CAPÍTULO 2

A, preciosa!, ¿qué escondes bajo esas viejas vestiduras?

Luminara Unduli no levantó la cabeza para mirar al hombre grande, sin afeitar, rudo y de olor desagradable o a sus compañeros igualmente desagradables y malolientes. Podía sentir indiferencia por sus muecas de complicidad, el balanceo ansioso de sus cuerpos y sus miradas lascivas, pero el olor corporal colectivo que emanaban era un poco más difícil de ignorar. Alzó con paciencia la cuchara con el guiso hasta sus labios, de los cuales el inferior estaba teñido permanentemente de un negro púrpura. Una serie de diamantes negros entrelazados le tatuaban la barbilla, y tenía sofisticadas marcas en la unión de los dedos. Su piel olivácea contrastaba chocante con el azul profundo de sus ojos.

Esos ojos se alzaron para observar a una mujer más joven sentada frente a ella. La atención de Barriss Offee iba de su Maestra a los hombres que se arremolinaban alrededor de ambas. Luminara sonrió por dentro. Barriss era buena aprendiz. Observadora y reflexiva, aunque en ocasiones algo impulsiva. Pero ahora la joven se mantenía en calma, seguía comiendo y callaba. La mujer apreció la juiciosa reacción. Está dejando que yo lleve la iniciativa, que es lo que debe hacer.

El hombre que había dicho la impertinencia susurró algo a uno de sus amigos, y todos rieron a carcajadas desagradablemente. Se acercó y puso una mano sobre el cubierto hombro de Luminara.

—Te he hecho una pregunta, guapa. A ver, ¿nos vas a enseñar lo que escondes bajo ese suave vestido tuyo o prefieres que lo miremos nosotros?

Un aire de expectación feromónica atrapó a sus compañeros. Retirando los ojos de sus platos, algunos de los otros comensales del establecimiento se volvieron para mirar, pero ninguno alzó la voz para denunciar lo que pasaba o para interferir.

Con la cuchara ante sus labios, Luminara parecía concentrada en contemplar su contenido, ignorando la insistente pregunta. Con un suspiro, depositó la cuchara y bajó su mano derecha.

—Supongo que si realmente queréis verlo…

Uno de los hombres sonrió abiertamente y dio codazos a sus compañeros en las costillas. Un par de ellos se acercaron aún más hasta que todos estuvieron inclinados sobre la mesa. Luminara retiró una parte de su manto, y los sofisticados dibujos de las pulseras de metal de color bronce y cobre brillaron sobre sus antebrazos en la luz difusa de la taberna.

Debajo del manto llevaba un cinto de metal y cuero, y atado a éste había pequeños e inesperadamente complejos ejemplos de alta ingeniería. Uno de éstos era cilíndrico, muy pulido y diseñado para ajustarse cómodamente a una mano cerrada. El agresivo portavoz del grupo lo escrutó, con una expresión confundida. Tras él, a un par de sus compañeros se les quitó la expresión de lujuria más rápido que una nave de traficantes haciendo un salto de emergencia al hiperespacio.

—¡Que Mathos nos guarde! ¡Es un sable Jedi!

Entre un sinfín de expresiones la banda de supuestos agresores comenzó a retroceder, a separarse y a huir rápidamente. Su audaz líder se quedó solo de repente, pero se resistía a admitir la derrota. Observó el cilindro metálico brillante.

—Ni de broma. ¿De verdad es un sable láser?

Miró desafiante al enigmático objeto.

—Supongo que eso te convierte en una Maestra Jedi, ¿no, preciosa? Una encantadora y ágil Jedi —roncó a modo de risa—. Seguro que no es un sable láser Jedi, ¿a que no? ¿No? —gruñó insistentemente al ver la falta de respuesta.

Luminara Unduli tomó otra cucharada y depositó cuidadosamente el cubierto en el plato medio vacío. Se limpió delicadamente con la servilleta de hilo los labios, tanto el decorado como el normal, se la pasó por las manos y le miró. Los ojos azules se alzaron en el rostro de delicadas facciones, y sonrío fríamente.

—Ya sabes cómo averiguarlo —le dijo suavemente.

El hombretón fue a decir algo, dudó y se lo pensó. Las manos de la atractiva mujer estaban en su regazo. El sable láser (que definitivamente parecía un sable láser Jedi, pensó con aprensión) seguía unido al cinturón. Al otro lado de la mesa, la joven seguía comiendo como si nada raro estuviera pasando.

De repente el intruso se dio cuenta de varias cosas a la vez. Lo primero: estaba solo. Sus anteriormente entusiastas compañeros habían desaparecido uno por uno. Segundo: la mujer debería de estar ansiosa y asustada, pero sólo parecía aburrida y resignada. Tercero: de repente, se acordó de que tenía algo que hacer en otra parte.

—Eh, lo siento —dijo en un murmullo—. No quería molestaros, me equivoqué de persona. Yo busco a otra.

Se giró, y se alejó de la mesa hacia la entrada de la taberna, tropezando casi con un tazón de sobras que había en el suelo, junto a un mostrador vacío. Algunos comensales le observaron marcharse, y otros miraron fijamente a las dos mujeres antes de encontrar una razón para volver a centrarse en su comida y su conversación.

Con un suave suspiro, Luminara miró el resto de su comida. Con un gesto apartó el plato. La tosca intromisión le había quitado el hambre.

—Habéis estado bien, Maestra Luminara —Barriss estaba terminando su comida. La percepción de la padawan podía fallar, pero no su apetito—. Sin escándalos, sin complicaciones.

—Cuando crezcas te darás cuenta de que a veces hay que tratar con excesos de testosterona. Muy frecuente en planetas como Ansion. —Movió la cabeza despacio—. Me disgustan estas distracciones.

Barriss sonrió alegremente.

—No os pongáis así, Maestra. No podéis hacer nada en lo que respecta a vuestro atractivo físico. De cualquier forma, ahora les habéis dado algo que contar, así como una lección.

Luminara se encogió de hombros.

—Espero que los responsables del gobierno local de esta denominada Unidad de Comunidades sean tan fáciles de convencer.

—Lo serán —Barriss se levantó despacio—. He terminado.

Las dos mujeres pagaron la comida y abandonaron el establecimiento. Los susurros, murmullos y algunas palabras de admiración las siguieron mientras se iban.

—La gente ha oído que estamos aquí para cimentar una paz permanente entre los habitantes de la ciudad de la Unidad y los nómadas alwari. No son conscientes de los verdaderos problemas a los que se enfrentan. Y no podemos revelar la verdadera razón de nuestra presencia aquí sin alertar a aquellos que se opondrían a nosotras porque conocemos sus verdaderas intenciones.

Luminara se envolvió en su manto. Era importante dar una apariencia recatada pero impresionante al mismo tiempo.

—Y dado que no podemos ser completamente sinceras, los habitantes locales no confían en nosotras.

Barriss asintió.

—Los ciudadanos piensan que estamos de parte de los nómadas, y los nómadas temen que estemos del lado de los habitantes de la ciudad. Odio la política, Maestra Luminara —se echó una mano al costado—. Prefiero solucionar las diferencias con un sable láser. Es mucho más directo.

Su bello rostro irradiaba entusiasmo vital. Aún no había vivido lo suficiente como para acostumbrarse a lo nuevo.

—Es difícil convencer a bandos opuestos de lo correcto de tu razonamiento cuando ambos están muertos.

Tomaron una de las calles secundarias de Cuipernam, que bullía en un caos de comerciantes y ciudadanos de muchas especies galácticas distintas. Luminara hablaba mientras escrutaba no sólo la avenida, sino también los muros de edificios comerciales y residenciales que la flanqueaban.

—Cualquiera puede usar un arma, pero la razón es mucho más difícil de utilizar. Recuérdalo la próxima vez que sientas la tentación de solucionar diferencias con el sable láser.

—Apuesto a que toda la culpa es de la Federación de Comercio.

Barriss se quedó mirando un puesto atestado de joyas: collares, pendientes, anillos, diademas, pulseras y córneas fosforescentes esculpidas a mano. Ese tipo de adornos personales les estaban prohibidos a los Jedi. Uno de sus Maestros les explicó una vez que el brillo de un Jedi viene de dentro, y no de la acumulación de abalorios y cuentas.

Pero ese collar de pelo de searous y piedras incrustadas de pikach era precioso.

—¿Qué has dicho, Barriss?

—Nada, Maestra. Sólo expresaba mi insatisfacción ante las constantes intrigas de la Federación de Comercio.

—Sí —asintió Luminara—, y del Gremio de Comerciantes. Cada día son más poderosos, siempre poniendo sus codiciosas manos en lugares en los que no son bienvenidos, aunque sus intereses inmediatos no estén involucrados. Aquí en Ansion apoyan abiertamente a las ciudades y pueblos agrupados como la Unidad de Comunidades, aunque la ley de la República garantiza los derechos de los grupos nómadas como los alwari de permanecer independientes de influencias externas. Sus costumbres no hacen sino complicar más una situación que ya es difícil —doblaron una esquina—. Es como en todas partes.

Barriss asintió.

—Todo el mundo recuerda el incidente de Naboo. ¿Por qué no realiza una votación el Senado para reducir sus concesiones comerciales? Eso sí que les daría una lección.

Luminara trató de no sonreír. Juventud inocente. Barriss tenía buenas intenciones y era una gran padawan pero no controlaba bien los asuntos de gobierno.

—Está muy bien hablar de moral y de ética, Barriss, pero hoy en día es el comercio lo que realmente regula la República. En ocasiones el Gremio de Comerciantes y la Federación de Comercio actúan como gobiernos distintos. Muy inteligente por su parte, por cierto.

Su expresión se torció.

—Tan aduladores y zalameros ante los emisarios del Senado, emitiendo una sarta de protestas de inocencia: ese Nute Gunray en especial es más repugnante que una lombriz notoniana. El dinero es poder y el poder compra votos. Sí, incluso en el Senado de la República. Y cuentan con poderosos aliados —sus pensamientos se tornaron sombríos—. No se trata sólo de dinero. La República es un mar sembrado de malas corrientes. El Consejo Jedi teme que la insatisfacción generalizada con el estado político actual dé lugar a la secesión categórica de muchos planetas.

Barriss caminaba firme junto a su Maestra.

—Al menos todo el mundo sabe que los Jedi están por encima de esos asuntos, y que no están a la venta.

—No, no están a la venta —Luminara se sumió aún más en sus preocupaciones.

Barriss se dio cuenta del cambio.

—¿Hay algo más que os preocupe, Maestra Luminara?

La otra mujer sonrió débilmente.

—Algunas veces uno oye cosas. Historias raras, rumores infundados. Hoy en día esas historias parecen campar a sus anchas. Como la filosofía política del tal conde Dooku, por ejemplo.

Barriss siempre buscaba la ocasión para demostrar sus conocimientos, pero esta vez dudó antes de contestar.

—Creo que el nombre me suena, pero no lo asocio a ese título. ¿No es ése el Jedi que…?

Luminara se paró de pronto y con una mano detuvo a su compañera. Sus ojos iban rápidamente de un lado a otro, y ya no parecía tan pensativa. Todos sus nervios estaban alerta, todos sus sentidos se hallaban en tensión. Antes de que Barriss pudiera preguntar por la razón de esta reacción, la Jedi empuñó su sable láser, activado y completamente extendido ante ella. Sin mover la cabeza, lo elevó a una posición de desafío. Barriss sacó y activó su propia arma ante la actitud de su Maestra, y buscaba ansiosa la causa del problema. Pero no veía nada, así que dirigió una mirada inquisitiva a la mujer.

En ese momento, un hoguss se precipitó desde las alturas, y cayó exactamente sobre el sable láser de Luminara. Se produjo un ligero olor a carne quemada, y la Jedi extrajo el sable. El hoguss se derrumbó sobre un costado con un gesto de sorpresa agarrando con fuerza su ahora inútil hacha asesina. El pesado cuerpo retumbó al darse contra el suelo.

—¡Atrás!

Luminara comenzó la retirada mientras su ahora ansiosa aprendiz le cubría los flancos y la retaguardia.

Los atacantes comenzaron a descolgarse de los tejados y de las ventanas de pisos superiores, y llegaron atravesando portales y salieron de vasijas que parecían vacías: un auténtico amasijo de carne infame y codiciosa. Luminara pensó mientras retrocedía que alguien se había tomado muchas molestias en organizar la emboscada. A pesar de encontrarse francamente preocupada por su bienestar y el de su padawan, admiró la astucia del conspirador. Quien quiera que fuese, sabía perfectamente que ellas eran algo más que un par de viajeras dando un paseo matutino.

La pregunta era: ¿cuánto sabía?

Sólo hay dos formas de que un no-Jedi venza a un Jedi en combate. Engañarle con una falsa sensación de seguridad, o superarlo en número por la fuerza. Ya que la sutileza era un concepto desconocido para aquellos asaltantes, una pandilla de individuos hambrientos de sangre pero sin técnica, estaba claro que el responsable había optado por la segunda opción. En las bulliciosas y repletas calles, la gran cantidad de atacantes había pasado desapercibida para Luminara, ya que sus sentimientos anímicos se hallaban inmersos en los de la multitud.

Ahora que el ataque había comenzado, la Fuerza latía con una hostilidad palpable a medida que docenas de asesinos armados hasta los dientes luchaban por acercarse a sus dos rápidos objetivos para asestarles unos cuantos golpes fatales. Mientras que la estrechez de la calle y la huida despavorida de los paseantes no definía una línea de retirada para las dos mujeres y les impedía correr para salvarse, también es cierto que no permitía a sus asaltantes, que portaban armas de fuego, realizar un disparo certero hacia sus objetivos. Si hubieran tenido un poco de táctica, los que estaban en el frente blandiendo sus puñales, y otras armas poco sofisticadas, se habrían hecho a un lado para dar paso a sus camaradas mejor armados. Pero había una recompensa para el que diera el golpe mortal. Esto servía para inspirar a los atacantes, pero también les impedía colaborar para conseguir el objetivo final, no fuera a ser otro el que se llevara la recompensa.

De esta forma, Luminara y Barriss rechazaban los disparos de las armas de fuego y los golpes procedentes de otras menos peligrosas como espadas y puñales. Con los altos muros que las rodeaban y los comerciantes y vendedores corriendo a su alrededor buscando refugio, tenían sitio suficiente para maniobrar. Los cuerpos comenzaron a apilarse frente a ellas, algunos intactos, otros a falta de importantes elementos de su anatomía que habían sido seccionados por precisos movimientos de energía de colores intensos.

La exuberancia y los ocasionales gritos de desafío de Barriss se complementaban con los movimientos fijos y silenciosamente fieros de Luminara. Las dos mujeres no sólo mantenían a los asaltantes a raya, sino que empezaron a forzar su retirada. Hay algo en el aspecto de un Jedi en combate que encoge el corazón de un oponente común. Un aprendiz de asesino sólo necesita ver unos cuantos disparos rechazados por el zumbido previsor de un sable láser para darse cuenta de que hay formas menos letales de ganarse la vida.

Y entonces, justo en el momento en que las mujeres estaban a punto de obligar a lo que quedaba de sus atacantes a doblar una esquina en dirección a una plaza en la que podrían reducirlos mejor, un rugido anunció la aparición en escena de otras dos docenas de asesinos. Esta mezcla de humanos y alienígenas iba mejor vestida, mejor armada y parecía tener más espíritu de equipo en la lucha que el grupo anterior. Luminara se dio cuenta con cansancio de que la intención del grupo anterior no era matarlas, sino dejarlas sin fuerzas. Armándose de valor y dedicando gritos de apoyo a su aprendiz visiblemente abatida, se vio a sí misma una vez más retirándose al estrecho callejón del que habían conseguido escapar con éxito.

Con el valor renovado por la llegada de refuerzos, lo que quedaba del primer grupo reinició el ataque. Jedi y padawan se vieron obligadas a retroceder todo lo que pudieron.

Pero ya no podían más. La callejuela acababa en un muro liso. Para cualquier otro hubiera sido imposible de escalar, pero un Jedi podía encontrar asideros y salientes donde otros no veían más que una superficie lisa.

—¡Barriss! —con el sable láser Luminara señaló la pared rojiza que tenían detrás—. ¡Sube, yo te seguiré!

Poniéndose de rodillas, un hombre con toscos guantes apuntó cuidadosamente su pistola láser al objetivo. Luminara bloqueó sus dos primeros disparos y, quitando una mano de la empuñadura del sable la estiró hacia él. La peligrosa arma salió volando de las manos del hombre como si estuviera viva, dejándole tan sorprendido que cayó de espaldas. Protegido por sus camaradas, no se asustó como hubiera hecho un asesino normal, sino que trepó para recuperar la pistola láser. Ella sabía que no podrían estar así mucho más tiempo.

—¡Arriba he dicho!

Luminara no tenía que girarse para sentir el impenetrable muro que se erguía tras ella.

Barriss dudó.

—Maestra, podéis cubrirme mientras escalo el muro, pero yo no podré hacer lo mismo por vos desde arriba.

Arremetió contra un serpenteante wetakk y le desarmó antes de que consiguiera deslizarse bajo su guardia, y la criatura retrocedió con un grito de dolor y cambió de mano la espada curvada, lo que le dejaba cinco manos libres. Sin perder el aliento, la padawan gritó.

—No podéis escalar y utilizar el sable al mismo tiempo.

—Estaré bien —le aseguró Luminara, aunque no sabía qué iba a hacer para subir sin que la hirieran en el ascenso. Pero estaba más preocupada por su padawan que por ella misma—. ¡Es una orden, Barriss! Haz el favor de subir. Tenemos que salir de aquí.

Barriss dio una última barrida para dejar libre el espacio frente a ella, no sin cierta reticencia, desactivó su sable láser, se lo colocó en el cinturón, dio media vuelta, tomó carrerilla y saltó. El salto le permitió ascender gran parte del muro, al que se aferró como una araña. Parecía encontrar salientes invisibles mientras ascendía. Bajo ella, Luminara mantenía a raya con una sola mano a toda la horda de ávidos asesinos.

Casi en lo alto, Barriss se volvió para mirar abajo. Luminara no sólo estaba lidiando con sus propios asaltantes, sino que además se había adelantado para asegurarse de que los que estaban atrás no apuntaban hacia su padawan. Barriss dudó de nuevo.

—¡Maestra Luminara, son demasiados! No puedo protegeros desde aquí arriba.

La Jedi se volvió para responder y al hacerlo no vio a un pequeño throbe escondido detrás de un humano más grande. El arma del throbe era pequeña y su puntería no era muy buena, pero el disparo desviado consiguió rozar las ropas de la mujer. Luminara se tambaleó.

—¡Maestra!

Barriss se debatía frenética entre la posibilidad de escalar lo que quedaba de pared o desobedecer a su Maestra y bajar para ayudarla. En medio de la confusión que la embargaba, un sutil temblor cruzó su mente. Algo perturbaba la Fuerza, pero de forma muy distinta de la que habían experimentado aquella mañana. Era increíblemente fuerte.

Entre gritos de coraje, dos hombres cayeron a ambos lados de Luminara. Ninguno era físicamente imponente, aunque uno tenía una constitución que sugería un desarrollo considerable en potencia. Con los sables de luz centelleando, saltaron entre la salvaje pandilla de asesinos, blandiendo sus armas.

Hay que decir que los atacantes mantuvieron la posición unos instantes. Cuando sus compinches comenzaron a desplomarse a su alrededor, los supervivientes se dispersaron y huyeron. En menos de un minuto, la salida del callejón estaba libre y el camino a la plaza central ya no estaba obstruido. Desprendiéndose del muro, Barriss saltó la considerable distancia hasta el suelo para encontrarse cara a cara con un atractivo joven con un semblante de confianza en sí mismo. Con una sonrisa engreída, el joven desactivó su sable láser y se la quedó mirando.

—Me han dicho que el ejercicio matutino es bueno para el alma, así como para el cuerpo. Hola, Barriss Offee.

—Anakin Skywalker. Sí, te recuerdo del Templo.

Hizo un gesto automático de agradecimiento y corrió a refugiarse al lado de su Maestra. El otro recién llegado ya estaba examinando la herida de Luminara.

—No es grave.

Luminara se arropó en sus vestiduras más de lo realmente necesario.

—Llegas pronto, Obi-Wan —dijo a su compañero—. No te esperábamos hasta pasado mañana.

—Nuestra nave se portó bien.

Los cuatro salieron a la plaza y Obi-Wan recorrió el espacio abierto con la mirada. Ya no había perturbaciones anímicas en la Fuerza y se permitió bajar la guardia ligeramente.

—Como llegamos pronto, imaginamos que no habría nadie esperándonos en el espaciopuerto, así que decidimos venir a buscaros. Al ver que no os encontrabais en el alojamiento indicado, decidimos salir a pasear para familiarizamos con la ciudad. Fue entonces cuando sentí el peligro. Nos llevó hasta vosotras.

—Bueno, la verdad es que no te puedo acusar de impuntualidad —sonrió agradecida. Era la misma sonrisa intrigante que recordaba Obi-Wan de haber trabajado con ella anteriormente, enmarcada en aquellos labios de tonalidades distintas—. La situación estaba tomándose algo complicada.

—¡Algo complicada! —dijo Anakin—. Si no llega a ser por nosotros… —una mirada de desaprobación del Jedi bastó para que dejara la frase a medias.

—Algo que me tiene intrigada desde que nos asignaron esta misión —Barriss se alejó de su compañero y se acercó a los dos Jedi— es que no entiendo por qué es necesario que estemos cuatro, si sólo vamos a tratar con lo que parece ser una disputa menor entre los indígenas de la zona —su impaciencia era evidente—. Por lo que habéis dicho antes, tiene que haber algo más.

—Supongo que recuerdas nuestra conversación —explicó Luminara con paciencia—. Pues bien, los nómadas alwari creen que el Senado favorece a los habitantes de la ciudad. Los ciudadanos, a su vez, están convencidos de que el gobierno de la galaxia se pondrá de parte de los nómadas. Esta impresión de favoritismo por parte del Senado está demasiado cerca de convencer a ambos grupos de que Ansion estaría mejor fuera de la República, ya que las disputas internas se solucionarían sin intervención externa. Su representante en el Senado parece inclinarse cada vez más hacia esa postura. También hay pruebas que apoyan la hipótesis de que hay elementos ajenos al planeta que están metiendo cizaña para que Ansion se retire de la República.

—Pero si es sólo un planeta, y además ni siquiera es importante —dijo Barriss.

Luminara asintió lentamente.

—Cierto, pero no es Ansion en sí mismo el que es relevante. Gracias a una complicada red de pactos y alianzas, Ansion podría provocar la secesión de otros sistemas. Muchos más sistemas de los que a mí, o al Consejo Jedi, nos gustaría. Por lo tanto, hay que encontrar la forma de eliminar las diferencias existentes entre los nómadas y los ciudadanos, y así afianzar la representación planetaria. Como forasteros representantes de los intereses del Senado, encontraremos respeto en Ansion, pero no amistad. Mientras estemos aquí, siempre estaremos bajo sospecha. Dada la complejidad de la situación, el tema de las alianzas inestables, la posible presencia de agitadores externos y la gravedad de las ramificaciones potenciales, se consideró que dos parejas de negociadores obtendrían una impresión más amplia y más rápida de la situación que una.

—Ahora lo entiendo.

Había mucho más en juego de lo que Barriss había pensado, mucho más que un desacuerdo entre ciudadanos y nómadas. ¿Acaso era que Luminara había recibido la orden de ocultar a su aprendiz la verdadera naturaleza de la expedición, o quizá ella estaba demasiado ocupada con su aprendizaje como para ver más allá? Le gustara o no, lo cierto era que a partir de ahora tendría que prestar más atención a la política galáctica.

Por ejemplo, ¿por qué había poderes más allá de Ansion que perseguían su secesión de la República hasta el punto de interferir en los asuntos internos del planeta? ¿Qué podían ganar esas entidades desconocidas con la secesión? Había miles y miles de mundos civilizados en la República, la salida de uno, o incluso de varios, apenas alteraría el esquema general del gobierno galáctico. ¿O no?

En ese momento supo que había una pieza importante que le faltaba, y el hecho de saberlo era sumamente frustrante. Pero no pudo preguntar a su Maestra porque Obi-Wan estaba hablando.

—Alguien ajeno a Ansion no quiere que triunfen las negociaciones. Quieren la secesión de Ansion de la República, con todas las problemáticas consecuencias que eso conllevaría —Obi-Wan miró al cielo, que amenazaba tormenta—. Sería muy útil saber quién. Tendríamos que haber detenido a uno de los atacantes.

—Quizá eran delincuentes comunes —señaló Anakin.

—Es posible —consideró Luminara—, pero de todas maneras si Obi-Wan está en lo cierto y los asaltantes habían recibido el encargo de impedimos continuar nuestra misión, estoy segura que el responsable no les comunicó el objetivo de su plan y que probablemente les ocultó su identidad. Aunque hubiéramos podido capturar a uno, no hubiéramos sacado nada en claro.

—Eso es cierto —admitió el padawan.

—Así que tú también estuviste en Naboo, ¿no? —sintiéndose excluida de la conversación de los dos Jedi, Barriss se dirigió a su compañero.

—Así es —el orgullo resonaba en la voz del joven.

Es extraño, pensó ella. Extraño, pero no desagradable. Parecía lleno de conflictos internos como un arbusto momus repleto de semillas. Pero era innegable que la Fuerza era muy potente en él.

—¿Cuánto tiempo llevas siendo la padawan de la Maestra Luminara? —preguntó él.

—Lo suficiente como para saber que aquellos que siempre tienen la boca abierta suelen tener los oídos cerrados.

—Genial. ¿Te vas a pasar todo el tiempo que estemos juntos hablando en aforismos?

—Al menos puedo hablar de algo que no soy yo —replicó ella—. Me parece que sacaste malas notas en modestia.

Para su sorpresa, él mostró un gesto contrariado.

—¿No he hablado más que de mí? Lo siento —señaló a las dos figuras que caminaban ante ellos por la bulliciosa calle—. El Maestro Obi-Wan siempre dice que tengo un problema con la impaciencia. Quiero saberlo y hacerlo todo ahora, ya. Ayer. Y tampoco se me da bien disimular que preferiría estar en otra parte. Esta misión no me entusiasma.

Ella hizo un gesto hacia el callejón que habían dejado atrás lleno de cuerpos apilados.

—Llevas aquí menos de un día y ya has estado en un combate mano a mano a vida o muerte. Tu definición sobre el entusiasmo debe de ser especialmente ecléctica.

Él hizo amago de reírse.

—Y tú tienes un sentido del humor muy especial. Creo que nos vamos a llevar bien.

Llegaron al distrito comercial del otro lado de la plaza y se mezclaron con la multitud de humanos y de alienígenas. Barriss no estaba tan segura. Qué clase de confianza en sí mismo exhibía este padawan de estatura considerable y ojos azules. A lo mejor era cierto eso de querer saberlo todo. Su actitud era como si ya lo supiera. ¿O acaso estaba confundiendo arrogancia con confianza?

Él se separó de ella de repente y se detuvo ante un puesto que vendía frutos secos y verduras de la región de Kander, al norte de Cuipernam. Cuando regresó sin comprar nada, ella le miró desconcertada.

—¿Y eso a qué ha venido? ¿Has visto algo con buen aspecto pero al acercarte ha resultado no tenerlo?

—¿Eh? —de repente parecía preocupado—. No, no tiene nada que ver con la comida —volvió a mirar el puesto ambulante, mientras se apresuraban para alcanzar a sus Maestros—. ¿No lo has visto? Aquel chico, el del chaleco y los pantalones largos, estaba discutiendo con su madre. Estaba gritando a su madre —sacudió la cabeza con un gesto de dolor—. Algún día se arrepentirá de ello. No se lo he dicho así directamente, pero creo que lo ha entendido —se sumergió en sus pensamientos—. La gente está tan ocupada con sus vidas que a menudo olvida lo que realmente importa.

Pero qué padawan más extraño, pensó ella, y qué joven más extraño aún. Tenían más o menos la misma edad, aunque en algunas cosas le resultaba mucho más infantil, y en otras mucho más maduro. Se preguntó si tendría tiempo suficiente para conocerle mejor. Se preguntó si alguien tenía tiempo suficiente para conocerle mejor. Ella desde luego no lo había tenido en los breves encuentros que mantuvieron en el Templo Jedi. En ese momento retumbó un trueno, y por alguna razón supo que lo que le daba miedo era lo que se avecinaba, mucho más que lluvia.