Una noche me asignaron el taburete de al lado dé Butchner. No estaba clasificando correo. Simplemente estaba allí sentado, hablando.
Una chica joven vino y se sentó a final del corredor. Oí a Butchner decir:
—¡Eh, tú, coño! ¿Quieres mi picha en tu chumino, eh? ¿Eso es lo que quieres, eh, zorra?
Yo seguí ordenando el correo. El jefe pasó a nuestro lado. Butchner dijo:
—¡Estás en mi lista, mamón! ¡Voy a cogerte bien, so mamón! ¡Podrido bastardo!
¡Soplapollas!
Los jefes nunca le decían nada a Butchner. Nadie le decía nada a Butchner.
Entonces le oí otra vez:
—¡Está bien, nene! ¡No me gusta la pinta de tu cara! ¡Estás en mi lista, cabrón!
¡Estás el primero en mi lista, cabrón! ¡Te voy a romper el culo! ¡Eh, te estoy hablando a ti! ¿Me estás oyendo?
Era demasiado. Solté mi correo.
—¡Está bien —le dije—, recojo el reto! ¡Te voy a romper esa bocaza! ¿Lo quieres aquí o salimos fuera?
Miré a Butchner. Estaba hablándole al techo, demente.
—¡Te lo he dicho, estás el primero en mi lista! ¡Te voy a agarrar y te voy a dar una buena!
Por el amor de Cristo, pensé. ¡He caído como un imbécil! Los empleados estaban muy tranquilos, no podía culparles. Me levanté y fui a beber un poco de agua.
Luego volví. 20 minutos más tarde, me levanté para el descanso de 10 minutos.
Cuando volví, el supervisor estaba esperándome. Era un negro gordo que debía andar por los 50. Me gritó:
—¡CHINASKI!
—¿Qué ocurre, hombre? —dije yo.
—¡Ha abandonado su asiento un par de veces en 30 minutos!
—Si, fui a beber un trago de agua la primera vez. 30 segundos. Luego hice la pausa de descanso.
—Suponga que trabaja en una máquina. ¡No podría abandonar la máquina un par de veces en 30 minutos!
Toda la cara le refulgía de furia. Era anonadante. Yo no podía entenderlo.
—¡LE VOY A HACER UN EXPEDIENTE DE AMONESTACIÓN!
—Está bien —dije yo.
Fui a sentarme junto a Butchner. El supervisor vino corriendo con la amonestación.
Estaba escrita a mano, muy mal. Ni siquiera podía leerla. La habla escrito con tal furia que la letra le había salido toda inclinada y con borrones.
Doblé cuidadosamente el papel y me lo guardé en mi bolsillo trasero.
—¡Voy a matar a ese hijo de puta! —dijo Butchner.
—Espero que lo hagas, gordito —dije yo—, espero que lo hagas.