12

Fay llevaba bien el embarazo. Para ser una mujer de su edad, no tenía grandes problemas. Esperábamos en casa. Finalmente, llegó el momento.

—No será una cosa muy larga —dijo ella—. No quiero ingresar allí demasiado pronto.

Salí a mirar el coche. Volví.

—Oooh, oh —dijo ella—. No, espera.

Quizás pudiera realmente salvar el mundo. Yo estaba orgulloso de su calma. La perdoné por los platos sucios y el New Yorker y su taller de escritores. La vieja era solamente otra criatura solitaria en un mundo al que nada importaba.

—Mejor que nos vayamos ahora —dije.

—No —dijo Fay—, no quiero hacerte esperar demasiado. Sé que no te sientes bien últimamente.

—Al diablo conmigo. Vámonos.

—No, por favor, Hank.

Seguía allí sentada.

—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunté.

—Nada.

Siguió allí sentada durante diez minutos. Entré a la cocina a por un vaso de agua.

Cuando sal(, me dijo:

—¿Estás listo para conducir?

—Claro.

—¿Sabes dónde está el hospital?

—Por supuesto.

La ayudé a subir al coche. Había hecho dos carreritas de práctica la semana anterior. Pero cuando llegamos allí, no tenía la menor idea de dónde aparcar. Fay señaló un camino.

—Entra por allí. Aparca ahí mismo. Iremos andando.

—Sí, mamá —dije yo…

Estaba en la cama en una habitación trasera que daba a la calle. Su cara se crispó.

—Cógeme de la mano —me dijo.

Lo hice.

—¿De verdad va a ocurrir? —pregunté.

—Sí.

—Haces que parezca fácil —dije.

—Eres tan amable. Eso ayuda.

—Me gustaría ser siempre amable, pero es esa maldita Oficina de Correos…

—Lo sé, lo sé.

Estábamos mirando por la ventana.

—Mira a toda aquella gente allá abajo —dije—. No tienen la menor idea de lo que está ocurriendo aquí arriba. Sólo caminan por la acera. Aun así, es divertido… también ellos una vez nacieron, todos y cada uno de ellos.

—Sí, es divertido.

Podía sentir los movimientos de su cuerpo a través de su mano.

—Aprieta más —dijo ella.

—Sí.

—Odiaré que te vayas.

—¿Dónde está el doctor? ¿Dónde está todo el mundo? ¡Qué demonios!

—Ya llegarán.

Justo entonces entró una enfermera. Era un hospital católico y ella una enfermera muy guapa, morena, español* o portuguesa.

—Usted… debe irse… ahora —me dijo.

Crucé los dedos ante Fay y le sonreí. No sé si me vio. Cogí el ascensor para bajar.