CAPÍTULO 3

Ogomoor no estaba contento, precisamente. Caminaba lo más despacio posible por el elevado corredor de los cuarteles del bossban, intentando ignorar las miradas de reojo que le dedicaban criados, sirvientes y trabajadores atareados que iban de un lado para otro. Aunque su cargo como consejero del bossban era muy superior al de todos ellos, hasta el último en rango mostraba más aplomo y alegría que él. Hasta el pequeño smotl verde azulado conocido como Ib-Dunn, cargado hasta arriba de papeles más grandes que él, dedicó una mirada de compasión al consejero, mientras éste pasaba por encima de él sin perjudicarle en absoluto.

Ogomoor sabía que tenían razones para compadecerle aquel día. Fueran buenas o malas, el trabajo de Ogomoor era informar al bossban Soergg el hutt de las noticias más relevantes. Y dado que las que ahora portaba eran todo menos placenteras, Ogomoor se había pasado toda la mañana rezando devotamente para que intercediera por él alguna enfermedad febril y extremadamente contagiosa. Pero tanto él como el bossban estaban en perfecto estado de revista.

Sus compañeros especulaban sobre el resultado del encuentro que iba a mantener con Soergg, pero ni uno de ellos le dedicó un gesto de apoyo más allá de una mirada de auténtica compasión. Era increíble lo rápido que se propagaban las noticias, sobre todo las malas, entre los rangos inferiores, pensó en uno de los momentos en los que no estaba autocompadeciéndose.

Al doblar una esquina, se encontró de pie frente a la entrada del despacho y santuario del bossban. Dos yuzzem armados hasta los dientes flanqueaban la puerta. Le miraron con desdén como si ya estuviera muerto y enterrado. Encogiéndose, se anunció por el interfono. Terminemos esto de una vez, decidió.

El bossban Soergg el hutt era una masa de carne fláccida, grisácea y pesada que sólo otro hutt podía encontrar atractiva. Estaba de espaldas a la puerta con las manos cruzadas sobre la barriga, mirando por la amplia ventana polarizada que daba la parte sur de Cuipernam. En un lado se hallaban tres de sus concubinas jugando al bako. No estaban encadenadas en aquel momento. Una de ellas era humana, otra broguna y la otra provenía de una especie que Ogomoor no había podido averiguar. El consejero tenía dificultades para imaginar lo que Soergg hacía con ellas. Cuando la broguna le dirigió una mirada de tristeza con sus cuatro ojos, Ogomoor supo que estaba en serias dificultades.

Soergg se giró con dificultad, alejándose de la ventana. Un pequeño androide custodio se apresuró a acomodarse al movimiento, cumpliendo su tarea de forma eficaz y poco entusiasta, ya que su trabajo consistía en ir limpiando el rastro baboso del hutt. Con las manos sobre su descomunal panza, el hutt observó a Ogomoor con ojos saltones y acuosos.

—Has fallado.

—Yo no, Su Omnipotencia —Ogomoor se inclinó tanto como era posible dada la cercanía de las babas del hutt—. Encargué la misión a los mejores, aquellos que me fueron recomendados. El fallo fue suyo y de los que les recomendaron. Estos despreciables ya han recibido su merecido. Yo, por mi parte, no soy más que vuestro humilde servidor.

¡Urrp! —el eructo del bossban le sorprendió en primera línea de fuego, y sin la posibilidad de esquivarlo educadamente, Ogomoor tuvo que sufrir toda la fuerza del gas. La fétida emisión le hizo tambalearse, pero se mantuvo en su sitio sin moverse—. Quizá no fue culpa de nadie.

Ante esta atípica y sorprendente exhibición de comprensión por parte de Soergg, Ogomoor comprendió de inmediato que era una trampa. Intentó adivinar con cautela cuáles eran sus verdaderas intenciones.

—Si ha habido un fallo, ¿cómo es posible que no sea culpa de nadie, oh, Grandiosidad?

Hizo un gesto tímido con la mano.

—Esos idiotas que fallaron tenían instrucciones de enfrentarse a una Jedi y su padawan. No a dos. La fuerza Jedi crece de forma exponencial. Luchar con uno es como luchar con dos, enfrentarse con dos es más parecido a pelear con ocho, y con ocho…

Un temblor dibujó surcos en toda la carne del hutt. Ogomoor estaba impresionado. Aunque nunca había visto a uno de aquellos legendarios Jedi en persona, cualquier cosa que hiciera estremecerse a Soergg era algo que más valía evitar.

—La llegada de los otros dos se esperaba para dentro de dos días —Soergg murmuraba para sí ahora, y las palabras emergían del vasto abismo de su estómago como gas metano en la superficie de una poza de descomposición—. Se podría pensar que percibieron la confrontación que se avecinaba y adelantaron su llegada. Este cambio de planes es sospechoso, y debe ser puesto en conocimiento de otros.

—¿Qué otros? —preguntó Ogomoor, arrepintiéndose de inmediato de haberlo hecho.

Soergg le miró atentamente.

—¿Y a ti qué te importa, subordinado?

—Eh, nada, la verdad —Ogomoor quería esconderse en sus propias botas.

—Es mejor para ti, créeme. Con sólo mencionar ciertos nombres o ciertas organizaciones te quedarías helado. Regocíjate en tu ignorancia y tu rango inferior.

—¡Oh!, lo hago, Su Corpulencia, ya lo creo —pero en secreto deseaba conocer de quién o de qué hablaba el bossban. La expectativa de posibles riquezas superaba con mucho cualquier temor que pudiera sentir.

—La situación empeoró —comenzó a decir el hutt— porque los Jedi entrenados son capaces de percibir perturbaciones amenazadoras a su alrededor. Dada esta capacidad, son infernalmente difíciles de sorprender. A ciertas personas no les va a gustar nada este giro en los acontecimientos. Habrá gastos adicionales.

Esta vez Ogomoor se quedó callado.

Los movimientos de los hutt son lentos, pero sus mentes son rápidas.

—Aunque tu boca está cerrada, veo a tu cerebro trabajando. Los detalles de esta historia son para que yo los sepa y a ti se te olviden.

Percibiendo la irritación del bossban, Ogomoor prefirió no preguntarle cómo iba a olvidar algo que no sabía.

—Quizá no tenga importancia. Los representantes de la Unidad cada vez se muestran más insatisfechos con la continua indecisión de los funcionarios de la República en lo que se refiere a la reclamación territorial de los nómadas. Tengo entendido que, al igual que con muchos otros temas, la opinión del Senado está dividida.

—Sí, sí, lo sé —gruñó Soergg—. Parece que toda la galaxia está gobernada por la confusión en lugar del consenso —una mueca monstruosa cruzó su curtido rostro—. El caos no es bueno para los negocios. Ésa es la razón por la que los hutt se han aliado con esas fuerzas que trabajan para el cambio. Por la estabilidad, la amiga del capitalista —agitó un dedo hacia su ayudante—. Con un poco de suerte, los Jedi necesitarán tiempo para llegar a hacer algo. Todavía queda mucho debate por delante antes de solucionar el enfrentamiento entre las gentes de la ciudad y los nómadas. Eso nos proporciona tiempo y la posibilidad de finalizar este negocio de forma satisfactoria. Debe concluir de forma satisfactoria. No se puede permitir que unos Jedi influyan en la opinión de los representantes de la Unidad. La votación sobre la secesión de Ansion debe seguir adelante.

La baba se le derramaba por la barbilla inexistente mientras se relamía con su enorme lengua. El androide custodio se apresuraba a recoger la asquerosa flema antes de que manchara el suelo.

—No te puedes imaginar —añadió el hutt en un tono peligrosamente bajo— el alcance de la repercusión que tendría fallar en esta misión. Aquellos que nos han encargado el cumplimiento de sus deseos son conocidos por castigar los fallos de formas que no podemos ni adivinar.

La imaginación de Ogomoor no tenía límites.

—Lo haré lo mejor que pueda, como siempre, bossban, pero es que cuatro Jedi…

—Dos Jedi y dos padawan —le corrigió Soergg. Parecía nostálgico de repente. Por lo menos, todo lo nostálgico que puede parecer un hutt—. Esos patéticos estúpidos que tuviste que contratar son un ejemplo de la calidad típica que se puede encontrar en planetas pequeños como Ansion. Lo que necesitamos para este trabajo es un auténtico profesional, alguien cuyo oficio y experiencia estén más allá de las fronteras legales de la galaxia. Un auténtico cazador de recompensas, por ejemplo. Por desgracia es algo que no encontraremos aquí en Ansion —se quedó callado un largo rato—. ¡Bien! —exclamó al fin—. Por lo menos vamos a sacar algo positivo de este error. Gracias a esos Jedi, quedan pocos supervivientes para reclamar su recompensa.

—Si ya no me necesitáis, oh Grandiosidad, tengo mucho trabajo —Ogomoor comenzó a retroceder hacia la puerta—, el cargamento de pieles de tweare de Aviprine está al caer…

—No tan rápido —el consejero se detuvo de mala gana—. Espero que sepas estar a la altura, Ogomoor. El buen comerciante es aquel que no pierde una oportunidad. Es el momento de que pongas en práctica esa astucia por la que se conoce a los de tu tribu. El asunto de impedir a los Jedi que interfieran tiene prioridad absoluta, incluido el cargamento de pieles tweare. Espero que me mantengas informado con regularidad. Cualquier cosa que necesites la requisas, yo te daré la autorización necesaria. Los intrusos han de ser detenidos o las consecuencias serán terribles. ¿Me he explicado bien?

—Por supuesto —Ogomoor se inclinó.

El hutt se hinchó como un sapo orgulloso.

—Como siempre.

—Lo que es una gran satisfacción para todos nosotros, oh, Patrón de Patrones.

Ogomoor salió por fin de la sala con su rango y sus miembros intactos, y decidió ignorar los cuchicheos políglotas que le seguían a su paso hacia sus dependencias.

No había nada por lo que preocuparse, se dijo a sí mismo. Tampoco era para tanto. Todo lo que tenía que hacer para conservar la confianza y el aprecio del patrón era supervisar la desaparición de los dos Caballeros Jedi y sus padawan. Cualquier nativo ignorante podría llevar a cabo esa tarea aunque tuviera sólo la mitad del cerebro, que es precisamente lo que quedaría de él tras enfrentarse a un Jedi furioso, pensó Ogomoor distraídamente. ¿Qué había dicho el saco relleno de grasa asquerosa? ¿Algo sobre la dificultad de pillar a un Jedi desprevenido? ¿Seguro que no había forma de contrarrestar semejante talento?

O, mejor aún, ¿no habría una forma de esquivarlo?

* * *

—No salió bien.

Soergg se desparramó ante la videopantalla. El hutt sentía bastante respeto por la pequeña bípeda a cuyo holograma se dirigía. No por su personalidad, sino por los inmensos logros de Shu Mai en el campo del comercio.

—¿Qué pasó? —preguntó cortante la presidenta del Gremio de Comerciantes.

—El segundo Jedi y su padawan llegaron antes de lo esperado e impidieron la ejecución de las primeras —Soergg se inclinó aún más sobre el visor—. La información que se me proporcionó era insuficiente. Perdimos muchos mercenarios. He incurrido en gastos.

Shu Mai no mostró clemencia.

—A mí no me eches la culpa de tus fallos. Tenías la información más actualizada disponible. ¿O acaso crees que seguir los movimientos de un Jedi es como seguir a una cortesana por la pista de baile? No publican sus idas y venidas —estaba visiblemente molesta—. Y ahora yo tengo que comunicar esta desagradable información a otra instancia. ¿Qué se supone que vas a hacer para solucionar tu imperdonable error?

—Estamos trabajando en el tema. Los Jedi no podrán impedir la secesión de Ansion.

—Ansion es el hogar que elegiste —le recordó Shu Mai al hutt—. ¿Te da igual que permanezca o no en la República?

Soergg hizo un ruido desagradable.

—El hogar de un hutt está donde estén sus intereses económicos.

La presidenta del Gremio de Comerciantes asintió.

—Ni los miembros de la Federación de Comercio son tan ruines.

—Bonitas palabras, viniendo de alguien cuya organización ocultó la contaminación de niobarium de Vorian Cuatro.

Con un gesto de sorpresa Shu Mai replicó:

—¿Tú sabes eso? Si tienes acceso a una información tan restringida, supongo que no te será difícil eliminar a un par de Jedi y sus padawan.

—No lo será —coincidió Soergg— si consigo la ayuda adecuada. ¿No podéis enviarme a los individuos adecuados?

Shu Mai negó con la cabeza.

—Tengo instrucciones estrictas de no realizar acciones que pudieran atraer aún más la atención del Consejo Jedi. Y enviar a alguien de fuera sería ese tipo de actuación. Nuestro amigo recibiría una gran presión para justificar ese movimiento. Tendrás que conformarte con lo que puedas encontrar allí. Me aseguraron que eras capaz de hacerlo, por eso recibiste el encargo.

—Es que no es nada fácil —se quejó Soergg con amargura.

La presidenta del Gremio de Comerciantes se acercó lo suficiente al holoreceptor como para que su rostro ocupara toda la imagen.

—Si quieres hacemos una cosa, hutt. Nos cambiamos el puesto. Yo me encargo de esos mediocres Jedi y tú te vienes aquí y te las ves con el que yo tengo que tratar.

Soergg se lo pensó, pero tampoco mucho. Los hutt no habían llegado a donde estaban haciendo el tonto precisamente. Por otra parte, siempre quedaba la posibilidad de saltarse a Shu Mai en caso de que se pusiera demasiado pesada. Se podía pasar por encima de ella.

¿Pero era eso lo que Soergg quería? No estaba seguro de querer conocer al que estaba detrás del Gremio de Comerciantes, al menos no en persona.

* * *

—Percibo agitación, ansiedad y hostilidad —dijo Obi-Wan.

Anakin le seguía diligente mientras el Jedi se abría paso hacia el Consejo de la ciudad de Cuipernam, donde se iban a reunir formalmente por primera vez con diputados de la Unidad de Comunidades, la entidad política un tanto etérea que representaba a las diseminadas ciudades-estado de Ansion, y que era lo más parecido a un gobierno planetario en aquel mundo. El mismo gobierno planetario, recordó Obi-Wan, que amenazaba con separarse de la República, y como consecuencia, arrastrar a docenas de sistemas con él.

Luminara asintió.

—Es decir, una panda de políticos histéricos —miró a Barriss—. Hay ciertas constantes que permanecen invariables en toda la galaxia, querida. La velocidad de la luz, el movimiento de los muones y la incapacidad de los políticos de comprometerse con algo que exija un mínimo de responsabilidad personal.

Como de costumbre, la padawan escuchó atentamente antes de contestar.

—¿Y cómo les convenceremos de lo correcto de las acciones del gobierno galáctico y que es mejor para sus intereses permanecer en la República?

—A veces parece que el dinero es lo único que funciona —dijo Obi-Wan en tono sardónico—. Pero independientemente de lo que esté ocurriendo ahora mismo en el Senado, ésa no es la forma de obrar de un Jedi. Al contrario que los políticos, nosotros no podemos comprar la lealtad de esta gente con promesas de ayuda financiera y elaborados proyectos de desarrollo. En lugar de eso, nos limitamos a utilizar la razón y el sentido común. Si todo sale bien responderán con tanto entusiasmo como lo harían ante un fajo de billetes.

No había necesidad de que los guardias o consejeros les anunciaran a los representantes de la asamblea. Les esperaban. El Consejo era bastante impresionante para ser de Cuipernam: elevado y extenso, con las cornisas del segundo piso decoradas con escenas de la historia de Ansion en cuarzo tintado. Sin duda su cometido era impresionar a los ciudadanos que acudían a hacer sus peticiones. En Coruscant no hubiera llamado la atención ni del viajero más curioso, pensó Obi-Wan. La diferencia de escala y de apariencia no le hizo sentir más grande ni más importante que los habitantes locales. Al comienzo de su entrenamiento ya empezó a darse cuenta de que los logros físicos no eran significativos ni importantes. Cualquiera podía comprar ricas vestiduras y preciosas joyas, o vivir en una gran casa y tener sirvientes orgánicos y mecánicos. Pero la sabiduría era mucho más difícil de adquirir.

Sin embargo, los cuatro visitantes miraban con admiración a su alrededor cuando recibieron a la hembra que vino a saludarles formalmente. Siete delegados les aguardaban sentados en una gran mesa de una sola pieza de madera de xell violácea. Había dos humanos, cuatro ansionianos y un armalat.

Luminara estudió a los ansionianos cuidadosamente. La especie dominante en Ansion era de tamaño algo parecido al humano, y mucho más esbelta y ágil. Tenían la piel amarillenta, casi dorada y ambos sexos carecían de pelo, excepto por una sorprendente cresta de unos quince centímetros de ancho que empezaba en la frente y les llegaba hasta el final de la columna y acababa en una cola de unos quince centímetros de largo, cuyo color variaba de un espécimen a otro, y la mantenían cuidadosamente peinada bajo sus cálidos ropajes. Sus grandes ojos de pequeñas pupilas negras solían ser rojos, aunque variaban en ocasiones a colores más claros, como el amarillo, y rara vez al malva. Los numerosos dientes eran visiblemente afilados. Aunque los ansionianos eran omnívoros, comían más carne que los humanos. Sobre todo, carne de alwari.

Por supuesto, no había nadie en la cámara que representara los intereses de los nómadas. Evitaban las zonas pobladas y preferían la vida al aire libre, en las inmensas praderas que poblaban la extensa geografía de Ansion. Tras milenios de constantes conflictos entre nómadas y ciudadanos, parecía que las diferencias se habían resuelto y una paz relativa reinaba desde hacía doscientos años locales. Pero las exigencias de la República amenazaban con quebrar el frágil equilibrio y arrastrar por completo a Ansion fuera del gobierno galáctico.

Los nómadas deseaban permanecer bajo el gobierno republicano. Pero los ciudadanos, aplastados por el peso de la enorme cantidad de normas procedentes de Coruscant, empezaban a ver con buenos ojos el nuevo movimiento secesionista. Esto hacía surgir roces en la relación entre nómadas y urbanistas. Pero si se conseguía reconciliar estos puntos de vista opuestos, Ansion se quedaría en la República, se dijo Luminara. No hay más que retroceder en la historia para ver que los pequeños conflictos suelen expandirse más allá de sus fronteras. Era probable que ninguna de las partes en disputa fuera realmente consciente de las consecuencias que estaban en juego. El creciente enfrentamiento entre ambos bandos tenía ramificaciones galácticas.

Los acontecimientos de Ansion no sólo eran seguidos de cerca por aquellos unidos por pactos o tratados formales al planeta. Debido a su ubicación estratégica y a las innumerables alianzas que ostentaba, Ansion era una pieza clave de la República. Sólo hay que extraer una pequeña pieza de una presa a pleno rendimiento para provocar una inundación.

Un ansioniano se levantó e hizo un gesto a modo de saludo local. Luminara observó que los otros delegados no se levantaron.

—Soy Ranjiyn. Al igual que mis colegas, represento a la Unidad de Comunidades de Ansion.

Luminara sabía que la mayoría de los ansionianos sólo utilizaban el nombre. Su cresta lucía unas rayas blancas y negras. Comenzó a presentar a sus colegas. No era necesario ser un Maestro en la Fuerza para percibir su hostilidad. Cuando acabaron las presentaciones añadió:

—Nosotros, las ciudades de Ansion, os damos la bienvenida, representantes del Consejo Jedi, y ponemos a vuestra disposición toda la hospitalidad y cooperación que podamos ofreceros.

Bonitas palabras, pensó Anakin. El Maestro Obi-Wan se había pasado gran parte de su tiempo intentando satisfacer la curiosidad de su padawan en materia de política. Una de las primeras cosas que aprende un estudiante de esta odiosa materia es que las palabras son la moneda de cambio más barata de los políticos y, por tanto, la emplean constantemente.

Pero Luminara ya estaba respondiendo. Era bastante peculiar para ser una Jedi, pensó el joven. A veces podía ser tan amenazante como Obi-Wan, pero por lo menos era mucho más amable y abierta que su repelente padawan Barriss.

—En nombre del Consejo Jedi, Obi-Wan Kenobi y yo, Luminara Unduli, os damos las gracias en nuestro nombre y en el de nuestros padawan, Anakin Skywalker y Barriss Offee —tomaron asiento en el lado opuesto de la preciosa mesa frente a sus anfitriones—. Como ya saben, estamos aquí para mediar en el conflicto entre los habitantes de la ciudad de su mundo y los nómadas alwari.

—Por favor —un hombre alto y de aspecto digno hizo un gesto de desprecio—. Nada de subterfugios Jedi. Todos sabemos que están aquí para hacer cualquier cosa en su poder por evitar la secesión de Ansion de la República. Los enfrentamientos locales a los que hacéis alusión no preocupan en absoluto al Consejo Jedi —sonrió confiado—. De ninguna manera habrían enviado cuatro representantes para manejar un asunto menor de carácter interno.

—Ningún asunto es menor para el Consejo —respondió Obi-Wan—. Queremos que todos los habitantes de la República disfruten de la paz, donde quiera que estén, sea cual sea su especie o sus costumbres y estilo de vida.

—¡Disfrutar! —una ansioniana con rayas verticales en la cara y un ojo de un marrón nublado sacó una pila de discos de datos del tamaño de un ladrillo de debajo de la mesa y los arrojó a la pulida superficie—. ¡Estilo de vida! ¿Sabes lo que es esto, Jedi? —antes de que Obi-Wan o Luminara pudieran responder, les dijo—: Es la última actualización bimensual política procedente del Senado de la República. Sólo la última —señaló el enorme montón como si fuera una asquerosa criatura marina que hubiera caído muerta ahí mismo y se hubiera empezado a pudrir—. Sólo los datos anuales contienen más información que la biblioteca de la ciudad. Cumplimiento, adhesión y obediencia: eso es lo que le interesa al Senado ahora mismo. Eso, y un trato comercial preferente para ellos mismos y aquellos a quienes representan. La antaño gran República Galáctica ha decaído gracias a los burócratas y funcionarios que sólo buscan engrandecerse y avanzar, no la justicia o el juego limpio.

—La evidente predilección del Senado por los alwari es una clara prueba de ello —declaró otra ansioniana—. El senador Mousul nos mantiene bien informados.

—El Senado no favorece a ningún grupo étnico o social —enunció Luminara—. Ese principio básico está entre los pilares del derecho fundador de la República y permanece invariable.

—Yo estoy de acuerdo con la delegada —dijo Obi-Wan lentamente.

Todos dirigieron miradas de sorpresa al Jedi. Hasta la propia Luminara.

—Disculpad a mis oídos —murmuró Ranjiyn—, pero, ¿habéis dicho que estáis de acuerdo con Kandah?

Obi-Wan asintió.

—Negar que hay problemas en el Senado y en la burocracia sería como negar que las estrellas laten. Es cierto que hay confusión y desacuerdo. Y es cierto que hay conflictos burocráticos —alzó la voz levemente, pero no de una forma normal. Estaba llena de energía controlada—. Pero la ley de la República permanece pura e inviolable. Mientras que los seres participantes sean fieles a eso, todo irá bien en la galaxia —su mirada se clavó en Kandah—. Y en Ansion.

Tolut el armalat estaba sentado en un extremo porque sus enormes piernas no cabían bajo la mesa. Se levantó y señaló a Obi-Wan con uno de sus tres rollizos dedos.

—¡Ofuscación Jedi! —observó con sus pequeños ojos rojos a sus compañeros—. ¿No veis a lo que está llevando esto ni lo que se pretende? Intentan engañamos con palabras inteligentes. Seguro que piensan que todos los ansionianos somos unos catetos rurales.

Se inclinó sobre la mesa, apoyando los nudillos de sus poderosas manos en la suave madera purpúrea, que a pesar de su solidez crujió bajo el peso de cientos de kilos.

—¿Maestros de la Fuerza decís que sois? Maestros de las tretas y las trampas, digo yo. ¡Engaño Jedi!

—Por favor, Tolut —Ranjiyn intentó calmar a su enorme y nervioso colega—. Muestra un poco de respeto por la Fuerza, ya que no lo tienes por nuestros visitantes. Aunque estemos en desacuerdo, aún podemos…

¡Agh! La Fuerza. Os alucina y os intimida la tontería ésta de la Fuerza —sacudió sus dedos verdes hacia los silenciosos visitantes—. Son humanoides como vosotros. Seres vivos como yo. Sangran y mueren como cualquier criatura de carne y hueso. ¿Por qué seguir sufriendo bajo el peso de sus agobiantes normas? Sus funcionarios o están corruptos, o bien no conocen las necesidades de cada especie, o las dos cosas. Cuando un gobierno se convierte en una vieja criatura marina, se le debe tratar como tal —sus dientes gruesos y afilados brillaron—. La sacamos y la enterramos —se inclinó sobre la mesa y cogió la pila de discos que había traído Kandah, y la tiró a la pared desparramándolos por todas partes.

—¡Regulaciones y restricciones! Lo que puede o no puede hacer la gente. Meras palabras, que por cierto no hemos escrito nosotros. A este movimiento de abandonar la República deberíamos de unimos, propongo yo y aquellos a los que represento. ¡Libertad para Ansion! Y si los alwari no se unen a nosotros, entonces les trataremos como lo hacíamos en el pasado.

Durante todo el discurso, los visitantes permanecieron callados. La mano de Anakin comenzó a dirigirse al sable láser, pero un amago de sonrisa de su Maestro bastó para detenerle. A Anakin le traía sin cuidado si Ansion permanecía o no en la República. Las intrincadas maquinaciones de la política galáctica seguían siendo un misterio para él. Aunque lo que le ponía furioso era el insulto que le habían dirigido a su Maestro. Pero se obligó a mantener la calma, porque su Maestro así lo deseaba.

Él sabía que Obi-Wan Kenobi era capaz de cuidarse solo.

El Caballero Jedi comenzó a levantarse, pero la atención de Anakin fue atraída hacia la mujer sentada a su lado.

—La Fuerza es algo sobre lo que no se habla a la ligera, mi enorme amigo —dijo Luminara al armalat—. Sobre todo alguien que no sabe de lo que está hablando.

Tolut volvió a ofrecer una amplia sonrisa con sus enormes y lisos dientes blancos y comenzó a rodear la mesa. Barriss y Anakin se empezaron a poner nerviosos, pero Obi-Wan se mantuvo indiferente ante el enorme armalat que se acercaba. Una ligera sonrisa cruzaba su cara. Luminara se levantó y se alejó de la silla.

—¿Creéis que los Jedi sois los únicos que conocéis la Fuerza? —Tolut se rió mirando a sus colegas—. Cualquiera puede aprender, sólo hay que practicar.

Levantó su manaza y dirigió un gesto hacia la mesa. Una de las jarras de cristal que contenían el agua para aplacar la sed de los participantes comenzó a temblar, y entonces se elevó medio metro por encima de la superficie. Sus mejillas se llenaron de grandes gotas de sudor brillante, y sonrió triunfante a sus amigos.

—¿Lo veis? Con práctica y voluntad se puede hacer cualquier cosa que haga un Jedi. No hay razón para sorprenderse.

—Por el contrario —dijo Luminara—, el conocimiento siempre es fuente de sorpresas.

Ella no alzó la mano. No tenía que hacerlo.

La jarra dejó de temblar y se detuvo. Luminara se concentró en el objeto, que subió hasta el techo. Los delegados lo miraban fijamente fascinados. Vivían en un planeta secundario por lo que nunca habían tenido la oportunidad de observar la manipulación Jedi de la Fuerza.

La jarra se movió por el techo como un pájaro de cristal hasta situarse justo sobre el armalat. Con una mueca de disgusto, la criatura comenzó a gesticular frenéticamente en dirección al objeto, que no se movió ni un ápice. No sirvió de nada.

Como si un experto camarero estuviera manipulándola, la jarra se giró de pronto y roció su congelado contenido sobre el frustrado alienígena. Se secó los ojos con las manos y se acercó a la tranquila Jedi. Barriss fue a coger su sable láser, pero su Maestra la tranquilizó, al igual que hizo Obi-Wan con su padawan.

Una por una, las restantes jarras se elevaron de la mesa y rociaron el agua que contenían en el rostro de Tolut. Los que permanecían sentados, y secos, comenzaron a reírse, los humanos con suaves sonidos, y los ansionianos emitiendo bramidos continuos que desmentían sus nervudas apariencias. La tensión que rodeaba la reunión como una fina tela de araña se desvaneció de pronto.

—Espero —dijo Luminara mientras se giraba y volvía a su sitio— que nadie tenga sed ahora.

El alienígena empapado gruñó de forma amenazadora, pero su expresión cambió súbitamente. Secándose el agua de la cara, de la boca y de sus ropajes de cuero, volvió a su silla y se sentó haciendo un ruidillo acuoso. Cruzó sus brazos del tamaño de un torso humano sobre el pecho, y asintió lentamente mirando a la mujer responsable de su mojada humillación.

—Tolut es importante entre los suyos. No siempre habla tan bien. Pero importante no siempre quiere decir estúpido. Tolut sabe reconocer sus errores. Sé reconocer el poder. Me equivoqué con las habilidades Jedi.

Luminara le dedicó una sonrisa de amabilidad.

—No es vergonzoso admitir que no se sabe todo. Es una muestra de sabiduría, que es un talento mucho más preciado que la fuerza física, o la capacidad de influir en la Fuerza. Tu actitud es elogiable, no condenable —inclinó levemente la cabeza—. Te felicito por la agudeza de tu comentario.

Tolut dudó un momento de si la Jedi se estaba riendo de él. Cuando se dio cuenta de que el cumplido era sincero y que provenía del corazón, su actitud se suavizó considerablemente.

—Quizá la Unidad pueda colaborar con vosotros —por un momento, la hostilidad que había mostrado al principio amenazó con volver a pesar de la lección que acababa de aprender—. Pero trabajar con los alwari es otra cosa.

Obi-Wan se volvió para susurrar a Anakin.

—Y eso, mi joven padawan, es una demostración de lo que se conoce como diplomacia dinámica.

Skywalker asintió.

—Tomo nota.

Examinó el tranquilo y bello rostro de Luminara Unduli. Ni siquiera se fijó en la expresión de «te lo dije» de Barriss. Su gesto se parecía a una sonrisa.

Ranjiyn se secaba las últimas lágrimas producidas por la risa mientras intentaba recuperar el tono serio que tenía la reunión antes del incidente acuoso.

—No importa lo que hagan, por muchos truquitos que intenten no conseguirán convencer a los alwari de que compartan con nosotros la explotación de las praderas. Y ésa es la única condición que exige la Unidad para permanecer en la República, que se nos trate a todos por igual en todo el planeta, y no como a un pueblo confinado para siempre en nuestras ciudades. Tal y como está la situación ahora mismo, los nómadas controlan la gran mayoría del territorio, y nosotros las ciudades. Si van a acudir con quejas al Senado cada vez que intentamos ampliar nuestros dominios, entonces será mejor que nos escindamos de la República y de sus interminables y pestilentes normas y reglas.

—En mi opinión, eso daría lugar a una guerra civil interminable —dijo Anakin. Miró a Obi-Wan un instante y añadió—: O por lo menos una especie de conflicto continuo entre nómadas y ciudadanos.

—Sería perjudicial para ambos bandos —continuó Barriss percibiendo la mirada de aprobación de Luminara.

El humano alto y anciano hizo un gesto de resignación.

—Cualquier cosa es mejor que vemos obligados a arrodillamos bajo el peso de unas normativas que tardan un siglo sólo en ser aprobadas por el comité. Unos amigos nos han asegurado que si anunciáramos nuestra escisión de la República, la ayuda que nosotros requerimos, y no la que ofrece el Senado, llegaría de inmediato.

—¿Qué amigos? —preguntó Obi-Wan distraídamente. Su tono hacía ver que no mostraba especial interés, pero Anakin sabía la verdad, podía percibir una ligera tensión en la actitud de su Maestro.

Pero nunca supieron si el ansioniano percibió esa tensión, y si lo hizo tampoco dio nombres.

Luminara interrumpió el silencio.

—Cualquier cosa es mejor, menos la paz —miró a cada uno de los escépticos delegados uno por uno—. Como representantes del Consejo Jedi tenemos una propuesta que hacerles. Si conseguimos que los alwari accedan a compartir el dominio de la mitad o más de los territorios de las praderas que controlan actualmente, y les permitan desarrollar explotaciones de los recursos que encuentren, ¿aceptaría el pueblo de la Unidad permanecer bajo las leyes de la República, con las que siempre ha convivido, y olvidar toda esta peligrosa historia de la secesión?

Ante esta inesperada oferta, los delegados se reunieron a murmurar entre ellos, y por sus tonos y expresiones se adivinaba que no habían considerado la posibilidad de semejante oferta.

Mientras susurraban, Obi-Wan se acercó a su compañera y le susurró.

—Prometes demasiado, Luminara.

Ella se ajustó la capucha retirada del manto.

—Pasé cierto tiempo antes de venir a Ansion estudiando la historia de sus pueblos. Hay que hacer algo extremo para quebrar este caos sociopolítico. Es la única forma de que este pueblo piense en otra cosa que en abandonar la República —sonrió—. Pensé que la oferta de una oportunidad comercial enorme y nueva les haría reaccionar.

Obi-Wan examinó a los delegados, que deliberaban en voz baja. La animación de sus expresiones y gestos era auténtica, y no una mera demostración para contentar a sus cuatro visitantes.

—Parece que lo has conseguido —le dedicó un sonrisa cómplice que a ella le comenzaba a resultar más familiar—. Pero claro, si aceptan, nos habrás puesto en la difícil situación de tener que cumplir.

—La Maestra Luminara siempre cumple sus promesas —la voz de Barriss tenía cierto tono de molestia.

—No lo dudo en absoluto —Obi-Wan miró tolerante a la padawan—. Lo que me preocupa es que estos fraccionados, incontables y beligerantes nómadas que se denominan alwari acepten los términos de la propuesta.

Luminara interrumpió la conversación señalando a los delegados, que habían terminado sus conversaciones y volvían a tomar sus asientos frente a los visitantes.

—Nadie duda de que conseguir que los alwari se sometan a semejante acuerdo cambiaría de raíz el panorama social de Ansion —ahora era la tercera representante la que hablaba, una hembra llamada Induran—. Y si se consigue la firma del tratado, sin duda cambiaría la opinión de aquellos que consideran que permanecer en la República no les beneficia en absoluto —sus grandes y convexos ojos miraban fijamente a los Jedi—. Pero la posibilidad de que los alwari nos tiendan la mano para pactar nos parece extremadamente difícil.

El antes reacio Tolut salió ahora en defensa de los visitantes.

—Si pueden conseguir que llueva en una habitación, no creo que les resulte imposible entablar un diálogo racional con los alwari.

Luminara sonrió ante la reacción del alienígena. Podía ser algo conflictivo, pero era capaz de ser lo suficientemente flexible como para cambiar su opinión en función de hechos probables. Y eso era más que lo que se podía decir de sus compañeros humanos y ansionianos, aunque comenzaban a recapacitar. Se podía percibir un cambio sutil en la atmósfera mental de la sala. Era como si, a pesar de estar hartos de las complejas obras y la burocracia opresiva de la República, quisieran creer en ésta. Dependía de ella y de Obi-Wan, junto con sus respectivos padawan, terminar de convencer a los miembros de la delegación.

Ahora todo apuntaba a conseguir la total cooperación de los nómadas alwari. Algo le dijo que iba a ser algo más que sentarse en una cómoda habitación y hacer trucos con jarras de agua.

—¿Cómo encontraremos a los alwari? —preguntó Anakin impaciente.

Luminara le observó con los ojos entrecerrados. La Fuerza estaba muy presente en él, y contaba con otros potenciales. Aunque le conocía poco, sabía que Obi-Wan no tomaba por padawan a alguien que no prometiera despuntar. Él era el único Jedi que podría manejar semejante tozudez y pulir aquel diamante en bruto hasta convertirlo en un auténtico Jedi. Las palabras del padawan no tenían nada de malo, y su intervención tampoco. Pero había una fina línea entre su confianza y la cabezonería, entre la seguridad y la arrogancia. Desvió un poco la mirada a la derecha y pudo percibir que Barriss desaprobaba visiblemente a su compañero, pero la chica jamás diría nada, a no ser que Skywalker la provocara. Barriss era tímida por naturaleza, pero no era fácil intimidarla. Y menos otro padawan.

Ranjiyn no dudó.

—Dirigíos al Este. O al Oeste. O a cualquier parte. Alejaos de la civilización, dejad atrás las ciudades —hizo un amago de sonrisa ansioniana—. Encontrareis a los alwari. O ellos os encontrarán a vosotros. Me encantaría estar allí para veros intentando razonar con ellos. Sería algo digno de ver.

—Digno de ver —coincidió Tolut con un gruñido.

Luminara y Obi-Wan se levantaron. El diálogo había terminado.

—Conocéis nuestra reputación —dijo Obi-Wan—. La hemos demostrado muchas veces. Esto no será diferente. Tratar con vuestros alwari no puede ser más frustrante que intentar negociar los patrones de tráfico de Coruscant —su expresión se torció ante el recuerdo de su última visita. La verdad es que le daba igual la circulación en el interior de la ciudad.

La mención de la confusión urbana solidificó aún más la creciente, aunque algo reacia, relación que se había creado entre delegados y visitantes, y era precisamente la razón por la que hizo ese comentario. Concluida la negociación, los visitantes y los delegados charlaron amigablemente durante una hora, y ambas partes agradecían el poder conocer más del otro bando a un nivel personal y sin formalidades. Especialmente Tolut, que ya estaba seco, dedicaba miradas de admiración a Luminara, y ella toleraba la cercanía del enorme delegado sin preocuparse por nada. En el transcurso de su carrera se había visto obligada a hacer amistad con seres bastante más repugnantes.

Luminara seguía sus propias conversaciones mientras observaba la capacidad de Obi-Wan de hacer sentir bien a los demás. A pesar de su gran experiencia y de sus probadas habilidades, la suya era una personalidad que nadie consideraba amenazante. Su tono de voz era sereno, y sus palabras eran como un masaje terapéutico. Si no hubiera sido Jedi, habría sido una gran baza para el cuerpo diplomático.

Pero eso hubiera significado una carrera al servicio de la burocracia que tanto odiaban y que daba como resultado los tropiezos y meteduras de pata que ambos estaban allí para resolver.

Barriss lo estaba haciendo muy bien para ganarse a Ranjiyn y al viejo humano, y Anakin desplegaba un halo de seguridad ante la otra humana. La mujer escuchaba con atención, con más atención de la que Luminara habría podido esperar. Le hubiera gustado escuchar lo que decía, pero ella tenía que ganarse a Tolut y a la desconfiada Kandah. Y de cualquier manera, si Anakin necesitaba control, ése era el trabajo de Obi-Wan.

Ojalá el éxito de la misión consistiera tan sólo en escoger las frases adecuadas, pensó. Por desgracia, había estado involucrada en demasiados conflictos de numerosos mundos sin ley como para creer que el problema de Ansion se resolvería con meras palabras bien elegidas.

* * *

La delegada Kandah, de la Unidad de Comunidades que representaba a los ciudadanos de Ansion, esperaba impaciente en un callejón oscuro. A la entrada se veían las luces de la calle Songoquin, con sus vendedores ambulantes y las patrullas de reconocimiento. Los enormes ojos propios de su raza hacían que se sintiera cómoda moviéndose incluso en noches de luna nueva, pero en aquel oscuro callejón, con una única salida, hasta un ansioniano desearía una iluminación un poco más abundante.

—¿Qué tienes para mí? —ella reconoció la voz inmediatamente, pero no pudo evitar asustarse al oírla de repente viniendo de la oscuridad—. ¿Qué ha ocurrido en la reunión de los visitantes y los de la Unidad?

—Ha ido demasiado bien. —No conocía la identidad de su contacto, y mucho menos su nombre. Ni siquiera estaba segura de que fuera masculino. No es que le importara. Lo que sí era importante es que pagaba bien, sin retrasos y con créditos auténticos—. La delegación se mostró desconfiada y escéptica al principio. Yo hice lo que estuvo en mi mano para sembrar el descontento y la confusión, pero los Jedi saben utilizar tan bien las palabras como la Fuerza. Seguro que han convencido al tonto del armalat para que vote por ellos, aunque los otros aún dudan.

Entonces le describió detalladamente el resto del encuentro.

—¿Los Jedi van a convencer a los alwari de que permitan la exploración y el desarrollo de la mitad de las tierras tradicionalmente nómadas? —una risa incrédula surgió de la oscuridad—. ¡Ésta sí que es buena! No tienen ni la menor posibilidad, por supuesto.

—Yo también hubiera pensado eso —susurró ella— hasta que les he conocido y he visto cómo operan. Son sutiles y astutos.

La voz dudó antes de responder.

—¿Me estás diciendo que crees que tienen posibilidades de garantizar ese pacto con los alwari?

—Lo que digo es que son Jedi de verdad, y no estoy cualificada para decir lo que conseguirán o no. Pero yo no apostaría en su contra… en nada.

—Los Jedi son famosos por su forma de luchar, no de hablar —dijo la voz incómoda.

—¿Ah, sí? —Kandah recordó más cosas de la conferencia—. Estos Jedi y sus padawan son la diplomacia hecha solidez. Por lo que dices, no creo que hayas visto nunca a un Jedi en acción, ¿a que no?

—A ti no te importa lo que yo haya visto o no —el que hablaba parecía irritado, pero no con su proveedora de información—. Tengo que dar esta información a mi patrón, él sabrá lo que hay que hacer.

¿Lo sabrá?, pensó Kandah. Supongo que él mejor que yo. Ella sólo tenía que dar un informe. Se alegró de no tener que hacer nada más para frustrar la misión de los Jedi.

—Recibirás tu pago de la manera acostumbrada —la voz sonaba precipitada, claramente alarmada por la información que le había proporcionado la delegada de la Unidad—. Tu trabajo es bien apreciado, como siempre. Cuando Ansion esté fuera de la República y libre de su intromisión, recibirás la recompensa que te mereces. Las propiedades de Korumdah expropiadas injustamente a tu familia te serán devueltas.

—Soy vuestra humilde servidora —respondió Kandah. Se giró para marcharse, pero dudó un momento—. ¿Qué creéis que hará vuestro patrón para impedir a los Jedi que consigan lo que buscan, ahora que el intento de asesinato ha sido un completo fracaso?

Pero no obtuvo respuesta de la oscuridad. Ajustándose la capa, Ogomoor ya había desaparecido entre las sombras.

* * *

—Así que los Jedi intentan mantener la unidad en la República solventando sus diferencias con los alwari. Es muy audaz por su parte.

—Así como estúpido, Su Grandiosidad.

—¿Tú crees? —Soergg le miró desde la sala en la que se relajaba. Una de las pequeñas lunas de Ansion se veía marfileña afuera.

—No tiene ni la más remota posibilidad.

—¿Ah, no?

Ogomoor se dio cuenta de que perdía terreno argumentativo y decidió cambiar de táctica.

—¿Y yo qué hago? —dijo—. ¿Sobornarles?

Los enormes ojos de Soergg se pusieron en blanco.

—¡Sobornar a un Jedi! Pero qué ignorante eres, Ogomoor. Qué ignorante.

El consejero se tragó su sugerencia y su orgullo y replicó con deferencia.

—Sí. Os estaría tremendamente agradecido si iluminarais a este humilde siervo.

—Lo haré —dijo el hutt con un sonido asqueroso, girándose sobre el lado derecho para ver mejor a su empleado—. Entérate. Los Jedi no pueden ser sobornados, corrompidos o apartados de lo que ellos consideren la vía correcta y verdadera. Al menos ésa ha sido mi experiencia —escupió a un lado, y el androide custodio se apresuró a limpiar el repugnante gargajo—. Es una pena, pero es cierto. Lo que es cierto suele ser una pena.

Por lo tanto, tendremos que tratar con ellos de otra forma. Acércate y te diré cómo.

¿Tengo que hacerlo? Pensó Ogomoor. Pero no había escapatoria frente al aliento del hutt, sólo sus órdenes.

Definitivamente, reflexionó Ogomoor mientras se mantenía en pie absorbiendo todo el impacto del miasma contaminante, no me pagan lo suficiente.