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No me acuerdo cuándo se empezaba, a las 6 o las 7 de la tarde, o algo así.

Todo lo que hacías era sentarte con un puñado de cartas, coger un plano de calles y planear la ruta. Era fácil. Casi todos los repartidores tardaban más de lo necesario en planear sus rutas y yo me ajustaba a su ritmo. Me iba cuando se iba todo el mundo y volvía cuando todo el mundo volvía.

Luego hacías otro reparto. Había tiempo para sentarse en cafés, leer periódicos, sentirse como un señor. Incluso tenías tiempo para cenar. Cuando quería un día libre, me lo tomaba. En una de estas rutas había una jovencita que todas las noches recibía un envío especial. Era modista de vestidos sexy y camisones, y los usaba. Subías por su escalerilla hacia las 11 de la noche, llamabas al timbre y le entregabas el envío especial. Ella soltaba una exclamación de sorpresa, como ¡OOOOOOOOhhhhhhhHHH!, y se quedaba a tu lado, muy cerca, sin dejarte marchar hasta que lo lela, y luego decía¡OOOOOooooh, buenas noches, muchas GRACIAS!

—De nada, madame —decías, marchándote con la polla como la de un toro.

Pero no podía durar. Llegó en el correo después de semana y media de libertad.

Querido Sr. Chinaski:

Debe presentarse en la estafeta de Oakford inmediatamente. La negativa a hacerlo supondrá posibles acciones disciplinarias o despido.

A. E. Jonstone, Superintendente de la estafeta de Oakford.

Otra vez de vuelta a la cruz.