Un día me hicieron personarme en el viejo Edificio Federal. Me tuvieron sentado los habituales 45 minutos o una hora y media.
Entonces dijo una voz:
—¿Señor Chinaski?
—Sí —dije yo.
—Entre.
El hombre me llevó a un escritorio. Allí estaba sentada una mujer. Tenía una pinta más bien sexy, andaba por los 38 o 39, pero parecía como si sus ambiciones sexuales hubieran sido dejadas de lado por otras cosas o hubieran sido simplemente ignoradas.
—Siéntese, señor Chinaski.
Me senté.
Nena, pensé, podría darte una cabalgada realmente buena.
—Señor Chinaski —dijo ella—, nos hemos estado preguntando si rellenó usted de forma adecuada este impreso.
—¿Uh?
—Me refiero a los antecedentes penales.
Me alcanzó la hoja. No había el menor atisbo de sexo en sus ojos.
Yo había puesto 8 o 10 arrestos comunes por borrachera. Era sólo una estimación aproximada. No tenla idea del número exacto.
—Bueno, ¿lo ha puesto usted todo? —me preguntó ella.
—Hummmm, hummm, déjeme pensar…
Yo sabía lo que ella quería. Quería que yo dijese «sí», y entonces me tendría cogido.
—Déjeme ver… Hummm, hummm.
—¿Sí? —dijo ella.
—¡Oh, oh! ¡Dios mío!
—¿Qué?
—Es algo por estar bebido en un automóvil o por conducir en estado de embriaguez.
Hace unos 4 años o así. No recuerdo la fecha exacta.
—¿Y fue un olvido?
—Sí, de verdad, lo pondré ahora.
—Está bien, póngalo.
Lo puse.
—Señor Chinaski. Tiene unos antecedentes terribles. Quiero que explique estos cargos y si es posible justifique su presente empleo con nosotros.
—De acuerdo.
—Tiene diez días para responder.
Yo no deseaba tanto el trabajo. Pero ella me irritaba.
Llamé diciendo que estaba enfermo aquella noche después de comprar papel numerado y reglado y una carpeta azul de aspecto muy oficial. Me conseguí una botella de whisky y un paquete de 6 cervezas, luego me senté frente a la máquina y empecé a escribir. Tenía el diccionario a mano. De vez en cuando lo abría por una página, encontraba alguna palabra larga e incomprensible y construía una frase o un párrafo a partir de ella. Me llevó 42 páginas. Acabé con un Copias de esta declaración han sido retenidas para su distribución en prensa, televisión y otros medios de comunicación…
Yo me sentía lleno de mierda.
Ella se levantó de su escritorio y vino personalmente a buscarme.
—¿Señor Chinaski?
—¿Si?
Eran las 9 de la mañana. Un día después de su requisición para que respondiera de los cargos.
—Un minuto.
Se llevó las 42 páginas a su escritorio. Las leyó y las leyó y las leyó. Alguien se puso también a leerlas por encima de su hombro. Luego había, 2, 3, 4, 5. Todos leyendo. 6, 7, 8, 9. Todos leyendo.
¿Qué demonios?, pensaba yo.
Luego oí una voz entre la multitud:
—¡Bueno, todos los genios son unos borrachos! —como si eso lo explicase todo. Otra vez demasiadas películas.
Ella se levantó del escritorio con las 42 páginas en su mano.
—¿Señor Chinaski?
—¿Si?
—Su caso todavía no está cerrado. Ya tendrá noticias nuestras.
—¿Mientras tanto continúo trabajando?
—Mientras tanto continúe trabajando.
—Buenos días —dije.