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No era realmente, policía, era oficinista de la policía. Entonces empezó a venir habiendo de un tío que llevaba un alfiler de corbata púrpura y que era un verdadero caballero…

—¡Oh, es tan gentil!

Todas las noches tenla que oír hablar de él.

—Bueno —pregunté yo—, ¿qué tal estuvo el viejo alfiler púrpura esta noche?

—Oh —-dijo ella—, ¿sabes lo que ha pasado?

—No, nena, por eso te pregunto.

—¡Oh, es TAN caballero!

—Está bien. Está bien. ¿Qué ocurrió?

—Sabes, ¡ha sufrido tanto!

—Por supuesto.

—Su mujer murió, sabes.

—No, no lo sabía.

—No seas tan tonto. Te estaba contando que su mujer murió y le costó quince mil dólares en gastos médicos y de enterramiento.

—¿Bueno, y qué?

—Yo iba por el pasillo y él venta por el otro lado. Nos encontramos. Él me miró y entonces, con este acento tus ca me dijo, .Ah, es usted tan bella. ¿Y sabes lo que hizo?

—No, nena, dímelo. Dímelo rápido.

—Me besó en la frente, ligeramente, muy ligeramente. Y entonces se fue.

—Te puedo decir algo de él, nena. Ha visto demasiadas películas.

—¿Cómo lo has sabido?

—¿A qué te refieres?

—Tiene un cine al aire libre. Lo lleva durante la noche después del trabajo.

—Eso lo explica —dije.

—¡Pero es tan caballeroso! —dijo ella.

—Mira, nena, no quiero herirte, pero…

—¿Pero qué?

—Mire, tú vienes de un pueblo pequeño. Yo he tenido más de 50 trabajos, quizás lleguen a 100. Nunca he estado mucho tiempo en ningún sitio. Lo que estoy tratando de decirte es que hay un cierto juego que se practica en las oficinas de toda América. La gente se aburre, no sabe qué hacer, así que juegan al juego del romance de oficina. La mayoría de las veces no es otra cosa que una forma de pasar el tiempo. Algunas veces se las arreglan para echar un polvo o dos en un aparte. Pero incluso entonces, no es más que un pasatiempo, como jugar a los bolos o ver la televisión o celebrar una fiesta de año nuevo. Tienes que comprender que no significa nada y de esta forma no acabarán hiriéndote. ¿Entiendes lo que digo?

—Creo que el señor Partisian es sincero.

—Vas a acabar pinchada con ese alfiler, nena, no olvides que te lo he dicho. Cuidado con esos halagos, son más falsos que una parre gorda.

—Él no es falso. Es un caballero. Es un verdadero caballero. Ojalá fueses tú tan caballero como él.

Me di por vencido. Me senté en el sofá, saqué mi lámina de distritos y traté de memorizar el Bulevar Babcock. Tenía los números 14, 39, 51 y 62. ¿Qué demonios?

¿No iba a poder acordarme de eso?