Entonces vinieron unos hombres y empezaron a quitar todas las fuentes de agua.
—¡Eh, mirad! ¿Qué demonios están haciendo?
Nadie pareció interesarse.
Estaba en la sección de tercera clase. Me acerqué a otro empleado.
—¡Mira! —dije—. ¡Nos están quitando el agua!
Echó un vistazo a la fuente de agua, luego siguió clasificando su correo. Probé con otros empleados. Mostraron el mismo desinterés. No podía entenderlo. Busqué a mi representante sindical.
Después de un largo rato, apareció. Parker Anderson. Parker solía dormir en un viejo coche y se lavaba, afeitaba y cagaba en las gasolineras que no cerraban sus lavabos. Parker había tratado de ser un buscavidas y había fracasado. Había acabado yendo a parar a la Oficina Central de Correos, se había afiliado al sindicato y había ido a los mítines donde se había convertido en sargento del servicio de orden. Pronto era representante sindical, y luego fue elegido vicepresidente.
—¿Qué pasa, Hank? ¡Sé que no me necesitas para manejar a estos supervisores!
—No me vengas con pijadas, nene. Llevo pagando cuotas sindicales durante casi doce años y nunca he pedido una puñetera cosa.
—Está bien, ¿qué problema hay?
—Son las fuentes de agua.
—¿Están estropeadas?
—No, mecagondiós, las fuentes están bien. Es lo que están haciendo. Mira.
—¿Que mire? ¿Dónde?
—¡Ahí!
—No veo nada.
—Ahí está la razón de mi protesta. Ahí solfa haber una fuente de agua.
—Así que la quitaron. ¿Y qué coño pasa?
—Mira, Parker, si fuera una, no me importaría. Pero están quitando todas las fuentes del edificio. Si no los detenemos, dentro de poco quitarán todos los retretes… y luego, cualquiera sabe…
—Está bien —dijo Parker—. ¿Qué quieres que haga?
—Quiero que muevas el culo y averigües por qué están quitando las fuentes de agua.
—De acuerdo. Te veré mañana.
—Ya lo puedes hacer. 12 años de cuotas sindicales suman 312 pavos.
Al día siguiente tuve que buscar a Parker. No tenla la respuesta. Ni al siguiente ni al otro. Le dije a Parker que estaba harto de esperar. Le daba un día más.
A1 día siguiente se acercó a mí en la pausa del café.
—Bueno, Chinaski, ya lo he averiguado.
—¿Sí?
—En 1912, cuando construyeron el edificio…
—¿1912? ¡Hace más de medio siglo! ¡No me extraña que este sitio parezca la casa de putas del Kaiser!
—Bueno, para un momento. Como te decía, cuando construyeron este edificio en 1912, el contrato especificaba un número concreto de fuentes de agua. En una inspección, la Oficina de Correos ha descubierto que había el doble de fuentes de agua de las que se especificaban en el contrato original.
—Bueno, está bien —dije yo—. ¿Qué daño puede hacer el que haya el doble de fuentes? Sólo que los empleados beberán un poco más de agua.
—Ya. Lo que ocurre es que las fuentes molestaban un poco. Se interponían en el camino.
—¿Y qué?
—Verás. Suponte que un empleado con un abogado listo se querellara contra una fuente de agua. Que dijera que se había clavado contra esa fuente empujado por una carretilla cargada con pesados sacos de revistas…
—Ya entiendo. Se supone que la fuente no estaba ahí. Se procesa a la Oficina de Correos por negligencia.
—¡Acertaste!
—Está bien. Gracias, Parker.
—A tu disposición.
Si la historia era suya, creo que valía los 312 dólares. Las había visto mucho peores publicadas en Playboy.