Mis mareos se fueron haciendo más continuos. Los sentía llegar. La caja del correo empezaba a dar vueltas. Duraban alrededor de un minuto. No podía entenderlo. Las cartas se iban haciendo cada vez más y más pesadas. Los empleados comenzaban a adquirir aquel aspecto gris mortecino. Empezaba a deslizarme por mi taburete.
Mis piernas apenas podían sostenerme. El trabajo me estaba matando.
Fui al doctor y le expliqué mi caso. Me tomó la presión sanguínea.
—No, no, su presión sanguínea está bien.
Entonces me puso el estetoscopio y me pesó.
—No puedo encontrar nada mal.
Entonces pasó a hacerme un análisis especial de sangre. Tenía que sacarme sangre del brazo tres veces con intervalos, con un tiempo cada vez más largo entre medias.
—¿Le importa esperar en la otra sala?
—No, no, mejor saldré a dar un paseo y volveré en el momento de la segunda extracción.
—Está bien, pero vuelva a tiempo.
Llegué a tiempo para la segunda extracción. Luego había una pausa más larga hasta la tercera, unos 20 o 25 minutos. Salí a la calle. No pasaba gran cosa. Entré en un drugstore y leí una revista. La dejé, miré el reloj y salí fuera. Vi a una mujer sentada en la parada del autobús. Era una de las especiales. Enseñaba mucha pierna. No podía apartar mis ojos de ella. Crucé la calle y me puse a unos diez metros de ella.
Entonces se levantó. Tenía que seguirla. Aquel culo me llamaba. Me tenía hipnotizado. Entró en una oficina postal y yo entré detrás de ella. Se puso en una cola y yo me puse detrás suyo. Compró 2 postales. Yo compré 12 postales para vía aérea y dos dólares en sellos.
Cuando salí, ella estaba subiéndose al autobús. Vi el resto de aquel delicioso culo y piernas desaparecer dentro del autobús y éste se la llevó.
El doctor estaba esperando.
—¿Qué le ha ocurrido? ¡Llega 5 minutos tarde! —No sé. El reloj debe estar averiado.
—¡ESTA PRUEBA TIENE QUE SER EXACTA! —Venga, sáqueme la sangre de todas formas.
Me metió la aguja…
Un par de días más tarde, los análisis dijeron que no me pasaba nada malo. No sabía si era por culpa de los 5 minutos de diferencia o por qué, pero el caso es que los mareos eran cada vez peores. Empecé a fichar en el reloj de salida después de 4 horas de trabajo sin rellenar los justificantes necesarios.
Llegaba hacia las 11 de la noche y allí estaba Fay. La pobre y preñada Fay.
—¿Qué ha pasado?
—No he podido aguantar más —decía yo—, soy demasiado sensible…