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Una noche eran las 12, además de los supervisores, además de los empleados, además del hecho de que apenas podías respirar en aquel amasijo de carne hacinada, además del olor putrefacto de los guisos de la cafetería «sin beneficios».

Además del CP1. Ciudad Primaria 1. Los antiguos esquemas no eran nada comparados con el Ciudad Primaria F, que contenía alrededor de 1/3 de las calles de la ciudad y los distritos en que estaban distribuidas. Yo vivía en una de las ciudades más grandes de los Estados Unidos. Eran un montón de calles. Y después de eso estaba el CP2. Y el CP3. Tenías que pasar cada examen en 90 días, 3 pruebas por cada uno, 95 por ciento como mínimo de acierto, 100 cartas en una urna de cristal, 8 minutos, fallabas y te dejaban probar a ser presidente de la General Motors, como había dicho aquel tipo. Para aquéllos que conseguían pasar, los esquemas se hacían un poco más fáciles, la segunda o la tercera vez. Pero con el horario nocturno de 12 horas y los días libres cancelados, era demasiado para la mayoría.

De nuestro grupo inicial de 150 o 200, ya sólo quedábamos 17 o 18.

—¿Cómo puedo trabajar 12 horas por noche, dormir, comer, bañarme, hacer los viajes de ida y vuelta, ocuparme de la lavandería y la gasolina, el alquiler, cambiar neumáticos, hacer todas las pequeñas cosas que han de hacerse y todavía estudiar el esquema? —le pregunté a uno de los instructores.

—No duerma —me dijo.

Le miré. No estaba tocando el trombón. El condenado imbécil hablaba en serio.