Una de las ventajas de vivir y trabajar en Coruscant era que habla incontables sitios en los que reunirse si uno no quería ser reconocido. Así que el pequeño grupo se encontró en un pequeño bar sin ninguna reputación en especial en una zona poco conocida del cuadrante H-46. En esos sitios no había necesidad de preservar el anonimato, ya que nadie les iba a reconocer.
—Este lugar apesta a clase trabajadora —dijo asqueado Nemrileo, que provenía del poderoso planeta Tanjay—. Aquí no apreciaremos el aroma de la traición.
El senador Mousul tuvo que sonreír.
—Habláis de traicionar a los traidores. No confundáis vuestras lealtades, Nemrileo. No es el momento.
—No me habléis del momento —el hombre se inclinó sobre la mesa—. Todo este tema de Ansion está empezando a preocuparme.
—No debería.
Mousul rebosaba seguridad. Lo cual no era difícil teniendo en cuenta que los intereses a los que representaba le habían prometido apoyarle para obtener el gobierno de todo su sector cuando Ansion y sus aliados dejaran la República, pensó su interlocutor.
—Confío en que todo se esté desarrollando según los planes, y que en poco tiempo el poder político dominante de mi planeta, la Unidad de Comunidades, realizará una votación para decidir la total retirada de la República, desencadenando así lo que nosotros esperamos.
—¿Todo? —dijo una política alienígena, cuyo vello rubio amenazaba con reventar su ajustada ropa de camuflaje—. Eso no es lo que yo he oído.
—Minucias. Nada preocupante —dijo Mousul con indiferencia.
—Admiro vuestra seguridad —dijo la alienígena—. Cualquiera estaría algo más nervioso si supiera que dos Jedi junto con sus padawan han llegado a su planeta en mitad de las delicadas negociaciones sobre la secesión.
—Ya os lo he dicho —el tono de Mousul se ensombreció—. El asunto está siendo tratado.
—Mejor que sea así —dijo Tam Uliss, un socio comercial de Ansion—. Mi pueblo está impaciente. Están preparados para actuar, llevan así algún tiempo, y no les gusta tener que esperar la decisión de una panda de seres menores de un planeta menor.
—A la presidenta del Gremio de Comerciantes no le gustaría oír eso.
—Por eso precisamente estamos aquí —dijo la alienígena—. Para hablar de esto sin ella delante —sus ojos amarillos se clavaron en los suyos—. Y si no estuvierais interesados tampoco estaríais aquí.
El senador alzó una mano cauteloso.
—Yo dije que venía para escuchar, y para informaros de los avances con el tema de Ansion, no a opinar. Si Shu Mai piensa que debemos mantener en suspenso nuestros intereses hasta la secesión, yo creo que deberíamos hacerle caso.
—¿Deberíamos? —otro miembro del grupo mostró su sorpresa en su expresión y en sus palabras—. ¿Podemos fiamos de verdad de Shu Mai y del Gremio de Comerciantes?
—No la habéis conocido —replicó Mousul—. Os aseguro que es de fiar, nos apoya de corazón.
—Por lo que yo he oído ni siquiera tiene corazón —replicó Nemrileo.
—Yo de ella me fío —afirmó la política sentada junto al cínico—. Conozco su trabajo en nuestro cuadrante. De los que no me fío es de mis votantes.
Todos rieron ante la broma. Cuando se hizo el silencio, Mousul tomó la palabra de nuevo.
—He estado en contacto con mi principal informador en Ansion. Me ha asegurado que el problema de los Jedi será solucionado. Shu Mai parece seguir confiando en este individuo. Hay lazos sociales y comerciales que refuerzan nuestro pacto bilateral. Les sugiero que vuelvan a sus puestos y mantengan el ánimo. Todas nuestras esperanzas se verán realizadas en breve.
—Al fin libres de la corrupción y el vicio de esta inflada, inerte y, por así llamarla, República —exclamó Tam Uliss—. Realmente parece un sueño.
El senador miró al círculo.
—Somos todos de la misma opinión, y tenemos suerte de contar con alguien como Shu Mai, que cree en nuestra causa con tanta firmeza que hasta es capaz de mediar por nosotros con otros que por ahora han de permanecer en el anonimato. Ahora vamos a relajamos y a tomamos algo. Es poco frecuente que podamos reunimos así.
La tensión se disolvió en las rondas de bebidas. En compañía de sus colegas conspiradores, Mousul también podía relajarse. Y todavía se iba a relajar más cuando le comunicara a Shu Mai que había alguien en el grupo del que ya no podían fiarse. Una grieta en la confianza no era buena para una conspiración. Podía ser fatal.
Sobre todo para el individuo en cuestión.
* * *
Soergg parecía sumamente complacido con el plan que había pensado. Lo había planeado cuidadosamente, lo había perfilado hasta que no pudo verle ningún fallo. Poseía las virtudes gemelas de la sencillez y la precisión. Se lo explicó emocionado a Ogomoor, que escuchaba atentamente. Cuando el hutt terminó, el consejero se atrevió a decir algo.
—Suena bastante bien.
—¿Bien? —rugió el bossban—. ¡Es perfecto! —miró al complaciente bípedo desde arriba—. ¿O no?
—Lo cierto es que hay un obstáculo. La habilidad de los Jedi de intuir el peligro. De percibir el peligro como una perturbación en la Fuerza.
Soergg asintió todo lo que pudo teniendo en cuenta que no tenía cuello.
—Soy muy consciente de las versadas capacidades de los Jedi. Y para este plan he contratado a dos que son inmunes a la sensibilidad de los Jedi. Dos de tu especie que poseen cualificaciones únicas.
—No es por llevaros la contraria, pero ¿cómo podría un ser pensante y sensitivo evitar la agudeza Jedi?
—Lo mejor será que los conozcas, Ogomoor, y juzgues por ti mismo —miró a un lado y dio un par de palmadas alzando la voz—. Bulgan, Kyakhta, venid a conocer a mi consejero.
Ogomoor se volvió expectante a la puerta que llevaba del salón de audiencias del bossban a una sala de espera lateral. La apariencia de los dos ansionianos que entraron en respuesta a la llamada de Soergg no le inspiró nada de confianza.
Uno tenía una cresta maltrecha de color caoba sucio y un brazo artificial bastante rudimentario. El otro estaba completamente calvo de la cabeza a los pies, y era paliducho, con un parche en un ojo y la espalda torcida de forma permanente por alguna enfermedad infantil incurable. Ninguno era especialmente alto o fuerte. Entre los dos habrían tenido dificultades para secuestrar el chorro de agua de un fuente.
Estaba tan impresionado por la visión del triste dúo que por un momento se olvidó del respeto que le tenía a su jefe.
—Bossban, ¿vais a enviar a estos dos a capturar a un Jedi?
—No a un Jedi, Ogomoor, sino a uno de sus padawan. Si retenemos a uno de sus aprendices, los Jedi tendrán que claudicar —se hinchó hasta alcanzar todo su impresionante tamaño—. Les exigiremos que se retiren de las negociaciones internas y galácticas de Ansion y que nadie venga a sustituirlos. Una vez que accedan, ya no podrán hacer nada por impedir la votación para la secesión. La palabra de un Jedi les vincula a todos —se frotó las manos—. Esto es incluso mejor que matarles, porque desgraciadamente tendrán que abandonar, y se irán con el rabo entre las piernas, fracasados. Y además, el Consejo Jedi no tendrá que alzarse por las muertes de varios miembros de su Orden. Sólo se verán derrotados y superados. Por mí —se hinchó tanto que Ogomoor pensó que iba a explotar, pero por desgracia la imagen no pasó de ser un deseo—. Hay ocasiones en las que la humillación es mejor que la muerte.
—No es que desconfíe, bossban —recuperando en parte la entereza, Ogomoor señaló a los dos propuestos secuestradores. El que se llamaba Kyakhta miraba embobado los lujosos ornamentos de la habitación, mientras su combado compañero Bulgan miraba tontamente al suelo, metiéndose el dedo en la nariz—. Pero, ¿de verdad que vais a enviar a este par a vencer a un padawan Jedi?
En lugar de rugir, Soergg intentó ser paciente.
—Míralos, Ogomoor. Míralos bien, de cerca. ¿Qué ves?
El hutt estaba disfrutando de verdad el asombro de su empleado.
El consejero examinó cuidadosamente a la perezosa pareja, reticente y sin acercarse demasiado. La inspección detallada no le animó demasiado.
—Aun a riesgo de ofender vuestro criterio, oh bossban, yo diría que son un tanto felek. Impedidos mentales. Subnormales.
—Lo son. Lo justo —parecía encantado consigo mismo, y aún más gigantesco, mientras se apoyaba en su cola—. A lo largo de mis investigaciones realizadas con motivo de mis múltiples intereses comerciales, he descubierto que hasta la más ligera perturbación mental suele bastar para confundir la percepción de la Fuerza en aquellos que la tienen. La psicosis actúa como un velo de acero transparente, distorsionando sin acabar de ocultar lo que tiene detrás —señaló a los dos contrahechos. En respuesta, Bulgan sonrió ausente—. No cabe duda que estos dos están ligeramente locos. Y en su locura está el secreto de nuestro éxito.
Ogomoor los miró con interés, si bien su respeto no había aumentado.
—Sus vestimentas no me resultan familiares. Evidentemente son alwari, pero he de admitir que no reconozco sus clanes.
—Lo cierto es que no me sorprende —gruñó Soergg—, ya que no tienen clan. Dadas sus deformidades físicas y mentales, se han convertido en descastados. Obligados a vivir en ciudades odiosas, en las que intentan ganarse la vida con lo que les sale —sonrió radiante, todo lo radiante que puede parecer un hutt—. Por lo que les voy a pagar harán cualquier cosa que les pida. ¡Cualquiera! Hasta capturar a un padawan Jedi —emitió una risita burlona—. Al igual que a muchos otros, le importa mucho más el dinero que la ética.
Como, por ejemplo, a los hutt, pensó Ogomoor.
—Sí, es cierto eso —Bulgan intervino por primera vez, aunque no se le entendía muy bien porque seguía con el dedo metido en la nariz.
—Lo haremos —la dicción de su compañero manco era algo mejor, ya que no se veía distorsionada por la clase de bloqueo nasal que afectaba a la suya—. Podemos hacerlo.
Mientras Kyakhta hablaba, Bulgan parpadeó con el ojo bueno. Su párpado ansioniano opaco y grueso se movía rápidamente de izquierda a derecha.
—Los Jedi no podrán percibir su presencia.
Soergg se regocijaba en su inimitable plan.
—Quizá no puedan hacerlo mediante la fuerza, bossban. Pero los humanos siguen teniendo ojos y reacciones mucho más agudizadas que la del resto de los seres vivos.
El hutt asintió pacientemente, lo tenía todo pensado.
—Nuestros amigos irán a por ellos a la luz del día. Hasta los Jedi se toman un descanso momentáneo en sus ocupaciones. Los cuatro que a nosotros nos molestan han sido vistos paseando por Cuipernam, y en ocasiones por separado. Puede que sean Jedi, pero siguen siendo de dos géneros distintos, y las hembras buscan cosas que no buscan los varones. Si conseguimos atrapar a un padawan lejos de su Maestro, entonces la captura será cosa hecha. Se dice que la mayoría de los Jedi se basan en sus sentidos para percibir el peligro cerca. Estos dos idiotas no inspiran ningún peligro, así que les ignorarán y continuarán con su paseo turístico —con un gesto imperativo ordenó a los dos impedidos, pero voluntariosos, secuestradores que se fueran—. ¡Id ahora! Ya sabéis dónde están los visitantes —sonrió con desagrado—. Todo el mundo lo sabe, ya que son los invitados oficiales de la delegación de la Unidad y del Consejo de la ciudad de Cuipernam. Si lo conseguís, llevad al padawan al sitio acordado y esperad mis órdenes.
Kyakhta se giró haciendo una inclinación. Bulgan no lo hizo y su compañero le dio un capón en su calvo cráneo. Bulgan se giró también y, como ya estaba inclinado, no tuvo que hacerlo, pero al menos se quitó el dedo de la nariz. Retrocedieron juntos hasta la puerta por la que habían entrado. Ogomoor seguía dubitativo, pero una chispa de esperanza brillaba en sus ojos.
—Sin duda es un plan audaz, bossban. Pero plantea riesgos.
—¿Qué riesgos? —se desplomó hacia un lado y hundió una mano en un recipiente lleno de un líquido espeso y pescó algo cuya visión hizo palidecer a Ogomoor. El hutt echó la cabeza hacia atrás, echándose en la enorme boca cavernosa los ruidosos contenidos de su mano, y se los tragó chupándose los labios en señal de deleite—. Los riesgos serán para esos dos cretinos. Si fallan, seguro que los Jedi les asesinan.
—¿Y si no lo hacen y sólo les hieren y les capturan? Con lo indefensos que están, seguro que les dirán a los Jedi quién les contrató para la misión.
La barrigota de Soergg se balanceó con su risa.
—Una vez que comience la operación, tienen órdenes de presentarme informes a intervalos determinados mediante un intercomunicador de circuito cerrado. Hace dos noches, mientras dormían el sueño de los simples, uno de mis médicos les instaló un pequeño dispositivo a cada uno en el cuello. Si dejan de emitir informes —pulsó la palma de su mano grasienta con el dedo— activaré los dispositivos de forma remota. Antes de que puedan facilitar información incriminatoria, las cargas explosivas compactas de su cuello separarán sus cabezas de los hombros. De una forma un poco escandalosa, me temo.
—¿Y entonces qué, oh, Grandiosidad? —Ogomoor tenía mucha curiosidad.
Soergg se encogió de hombros, con sus arrugas carnosas bajando en ondas por toda su anchura fláccida.
—Los imbéciles descastados son baratos, incluso en Cuipernam. Si estos dos fallan, lo intentaremos con otros dos.
* * *
Kyakhta se embozó aún más en sus ligeras ropas impermeables para ocultarse la cara. Eran vestimentas del clan pangay ous, pero ése no era su clan. Bulgan y él eran de los tasbir de Hatagai Sur. Pero estaba bien aquello de volver a llevar uniforme de clan, aunque no fuera el suyo, aunque no se lo hubieran ganado.
Los ropajes eran necesarios para poder mezclarse con la multitud entre las calles de la bulliciosa zona del mercado. Recordó el pequeño dispositivo que les habían colocado en el cinturón y lo pulsó brevemente, siguiendo las instrucciones del maestro hutt. Soergg había insistido mucho en que le llamaran de forma regular. Después de todo, les había contado lo de los explosivos implantados en su cuello, y si no enviaban el informe cada cierto tiempo, no vivirían lo suficiente como para reclamar su salario. A Kyakhta y a Bulgan les llegó al alma que el hutt se preocupara tanto por su bienestar.
Había mercados más grandes en Ansion que el de Cuipernam. En aquella época de comercio intergaláctico moderno, la mayoría de las transacciones consistían únicamente en el intercambio de números y símbolos. Pero había muchos planetas en los que el mercado tradicional seguía teniendo un significado especial para los corazones de sus habitantes. El comercio electrónico podía ser más eficaz, y permitía el intercambio de un mayor volumen de bienes y mucha más variedad, pero no era divertido. Las delicias de hacer negocios cara a cara seguían siendo uno de los pequeños placeres de una civilización galáctica cada vez más automatizada.
Y además, ¿para qué quería un vendedor de fruta marthana los gastos y complicaciones que implicaba un nexo de transacción electrónica? ¿Y cuántos visitantes y viajeros y gawker llevarían consigo un intercambiador de datos portátil a un pequeño barrio de ciudad? Por no mencionar que el mercadeo cara a cara permitía evadir una gran cantidad de impuestos. Entre los habitantes de Ansion a favor de la secesión había muchos comerciantes notables. Y no era tanto por los impuestos por lo que se habían distanciado de la República, sino por la interminable y prolífica lista de normas y regulaciones. A pesar de que esta preocupación era común en la República y que había sido comunicada al Senado por representantes de la ciudadanía, como en muchas otros aspectos, seguía siendo un tema pendiente. Aislado y protegido en la lejana Coruscant, el gobierno de la galaxia cada vez se alejaba más de las necesidades y aspiraciones del pueblo al que decía representar.
Kyakhta y Bulgan se movían con facilidad entre la multitud, pero Kyakhta tenía que vigilar de cerca a su compañero cuando pasaban cerca de un puesto o de una tienda. Con lo inocente que era, el pobre Bulgan tenía una desconcertante tendencia a coger todo tipo de cosas sin darse cuenta de que había que pagarlas. Pero hoy no tenían tiempo para eso. ¡Tenían una misión importante! No tan importante como cuidar del ganado, asistir a las carreras o a una celebración con el clan, quizá, pero para dos descastados como ellos, era lo suficientemente importante.
—¡Ahí están! —susurró de repente, y Bulgan chocó con él, intentando ver algo con el ojo bueno y estirándose todo lo que podía. Olisqueó el ambiente.
—No tienen guardias —afirmó observador. Bulgan era simple, pero no tan estúpido como podría parecer por su apariencia y su actitud.
Kyakhta trató de contenerse.
—Pues claro que no tienen guardias, idiota, ¿cómo van a tenerlos si ellos son los guardias de otros?
Bulgan miró alrededor frunciendo el ceño.
—¿De qué otros?
Kyakhta no contestó y, ocultando su rostro todo lo que podía, se fijó en que los visitantes no llevaban guía local. Para llevar a cabo su discreta misión era mejor no llevar mucho acompañamiento. No querían atraer a una multitud. Eso era bueno para la misión de Bulgan y Kyakhta, cuantas menos complicaciones y testigos, mejor. La parte superior de su brazo derecho latía sobre la prótesis, como siempre que se ponía nervioso.
—¿A cuál cogemos? —Bulgan tenía que mover la cabeza de un lado a otro para ver la corriente de paseantes, que no eran mucho más altos que él en posición erguida.
—No sé. Es fácil distinguir a los padawan de los Jedi, porque éstos son mucho mayores, pero no recuerdo si hay diferencia de fuerza entre los sexos.
No se molestó en preguntarle a Bulgan si lo sabía, teniendo en cuenta que a duras penas sabía el día que era y, en ocasiones, cómo se llamaba.
Y para qué quería un padawan de Jedi el hutt Soergg, se preguntó. Bueno, no era asunto suyo. Bulgan y él sólo tenían que cumplir su misión. Además, dolía pensar en más de una cosa al mismo tiempo.
—Vamos a seguirles —sugirió el jorobado. Era una propuesta tan oportuna y sensata que Kyakhta no pudo entender cómo lo había hecho.
El grupo Jedi actuaba como cualquier grupo de viajeros, paseaba por el mercado, parándose a contemplar las vistas o a deleitarse con sabrosas degustaciones de la cocina local. A veces, uno o dos de ellos se paraban para admirar alguna pieza de artesanía o trabajo manual, un brazalete finamente tallado o una brillante planta cantarina de las regiones ecuatoriales. Kyakhta se fijó en que no compraban nada. ¿Qué sentido tenía para un Jedi las posesiones personales teniendo en cuenta que el Consejo les tenía siempre de acá para allá? Pero su estilo de vida itinerante no les impedía mirar ni apreciar.
Uno de los padawan se paró frente a una tienda con esculturas de madera de sanwi de la Llanura Niruu. Los alwari niruu eran conocidos por su trabajo de la madera. Kyakhta se dio cuenta de que era la hembra. El modesto escaparate de la tienda era uno de los muchos que daban al mercado central y, por tanto, tenía un carácter más permanente que los puestos y carros temporales que poblaban la plaza.
Entra, se oyó a sí mismo pensando en la concentrada padawan. Venga, entra, vamos. Mira cuántas cosas bonitas. A su lado, Bulgan estaba callado, percibiendo que el momento estaba cerca. Entre tanta espera y vigilancia, Kyakhta recordó pulsar el aparato que llevaba a la cintura.
Tras intercambiar unas palabras con su joven compañero, la padawan entró por fin. Él se adelantó siguiendo a los Jedi, que se hallaban enzarzados en una animada conversación. Parecían no haberse dado cuenta de la momentánea parada de la joven aprendiz.
—¡Ahora, corre!
Intentando no correr para llamar la atención, Kyakhta comenzó a caminar lo más rápido que podía.
Los Vientos de Whorh estaban con ellos. No había nadie más en la tienda. Sólo la propietaria, una vieja ciudadana que parecía tan bien conservada como sus antigüedades. Ni un solo cliente. Se ocultaron aún más la cara entre los ropajes y hicieron como si estuvieran observando un asiento nazay ritual de respaldo alto de Delgerhan. La padawan era delgada y no parecía estar especialmente musculada. Pero Kyakhta sabía que los Jedi no dependían de la fuerza física para protegerse.
Le hizo un gesto a Bulgan, que se quedó esperando, mientras seleccionaba su localizador magnético bajo la ropa. Cuando Bulgan estuvo preparado, Kyakhta se acercó al mostrador. La propietaria se deslizó hasta él con una sonrisa paciente. Con un último vistazo en dirección al mercado pudo ver que la entrada permanecía desierta. Ni rastro de otros visitantes al otro lado del escaparate.
—Bienvenido a mi modesto establecimiento, señor —miró sus ropas y añadió—. Veo que sois de pangay ous. Estáis muy lejos de vuestra pradera, señor —su voz tenía un toque de sospecha—. Pero no tenéis el aspecto normal de los de las Bandas del Norte. No veo el tatuaje identificativo en vuestra frente, y vuestra cresta es…
—Pero mi olor corporal es de pangay ous —declaró interrumpiéndola—. ¿Lo veis?
Sacó el atomizador compacto de sus vestiduras y se lo aplicó a la anciana directamente en los ojos antes de que pudiera decir nada. Inhaló, sus ojos se pusieron en blanco, y se desplomó, dándose con la barbilla en el mostrador al caer. El aerosol funcionó tan rápido que no tuvo tiempo ni de sorprenderse.
—¡Ajá! —exclamó alejándose del mostrador—. ¡La pobre mujer se ha desmayado! ¡Han debido ser sus corazones!
—Perdón, déjeme mirar —alertada por una posible emergencia y deseando ayudar, Barriss se abrió paso—. No estoy familiarizada con la fisiología ansioniana, pero hay ciertas constantes respiratorias y circulatorias en los bípedos que…
Kyakhta se hizo a un lado sin escuchar la jerga médica que por otra parte no habría entendido. Bulgan ya estaba en marcha. Otro rápido vistazo al exterior reveló que los Jedi seguían sin aparecer. La padawan se inclinó tras el mostrador junto a la propietaria.
—Sus constantes vitales parecen buenas —parecía sorprendida—. No creo que sea serio. Sólo un desmayo pasajero —comenzó a levantarse—. Un poco de agua fría en la cara, creo yo. Me pregunto qué le habrá hecho desmayarse así, tan rápida y silenciosamente.
—Quizá haya sido esto.
Kyakhta le aplicó el aerosol en toda la cara. Teniendo en cuenta que tenía dos agujeros en la nariz en lugar de lo normal, absorbió el doble que la ansioniana. Parpadeó, pero sus ojos no se pusieron en blanco, e hizo amago de coger el sable láser que tenía en la cintura. Kyakhta se asustó y le aplicó el aerosol otra vez, y otra vez más hasta que por fin se derrumbó. Como prueba de su entrenamiento, había absorbido el vapor suficiente como para acabar con un escuadrón entero de guerreros a caballo.
—¡Corre, corre!
Repartiendo su atención entre la entrada y la inconsciente padawan, intentaba junto a Bulgan meter a la humana en el saco irrompible que habían traído consigo. Por fin alzaron la empaquetada carga, que era sorprendentemente pesada, y se apresuraron hacia la salida trasera de la tienda. Lo normal en ese tipo de establecimientos era que tuvieran una entrada secundaria en la parte de atrás. Uldas estaba de su parte: la sucia callejuela de servicio estaba desierta. Kyakhta recordó pulsar de nuevo el dispositivo de señales, y se encaminaron a la calle Jaarul, donde se encontraba esperándoles el seguro y blindado apartamento. Estaba tremendamente excitado. ¡Lo habían conseguido!
Ahora todo lo que tenían que hacer era guardar a la cautiva, mantenerla sana y salva y esperar instrucciones de Soergg. Comparado con el secuestro que acababan de realizar, eso le parecía una tontería.
Nadie se preguntó por el contenido del saco protuberante que arrastraban los dos alwari por callejones y calles secundarias. Los negocios eran los negocios y los negocios de un nómada son asunto suyo.
* * *
Luminara dejó un precioso espejo pulido que había sido recortado de una superficie mineral reflectante y miró a su alrededor frunciendo el ceño. Algo no iba bien. Le llevó un momento averiguarlo, con los ojos normales y con los de su interior. Llevaba un rato sin ver a Barriss.
¿Dónde estaba su padawan? No era normal que se perdiera. Un padawan libre tenía autonomía, pero no tenía acceso a conocimientos profundos. Kenobi se dio cuenta de su preocupación y se puso a su lado.
—¿Qué ocurre, Luminara?
—No veo a Barriss, Obi-Wan. Siempre está ahí, pendiente de mis palabras o las de los que están conmigo en ese momento.
El Jedi sonrió con seguridad.
—Entonces no es sorprendente que esté por ahí. Ambos hemos estado muy callados durante un rato.
—La última vez que la vi —intervino Anakin— estaba mirando artesanía en una tienda.
No cogió su arma, pero su instinto protector natural se puso alerta.
Los ojos azul oscuro de Luminara se clavaron en los suyos.
—¿Qué tienda? —preguntó.
—No os preocupéis, Maestra —le dijo Anakin—. He estado observando la entrada y no ha salido todavía.
—No ha salido por la entrada, quieres decir. Seguro que no es nada, y a ella no le gusta que actúe como una madre en lugar de como una Maestra, pero Barriss no suele tardar tanto. No es su estilo demorarse —sus ojos volvieron a punzar los del padawan—. ¿Qué tienda? —preguntó.
Anakin se dio cuenta de lo urgente de la situación y, dejando a un lado cualquier comentario impertinente, elevó una mano y señaló.
—Aquélla, ésa de ahí.
Siguió de cerca a los dos Jedi a medida que se acercaban al establecimiento.
La puerta estaba abierta de par en par, lo cual no era sorprendente. Nadie les dio la bienvenida.
—¿Barriss? —la ansiedad de Luminara crecía mientras iba de un lado para otro buscando entre las grandes habitaciones de madera del fondo. Un grito cambió su búsqueda.
—¡Luminara! —era Obi-Wan, lo cual era muy alarmante, dado que él no era propenso a elevar la voz—. ¡Por aquí!
Estaba en el suelo, y tenía la cabeza de una ansioniana de edad avanzada apoyada en su pierna derecha. Anakin observaba la escena, y su expresión normal de arrogancia había sido sustituida por un gesto de sorpresa.
—Agua —pidió Obi-Wan de inmediato.
Anakin buscó en la parte de atrás de la tienda y encontró un refrigerador medio lleno de pequeños envases poliméricos. Cogió uno llenó de agua fría y se lo llevó a su Maestro, que roció con cuidado la cara de la ansioniana. Sus grandes ojos, del color del vino blanco, parpadearon.
—Ay, divinidad, ¡por el Brazo de Nomgon! —miró las caras alienígenas humanas que la observaban preocupadas—. ¿Quiénes sois? ¿Qué me ha pasado? —se apoyó en las manos para sentarse, mientras añadía con enfado—. ¿Qué hago en el suelo?
Luminara la observó fijamente.
—Esperábamos que pudierais decírnoslo.
Obi-Wan y Anakin la ayudaron a levantarse.
—Ésta… ésta es mi tienda. Mi casa. Le estaba enseñando algo a un cliente —se llevó una mano a la cabeza y se frotó la canosa cresta peinándola hacia adelante—. Era un alwari. Dijo que era de pangay ous y llevaba las vestiduras propias. Pero era raro —su rostro se arrugó aún más con una expresión de disgusto—. Había otro con él, creo. Lo recuerdo porque era feo, pero al lado de su compañero era una belleza.
—Y una mujer joven vestida como nosotros —interrumpió Luminara—. ¿La habéis visto?
La nativa parpadeó.
—¡Oh!, claro que sí. Era muy amable, aunque para mí que no iba a comprar nada —sonrió mostrando su dentadura ansioniana—. Cuando llevas tanto tiempo en el negocio como yo, sabes de estas cosas, sean de la especie que sean.
—¿Dónde está? —preguntó Obi-Wan con suavidad, pero con firmeza.
—Anda, y yo qué sé. No sé dónde está ninguno de ellos —la propietaria miró al suelo y movió la cabeza—. Lo último que recuerdo era que hablábamos de olores, y luego… —se quedó en blanco—. Luego abrí los ojos y allí estaban los tres inclinados sobre mí. ¿Qué piensan que ha podido…?
—¡Maestros! ¡Aquí fuera!
En respuesta a la llamada de Anakin, los dos Jedi se apresuraron hacia la puerta de atrás cuya entrada estaba abierta. El padawan estaba en el callejón, de rodillas señalaba al pavimento que estaba seco y polvoriento. Había dos huellas claras de pisadas. Obi-Wan le agradeció a la Fuerza que en el callejón no soplara ni una ligera brisa.
—Huellas ansionianas —Luminara se incorporó mirando a ambos lados del callejón—. En sí mismas no confirman nada —señaló las muchas otras huellas que había en la capa polvorienta del suelo—. Muchos pies han recorrido este camino recientemente.
—Pero estas marcas comienzan aquí, en la salida —dijo Anakin—. Y son mucho más profundas que el resto, como si los dos que las hicieron llevaran algo pesado encima —miró al final del callejón en sombra—. Todos los ansionianos son más o menos de la misma talla.
—Tres entran en la tienda, y sólo salen dos, de los cuales ninguno es humano —Obi-Wan hizo un gesto de aprobación—. Estás aprendiendo a ver más allá de lo obvio, Anakin. Espero que no dejes de hacerlo.
Luminara cerró los ojos fuertemente y los volvió a abrir.
—No puedo sentir su presencia en ninguna parte. Si se la hubieran llevado, debería ser capaz de percibir su malestar. Pero no siento nada.
—Quizá esté inconsciente —Obi-Wan inspeccionó el callejón cuidadosamente—. Si esos dos nativos querían que estuviera inconsciente, es probable que hayan utilizado el método que emplearon con la dueña de la tienda.
—Podría estar muerta —dijo Anakin.
En cualquier otro sitio y con cualquier otro tipo de gente, su comentario podría haber provocado enfado o rabia. Pero ni Luminara no Obi-Wan reaccionaron. Los Jedi no se ofendían por un comentario objetivo, por muy delicado que fuera el tema.
Pero por dentro, Luminara estaba angustiada. Un Jedi no muestra sus emociones, pero eso no significa que no existan.
—Esta ciudad tiene un tamaño considerable. ¿Cómo vamos a encontrarla? —luchó por contener la ira.
—Podríamos acudir a las autoridades, por ejemplo —dijo Anakin.
Obi-Wan rechazó la propuesta.
—Es lo que nos faltaba, en este momento tan delicado de las negociaciones. Confesar a nuestros anfitriones que uno de los nuestros está perdido y que no podemos hacer nada por solucionarlo. ¿Cuánta confianza crees que inspiraría eso en nuestra conocida omnipotencia?
Anakin asintió.
—Ya veo lo que queréis decir, Maestro. En ocasiones soy demasiado impetuoso.
—Es un síntoma normal de la inexperiencia, de la cual tú no eres responsable —se volvió hacia Luminara—. Tenemos que encontrarla nosotros, sea cual sea su estado —su nerviosa compañera sonrió débilmente—. Antes de que nuestros anfitriones se den cuenta de que algo va mal.
Luminara señaló la tienda.
—Primero obtendremos una descripción detallada de los dos alwari que estaban aquí con Barriss. Luego, en mi opinión, deberíamos separarnos y recorrer cada uno un tercio de la ciudad. Utilizaremos esta tienda como nexo, y peinaremos la ciudad con toda la precisión que podamos, haciendo preguntas, ofreciendo recompensas e intentando percibir la presencia de Barriss.
—Obi-Wan, ¿creéis que el que está detrás de esto es el mismo que atacó a la Maestra Luminara y a Barriss a nuestra llegada? —preguntó Anakin.
—Es imposible saberlo —respondió el Jedi—. Hay tantas facciones opuestas en este planeta, que podría ser cualquiera. Y, como sabes, también hay intereses externos mezclados en el asunto —a su manera tranquila, Anakin se dio cuenta de que Obi-Wan estaba muy descontento—. Esto es justo lo que nos faltaba, atizar el fuego del conflicto. Pero la política es lo de menos ahora. Tenemos que encontrar a Barriss.
No añadió «sana y salva».
No tenía que hacerlo.
* * *
Newsblink (Canal de Noticias de Coruscant):
Nemrileo irm-Drocubac, representante de Tanjay VI, murió ayer cuando su aerocoche colisionó con un vehículo de reparto pesado en el cuadrante sur, sección noventa y tres, del exclusivo suburbio Bindai en el que vivía. Interrogado en el lugar del suceso, el piloto de la nave de reparto declaró que el software del sistema interno de orientación de su vehículo había sufrido un fallo no detectado que llevó al choque fatal. Los investigadores intentan confirmar su versión, aunque sus esfuerzos se están viendo complicados debido a que ambos vehículos están seriamente dañados.
El representante de Tanjay, irm-Drocubac, ha dejado una esposa y dos hijos. A pesar de su militancia activa en la creciente facción secesionista y de las sospechas de que simpatizaba con los miembros más radicales del movimiento, gozaba del respeto de sus colegas y colaboradores, así como de sus seguidores en su planeta natal. Según la costumbre tanjay, sus cenizas serán esparcidas mañana sobre la capital en la que vivió y trabajó en los últimos quince años.
El canciller Palpatine intervendrá como orador en el funeral, (fin de transmisión: fin de artículo).