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Después de nueve o diez horas, a la gente empezaba a entrarle sueño y se caían sobre sus cajas, recobrándose justo a tiempo. Trabajábamos en la clasificación por distritos. Si en una carta ponla distrito 28, la tenías que meter por el agujero N. 28. Era sencillo.

Un negro enorme levantó la cabeza bruscamente y empezó a estirar los brazos para mantenerse despierto. Se tambaleaba hacia el suelo.

—¡Maldita sea! ¡No puedo aguantarlo! —decía.

Y eso que era un bruto enorme y rebosante de fuerza. Usar los mismos músculos una y otra vez era de lo más agotador. Me dolía todo. Y al final del pasillo habla un supervisor, otra Roca, con aquel aspecto en su cara… debían practicarlo delante del espejo, todos los supervisores tenían aquel aspecto en sus caras, te miraban como si fueras una plasta de mierda humana. Sin embargo hablan entrado allí por la misma puerta. Hablan sido antes empleados o carteros. Yo no podía entenderlo. Se habían transformado en lomillos.

Tenías que estar continuamente con un pie en el suelo. El otro lo podías poner en la barra de descanso. Lo que llamaban «barra de descanso» era un pequeño almohadoncillo redondo fijado sobre un zanco. No se permitía hablar. Habla dos pausas de lo minutos en 8 horas. Apuntaban la hora en que te ibas y la hora en que volvías. Si te estabas fuera 12 ó 13 minutos, te echaban la bronca.

Pero el sueldo era mejor que en el almacén de arte, así que pensé: Bueno, ya me acostumbraré.

Jamás conseguí acostumbrarme.