14

Por la mañana la oí andar. Se movía de un lado a otro sin parar.

Eran alrededor de las 10:30 de la mañana. Me sentía mal. No quería mirarla. 15 minutos más, entonces me levantarla.

Ella me sacudió:

—¡Oye, tienes que irte antes de que aparezca mi amiga!

—¿Qué pasa? Me la tiraré también.

—Ya —se rio ella—, ya.

Me levanté. Tosí, gangajeé. Lentamente, me puse mi ropa.

—-Me haces sentirme como un trapo —le dije—. ¡No puedo ser tan malo! Alguna cosa buena ha de haber en mí.

Acabé de vestirme. Fui al baño y me eché algo de agua en la cara, tepe peiné. Si sólo pudiera peinarme la cara, pensé, pero no puedo.

Salí.

—Vi.

—¿Sí?

—No te mosquees demasiado. No fuiste tú. Fue la priva. Ya me ha pasado otras veces.

—De acuerdo, entonces no bebas tanto. A ninguna mujer le gusta quedar segunda ante una botella.

—¿Por qué no me apuestas a colocado, entonces?

—¡Oh, para ya!

—¿Oye, necesitas algo de dinero, nena?

Abrí mi cartera y saqué uno de veinte. Se lo di.

—¡Vaya, eres un encanto!

Su mano acarició mi mejilla, me dio un beso cariñoso en la comisura de la boca.

—Conduce con cuidado.

—Claro, nena.

Conduje con cuidado todo el camino hasta el hipódromo.