Un día estaba en el bar, en el intermedio entre dos carreras, y vi a esta mujer. Dios o quien sea no para de crear mujeres y de lanzarlas al mundo, y el culo de ésta es demasiado grande y las tetas de esta otra son demasiado pequeñas, y esta otra está chiflada y aquélla es una histérica, y aquella otra es una fanática religiosa y ésa de más allá lee hojas de té, y ésta no puede controlar sus pedos, y la otra tiene una narizota, y ésta tiene piernas como palillos…
Pero de vez en cuando surge una mujer toda en sazón, una mujer que estalla fuera de sus ropas… una criatura sexual, una maldición, el acabose. Miré y allí estaba, en el fondo del bar. Estaba bastante bebida y el camarero no le quería servir más y ella empezó a organizar un escándalo y llamaron a uno de los policías del hipódromo. El policía la cogió del brazo llevándosela para fuera y ella no paraba de discutir.
Acabé mi bebida y los seguí.
—¡Oficial! ¡Oficial!
Se paró y me miró.
—¿Ha hecho algo malo mi mujer? —pregunté.
—Creemos que está intoxicada, señor. Iba a llevarla a la salida.
—¿A los cajones de salida?
Se rio.
—No, señor, a la salida del hipódromo.
—Ya me la llevaré, oficial.
—Está bien, señor, pero cuide de que no beba más. No respondí. La cogí del brazo y volvimos a entrar.
—Gracias, me ha salvado la vida —dijo ella.
Pegó su flanco a mi cuerpo.
—No es nada. Me llamo Hank.
—Yo me llamo Mary Lou —dijo ella.
—Mary Lou —dije yo—, te amo.
Ella se rio.
—¿Por cierto, no te esconderás detrás de las columnas en el palacio de la ópera, no?
—Yo no me escondo detrás de nada —dijo ella, sacándose las tetas.
—¿Quieres otra copa?
—Claro, pero no me quieren servir más.
—Hay más de un bar en este hipódromo, Mary Lou. Vamos a subir arriba. Y estáte tranquila. Siéntate en algún lado y yo te traeré tu bebida. ¿Qué bebes?
—Cualquier cosa —dijo ella.
—¿Vale escocés con agua?
—Claro.
Bebimos durante el resto del programa. Me trajo suerte. Acerté dos de las tres últimas carreras.
—¿Trajiste coche? —le pregunté.
—Vine con una especie de imbécil —dijo ella—. Mejor olvidarlo.
—Si tú puedes, yo puedo —le dije.
Nos abrazamos en el coche y su lengua se deslizó dentro y fuera de mi boca como una pequeña serpiente extraviada. Nos separamos y conduje a lo largo de la costa.
Era una noche afortunada. Conseguí una mesa mirando al mar, pedimos bebidas y esperamos que nos trajeran los filetes. Todo el mundo tenía los ojos puestos fijos en ella. Me incliné hacia delante y le encendí el cigarrillo, pensando, esto va a ser bueno. Todo el mundo en aquel lugar sabía lo que yo estaba pensando y Mary Lou también sabía lo que yo estaba pensando, y yo la sonreía por encima de la llama.
—El océano —dije—, míralo allí fuera, batiendo, moviéndose arriba y abajo. Y debajo de todo eso, los peces, los pobres peces luchando ente si, devorándose entre sí.
Nosotros somos como esos peces, sólo que estamos aquí arriba. Un mal movimiento y estás acabado. Es bueno ser un campeón. Es bueno conocer tus movimientos.
Saqué un puro y lo encendí.
—¿Otra copita, Mary Lou?
—Cómo no, Hank.