Yo empezaba a las 6:18 de la tarde y Dave Janko no empezaba hasta las 10:36, así que podía haber sido peor. Como tenía a las 10:06 un descanso de media hora para cenar, volvía a mi puesto normalmente en el momento en que él entraba. Entraba directamente buscando un taburete a mi lado. Janko, además de dárselas de mente elevada, se las daba de gran conquistador. Según él, era asaltado en los portales por hermosas jóvenes, que le seguían por las calles. No le dejaban descansar, al pobre. Pero yo nunca le vi hablar con una sola mujer en el trabajo. Ellas tampoco le hablaban.
Llegaba:
—¡EH, HANK! ¡VAYA MAMADA QUE ME HAN HECHO HOY!
No hablaba, aullaba. Aullaba toda la noche.
—¡CRISTO, SE ME HA COMIDO ENTERO! ¡Y ERA JOVEN! ¡PERO ERA REALMENTE UNA PROFESIONAL!
Yo encendía un cigarrillo.
Entonces tenía que oír toda la historia sobre cómo se habían conocido.
—TUVE QUE SALIR A COMPRAR UN POCO DE PAN, ¿SABES?
Entonces, desde el primer al último detalle de lo que ella había dicho, lo que él había dicho, lo que habían hecho, etc.
Por aquella época salió una ley que obligaba a la Oficina de Correos a pagar a los empleados auxiliares el tiempo que trabajaban más la mitad. Por lo tanto, la Oficina de Correos nos cargaba esa mitad más de tiempo a los empleados regulares.
Ocho o diez minutos antes de acabar mi jornada, a las 2:48, aparecía un mensajero.
—¡Atención por favor! ¡Todos los empleados regulares que hayan entrado a las 6:18 de la tarde tienen que trabajar una hora extra!
Janko sonreía, se inclinaba y vertía algo más de su ponzoña sobre mi.
Entonces, 8 minutos antes de que acabara mi novena hora, el mensajero entraba de nuevo.
—¡Atención, por favor! ¡Todos los regulares que hayan entrado a las 6:18 de la tarde han de trabajar dos horas extra!
Entonces, 8 minutos antes de que acabara mi décima hora:
—¡Atención por favor! ¡Todos los empleados regulares que hayan entrado a las 6:18 de la tarde han de trabajar 3 horas extra!
Mientras tanto, Janko no paraba ni un momento.
—ESTABA SENTADO EN ESTE DRUGSTORE, SABES, Y ENTONCES ENTRARON DOS SEÑORAS CON CLASE. SE ME SENTÓ UNA A CADA LADO…
El chico me estaba asesinando, pero yo no conseguía encontrar manera de escapar.
Recordaba todos los empleos en que había trabajado. Siempre se me habían pegado los chiflados. Yo les gustaba.
Entonces Janko me enseñó su novela. No sabía escribir a máquina y había hecho que se la mecanografiara un profesional. Estaba encuadernada con unas lujosas cubiertas de cuero negro. El titulo era muy romántico.
—LEELA Y DIME QUE TE PARECE —me dijo.
—Ya —dije.