Los jaleos acabaron, el bebé se calmó y yo encontré el modo de evitar a Janko.
Pero los mareos persistían. El doctor me hizo una receta para unas cápsulas verdes y blancas de Librium y éstas me ayudaron algo.
Una noche me levanté a tomar un trago de agua. Luego regresé, trabajé media hora y me tomé los diez minutos de descanso.
Cuando volví a sentarme, el supervisor Chambers, un mulato amarillento, vino corriendo.
—¡Chinaski! ¡Finalmente la has cagado! ¡Has estado fuera 40 minutos!
Chambers se había derrumbado una noche sobre el suelo, retorciéndose y echando espumarajos por la boca. A la noche siguiente había regresado como si no hubiese ocurrido nada, con corbata y camisa nuevas. Ahora me venía con la vieja coña de la fuente de agua.
—Mira, Chambers, trata de darte un poco cuenta de las cosas. Fui a beber un trago de agua, me senté, trabajé 30 minutos y entonces me he tomado mis 10 minutos de descanso. Eso es todo lo que he estado fuera.
—¡La has cagado, Chinaski! ¡Has estado fuera 40 minutos! ¡Tengo 7 testigos!
—¿7 testigos?
—¡SÍ! ¡7!
—Te digo que fueron diez minutos.
—¡Ca, te hemos atrapado, Chinaski! ¡Esta vez sí que te hemos atrapado!
Finalmente acabé hartándome. No quería soportar su cara por más tiempo.
—Está bien, entonces. He estado fuera 40 minutos. ¿Te quedas contento? Escríbeme una amonestación.
Chambers se fue corriendo.
Clasifiqué unas cuantas cartas más. Entonces apareció el superintendente general.
Un hombre blanco y flaco con mechones de pelo canoso que le colgaban por encima de las orejas. Le miré y luego volví a mi tarea de clasificar cartas.
—Señor Chinaski, estoy seguro de que usted comprende las reglas de la Oficina de Correos. A cada empleado se le permiten dos descansos de diez minutos, uno antes de cenar y otro después. El privilegio del descanso es otorgado por la dirección: son diez minutos. Diez minutos que…
—¡AL CARAJO! —tiré las cartas que tenía en la mano—. Mire, he admitido haber estado fuera 40 minutos sólo para dejarles contentos y que me dejen en paz. ¡Pero siguen viniendo! ¡Pues ahora me mantengo en mis trece! ¡Me he tomado sólo diez minutos! ¡Quiero ver a sus 7 testigos! ¡A ver de dónde los saca!
Dos días más tarde estaba en el hipódromo. Miré hacia arriba y vi todos aquellos dientes, aquella gran sonrisa y los ojos radiantes, reluciendo amigablemente. ¿Qué era aquello, con todos aquellos dientes? Me fijé mejor. Era Chambers mirándome, sonriendo y haciendo cola para un café. Yo llevaba una cerveza en la mano. Me acerqué a una papelera y, sin dejar de mirarle, escupí. Luego me fui. Chambers nunca volvió a molestarme.