Un día, después de cenar, o almorzar, o lo que coño fuera, ya que con mi enloquecido horario nocturno de 12 horas no estaba muy seguro de nada, dije:
—Mira, nena, lo siento, ¿pero no te das cuenta que este trabajo me está conduciendo a la locura? Mira, vamos a dejarlo. Vamos simplemente a dedicarnos a holgazanear y a hacer el amor y a dar paseos y a charlar. Podemos ir al zoo a ver a los animales. Podemos ir a ver el mar, está sólo a 45 minutos. Podemos ir a jugar a las máquinas en los recreativos. Podemos ir a las carreras, al Museo de Arte, a los combates de boxeo. Podemos tener amigos. Podemos reír. Esta forma de vivir es como la de cualquier otro: nos está matando.
—No, Hank, tenemos que demostrárselo, tenemos que demostrarles que…
Allí estaba otra vez la pequeña paleta de Texas hablando.
Me di por vencido.