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A la noche siguiente, mientras el grupo se trasladaba del edificio principal al edificio de instrucción, me paré a hablar con Gus. En otros tiempos, Gus había sido un peso welter de tercera clase que nunca había llegado a acercarse al campeón. Tiraba por el lado izquierdo, y como se sabe, nadie quiere pelear con un zurdo, tienes que volver a entrenar a tu chico completamente al revés, y ¿para qué molestarse? Gus me llevó a un rincón y echamos unos traguitos de su botella. Luego traté de alcanzar el grupo.

El italiano me estaba esperando en la puerta. Me vio llegar. Me abordó en mitad del camino.

—Chinaski.

—¿Sí?

—Llega tarde.

No dije nada. Caminamos hacia el otro edificio juntos.

—Estoy pensando en enchufarle una papeleta de advertencia.

—¡Oh, por favor, no lo haga, señor! ¡Por favor, no lo haga! —dije yo mientras andábamos.

—Está bien —dijo él—, por esta vez lo dejaré pasar.

—Gracias, señor —dije, y entramos juntos en el edificio.

¿Quieren saber algo? El hijo de puta apestaba a sudor.