Sólo mi cuerpo —incapaz de correr o maniobrar, Barriss se sentó en la cama—. Obviamente, sabéis quién soy y lo que represento. ¿Sois conscientes de que mientras hablamos hay tres Jedi buscándome furiosos, a quienes no les va a gustar nada lo que ha ocurrido?

Kyakhta se rió y Bulgan emitió ruidillos jocosos.

—Que te busquen. Aquí no te van a encontrar —señaló los elevados muros que les rodeaban—. Este sitio es seguro, y tampoco estarás aquí mucho tiempo —al recordarlo, accionó el interruptor de su intercomunicador—. Ya hay otros que están enterados. Vienen y te llevarán. Entonces nosotros más ricos, y nada que ver ya contigo.

Barriss prefirió no discutir y preguntó con calma.

—¿Y para que me queréis vosotros o los que os emplean?

Los alwari se miraron.

—No es asunto nuestro —dijo Kyakhta—. Atraparte nuestro trabajo, preguntas no nuestro trabajo —se giró para abandonar la habitación—. Lo hemos conseguido. Lo estaba deseando —se incorporó—. El bossban pensaba que no podíamos. Una sorpresita para él —su sonrisa se hizo más amplia—. Creo que le haré esperar un poco antes de decírselo —le dio un empujoncillo a su compañero—. Vigílala bien, Bulgan. Cuidado con trucos Jedi.

—No preocuparse, Kyakhta —encorvado pero alerta, el otro alwari se colocó en un banco frente a la esposada humana—. Bulgan vigila bien.

Barriss miró la puerta cerrarse pesadamente tras el que se hacía llamar Kyakhta. Un ruidoso clic resonó tras su salida. Sin su sable láser sería incapaz de penetrar la barrera, y sus limitados conocimientos de la Fuerza no eran suficientes para romperla con la mente. Estaba atrapada hasta que sus amigos la encontraran. No dudaba que lo harían. Lo único que le preocupaba era el factor tiempo. ¿Habría suficiente antes de que la sacaran de aquel sitio y la llevaran hasta el responsable de su secuestro? De una cosa estaba segura. Quien quiera que fuese, seguro que era más despiadado y competente que sus dos simplones secuestradores ansionianos.

El tiempo pasaba mientras esperaba a que su captor se cansara o se fuera. Pero no hizo ninguna de las dos cosas. Tampoco pudo, por mucho que lo intentó, influir en su mente. Podría deberse, pensó, a que según lo que parecía, tampoco había mucha mente en la que influir. Ésa era probablemente la razón por la que ni ella ni su Maestra habían podido percibir sus hostiles intenciones.

Habían utilizado a la vendedora inconsciente para distraer su atención. Estaba enfadada consigo misma por haberse dejado atrapar, pero intentó reprimir la creciente irritación porque el enfado era otra distracción que no podía permitirse en aquel momento.

—A lo mejor tu bossban da a Kyakhta y Bulgan una bonificación —dijo el vigilante en voz alta—. El sable láser no estaría mal. Luego Bulgan va a casa y lo enseña al clan, y vuelven a aceptar a Bulgan. Y los que no quieran —hizo un movimiento giratorio con su pesada mano—, Bulgan corta la cabeza.

—Hablas muy bien del bossban —hizo un gesto esforzándose por parecer resignada e indefensa—. ¿Quién es ese individuo tan imponente?

Un sonrisa apareció en el rostro del guardia.

—Padawan intenta engañar Bulgan. Nada de trucos Jedi aquí. Bulgan y Kyakhta un poco lentos, pero eso no quiere decir estúpidos —se levantó y se inclinó hacia adelante. Tenía el torso ancho, sin pelo, era una masa amenazadora de huesos y músculos, inusualmente grande para un ansioniano—. ¿Tú crees que Bulgan estúpido?

—Ni lo he dicho ni lo he querido decir —respondió suavemente. El alwari retrocedió—. Pero me he dado cuenta de algo de lo que estoy segura.

Los ojos del nativo se entrecerraron peligrosamente.

—¿Y qué es? Cuidado, padawan humana. Bulgan no te tiene miedo.

—Ya lo veo. Y lo que también puedo ver, y sentir de formas que ni te imaginas, es que tanto tú como tu cómplice sufrís. Lleváis sufriendo mucho tiempo.

El ojo marrón de pestañas doradas de Bulgan se abrió aún más de lo normal.

—¿Cómo… cómo lo sabes?

—Además del entrenamiento Jedi normal, muchos de nosotros tenemos nuestra propia especialidad. Áreas del conocimiento que se nos dan especialmente bien. Yo, por ejemplo, soy sanadora practicante.

—Pero eres humana, no de Ansion.

—Lo sé —hablaba con voz tierna pero firme que inspiraba confianza—. Yo no puedo arreglarte la espalda, o darte una prótesis para el ojo que te falta. Sin embargo, el dolor de tu mente es similar al que experimentan todos los seres de sangre caliente. Es resultado de ciertas disrupciones y errores neuronales. Es como si alguien hubiera intentado hacer un ordenador muy complejo, y hubiera tenido todas las piezas delante pero no supiera cómo colocarlas, de forma que no hizo muy bien su trabajo. ¿Entiendes algo de lo que te digo, Bulgan?

El alwari afirmó lentamente.

—Bulgan no es tonto. Bulgan comprende. ¡Ajá!, así se siente Bulgan casi todo el tiempo. Como mal hecho —giró la cabeza a un lado levemente y la miró fijamente con el ojo bueno—. ¿Padawan arregla eso?

—No puedo prometer nada, pero lo puedo intentar.

—Arregla dolor de cabeza —su guardián estaba haciendo un tremendo esfuerzo mental—. No más dolor en cabeza —se frotó la frente con la palma de la mano—. Eso sería grande, mejor aún que unos cuantos créditos —había llevado el esfuerzo mental más allá de sus límites, y la miró fijamente—. ¿Cómo sabe Bulgan que puede confiar en ti?

—Te doy mi palabra de padawan, de estudiante de las artes Jedi, y de alguien que ha dedicado toda su vida a unos ideales elevados, y a aprender el arte de sanar.

Visiblemente emocionado, su secuestrador respiró profundamente, miró a la puerta y se volvió para mirarla a ella.

—Intenta arreglar a Bulgan. Pero si engañas…

—Te he dado mi palabra —le interrumpió—. Además, ¿dónde voy a ir? La puerta está cerrada y bloqueada por fuera. ¿O no te has dado cuenta de que estás aquí encerrado conmigo? —No sonrió—. Tu amigo no me ha dado ninguna posibilidad.

—¿Encerrado? —se pasó la mano por el cráneo en el lugar donde debería tener la cresta—. Bulgan confuso.

Ella aprovechó de inmediato la oportunidad.

—La confusión es fruto del dolor con el que convives. Déjame ayudarte, Bulgan. Por favor. Si fallo, no te costará nada. Incluso si lo consigo, me seguirás teniendo aquí, porque la puerta está cerrada por fuera.

—Cierto. Padawan dice verdad. ¡Oh!, tú intentas.

Le miró a los ojos, acercándole las aprisionadas muñecas.

—Tienes que desatarme. Para hacer esto necesito las manos.

De repente, el alwari se mostró alerta.

—¿Para qué? ¿Trucos de Jedi?

—No. Por favor, confía en mí, Bulgan. Hay cosas en juego mucho más importantes que mi vida, o el futuro incremento de tu cuenta corriente. ¿Sabes algo del movimiento secesionista?

El ansioniano negó con la cabeza.

—El único movimiento que conoce Bulgan es el de los intestinos —pensó un momento—. Kyakhta no contento —susurró.

Luego se acercó reacio a las muñecas de Barriss y les pasó un desbloqueador. El lazo opaco que las unía se disolvió súbitamente, deshaciéndose en celulosa, catalizador y agua. Ella se frotó firmemente las muñecas con alivio. A medida que le volvía la circulación le hizo un gesto a Bulgan para que se aproximara.

—Ven, Bulgan.

Le ordenó amablemente. Lo hizo con la cabeza gacha, arrastrando los pies como un niño ante su madre. Un niño muy fuerte y muy peligroso, se dijo a sí misma. No tuvo que pedirle que inclinara la cabeza. Con la columna tan arqueada, el pobre la había puesto a su alcance. Extendió las manos con las palmas hacia abajo y masajeó suavemente su cabeza, con cuidado de no taparle las aberturas auditivas. Su carne era cálida al tacto, la temperatura ansioniana era algo superior a la de los humanos. Ella cerró los ojos y comenzó a concentrarse.

Un temblor comenzó a recorrerla a medida que localizaba el punto en el que centrarse. Era un dolor permanente y agonizante que con esfuerzo consiguió hacer suyo. Comenzó a fluir a través del dolor, rodeándolo con el bálsamo que era su propio yo. Dentro de las neuronas dañadas que eran la causa del problema, la Fuerza convocó una sutil reubicación de los tejidos, una alteración imperceptible pero fisiológicamente crítica.

Permaneció allí, tocándole en silencio durante varios largos minutos, sanador y paciente unidos por un misterioso e inescrutable lazo sólo comprensible para otro iniciado en las artes de curación Jedi. Cuando sintió que todo estaba normal y era natural salió del vulnerable estado en el que había sumido a ambos.

Abrió los ojos y se encontró cara a cara con su guardián. Pero ahora había algo distinto en él. Un cambio de postura sutil pero perceptible, un brillo en el ojo en lugar de la opacidad anterior. Él se incorporó todo lo que le permitió su columna dañada de por vida y miró a su alrededor.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó ella finalmente al ver que no hablaba.

—¿Sentir? Bulgan se siente… se siente bien. Muy bien —alzó los puños de tres dedos hacia el techo—. ¡Realmente excepcionalmente extraordinariamente bien! ¡Ajajá, oh, oh!

El bailecillo que se puso a ejecutar, alzando los brazos con alegría hacia lo alto, elevó el ánimo de la padawan.

Luego se detuvo, bajó los brazos y le dijo en un tono notablemente distinto que el que había utilizado antes:

—Pero sigues siendo mi prisionera, padawan —ella se sentó y él hizo una mueca enseñando su dentadura ansioniana—. Por lo menos lo que queda de minuto.

—¿Quieres decir que…?

Su intención se hizo obvia cuando se acercó a ella con un ritmo al andar que antes no tenía y pasó el desbloqueador por sus tobillos. Las esposas se disolvieron súbitamente y ella se levantó. Los miembros entumecidos le hicieron tambalearse, y se habría caído si él no la hubiera cogido entre sus fuertes brazos.

Y en ese momento la puerta se abrió con un clic y Kyakhta apareció en la habitación.

Decir que el alwari se sorprendió con la visión que le revelaban sus ojos sería una perogrullada propia de un funcionario de hacienda. Ver a la padawan Jedi liberada de sus ataduras era bastante inquietante. Pero el hecho de que estuviera medio abrazada a su compañero ya constituía un enigma inexplicable. Si Bulgan no decía exactamente lo que tenía que decir en ese momento, Kyakhta se daría la vuelta y les volvería a encerrar a ambos.

Pero afortunadamente, el inocentón Bulgan hasta hacía un momento, tenía ahora la capacidad cerebral de decirlo.

—Ella me arregló —le dijo sencillamente a su compañero, señalándose a la cabeza—. Me arregló esto. También puede arreglarte a ti.

—No prometo nada —les advirtió Barriss.

—¿Arreglar qué? —Kyakhta dio un paso atrás nervioso—. Yo no roto. ¿Qué quieres decir con arreglarme?

—Esto —Bulgan volvió a tocarse la cabeza recién arreglada—. A mí ya no me duele. Sé que a ti te pasa lo mismo, mi buen amigo. Deja que ejerza su curación Jedi sobre ti.

Dio otro paso atrás. La puerta estaba a su alcance. Era fácil retroceder hacia el pasillo, dar un portazo y cerrar el candado. Pero, ¿qué le había pasado a Bulgan en su ausencia?, se preguntó Kyakhta. No había estado fuera mucho tiempo. Sólo en unos pocos minutos, y su buen, honrado y tonto compañero de exilio y desgracias hablaba como un maldito consejero de la ciudad. No, se corrigió. No como un consejero.

Como un auténtico nómada alwari: independiente, seguro y libre.

Tres dedos se aproximaron a la puerta. La Jedi no intentó impedírselo, aunque sintió que tendría que haberlo hecho.

—¿Qué es toda esta tontería de curación Jedi?

—Ella me lo hizo. Me arregló la cabeza, la mente. ¡Ya no me duele, Kyakhta! Puedo pensar claramente de nuevo. Mis pensamientos no habían sido tan claros desde que era niño y me caí de aquel suubatar —bajó la voz—. Esa caída, esa mala caída al galope, que rompió mi espalda y me hizo perder el ojo… y dañó mi mente.

—Pero yo… —Kyakhta no tenía palabras. Viendo la evidencia, contemplando del rostro de su amigo, se vio obligado a aceptar una realidad que parecía inconcebible.

Pero había otra realidad que aceptar, y rápido. Con las manos libres, la Jedi se acercaba a él lentamente.

—Déjame ayudarte, Kyakhta. Te prometo lo mismo que a Bulgan. Tanto si puedo ayudarte como si no, seguiré siendo vuestra prisionera.

Eso era cierto, pensó Kyakhta. A pesar de estar liberada de las esposas, su amigo y él seguían estando al mando. Sólo ellos sabían salir del edificio en el que estaba la celda. Sólo ellos podían pasar por los puestos de guardia y dejar atrás a los vigilantes. Un Jedi podría pasar sin mayor esfuerzo, pero una padawan en pleno entrenamiento…

Era indiscutible que había obrado maravillas con Bulgan. ¿Podía eliminar el mismo dolor que le había afectado toda su vida adulta?, ¿eliminar las ondas regulares de agonía que le atravesaban diariamente el cerebro? ¿Acaso no merecía la pena intentarlo por lo menos?

—Vale —le dijo, y añadió a modo de advertencia—, pero si es un truco, no llegarás sana y salva al bossban.

Ella no prestó atención a la amenaza y le puso las manos en las sienes, acercándole la cabeza. Sus dedos estaban fríos y quizá eran demasiados, pero su tacto era inofensivo. Era incluso calmante.

Un rato después, el alwari parpadeaba con la misma perplejidad que había mostrado su compañero momentos antes. Al contrario que Bulgan, no echó los brazos al aire ni se puso a bailar en círculos. En lugar de eso, hizo una profunda inclinación. Para ser un ansioniano, era un gesto especialmente grácil y flexible.

—Te debo mi cordura, padawan. Si no hubieras intercedido, ahora sé que el dolor con el que he vivido se hubiera convertido en locura, y me hubiera llevado a la muerte.

Se volvió a su compañero de desgracias y rodeó sus anchos hombros con sus largos brazos, y la calva y la cresta se unieron en un gesto ardiente de exaltación mutua.

La reconfortante visión de los dos ansionianos que había sido capaz de curar hizo bien al corazón de Barriss, pero eso no la iba a sacar de allí ni le iba devolver a sus amigos.

—Mi nombre es Barriss Offee, mi Maestra es la Jedi Luminara Unduli, y cuanto antes la encontremos será mejor para mí, y sospecho que más seguro para vosotros. Por que estoy segura de que a vuestro jefe no le va a gustar el cambio que vais a hacer en sus planes.

—¡El bossban Soergg! —exclamó Bulgan. En cuanto las palabras salieron de su boca, miró inquisitivamente a su compañero. Pero a Kyakhta no le afectó la revelación.

—Ahora ya no importa, Bulgan. Acabo de notificar nuestro éxito a su cuartel general. Será otro el que le notifique el cambio de planes. Nosotros nos lo hemos jugado todo con esta hembra. Ahora será ella la que tendrá que libramos de Soergg, en lugar de tener nosotros que llevarla hasta él —miró expectante a la Jedi—. ¿Puedes hacerlo? Nos ponemos bajo tu protección, sin la cual lo más probable es que siendo dos descastados como somos, mañana seamos pasto de los shanh antes de que salga el sol.

—Sacadme de aquí de una pieza —les aseguró con una sonrisa confiada—, y os prometo la gratitud de dos Caballeros Jedi y otro padawan. Además de la mía —se acercó con resolución a la puerta abierta—. Supongo que ésa es la mejor garantía que se puede dar en la galaxia.

—Es curioso —murmuró Bulgan mientras seguía a su compañero y a la padawan a la salida—, pensar claramente puede mejorar en gran medida la perspectiva vital de uno. Por primera vez en mucho, mucho tiempo me veo a mí mismo como una persona, y no como una fuente constante de bromas y humor cruel.

—Yo nunca te vi así, amigo mío —le dijo Kyakhta suavemente mientras ascendían la espiral de la escalera.

—Sí lo hacías —le replicó Bulgan—, pero no te culpo por ello. No era culpa tuya. Estaba todo en la mente.

—Un momento —se sentía un poco desnuda sin su cinturón reglamentario, y alcanzó a Kyakhta—, ¿dónde están mis cosas?

—En el almacén. Iremos a buscarlas antes de irnos.

Había un guardia en la puerta. Un dorun sentado en un asiento intencionadamente dentado para acomodar su espalda. Tenía un monitor ovalado en sus tentáculos gemelos. Sus globos oculares se giraron hacia Kyakhta al verle aparecer por la escalera.

—¿Qué tal eztá la prizionera?

Kyakhta se encogió de hombros con gesto aburrido y Bulgan apareció tras él. Barriss permaneció oculta en la escalera.

—Tranquila. Lo cual es bastante extraño, por lo que me han dicho, para ser una humanoide.

—Rezignada a zu deztino, digo yo.

El dorun volvió a centrarse en su monitor. Ninguno de sus ojos camaleónicos vieron que Bulgan alzaba una silla, pero ambos se pusieron en blanco cuando el alwari se la estampó en la cabeza.

—¡Rápido!

Kyakhta introdujo una combinación en el teclado, y se abrió un cajón del que extrajo el cinturón de Barriss. Su sable láser permanecía en su sitio, comprobó aliviada. Mientras se lo colocaba en las caderas, se fijó en que Kyakhta pulsaba un pequeño dispositivo que llevaba colgado en la cintura.

—¿Qué es eso?

—Tenemos que informar de nuestra posición periódicamente —explicó el alwari con gesto preocupado— o moriremos —dijo frotándose la nuca—. El bossban Soergg puso dispositivos explosivos en nuestros cuellos para asegurar que cumplíamos sus órdenes.

Barriss hizo un ruido bastante soez para ser una padawan.

—Típico de los hutt. Pero no podemos dejar que nos siga. Déjame ver.

Kyakhta y Bulgan se acercaron obedientes. Barriss sacó un escáner de su cinturón y lo pasó cuidadosamente por el punto indicado en la nuca de Kyakhta. No era difícil localizar el dispositivo insertado. Había un bulto perceptible bajo la piel a la derecha de la cresta.

Comprobó la lectura del escáner e introdujo una secuencia, pasando el compacto instrumento por segunda vez sobre la nuca del alwari, repitiendo luego el procedimiento con Bulgan. Después se dirigió satisfecha a la salida.

Kyakhta la seguía, frotándose una vez más el bulto con los dedos.

—El explosivo sigue ahí.

Con la mente limpia o no, no era difícil comprender que la presencia del aparato le hiciera sentir incómodo.

Barriss estudió la calle. Por lo que podía ver, el tráfico parecía normal.

—Los puedo sacar, pero tendría que hacerlo con mucha precisión y no tengo los instrumentos necesarios. Sólo los he desactivado, ahora son inofensivos. Pero será mejor que nos demos prisa. Es probable que la desactivación dé lugar a que el que esté monitorizándolos informe a vuestro bossban de que algo va mal. Es probable que haya una respuesta inmediata.

—Entonces, vamos.

Bulgan se adelantó y empujó la puerta saliendo a la calle sin dudarlo. Kyakhta y la exprisionera le siguieron.

—A la plaza Central, yo creo. A la tienda donde me encontrasteis —Barriss seguía a Kyakhta que iba en primer lugar—. Mis compañeros se dividirán para buscarme y partirán de ese punto —cogió el intercomunicador de circuito cerrado de su cinturón—. En cuanto nos alejemos lo suficiente de aquí, les comunicaré nuestro destino y que estoy bien —sonrió—. Y de vuestro cambio de planes también.

—Di mejor cambio de mente —todo lo que antes era familiar para Bulgan, lo percibía ahora con otros ojos. Pero le seguía molestando el pequeño y peligroso aparato, aunque fuera inofensivo gracias a la padawan—. Tenemos que deshacemos de esto cuanto antes.

—Lo haremos —le aseguró Barriss mientras doblaban una esquina para llegar a una avenida mucho más bulliciosa. La presencia de tantos seres alrededor le hizo sentir mucho más tranquila—. Hasta entonces, lo único que hay que hacer es decirle a los conocidos que tengan cuidado con lo que dicen porque tienes una personalidad muy explosiva.

Antes de la curación de Barriss, Bulgan simplemente no habría pillado la broma, pero ahora tanto él como su amigo tenían el placer de reírse a carcajadas.

Un placer que se les había negado durante demasiado tiempo.

* * *

Más tarde o más temprano, pensó Ogomoor distraídamente, el bossban Soergg se hartaría de que su consejero sólo fuera portador de malas noticias. Y cuando eso ocurriera, Ogomoor sabía que más le valía correr, o permanecer fuera del alcance de la potente y gigantesca cola del hutt.

—Se ha escapado —Soergg descansaba en el diván de sus aposentos. Estaba en mitad de la siesta cuando Ogomoor sintió que el deber de la urgencia le obligaba a despertarle—. Ha desaparecido. Y esos dos idiotas con ella.

—No nos consta que estén con ella, Grandiosidad. Sólo sabemos que no está y ellos tampoco. El guardia dice que fue atacado por la espalda, probablemente por uno de ellos. ¿Por qué iban a querer de repente irse con ella?

—¿Quién sabe? —el hutt gruñó al arrastrar su cuerpo fofo del diván y bajar al suelo. En seguida, un par de pequeños sirvientes geril comenzaron la odiosa tarea de limpiar el rastro baboso. Soergg les ignoró según se acercaba a su subordinado—. Me huele a truco Jedi.

—¿Y los dispositivos que supuestamente garantizaban la lealtad de los dos secuestradores…?

Ogomoor dejó la pregunta en el aire.

¡Agh! Los activé en cuanto me dijiste lo que había pasado. Una de dos, o esos imbéciles ya no tienen cabeza, o es otra artimaña Jedi.

Los geril seguían colgados de su gigantesco cuerpo, continuando su tarea ininterrumpidamente, y Soergg se inclinó hacia adelante. Haciendo gala de un coraje que no tenía, Ogomoor se hizo fuerte. Sabía que su propia cabeza seguía unida a sus hombros únicamente por lo valioso que le resultaba al hutt.

—Haz que corra la voz entre todos los matones, criminales, delincuentes y bajos fondos de Cuipernam. Mil créditos de la República para el que me traiga a la padawan viva o la cabeza de un Jedi muerto. ¡Corre! Todavía hay una posibilidad de interceptarla antes de que se reúna con sus compañeros.

—Tus palabras son órdenes, bossban.

Sentía demasiado alivio como para temer un tiro por la espalda, salió rápidamente de la habitación sin ceremonias, con el intercomunicador ya en la mano y activado.

Tras él, los geril sellaron concienzudamente los agujeros de su nariz al ver que su jefe descargaba su disgusto de forma especialmente asquerosa y maloliente.

Lo que Ogomoor no sabía era que ahora su imponente jefe tenía que informar del fracaso a alguien aún más importante. Soergg no temía a ese individuo, pero le respetaba. Casi tanto como respetaba los créditos que le estaban ingresando en su cuenta por los servicios prestados a la causa secesionista ansioniana.

¿Quién estaba detrás del que hacía los pagos?, se preguntaba a menudo. No es que fuera especialmente importante. Lo importante eran los créditos, el dinero. A los hutt no les interesaba especialmente la política, a no ser que se vieran afectados sus intereses directos. A Soergg le daba exactamente igual que Ansion y los planetas a los que estaba unido por tratados y pactos permaneciera en la República o se escindiera.

O que pasara otra cosa en su lugar, algo nunca visto ni imaginado.